Francisco Javier González / Artículo de opinión.- En realidad este análisis tiene un lustro de escrito. Fue publicado inicialmente en “El Guanche” en la página “Con la firma de” que en aquel entonces tenía a mi disposición, página y artículos que un buen día, por el terrible delito de apoyar la manifestación por el Día de la Bandera (23/10/2010) en Aguere de quienes se reclamaban como parte de la izquierda nacional canaria como medio de avanzar en la construcción de la imprescindible organización de esa izquierda anticolonial, me fue suprimida con todos los artículos que contenía y eliminada del periódico. Por ello, al releerlo ahora y darme cuenta de que lo que allí expreso sigue tan vigente como cuando lo escribí –o más aún dado los comportamientos de la autoproclamada como izquierda socialdemócrata- me decido a publicarlo de nuevo sin cambiarle nada más que la fecha.
Este de izquierda versus nacionalismo es un debate interno tanto del nacionalismo como de la izquierda en Canarias que arrastramos desde el tiempo de Secundino y que ahora, por diversos motivos y recientes pronunciamientos periodísticos que mezclan anticolonialismo con furibundo insularismo a parecidas dosis, cuando lo normal en la prensa de estos pagos es solo lo segundo, vuelve a estar en un lugar central del proceso descolonizador, por lo que quiero hacer mi aportación personal al mismo, producto no solo de muchos años de militancia nacionalista de izquierda sino de mi propia reflexión que, como tal, admite –y agradece- cualquier controversia razonada.
“Nacionalismo” es un concepto lo suficientemente distinto de otros como para que sea razonablemente preciso. En mi criterio, y así lo he expresado otras veces, este concepto no está, en absoluto, restringido a su faceta política; trasciende de ella abarcando múltiples y diversas manifestaciones, conformando una cosmovisión que considera que toda una serie de factores han hecho de las naciones entes histórico-sociales-culturales (categorías históricas contingentes) con una existencia real, cuya evolución y devenir las diferencia de otros entes similares de igual categoría. Esta cosmovisión nacionalista, a la vez precisa y oscura, presupone que cada nación, como realidad colectiva y dinámica, es diferente de los individuos que engloba, aunque de hecho y derecho esté conformada por ellos.
No es el nacionalismo la única categoría colectiva con existencia propia y diferenciada. Hay muchas más en función de la variable mediante la que se defina. Como ejemplo valen las confesiones religiosas, los sexos, las lenguas, el hábitat o, incluso, las clases sociales. Desde este punto de vista se puede hablar de “música nacionalista” o de “arte nacionalista” como se puede hablar de “poesía femenina”, “literatura proletaria”, “pensamiento sufí”… pues cualquiera de estas denominaciones encierra una visión de un aspecto social desde una óptica colectiva concreta (femenina, proletaria, sufí...) que trasciende a lo individual, circunscrita eso si, a un determinado momento ya que, al tratarse de realidades inmersas en la historia, son mutables y sujetas a continua evolución y reestructuración, es decir, son en si mismas también categorías históricas contingentes y, como tales, dinámicas. Si pasamos a la vertiente política del nacionalismo, serían “nacionalistas” las formulaciones políticas que plantean que al ser las naciones realidades colectivas, entes colectivos, como tales son también sujetos de derechos específicos que permitan su desarrollo armónico y el diseño de su propio futuro. Para abordar el nacionalismo político tenemos que abandonar la visión generalizante del ente colectivo que es la nación y pasar a una particularizada para cada nación considerada, en nuestro caso concreto la Nación Canaria, donde se plantea como problema central la constitución en el territorio que ocupa –el “territorio nacional”– de un Estado propio, independiente y soberano ya que el concepto de nación política –y por ende del nacionalismo político como herramienta– no es separable de su constitución como Estado. Por ello cuando, en el transcurso de su desarrollo histórico, una nación no se ha constituido como tal estado –las denominadas “naciones fraccionarias” que tratan de segregarse de un Estado constituido– o desaparece, o lucha por constituirlo mediante el ejercicio de la Autodeterminación.
