Josep Maria Antentas(*) / Artículo de opinión.- Aunque algunos pronósticos aún eran más sombríos los escuálidos 523.333 votos (14'6%) del pasado 25N pocas alegrías pueden deparar a la dirección del PSC a quien al pésimo resultado a duras penas disimulado se le ha añadido una “Operación Mercurio” que amenaza en hundir, un peldaño más (¡y ya van muchos!), a un partido cuesta abajo desde hace más de una década.
El 25N marca el punto más bajo de una larga trayectoria declinante en la política catalana desde que alcanzara su cénit en 1999 con 1.183.299 votos (38’2%): 1.031.454 (31'2%) en 2003, 796.176 (26'8%) en 2006, y 575.233 (18'38%) en 2010. Sin olvidar sus malos resultados en las municipales del 22M y las generales del 20N. No estamos ante un mero fenómeno coyuntural, sino ante una tendencia de fondo fruto de su falta de credibilidad tanto en el terreno nacional como en el social, tras las dos legislaturas de gobierno Tripartit y los dos gobiernos Zapatero.
En el ámbito nacional su forzado “federalismo” y su tíbia, desganada y ambigua aceptación de un “derecho a decidir” desmentido a diario por el PSOE, más que en un supuesto punto de equilibrio “sensato” entre posturas extremistas, como su campaña electoral predicaba, lo sitúa de facto en tierra de nadie. Demasiado para algunos, que prefieren a Ciutadans en nombre de la defensa de la unidad de España, demasiado poco para otros, que migran hacia una ERC que aparece como una alternativa catalanista progresista más consecuente.
En el terreno social carece de credibilidad como alternativa de izquierdas portadora de otro modelo de sociedad, tras largas décadas de conversión al social-liberalismo (y al liberalismo “a la Maragall”) primero y, después, de su aceptación sin matices de las políticas de austeridad impuestas por la Troika. Al igual que con Rubalcaba a escala estatal las superficiales críticas de Navarro a los recortes de CiU ni plantean una agenda global distinta de gestión de la crisis ni son percibidas como sinceras y reales. ¿Alguien duda de que un gobierno del PSC (o del PSOE a escala estatal) recortaría por igual?
El problema de fondo es que ninguna de las dos sensibilidades en lo nacional del PSC, la catalanista y la más ligada al PSOE, presenta ninguna diferencia sustantiva en lo social. Ambas son responsables del credo social-liberal del partido y de su presente pro-Troika. Un PSC catalanista sin credibilidad como proyecto de izquierdas, cortado de su base obrera y popular en la periferia de Barcelona y sin vínculos reales en los barrios, no tiene ninguna posibiliad de discutir, convencer y mantener a su base social castellanoparlante sensible a la demagogia de Ciutadans. Quienes buscan superar la crisis del PSC sólo planteando un perfil más catalanista y postulando una defensa clara del derecho a decidir y de la convocatoria de un referéndum, aunque van en la buena dirección en el terreno de la cuestión nacional, olvidan que sin un contenido de izquierdas claro el PSC nunca podrá recuperar la credibilidad perdida. Precisamente, aparecer como un instrumento útil para la mejora de las condiciones de vida concretas de los trabajadores y sectores populares con menos identificación con la revindicación nacional catalana ha sido la condición histórica de la izquierda para atraerlos al catalanismo.
