Paco Déniz* / Artículo de opinión.- El pensamiento débil tiene en el aspirante a pijo uno de sus más firmes valedores. Si esas características se corporeizan en un españolito, ya es el colmo de la insoportable levedad del ser frente al televisor en un tórrido verano. El citado programa televisivo está construido sobre ese ideario y personajillos. Airea las vidas de una serie de machangos por el mundo que pasean por el filo de la miseria extrema contándote lo paradisíaco del lugar en el que han decidido montarse en el dólar. Aparte de náuseas y vómitos dan ganas de pedir su extradición. Porque en su repulsión llegan a decir que llegaron allí por amor. Además, coinciden en que la miseria tiene un punto pintoresco y hasta étnico, pues nada hay más saludable que caminar entre gente de futuro mustio, violentada y que cocina en una hoguera. Más natural, imposible. Te dan una paz que los que habitamos el mundo moderno hemos perdido y tal y cual, porque los pobres son tan autóctonos que no necesitan nada, son felices con lo que tienen; o sea. Repugnante. Este pijus magnificus se define como ciudadano del mundo, echa de menos la dichosa paella y utiliza la visa como pasaporte. Justifican su colonial presencia pregonando que las fronteras no existen. Pero es que tampoco existen las condiciones sociales de violencia y miseria, de desigualdades, de explotación y prostitución infantil, de sufrimiento y colonialismo; no existen, porque ellos, incluso se mezclan con los indígenas en el mercadillo, les compran sus productos frescos y su artesanía saludan a la gente y todo porque ellos son de allí de toda la vida, aunque coman aparte. Además, por lo visto, todos los españolitos en el mundo son ricos y chachis.
Está la que advirtió que no compraran nada en el Gran Bazar Turco porque todo era falso y los turcos eran unos salidos. También se retrató la que dijo que los de Reykiavik creían que vivían en una ciudad pero no podían ocultar que eran de pueblo. Luego está el que pasea en su yate a la locutora por una isla paradisíaca hasta el hotel que dirige a todo lujo a orillas de la playa junto a unos famélicos pescadores tiznados de pobreza que siempre están sonriendo. Sin dientes. Pero en el colmo de la náusea colmatada va uno y presenta a la India como el paraíso en la tierra, y un burgués de pasado perro flauta se compró una isla de 400 millones de euros en Indonesia junto a otros dos socios para hacer un turismo sostenible. Eso sí, de vez en cuando volvía a sus orígenes y hacía una hoguerita en su playa.
Los pijos por el mundo deberían saber que los autóctonos del planeta conocemos el percal, que ya no engañan a nadie, y que no nos interesan sus guetos para comer paella. Preferimos arroz amarillo.
El almendrero de Nicolás.
* Paco Déniz es miembro de Alternativa Sí se puede por Tenerife y profesor de Sociología de la ULL.
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