José Enrique Centén Martín / Artículo de opinión.- Al tacharnos de marxista de forma peyorativa, pretenden estigmatizarnos ignorando su concepto filosófico real, es de los pocos casos que una sola palabra se utiliza para confundir o desprestigiar un todo. No así el término Capitalista, ostentado por una minoría, las grandes fortunas, cuyo significado es meta y envidia de muchos, Capitalista, Fuerza de Trabajo y Plusvalía son la base de la filosofía marxiana.
Marxista es el que comparte en lo fundamental un determinismo mecánico basado en la confrontación de intereses entre clases sociales a lo largo de la historia de la humanidad, una para vivir dignamente con su trabajo, frente a otra que pretende obtener el mayor beneficio de la primera. Capitalista es el que invierte en dos mercancías: Fuerza de Trabajo o salario (variable) y Materia Prima utilizada (constante), dependiendo de la variabilidad de los salarios así será la Plusvalía que genere el Capital, esa plusvalía no es del trabajo realizado por el patrón, sino del trabajo realizado por sus asalariados.
Karl Marx lo expresó de la siguiente manera: Capital es aquel que puede utilizarse como afán de lucro, la inversión del Capital sobre un objeto solo se fundamenta en obtener beneficios para aumentarlo o al menos conservarlo, siendo su finalidad el enriquecimiento.
La crisis actual tras el periodo de bonanza de la Globalización que provocó especulación, burbujas inmobiliarias, enriquecimiento súbito, aparición de Capitalistas en aquellos países donde la llevaron, llamándolos Economías Emergentes y cuya consecuencia fue: la compra de negocios por esas economías emergentes, reducción en las plusvalías, encarecimiento de las materias primas, escasez de mercados…. Para paliar el desajuste creado, promueven por medio de sus representantes, “no los nuestros aunque les votemos”, una Reforma Laboral restrictiva con el fin de equiparar las Fuerzas de Trabajo de ambos mundos Capitalistas, para mantener sus plusvalías.
Reformas globalizadas desde los supra parlamentos existentes como son; MEC, MERCOSUR…, y un segundo frente de batalla, hostigar y desprestigiar a los Sindicatos para que no exista un criterio común en defensa de los trabajadores, creando sindicatos locales, independientes, por empresas, sin ninguna fuerza representativa general, sólo particular para se fácilmente controlables.
Durante el siglo XVII en plena esclavitud el amo (capitalista), tenía dos tipos de esclavos para su enriquecimiento, los que vivían bajo su techo y mejor alimentados (los políticos actuales), verdaderos estómagos agradecidos, y los que trabajaban la hacienda de sol a sol, siempre fustigados por el látigo para aumentar la producción (los asalariados). Cuatro siglos después han variado las formas, no el fondo, los Capitalistas siguen enriqueciéndose, teniendo a sus estómagos agradecidos, los representantes políticos (siervos de élite), y por otro lado los asalariados que venden su fuerza de trabajo a cambio de dinero, al capitalista de turno. El látigo de antaño ha sido sustituido por las reformas laborales, y estratagemas para restar la fuerza colectiva frente al Capital, los Sindicatos como referente en esa confrontación de intereses, ese látigo es la actitud auspiciada por la mayoría de los partidos políticos, abogando en favor del Capital, partidos que no tienen o han eliminado cualquier referencia a esa confrontación de intereses en sus estatutos, indicativo de nula confrontación y claro servilismo hacia el Capital, partidos que se tornaron o llaman socialdemócratas, cristianodemócratas, populares, demócratas a secas…, maquillaje para confundir al electorado, todos en oposición al resto de la población, al condenarla con un sueldo para mantener el mercado o, cercano a la pobreza y sin acceso a él, solo para su subsistencia, siendo estos sueldos la variable en la obtención de la plusvalía capitalista, regulada por sus siervos preferentes, la clase política, mediante el subterfugio de las promesas electorales cada cierto tiempo, procurando que los partidos de los trabajadores (Sindicatos), estén sin representación parlamentaria.
José Enrique Centén Martín
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