El PSC es un fiel reflejo, aunque en un contexto político particular en el que la cuestión social y la nacional vertebran el debate político, de la crisis en que se encuentra sumida la “socialdemocracia” europea quien, tras decenios de adaptación al social-liberalismo en los ochenta, noventa y dos-mil, aparece hoy com una corriente sin ningún voluntad de transformación social y sin otra receta ante la crisis que aplicar los dictados del poder financiero en un momento donde éste sacrifica sin piedad los intereses de la mayoría de la población para salvarse a sí mismo. En los países de la periferia la socialdemocracia (PASOK, PSOE, PS...) ha colaborado activamente en la aplicación de las medidas de ajuste. En Alemania el SPD no cuestiona tampoco, de forma real, la austeridad de Merkel ni el relato oficial de la crisis que culpabiliza a los “trabajadores del sur”. No podría descartarse que en un futuro una mayoría socialdemócrata en los países claves de la UE pudiera plantear alguna ligera variación o “respiro” a los países en peor situación y optara por abrir un poco la válvula para soltar vapor con el objetivo de paliar el agravamiento de las tensiones sociales, pero difícilmente habría ningún cambio serio de rumbo. En Francia y fuera de ella, a pesar de toda la pompa mediática, las expectativas con Hollande, para quien ingenuamente las tuviera, han quedado rápidamente defraudadas y, a pesar de todas las promesas electorales, el presupuesto de su gobierno mantiene el compromiso con las políticas de austeridad (reducción del déficit del 4'5 al 3% el próximo año y al 0% el 2017) y apoya el pacto fiscal a escala europea.
En la Europa mediterránea la crisis de la socialdemocracia, quien tuvo un rol clave en la formación de los regímenes postdictatoriales en los años setenta en Grecia, Portugal y el Estado español, adquiere una intensidad cada vez mayor aunque con grados diferentes. Una crisis que no es sino un componente de la erosión más general del orden político establecido entonces. En Grecia el PASOK ha sido destruido y sus intenciones de voto están por debajo del 10%. En el Estado español el PSOE, aunque en una posición menos débil, no remonta en las encuestas ni capitaliza el desgaste del gobierno derechista del PP y, al contrario, pierde apoyo electorales y credibilidad social a marchas forzadas. En Portugal el PS conserva una cuota electoral importante y capitaliza en cierta forma el desgaste del gobierno conservador de Passos Coelho combinando un radicalismo verbal hipócrita contra los recortes y un apoyo de fondo a las políticas de austeridad. Pero todo apunta a que cuando el maltrecho Passos Coelho caiga el PS tendrá que comprometerse de nuevo en la gestión de la austeridad, ya sea en un gobierno de unidad o bajo otra forma, que lo desgastará irremediablemente.
Donde los partidos socialistas han sido responsables de las políticas de austeridad pagan un precio político enorme, entrando en contradicción y en colisión frontal con su base social. Es verdad, sin embargo, que en algunos países clave (Gran Bretaña, Alemania...) son el único recambio disponible a los gobiernos conservadores hoy existentes y que cuentan todavía con una cuota importante de apoyos electorales en la mayoría de los países europeos, así como fuertes aparatos político-electorales, resortes en algunos sectores de la sociedad y en los sindicatos, y el control o afinidad con medios de comunicación. No podemos dar a los partidos socialistas por muertos y enterrados, ni pensar que estén absolutamente desprovistos de capacidad de maniobra para salir a flote en el último minuto, pero lo cierto es que hoy la “socialdemocracia” europea aparece como una corriente históricamente agotada y sin proyecto. Su “carrera hacia el fondo” avanza inexorablemente.
Al PSC, incapaz de ofrecer una propuesta política doblemente creíble en el eje social y en el nacional, cada vez le quedan menos frenos para activar en su descenso hacia el “infierno PASOK”. Un hundimiento que, vista su trayectoria pasada y presente, desde la izquierda anticapitalista sólo podemos celebrar. Sin ser condición suficiente, el descalabro de la “socialdemocracia” (bueno, de quien ha encarnado históricamente este espacio aunque contenido y etiqueta hayan quedado muy disociados) es condición necesaria para romper el bipartidismo y la alternancia y levantar una nueva alternativa de izquierdas y de ruptura que pueda llegar a ser mayoritaria.
Artículo publicado en MásPúblico, 08/12/2012
Josep Maria Antentas, profesor de sociología de la UAB.
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