Rubén Jiménez "Doramas" * / Artículos de opinión.- La estrategia es una de las mayores disputas que dividen a la izquierda. Unas veces la dividen en el sentido de no encontrar foros de acción común, y otras la dividen en esencia; entre izquierda verdadera e izquierda falsa. Esto ya implicaría que, por falsa, esa pseudoizquierda deja de serlo para convertirse en su único término antagónico, la derecha.
En esta línea sí es muy importante saber distinguir el fondo de dos términos tan sencillos y recurrentes. El fin es lo que define a la izquierda. Solo quienes siguen la igualdad social y el logro de los derechos inalienables de la población frente a los intereses particulares, pueden apropiarse de la bandera de la izquierda. Todo lo demás es derecha, use o no sus siglas.
La forma de conseguir estos fines es lo que puede dar lugar a tendencias, siglas, colores... Pero a veces no basta ni siquiera con ampararse en las formas. En ocasiones hay formas que deben ser complementadas con discursos que no suavicen las ideas hasta diluirlas como un café con leche, que de tanta leche ya pierde el gusto a café.
En estos meses estamos siendo testigos de un levantamiento popular -pacífico, lento, a veces confuso-, que no deja de tener razón en sus reclamos o, al menos, en la mayoría de ellos. Luchan contra un sistema sin enfrentarse a él, y eso puede ser el exceso de leche en esa lucha. La dación en pago, la denuncia de la corrupción, de los sueldos desorbitados, de dietas y privilegios... Es obvio que son males, tumores en esencia. Esta lucha de concienciación puede ser muy útil y de hecho ya es una novedad cuando la calle, esa calle muda, sorda y ciega, hoy habla y cada vez más de asuntos políticos. Incluso a veces se cree un poquito, a penas un poquito más capaz de hacer algo por cambiar las cosas.
Pero quizás no son estos males, tumores que pudren un cuerpo sano. Estamos siendo espectadores del develo descarado de un sistema que es una absoluta putrefacción, donde los tumores son realmente síntomas de una enfermedad incurable. ¿Cuántas leyes hay que cambiar? ¿A cuántos políticos hay que destituir? ¿Qué partidos auditar? ¿Cuántos cargos justificar? Si hacemos todo esto, ¿qué nos queda sano? Falta un dedo acusador en estas luchas populares (sobre todo mediáticamente populares), que señale directamente al sistema CAPITALISTA como culpable de la situación. Un sistema en el que existió y existen privilegiados que viven con riquezas ingentes. Esas riquezas, por su naturaleza deben crecer y crecer, y para que eso ocurra debe haber una devaluación en la calidad de vida de otros; de la clase netamente explotada, y esa otra explotada de manera encubierta que se dio en llamar "clase media" por poder consumir adquiriendo deudas. Sin identificar el problema, sin ponerle rostro, difícilmente sabremos contra qué luchamos. Quitamos un político para poner otro, como si este sistema no lo convirtiera en uno más potencialmente corrupto. ¿Qué diferencia habría? ¿Y la dación en pago? ¿Se acabaron nuestros problemas con la pérdida de "solamente" nuestra vivienda? Definitivamente NO. Nunca se cierra una herida abierta a base de tiritas, y en este caso ya no nos queda sino amputar, con el optimismo de que las células que crean un tejido social se pueden regenerar constantemente, y los miembros volverán a salir sanos.
Es probablemente la lucha más dura que nuestra memoria recordará en carne propia, pero no hay más garantía para un cambio verdadero y para una participación directa en la toma de decisiones. Combatir cada mal y seguir ahondando en el combate con la vista fija en el origen de nuestros problemas. Cuando nosotras, las personas, seamos más importantes que el interés particular de quienes manejan nuestros destinos; y cuando nuestros destinos sean manejados por nosotras, las personas; solo entonces podremos hablar de cambios.
Rubén Jiménez "Doramas".
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