Francisco González Tejera / Artículo de opinión.- De madrugada, horas antes del alba llegaban los camiones repletos de hombres y mujeres encadenados, con las heridas en carne viva de la tortura y los golpes de los falangistas, guardias civiles y militares sublevados contra la legalidad democrática republicana. Aquel vehículo subía lento por la carretera de tierra, solo se escuchaba el ruido de un motor cascado y el canto de los alcaravanes aterrorizados al percibir tanto odio. Traían republicanos de Agaete, de Galdar, de Guía, de Moya, de Arucas, de San Lorenzo, de Telde y de otros puntos de una isla masacrada por el terror fascista. Los llantos y ruegos de algunos de los cautivos no servían para nada, eran contestados con culatazos, patadas, puñetazos e insultos. Otros pedían por sus hijos que desde aquella noche quedarían huérfanos, sin los ingresos del cabeza de familia asesinado. Algunas mujeres vejadas, violadas por aquellos seres aberrantes parecían aguantar mejor el dolor, las sogas de pitera que casi cortaban las venas de sus muñecas. Todo terminaba en aquel recorrido de la muerte mientras avanzaban hacia él negro agujero, un lugar silencioso que olía a mar y romero, cabizbajos y a golpes andaban hacia la inevitable caída a lo más profundo de la Sima de Jinámar.
Un genocidio orquestado por la oligarquía, la patronal y la Iglesia Católica, aliada con la escoria de lo más lumpen de un ejercito traidor a la democracia, donde participaron activamente en las “brigadas del amanecer” los hijos de los burgueses y terratenientes tomateros, tabaqueros y plataneros de la época. Los mismos que años antes de la libertaria República seguían practicando el derecho de pernada sobre las mujeres, los abusos a menores, el robo de propiedades, el secuestro de la identidad del pueblo canario.
Esta masacre sin precedentes desde la sangrienta conquista del archipiélago, terminó con lo mejor de nuestra gente, con dirigentes obreros, con intelectuales, artistas, médicos, profesores y otros profesionales comprometidos, defensores de los sectores más desfavorecidos de una sociedad empobrecida y esclavizada por una monarquía corrupta. Acabaron en pocos meses con la vida de miles de personas solo por sus ideas, en unas islas sin resistencia armada al golpe, un pueblo pacífico que sufrió todo el odio de clase de esta gentuza del yugo y de las flechas.
Con los años la Sima de Jinámar ha sufrido todo tipo de expolios, desde cargas de dinamita, vertido de escombros, extracción ilegal de áridos, desaparición de huesos de las víctimas y otras acciones encaminadas a borrar los restos de los crímenes. Han tratado los asesinos y sus herederos actuales de tapar sus horrendas acciones, cubrir bajo un manto de olvido la tremenda masacre sobre nuestro pueblo, las torturas, las vejaciones, las violaciones y los abusos que cometieron amparados en el establecimiento de un régimen represor, que acabó con las esperanzas de millones de ciudadanos del estado español, que veían en la República una oportunidad histórica para avanzar hacia una verdadera democracia popular y representativa.
En la actualidad la Sima de Jinámar solo es recordada por las organizaciones de la izquierda revolucionaria, que cada año organizan el 1 de noviembre un acto homenaje a los desaparecidos por el franquismo en Canarias, por colectivos como la Asociación de Vecinos de Jinámar o personas como el investigador, Jesús Cantero Sarmiento, que ha desarrollado un trabajo extraordinario de recuperación de toda esa memoria perdida y secuestrada.
La administración pública está permitiendo su destrucción aunque esté declarada Bien de Interés Cultural (BIC), por su entorno proliferan las extracciones de material volcánico destinado a la construcción. Los especuladores, algunos familiares directos de los asesinos, no saben de valores solidarios, de democracia, de dignidad, de respeto a las familias de las víctimas del franquismo. Su único objetivo es ganar dinero a costa de lo que sea, incluso de la destrucción de un territorio protegido por sus valores ambientales, antropológicos y culturales.
Destruyen la Sima de Jinámar con la complicidad de estamentos públicos como el Ayuntamiento de Telde, el Cabildo de Gran Canaria y de un Gobierno de Canarias que a estas alturas de la historia todavía no ha condenado en su parlamento al franquismo. Ya han desaparecido a pocos metros de este símbolo de nuestra historia montañas enteras, yacimientos arqueológicos de los antiguos canarios, flora protegida de incalculable valor biológico, resultando desolador contemplar la devastación de un territorio sensible al corazón de nuestro pueblo, que como en ciertos lugares de la represión nazi en Alemania debería ser un espacio para el recuerdo, para la solidaridad, para el homenaje a quien entregó su vida por la democracia y la libertad, sobre todo un lugar para que las generaciones futuras no cometan los mismos errores de sus antepasados, con la idea de que no se vuelvan a repetir hechos tan execrables que deben avergonzar a todos los pueblos de la Tierra.
Resulta paradójico que los actuales dirigentes políticos de unas instituciones canarias y estatales supuestamente democráticas sigan “tapando” intencionadamente el terror fascista: ¿Tienen algo que ver con los asesinos franquistas? ¿Temen que se descubra toda la verdad de los crímenes? ¿O acaso son presuntos testaferros de los millonarios herederos de unos asesinos sanguinarios?
La historia más negativa de la humanidad, los genocidios, las heridas abiertas que no se cierran están inevitablemente condenadas a repetirse. Da la impresión de que vamos por ese camino en unos momentos de brutal represión sobre la clase trabajadora, de recortes sociales salvajes para beneficio de la mafia financiera internacional, de pobreza, de niños bajo el umbral de la pobreza, de corrupción política, privatización y saqueo de todo lo público, de desempleo masivo, de brutales desahucios de sus viviendas de familias humildes, de suicidios (9 por día) de personas presionadas, desesperadas y humilladas por un régimen insensible, que no respeta los valores democráticos y constitucionales, condenando a su pueblo a la miseria y el hambre.
La Sima de Jinámar sigue resistiendo también en estos tiempos el embate del nuevo fascismo neoliberal, si se visita de noche se puede escuchar el silencio, se percibe la energía, él sufrimiento y en algunos momentos mágicos, algo parecido a gemidos confundidos con el viento libre que entra y sale de este emblemático tubo volcánico.
Los desaparecidos nos esperan "concertados", "desconcertados" y claman desde ese lugar perdido en el espacio y el tiempo, para que nos unamos y rescatemos toda esa memoria necesaria, que su muerte no haya sido en balde, que este lugar perdido entre montañas nos sirva como referente de lucha fraternal y solidaria por un mundo mejor.
Francisco González Tejera
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