Eloy Cuadra Pedrini / Artículo de opinión.- Obligado me veo a continuar con el análisis de lo que está dando de sí mi último artículo, “Políticos y colectivo sociales: mala mezcla y ninguna revolución”, en el que básicamente planteaba lo malo que es hoy, en el estado actual de la situación, mezclar a los colectivos sociales con los partidos políticos. De momento, calificativos de iluminado de la antipolítica me llegan, aparte de situarme ideológicamente en la ultraderecha opresora y amenazarme con llevarme a los tribunales por ese mismo artículo. Curioso cuando no hay insulto personalizado alguno ni nombre –salvo los calificativos más generalistas hacia la clase política–, sólo análisis de hechos y situaciones. Y es ahí precisamente donde encuentro yo el error de todo este enredo, y es de eso de lo que quiero hablar hoy, a ver si es posible que me entiendan –y lo entiendan– los que tan enfervorizadamente me critican y satanizan.
Y es que en mi opinión, la clave está en saber diferenciar los dos planos del discurso, sin confundirlos, sin pasarse de uno a otro apresuradamente. Uno es el plano metodológico y otro es el plano emocional. En el plano metodológico, donde deberían quedar todas estas disputas, se pueden manifestar disensos, disensos que no radican en el fin, compartido en este caso, pero sí se dan en la forma de llegar a ese fin o meta, en el método, por tanto. Así, los que luchamos por un mundo mejor que este, menos injusto, menos cruel, más igualitario, podemos disentir en las formas, podemos entender que el camino debe ser este y no aquel, y entrar por ello en disputa, en discusión o en polémica con el resto de interlocutores, y estará bien, porque peor sería que todos pensáramos igual: dogma, pensamiento único, aburrido, horror, nada enriquecedor. Estará bien porque más allá de las diferencias grandes o pequeñas en la manera de hacerlo, todos los interlocutores de este debate queremos llegar al mismo punto y luchamos por lo mismo, dicho de otra manera, no somos enemigos, nosotros somos de los buenos, luchamos juntos si es posible o separados si no se puede, pero siempre deseándonos lo mejor, porque el éxito de uno es también el éxito de los otros.
El problema surge cuando tenemos tanto apego a nuestra manera de ver las cosas que de repente aparece alguien con un discurso algo distinto, y en lugar de pararnos a revisar nuestro discurso por si acaso estuviéramos equivocados, dejamos entrar a la emoción, a la simpatía, o en este caso a la antipatía, nos ofendemos, dejándonos llevar por las pasiones tristes –como diría mi venerado Spinoza– hasta caer en el plano emocional, el personal, el emotivo, en el que pronto aparece el fervor, el acaloramiento, el rencor y hasta el odio más exacerbado. Y esto es justo lo que les pasa a muchos de ustedes hoy conmigo, se salen del plano metodológico para caer en el plano emocional, el de las pasiones, las pasiones tristes, que sólo menguan nuestra potencia de obrar. Y la peor consecuencia que puede tener este cambio de plano en el discurso social, es que transformamos a nuestro díscolo interlocutor, ese que hasta entonces era un compañero de luchas con unos métodos algo distintos, en nuestro enemigo más acérrimo, capaz de focalizar el odio más grande.
Y esto y no otra cosa es lo que estoy sintiendo y sufriendo yo en los últimos días por expresar diferencias de parecer y forma en el plano metodológico, con unas personas a las que a pesar de todo aprecio, por haber compartido momentos de lucha, por compartir también el objetivo final. Así, estoy teniendo que soportar que me acusen de antipolítico al estilo del analfabeto político de Bertolt Brecht, y tiene guasa la cosa, cuando casi he hecho un master en políticas sociales y derechos humanos con todo lo que llevo viendo y viviendo, y denunciando en los últimos diez años, en inmigración primero y en precariedad social después, por no hablar de la batalla política que dimos unos cuantos hace años con ese no partido llamado Ciudadanos en Blanco, antecedente de lo que hoy es un fuerte movimiento por el voto nulo activo. Y me colocan en la ultraderecha más opresora por autodefinirme como antipolítico, sin caer en la cuenta de que mi anti- no lo es contra la política, ni mucho menos contra la democracia, lo es contra los políticos que tenemos hoy, para mí, y para muchos, totalmente desacreditados, los de los partidos mayoritarios por estar vendidos al poder económico, los nacionalistas por ser poco solidarios y en algunos casos hasta excluyentes, y los minoritarios –llámese IU, Sí se Puede, Equo, y otros tantos– por ser demasiado blanditos a mi gusto, tal como están las cosas hoy. Y así, llegan al extremo de acusarme de insultar a la memoria de los que dieron su vida por la democracia y las luchas sociales desde la izquierda en el pasado, cuando, nada más lejos de la realidad, y lo que en verdad hago es invocar a esos de la izquierda en sus orígenes. Porque, no lo olvidemos, la izquierda política nació en Francia hace ya algunos siglos, y si mal no recuerdo eran revolucionarios auténticos que no se cortaban en alzarse en armas contra el que hiciera falta, hasta pasar por la guillotina a algún rey. ¿Dónde está esa izquierda hoy, cuando no salimos del folklore y el panfleteo más rancio? Y no digo que haya que usar las armas, quemar coches, levantar barricadas o cortar cuellos, aclaro esto no vaya a ser que me caiga otra denuncia, pero creo que nuestra mala democracia nos ofrece todavía mucho campo de lucha sin utilizar, ni desde los colectivos sociales, ni mucho menos desde los que se dicen de la auténtica izquierda.
No hay duda pues de que mi discurso no es de los dominantes, pero, no se confundan, enmárquenlo en el plano metodológico e intenten mantenerse en él, sin rencores, sin odios, sin acaloramientos, dejando el plano emocional para otros momentos más graves que seguro llegarán, contra los que son en verdad los enemigos, que no soy yo en absoluto. Es más, por no ser no soy ni un actor principal, soy un actorcillo secundario de un archipiélago perdido en el Atlántico –y pronto, a razón de la que me está cayendo puede que no sea ni eso–, donde por desgracia todavía somos casi todos actores secundarios enfrascados en nuestro micromundo de fantasía mientras son otros los que nos manejan desde arriba. Ojalá, y acabó con un deseo, podamos ser en Canarias pronto, muchos de los que hoy discutimos, actores principales de nuestro destino como pueblo. Entonces, espero encontrarme con todos ustedes y que me hayan perdonado ya, por ser y pensar algo diferente a la mayoría.
Eloy Cuadra Pedrini
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