Eloy Cuadra Pedrini / Artículo de opinión.- Será porque lo dice el último barómetro del CIS –la clase política es el tercer problema en preocupación para los españoles, y subiendo–, o porque lo dice el juez Pedraz –la clase política está en decadencia–; será por la corrupción política, por los privilegios, porque apoyan a los bancos y abandonas a los ciudadanos; será porque son más falsos que un billete de 30 euros, o será por la falta de soluciones reales ante la crisis. Sin duda que por todo eso es, y por mucho más. Pero, para afirmarme en semejantes evidencias no hacía falta escribir un artículo, ya que todos a estas alturas nos hemos dado cuenta. Así pues, habremos de afinar un poco más, y a ello voy.
Si se fijan, la mayoría de críticas apuntan a los políticos que de una u otra manera detentan áreas de poder o lo hicieron en el pasado. La corrupción, las prebendas, los privilegios, el compadreo con el poder económico o la falta de soluciones son, por tanto, mayoritariamente achacables a los políticos que gobiernan. En base a ello, debería haber una parte de la clase política limpia de toda culpa, exenta de crítica, entusiasta, presta y dispuesta a afrontar unos comicios para tomar el relevo y hacer todo eso que la ciudadanía reclama. Lo cierto es que nada de eso ocurre, el descrédito le llega también a los políticos opositores que aspiran al poder, y en cada concurso electoral asistimos a los mismos resultados con apenas variaciones, con cada vez más abstención, más voto en blanco y más voto nulo como resultado del hartazgo general. ¿Por qué? ¿Somos injustos los ciudadanos al meterlos a todos en el mismo saco?, ¿nos manipula una clase de ultraderecha antipolítica como apuntan los de la pequeña izquierda?, ¿o somos tontos? En mi opinión, ni una cosa ni la otra, y la clave está en la clase política.
El ciudadano de a pie no detesta “al político”, detesta a “la clase política”. La clase, como estamento social o casta privilegiada, ese grupo que piensa, habla y actúa de la misma forma independientemente del color del partido en el que esté o el grado de poder que detente. Ahí radica el asunto, y por alguna suerte de sortilegio extraño, en Canarias, y en España, en general, a la gran mayoría de políticos –salvo a algunos que imagino andarán por algún sitio- les va el corporativismo entre colegas. Así, les basta entrar en alguna corporación como concejal, diputado o consejero de la oposición, y algunos ni eso, para creerse ya parte de esa clase política, olvidando por completo a los ciudadanos a los que se deben y representan. Será por aquello de que “el roce hace al cariño”, será porque opositan y anhelan estar en el lugar del que gobierna, será porque se acomodan y sin querer se olvidan de a quien se deben, o será porque están muy bien formando parte de la farsa como comparsas imprescindibles y no desean que nada cambie. La cosa es que los políticos de la oposición –y aquí apunto especialmente a los que se llaman de la verdadera izquierda– no hacen nada por diferenciarse de los que se alternan en la poltrona, esto es, PP, PSOE y nacionalistas. La misma demagogia, el mismo tono pedante, forzado, falso y altanero en sus discursos, y el mismo teatro en el juego político. Dicho de otra manera, desde el pacifismo más absoluto: los políticos entre ellos siempre disparan con balas de fogueo. Piénsenlo sino: ¿cuántas veces va un político a un juzgado a denunciar a su oponente en el Gobierno?, y no será por falta de motivos. ¿Cuántas veces salen a la calle a ponerse al frente de una manifestación antisistema? Nooooo, ellos son prosistema, aunque el sistema sea antipersonas; ellos son la “clase” política, son elegantes, están a otro nivel. Su campo de acción es el ruedo político: una moción en un Pleno, un comunicado de prensa, un alegato en una radio, un acuerdo, un pacto, una comisión de trabajo… ¿Y qué es todo esto? Son balas de fogueo que nada cambian y nada solucionan, es una forma de perpetuar el Status Quo que nos tiene a todos donde nos tiene.
Y siempre se escudan en la palabra mágica, la democracia. Han sido elegidos democráticamente, están legitimados, todo está bien así. Pero, ¿alguien se cree a estas alturas de la película que vivimos en una democracia? Y si de democracia hablamos, la democracia también incluye la vía judicial y de momento todavía también tomar la calle. En estos tiempos tan duros, la gente quiere a políticos duros y valientes que lleguen hasta el final con lo que es de justicia. Pero claro, eso con ellos no va, no les importa y por alguna extraña razón siguen disparando con balas de fogueo. Olvidan que su pusilanimidad, su condescendencia y el corporativismo que muestran con sus oponentes en el Gobierno son causa de miseria y sufrimiento en muchos ciudadanos, siendo así, unos culpables por acción y otros por omisión.
Al hilo de todo esto, no hace mucho conversaba en una red social con un concejal de la oposición en la capital tinerfeña que suele disparar bastante con balas de fogueo, el cual me achacaba un sentimiento antipolítico poco justo al incluirlo también a él en el mismo saco. Algo parecido a lo que criticaba el coordinador general de Izquierda Unida en Tenerife en un medio de comunicación afín hace unas semanas. Ellos temen al ciudadano antipolítico y lo toman por tonto. No sé qué les contestarían ustedes a estos dos señores, y a mí sólo se me ocurre referirles que de momento hago como aquel filósofo cínico, Diógenes “el perro”, ese que en pleno día caminaba por Atenas con un candil encendido buscando al hombre auténtico. No sé si llegó a encontrarlo pero hoy, más de 2000 años después, algunos todavía buscamos al político auténtico. Cuando lo encontremos jugaremos a la política, a falta de él seguimos con la antipolítica. Empresa inútil esta de buscarlo, ¿qué creen ustedes?
Eloy Cuadra Pedrini
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