Eloy Cuadra Pedrini / Artículo de opinión.- Acaban las Navidades y acaban con ellas las maratones solidarias de comida, juguetes y demás muestras de caridad cristiana disfrazadas de solidaridad. Acaban, y lo hacen con muy mal sabor de boca, al menos para mí, después de ver cómo se iba al traste el proyecto social en el que he puesto tanto en estos dos últimos años, haciendo malo el dicho de “haz el bien y no mires a quien” tras comprobar lo difícil que es ayudar a la gente. Difícil para el que recibe y difícil también para el que da, desde el instante en el que se pierde en la relación la igualdad a favor de uno u otro cuando ambos son en apariencia iguales.
Me explico, y partimos de la base de que en una relación solidaria justa ambos extremos han de relacionarse en igualdad siempre que se den las condiciones, sin que uno esté por encima y el otro por debajo o viceversa. Así, la persona que recibe la ayuda, no debe, aún estando en precario, mostrarse doliente o dando pena a propósito porque con esa postura se humilla y rebaja en dignidad, tampoco debe aceptar la ayuda como limosna de cualquier manera, porque también de esta forma se humilla y rebaja. Y alguno en este punto dirá: “qué fácil es la teoría, pero el hambre es muy fea”. Cierto, a veces dando pena o rebajándose se consigue despertar el corazón del que tiene para que de algo; pero advierto: esa conducta, prolongada en el tiempo acaba llevando a la persona precaria hasta un extremo en el que la humillación se hace norma, y en ocasiones terminan por olvidar que un día fueron personas con dignidad y derechos y nunca más vuelven a levantarse. En el otro extremo están los que reciben ayuda y se acomodan, y acaban por hacer esclavos suyos a los que les dan, convirtiendo la relación solidaria en una obligación, un compromiso o una carga para los donadores y haciendo de los receptores casi unos déspotas que piden y piden y en ese continuo pedir olvidan que también pueden valerse por si mismos sin necesidad de estar siempre dependiendo de otros. Muestras de esto último lo he vivido en familias que se pasan la vida tocando a la puerta de los Servicios Sociales Municipales, de las ONG y de las plataformas ciudadanas, esperando a que sean otros los que solventen sus problemas, olvidando así que los seres humanos también tienen algo que se llama orgullo, y amor propio, y coraje, y rebeldía, y fuerza interior, y al final siempre la misma palabra: dignidad. Si bien en este punto cabría una matización, dado que en la actualidad, en Canarias al menos, es verdaderamente complicado para una persona sin formación encontrar una salida laboral digna que le permita salir del círculo de la caridad. A todos los que están en esta situación les pido que no se enfaden conmigo, que entiendan aquello de que “en el término medio está la virtud” y cambien un poco la postura de la mano, de abierta y extendida para pedir, a cerrada y con el puño en alto para luchar.
Una matización más, en cuanto a la relación de igualdad entre el que da y el que recibe. Había dicho que debe ser así siempre que se den las condiciones, pero hay excepciones: con el niño que sufre, con la mujer maltratada y sola, con el anciano desvalido y con el extranjero al que persiguen desposeído de todo derecho. En todos estos casos la relación de solidaridad deja de ser horizontal, debiendo los que ayudan mostrarse solícitos, generosos, por debajo, y ahora sí obligados, ante la extrema vulnerabilidad de nuestros sufrientes interlocutores.
Visto esto pasamos ya a la parte que más me indigna y enoja, la que concierne a los que ayudan y que con mucha asiduidad piensan que basta con dar algo a alguien para hacer el bien. Primer y generalizado error en la gente que se cree solidaria: olvidarse de la igualdad en la relación poniendo por debajo al que recibe. La asimetría en este caso implica que rebajemos en dignidad a la persona a la que damos, dando entrada a humillaciones de muy variado calibre, entendiendo que la persona por el simple hecho de ser precaria debe aceptar cualquier cosa que le demos y de cualquier manera. Ejemplos de esto lo vemos muy a menudo, por desgracia, en Tenerife. Lo vemos en algunos comedores sociales, donde se rebaja la calidad de la comida y se las sirven de mala manera, casi como si les estuvieran haciendo un favor, con desprecios y malas palabras que no hacen más que humillar a una persona ya de por sí humillada por tener que recurrir a la caridad. Lo vemos en las comidas que se reparten en muchas ONG, en ocasiones pasadas de fecha, con malas formas, haciéndoles pasar largas colas en plena calle hasta de madrugada. Lo vemos también en los Servicios Sociales de los Ayuntamientos, donde en más de una ocasión los trabajadores olvidan el trato que han de dar y caen en los mismos desprecios, negativas y malas palabras para con personas a menudo muy machacadas por la vida. Y lo he visto especialmente en estas Navidades, y me ha resultado especialmente indignante y me ha dolido mucho, cuando se han organizado maratones solidarios de juguetes para niños de las familias precarias con el patrocinio de ONG y Ayuntamientos sin reparar en que lo que estaban dando eran artilugios inservibles, muñecos rotos y polvorientos, balones pinchados y otras baratijas que no merece recibir ningún niño por muy pobre que sea su familia, lavando así las conciencias y limpiando de paso los trasteros de manera muy fea. En todos estos casos, los que dan, al perder la relación de igualdad y presentarse por encima de los que reciben, están faltando a la dignidad de las personas a las que pretenden ayudar, entonces, la solidaridad deja de ser auténtica solidaridad para pasar a ser otra cosa.
Y queda para el final mencionar, ya que hablamos de maratones solidarios, el efecto perverso que generan estas multitudinarias muestras de solidaridad que en apariencia están muy bien por la cantidad de comida y generosidad que mueven, que en tiempos de carestía son de agradecer pero acaban por tapar otras muchas miserias. Me refiero a las colectas solidarias de comida organizadas a gran escala, con patrocinios de medios de comunicación, Administraciones Públicas, empresas e importantes ONG, con records de recaudación que acaban en una autocomplaciente sensación de que todo está bien y gracias a la solidaridad de la gente se soluciona el hambre, sin escatimar en premios y alabanzas a organizaciones como Cruz Roja, Cáritas o los Bancos de Alimentos, cuando, salvando el hecho de que con estas colectas se lleva algo más de comida a la mesa de nuestras familias, también dan lugar a mucha picaresca y en realidad no son más que interesadas cortinas de humo con las que nuestros políticos y gobernantes tapan su desastrosa gestión para seguir disfrutando de su privilegiado estatus, perpetuando al tiempo las desigualdades y la miseria entre la gente.
Y así llegamos al término de esta reflexión mía, de la que podemos concluir como empezamos, que no es fácil ser solidario y hacerlo bien. En este punto, si algún lector o lectora se está pensando esto de ser solidario, adelante le diría, llévale pan al que no tiene, no olvides mantener la relación en igualdad como te he contado, pero convéncete y convéncelo, de que no cambiarán las cosas si no sois solidarios también con los que luchamos por un mundo más justo e igualitario, donde, habitualmente somos por desgracia muy pocos.
Eloy Cuadra Pedrini.
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