Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- Contaba Isaac Asimov que en una de sus conferencias, tras haber explicado que dentro de 5.000 millones de años el sol se expandiría acabando con la vida en la Tierra, uno de los asistentes pidió la palabra acongojado:
- ¿Dentro de cuando dice usted que acabará el mundo?
- Dentro de 5.000 millones de años- respondió Asimov.
- ¡Uf, menos mal! ¡Había entendido 5 millones de años!
Vacunados por los sucesivos anuncios del fin del mundo a fecha fija, lo cierto es que este mundo que conocemos llega a su fin. El mundo capitalista ya no da más de sí, salvo más sufrimiento, más guerra, más hambre y más destrucción del medio ambiente.
Al igual que a los mayas les llegó el fin de su mundo, y no por acción de los dioses sino de los conquistadores españoles, las sucesivas sociedades humanas, construidas sobre la explotación de unos hombres por otros, han ido desapareciendo. Los imperios esclavistas, que duraron miles de años. La sociedad feudal, que se consideraba eterna, así en el cielo como en la tierra. Y ahora el capitalismo, que quiere hacernos creer que es la expresión suprema de la organización social.
Todas las anteriores han caído estrepitosamente, en medio de crisis irreversibles, guerras, revoluciones, sangre y padecimiento humano. Cierto que el capitalismo es el sistema que ha alcanzado los confines del planeta, un nivel de universalización nunca visto antes. Por eso su colapso está siendo más difícil y más aparatoso. Y también es muchísimo mayor el nivel de sufrimiento que conlleva.
Para las 40.000 personas que mueren diariamente por hambre o por causas derivadas de ella (25.000 de las cuales son niños), el fin del mundo llega cada día. Como llega para quién se suicida ante el desahucio de su casa o ante la imposibilidad de encontrar un trabajo que le permita alimentar a sus hijos. Otros en cambio viven como reyes, en el lujo y el sibaritismo, con tanto dinero que aún en mil años no podrían gastarlo todo.
Ya se sabe: hay comida, medicinas, escuelas y hospitales para todos, menos para la inmensa humanidad. El capitalismo ha conseguido la mayor capacidad técnica y productiva de la historia humana pero, a la vez, ha provocado la mayor miseria y el mayor sufrimiento.
Adoctrinados por los medios de comunicación de la burguesía, nos habíamos llegado a creer que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Tenemos la inercia de los primates de resistirnos a los cambios. Buscamos la comodidad, el que otro se encargue de las tareas desagradables. Pero esta es la época que nos ha tocado vivir, y nadie va a apartar de nosotros este cáliz.
Dice una maldición china: "ojalá vivas tiempos interesantes". Y vaya que si los vivimos. Este viejo mundo de los “mercados”, en el que el hombre es el lobo para el hombre, se está viniendo abajo rápidamente. Por todas partes se resquebrajan sus costuras. Lo malo, como siempre, es que se nos cae encima.
El viejo régimen ya solo puede ofrecer promesas ilusorias de "brotes verdes" venideros, contrapuestos a su agonía real, especialmente aguda en sus centros de poder, los países imperialistas más desarrollados. Pero los tiempos nuevos brotan por doquier, en Asia, en América Latina, en África.
Vivimos en la paradoja de todo final de época: el viejo sistema no termina de caer y la nueva sociedad aún no tiene la fuerza suficiente para imponerse. Dicho de otra forma: este sistema de injusticia y dolor puede agonizar aún por siglos, en medio de terribles estertores por los que pagaremos un alto precio como seres humanos.
O podemos arremeter contra él y demolerlo, haciendo más corta la era de la explotación.
Teodoro Santana
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