Teodoro Santana Nelson / Artículos de opinión.- La Gran Depresión generó muchos cambios. Empezaron a aparecer los cárteles y trust, esto es, la concentración de empresas, amén de las grandes multinacionales. Además, aparece la aplicación de la ciencia a la explotación del trabajo (taylorismo). Con el paso a los felices 20, aparecen la venta a plazos, las marcas, el envasado…
Pero más importante: aparece la separación entre capitalista y empresa. Es decir, se estructura el cuerpo dirigente de las empresas, diferenciando entre los accionistas y sus representantes en la empresa, el consejo de administración.
Esto brevemente descrito aquí es la plasmación práctica de un proceso que se llevaba ya un tiempo dando y que aún hoy es de gran importancia. Pues el empresario ni siquiera forma parte real de la empresa, ni se encarga de sus asuntos. Lo único que hace es quedarse con el dinero. Así, deja de participar en el proceso económico y productivo. Si antes era “una de las clases más revolucionarias de la historia”, como diría Marx, ahora se sustrae de la economía dedicándose simplemente a “vivir de las rentas”, como tantas otras clases en la historia. De hecho, en muchos casos ni siquiera el accionista mayoritario es de la misma nación en la que está afincada la empresa.
Hoy día la cosa no ha cambiado, más bien todo lo contrario. Su única actividad en el proceso económico es la de atesorar capital. Por poner un ejemplo, los 6 accionistas de la famosa Wall-Mart, que son los 6 miembros de una sola familia, ganan tanto como 90 millones de trabajadores. Su situación dista mucho del de las PYMES, siempre en boca de los defensores del liberalismo. Las grandes empresas son las que más perjudican al pequeño empresario, al controlar los mercados, los precios y los medios.
Pero podríamos pensar que eso no es del todo cierto, pues los grandes empresarios invierten su propio capital y arriesgan su dinero; en eso sí serían emprendedores. No obstante, tenemos que tener en cuenta que si son ellos los que invierten el dinero es porque lo tienen. Porque lo sustraen del proceso económico de la empresa, quedándose con la plusvalía de los trabajadores, sin tan siquiera poner un pie en la empresa. Lo mismo podríamos decir de las expansiones agrícolas llevadas a cabo por los señores feudales. Sí, tales procesos generan beneficios y fueron puestos en marcha por ellos, pero sólo porque ellos controlaban y arrebataban la riqueza así como la producción, al conjunto social.
¡Pero no es cierto que inviertan su dinero! Debido a las cada vez mayores necesidades de recapitalización, los grandes burgueses recurren a la financiación del capital privado. A su vez, los bancos les piden participaciones de sus empresas. Así, el capital financiero va apoderándose del industrial a lo largo del XIX y el XX, haciendo que la economía sea más irreal y cada vez menos útil para las necesidades sociales (pero más para las de los banqueros). Este modelo piramidal, en el que el capital financiero se sitúa en la cima, dominando sobre el resto, ha generado en la actualidad un verdadero imperio económico, militar y político, que incluye tanto a Europa, a Japón, a Canadá y, por supuesto, a EEUU como máximo exponente. Surge así el Imperialismo.
En resumen: los grandes empresarios, ni trabajan ni participan de modo alguno en la empresa, ni tampoco ponen su dinero. Pero ellos siguen manteniendo esa ilusión arcaica de la época dorada de su capitalismo, de cuando realmente eran una clase revolucionaria, pues esto legitima su statu quo, su superioridad como clase. Podemos votar quien nos gobierna, pero no quien controla nuestra economía, que es un producto social, pues es la masa quien actúa, en primera o última instancia, como productor y consumidor. ¿Cómo va a actuar la economía acorde a los intereses de todos, si pertenece a unos individuos que no sólo son ajenos a esa sociedad, sino a su propia economía? No son emprendedores, son parásitos.
Tan grande es la contradicción, que nos acerca más al socialismo, pues los grandes dueños de las multinacionales no ejercen acción real en las empresas, sólo ejercen la propiedad sobre las mismas. Es decir, las empresas, aún en el capitalismo más agresivo, están socializadas en la práctica. En términos económicos tan sólo falta un paso, el cambio en la propiedad, para romper las contradicciones socioeconómicas que genera las crisis y la desigualdad. La economía, aún sin saberlo los “emprendedores”, crea las condiciones idóneas para que se dé la siguiente formación histórica, el socialismo.
Teodoro Santana Nelson
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