La filosofía política al uso, de raíz fuertemente eurocéntrica, solo considera “Nación política” a las “naciones canónicas” surgidas de la descomposición del Antiguo Régimen por un proceso de holización (analítico y sintético) tras la Revolución Francesa, lo que presupone que no existe la nación política sin la previa constitución del Estado, esto es, que el Estado precede a la Nación y no al revés pero, desde la óptica del colonizado, cuando, mediante la agresión, un Estado constituido, una nación canónica al corte europeo u occidental, invade y coloniza a la población de un territorio fuera del límite natural del estado colonizador y la somete a esclavitud, -como es el caso de la colonización española en Canarias o en América- no se trata del ejercicio de la Autodeterminación de una “nación fraccionaria”, como hemos visto en las segregaciones de naciones canónicas europeas en un proceso de holización analítica sino, pura y simplemente, de llevar a cabo un proceso descolonizador que, con la conformación de su propio estado, haga a la nación colonizada recuperar su lugar en la historia. Por esa razón el nacionalismo canario es anticolonial por excelencia y nuestra exigencia no es la autodeterminación, es la descolonización, y ninguna formación política que se plantee cuestiones como “profundizar en la autonomía” con vistas a una hipotética autodeterminación posterior –tipo CC, NC, CCN…– puede siquiera denominarse como “nacionalista”. Son, en la práctica, colaboradores necesarios para la continuidad de la colonización. Es evidente que al pasar de la visión generalista (nomotética) del “nacionalismo” sin apellidos, a la particular (idiográfica) de cada uno -que significa algo así como pasar de ver el conjunto del bosque a cada uno de sus árboles-, en nuestro caso el del “nacionalismo canario”, necesitamos definir el horizonte político en que se desenvuelve y los parámetros en que ese nacionalismo particular se define. Una primera división del concepto sería, por un lado, los “nacionalismos de expansión u opresión” (nacionalismo imperialista) que pretende imponer una nación determinada y sus intereses sobre otra u otras –visión perfectamente plasmada en el uso del himno alemán por el III Reich “Deustchland, Deustchland, über alles/ über alles in der Welt…”- y por otro el “nacionalismo de liberación”, que pretende lograr que cada pueblo-nación ocupe su lugar en la historia como pueblo libre, sin menoscabo del lugar que ocupe cualquier otro, y ligados todos por el concepto de igualdad entre ellos y, dentro de cada uno, del conjunto humano que los forma, con el criterio expresado ya por Marx al abordar el problema del enfrentamiento entre obreros ingleses e irlandeses por las luchas nacionalistas irlandesas de que nunca será libre un pueblo que oprima a otro. Esta primera –grosera pero fundamental– división del nacionalismo que genera la dicotomía opresión/liberación es con la que tenemos que abordar el nacionalismo canario, que solo puede ser de liberación y enfrentado al nacionalismo español, que sigue siendo hoy, como antaño, un nacionalismo opresor, y no solo con sus ya escasos restos coloniales como Canarias, sino con sus propias realidades nacionales fraccionarias, utilizando a la Constitución como argumento tautológico para justificarlo.
