Soy médico. Estudié medicina porque me gusta ayudar a las personas a sentirse mejor. Es una inmensa satisfacción cada vez que un paciente me mira a los ojos y me dice "Gracias, Doctora". Esa sensación que me invade no tiene precio y bien merece los años de estudio y las noches sin dormir.
Desde hace unos meses, sin embargo, ya no puedo disfrutar de esta sensación.
Poco a poco han ido desapareciendo compañeros a mi alrededor; la enfermera que se preocupaba de si el enfermo dormía bien o no le sentaba bien la medicación, la auxiliar que daba de comer al anciano diciendo "vamos, Don Antonio, un pizquito más para ponerse bueno."; el celador que llevaba a los enfermos al quirófano mientras le contaba chistes para aliviar sus nervios; el médico compañero siempre dispuestos a resolver cualquier duda o a cubrirme si me enfermaba. Muchos ya no están.
Además, los pacientes ya no dan las gracias. Los pacientes ahora dicen "Pero Doctora, ¿cómo que ya no hacen la prueba que necesito por falta de personal?", "¿Cómo es que la mascarilla esa, más barata, no me asegura bien el oxigeno?", "¿Cómo es posible que no me haya operado después de un año?" Y los familiares, preocupados dicen: "Pero Doctora, ¿cómo es posible que no haya sábanas ni pijama para mi padre?", "¿Que se va a tener que quedar en el pasillo una semana?", "¿Cómo cuido de mi madre mientras trabajo si los centros de día han cerrado?". Esto es lo que ahora me dicen mis pacientes. Y se enfadan conmigo. Yo les explico que no es culpa mía, pero no comprenden que su salud tenga que ver con el dinero. Y es que no debería tenerlo.
Soy medico, mi horario de trabajo es de lunes a viernes de 8 a 3, y una o dos guardias a la semana de 24 horas cualquier día de la semana. Esto suponía unas 100 horas semanales. Sin embargo, ahora tengo que quedarme 2 horas y media más a la semana. Y además, como mis compañeros se han ido marchando pero hay el mismo número de pacientes, debo quedarme una o dos horas más al día porque no trabajo con muebles, sino con personas, y no se pueden quedar para mañana. Si sumamos, querido paciente, trabajo unas 110-115 horas cada semana. Y además, ahora resulta que mañana me pueden llamar para decirme que me trasladan de isla de forma indefinida y sin previo aviso. ¿Cómo le explico esto a mis hijos? Eso sí, me pagan un billete de ida y vuelta al año.
Además, ahora dispongo de la mitad de días al año para asistir a cursos de reciclaje. Y firmo el contrato mes a mes. Este mes mi familia come, el otro no sé. Me dicen que tengo que gestionar adecuadamente los recursos, pero se niegan a decirme cuánto vale cada prueba que pido. Veo cómo cada vez más pacientes se derivan a los centros privados para pruebas y operaciones. La semana pasada, el sindicato le preguntó a la consejera de Sanidad cuánto valía hacer una radiografía en la Sanidad pública. No supo responder. ¿Cómo es posible que gestione y haga recortes en un sistema una persona que ni siquiera sabe lo que cuesta aquello que está recortando? Hace casi un año que le presentamos a dicha consejera un completo dossier con medidas donde se podía ahorrar sin modificar el número de personal, las prestaciones ofrecidas a los pacientes ni las horas trabajadas. Porque nosotros sí sabemos lo que vale una radiografía, y por tanto sabemos dónde se puede recortar. Ni siquiera fue capaz de leerlo.
Sin embargo, a pesar de trabajar más horas de las que ya hacía, mi sueldo ha ido disminuyendo escandalosamente: un 7% en 2010, un 5% en 2011 y un 5% en 2012. Además, me han aumentado el IRPF un 5%. Ahora planean pagarme la hora de guardia a 10 euros: menos que una empleada de hogar. En total, percibo un 21% menos desde hace menos de dos años. Más que en ninguna otra comunidad. Y seguirá bajando.
Por lo visto, querido paciente, mi dedicación a usted, el preocuparme por su salud, el pasarme la noche en vela, no merece respeto. Según el Ejecutivo, me merezco no tener herramientas para tratarle, me merezco dedicar menos tiempo por cada paciente, me merezco no descansar después de trabajar más de 24 horas despierta, me merezco no poder actualizarme y aprender para tratarle a usted, me merezco no ver a mi familia y que me trasladen de isla. Pues debo estar haciéndolo fatal.
Querido paciente, hay 446.357 políticos en nuestro país, por lo visto necesitamos tres veces más gente que Alemania para llevar España. Debe de ser un país muy complicado el nuestro. Sin embargo, el Ejecutivo considera que es más importante mantener los sueldos desorbitados, transportes, móviles, dietas y tarjetas de estos señores que su salud. Y para colmo no saben ni lo que vale una radiografía.
Exija usted que no se pisoteen sus derechos: usted tiene derecho a tener sábanas y un pijama, a no tener que esperar un año por su operación, a que el médico que lo trate no lleve sin dormir 30 horas. Tiene derecho a que el dinero de nuestros impuestos se gaste en la prótesis que usted necesita para caminar o en el tratamiento de insulina de su hijo y no en el hotel de cinco estrellas de un congresista.
Querido paciente: ambos, usted y yo, estamos en la misma lucha, una lucha por un sistema de salud público y de calidad. Ahora es el momento de exigir. Si nos dejamos ir, el sistema de salud que siempre hemos tenido, desaparecerá para siempre. Tanto a los trabajadores como a los usuarios del sistema de salud nos están maltratando, nosotros no podemos seguir trabajando en estas condiciones y usted no puede seguir sufriendo las consecuencias de estas condiciones. Los trabajadores solos no podemos contra esta situación. Usted, paciente, debe comenzar a hacerse oír, no debe permanecer impasible ante el deterioro de un sistema que es suyo, que debe poder disfrutar usted y las generaciones futuras.
Únase a nosotros y luchemos por lo que es nuestro, si dejamos morir la Sanidad pública, ya no la recuperaremos más. Contamos con su apoyo.
Una doctora del Negrín.
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