Es justamente esa imbricación del concepto de “igualdad” con el de nacionalismo de liberación lo que hace que, muy al contrario de lo que sucede con el nacionalismo de opresión (imperialismo/colonialismo), no esté en absoluto opuesto a la idea del “internacionalismo”, lo que hace que, bajo esa óptica de “liberación” y como la libertad no admite divisiones intermedias, en su dimensión ética necesite combatir los males que aquejan a las sociedades oprimidas –y a sus individuos– allí donde esa opresión se presente, sea nacional, de clase o individual. Es en este punto donde la disyuntiva liberación/opresión se entrecruza indiscerniblemente con la dicotomía izquierda/derecha que, también a mi juicio, constituyen otra cosmovisión diferenciada que trasciende de lo estrictamente político, categorías históricas contingentes que, como tales, están sujetas al cambio histórico. Justamente por su carácter de “cosmovisión”, encontramos “comportamientos” históricos que pudieran responder al actual concepto de “izquierdas y derechas”. Por ejemplo, Espartaco y los esclavos sublevados se comportarían como la izquierda frente a la República Romana que sería la derecha. Como “comportamientos de izquierda” podemos considerar las rebeliones payesas del sindicato de remesa, los Comuneros castellanos o las revueltas populares de la Aldea de San Nicolás (Artevirgo) o de Vilaflor de Chasna que querían poner un freno a la opresión y explotación, pero no trataban de modificar el orden social existente para sustituirlo por otro que propugnara la IGUALDAD entre seres humanos. No afectaban para nada a las clases sociales dominantes existentes, que es lo que determina un proceso político de izquierda y lo diferencia de lo que vengo denominando como “comportamiento de izquierda”. Incluso la promulgación de la República Catalana en 1640 por Pau Claris en medio de la Guerra dels Segadors, con el tránsito que parecía suponer del Estado monárquico español de Felipe IV a un Estado Republicano, tampoco afectaba para nada la composición de clases y la dominación de la aristocracia catalana, una de las causas de que la efímera República durara menos de una semana: del 17 al 23 de enero en que Pau Claris y la Generalitat, acosados por la revuelta popular contra la propia oligarquía catalana y el ejército español de Felipe IV, proclamó a Luis XIII de Francia como Conde de Barcelona colocando al Principado bajo soberanía francesa, soberanía que ostentó en los siguientes doce años, palpable demostración de que no se pretendía suvertir el orden social de Antiguo Régimen sino el cambio de la autoridad que detentaba el poder.
Capítulo aparte merecen comportamientos como la Rebelión de los Gomeros que se alzan contra el invasor español y Hautakuperche acaba con la tiranía y la vida del falso “Conde” Hernán Peraza (nunca lo fue) en Guahedume, o los de los “Alzados” guanches (“babilones” y “chasneros” posteriormente) que sobrevivieron siglos y que en el verano de 1502 reconstruyen el Menceyato de Abona proclamando a Ichasagua como Mencey, o el episodio de Hatuey o Guamá en Cuba o los de Túpac Amaru II (José Gabriel Condorcanqui Noguera o José Gabriel Túpac Amaru) descendiente del asesinado por los españoles Túpac Amaru I que encabeza la gran revuelta contra los españoles en el Perú de 1780. Aquí, aunque hayan posibles connotaciones del comportamiento de izquierda ya analizado, se trasciende del mismo al colocarse en otra óptica: la de la lucha del colonizado contra el colonizador, y estas luchas anticoloniales son siempre, por su propia esencia, libertarias.
La disyunción Izquierda/derecha, como tal cosmovisión, es forzosamente extensa. ¿Quién puede negar que la poesía de Alberti, de Neruda, de Mahmud Darwish o de Paco Tarajano constituyen parte de una “literatura de izquierdas”, incluso aunque definamos a Darwish como “poeta nacional palestino” y a Tarajano como “poeta nacional canario”, imbricando nuevamente las dos cosmovisiones? ¿No consideramos que la literatura de Camus, de M. A. Asturias, de Guillén Barrús (Luis Rguez. Figueroa) o los cuentos de Secundino Delgado están construidos desde una óptica de izquierdas? ¿El Guernika de Picaso, las fotos de la Guerra de España de Capa, los murales de Siqueiro o la recreación de las torturas de Abu Ghraib de Botero no son “arte de izquierdas”? Aún más, acaso cuando hablamos de las religiones, ¿no colocamos al Opus Dei en la “derecha” –extrema– de la Iglesia Católica y a los Teólogos de la Liberación en su izquierda? Así, cuando Norberto Bobbio nos dice que “El hecho es que izquierda y derecha representan una oposición que quiere decir simplemente que no se puede ser lo mismo de derechas y de izquierdas” no está definiendo a ninguna de las dos, y menos definiéndolas políticamente. Está expresando la realidad de una cosmovisión dicotómica, cuya traslación política será el objeto de una segunda parte, aunque la praxis actual nos indica, ateniéndonos a sus comportamientos, que no es, ni mucho menos, “izquierda” todo lo que se reclama como tal.
Gomera a 4 de abril de 2013
Francisco Javier González
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