Salvador López Arnal(*) / Artículo de opinión.- En junio de 2012 se retomó parcialmente la actividad pesquera en zonas afectadas por la hecatombe nuclear de marzo de 2011. En agosto, hace apenas tres semanas, se han detectado peces en Fukushima con una radiación que supera hasta ¡380 veces lo permitido! [1].
Eduard Rodríguez Farré y yo mismo (mi papel, desde luego, es muchísimo menor) hablamos en su día de los verdaderos riesgos de la industria nuclear para la salud ambiente y en el medio ambiente [2], probablemente un pelín menos de lo necesario de esto segundo. No se puede hablar de todo y nadie –ni siquiera el inmenso saber de Eduard Rodríguez Farré– es perfecto.
En Ciencia en el ágora [3], ERF –un enorme científico comprometido al que no se le escapa detalle–, señalaba, como si fuera un científico-adivino Science-Nature de primer nivel que hubiera regresado de un futuro contemplado, lo siguiente:
“¿Nos podía afectar a nosotros el desastre de Fukushima?”, se le preguntó. Su respuesta: “Aquí [España y proximidades] lo que llega a través de la atmósfera es muy poco. Lo que no sabemos es cómo evolucionará porque sigue emitiendo radiactividad y son cuatro reactores. Desde el punto de vista cuantitativo puede ser más importante que Chernóbil. Aún así, hoy por hoy, en el momento en que hablamos, septiembre de 2011, en España, no debemos preocuparnos por el aire. El problema radica más bien en toda la cantidad enorme de radiactividad que se ha estado vertiendo en el mar. Aquí hay isótopos de todo tipo, cesio-137, estroncio-90, plutonio y muchos otros que a nosotros nos pueden llegar a través de la cadena alimenticia” [la cursiva, lo único, es mío].
“Cómo podía llegarnos esta contaminación por alimentos”, se le preguntó como resultaba evidente. Su segunda respuesta: “Yo creía hasta no hace mucho que las exportaciones alimenticias de Japón eran poco importantes [acaso la única creencia falsa de ERF durante toda su vida], pero resulta que exportan 3.000 millones de euros en comida al año”. El problema, en todo caso, añadía, no era sólo lo que se exportaba sino que lo que se estaba vertiendo en el mar se incorporaba en las llamadas cadenas tróficas largas. “En tierra son cadenas tróficas cortas y se quedan en el mismo territorio, como el yodo en la leche. Las cadenas largas marinas empiezan en el agua, las moléculas contaminantes presentes en el agua pasan al plancton, del plancton pueden pasar a los invertebrados, de éstos a los vertebrados, de estos últimos a los vertebrados carnívoros y, finalmente, a los humanos que nos encontramos en la cima de la cadena trófica”.
Además, proseguía, las concentraciones en cada eslabón de la cadena, de cada especie animal, “se magnifican porque estos seres vivos las van bioacumulando. Los peces predadores como el atún o el pez espada concentran cantidades muy grandes de estos contaminantes”. Por si faltara algo, muchos de ellos son migratorios y no puede saberse exactamente el recorrido que han realizado.
“Se vigilaba en España suficientemente” fue la siguiente cuestión que se le planteó. Su respuesta: “Es una buena pregunta. Los pesqueros españoles faenan desde el polo norte al polo sur. Incluso muchos pesqueros que son gallegos, por ejemplo, no están matriculados en España, sino en el Reino Unido o en Argentina. Por lo tanto, ¿de dónde viene el pescado?”
Había, además, un problema que le había indignado especialmente: la Unión Europea, tras el accidente de Fukushima, había vuelto a subir los niveles de radiación permitidos en los alimentos “mediante la reactivación de un decreto que se promulgó poco después de Chernóbil”. Quedaban anulados con ello los niveles que se habían aprobado en 2006 y se aceptaban “unos niveles de radiactividad tres veces superiores en la leche, o aún más en muchos productos alimenticios vegetales o animales”.
Lo anterior había sido aprobado por la Comisión Europea, no desde los organismos de Sanidad. Un ejemplo que valía la pena tener en cuenta: “yo [ERF] estoy en el comité científico de nuevos riesgos para la salud de la Unión Europea y no nos han dejado decir nada sobre este tema, se lo ha guisado y se lo ha comido el comité de radioprotección que está directamente ligado a EURATOM”. Es decir, la decisión de estos umbrales de seguridad estaba en manos, sigue estando en manos de ingenieros, físicos nucleares, vinculados a la industria.
“Se podía hacer algo” fue la siguiente pregunta. La respuesta del científico republicano nacido en el campo de Argelès: “No puedes hacer nada. Ante esto estamos indefensos, no puedes dejar de comer ni comprobar tú mismo la radiactividad. Es un timo. Hace unos meses decían que los alimentos en Japón no habían llegado a los niveles máximos de radiactividad y ahora resulta que lo que entonces podía ser superior ahora [setiembre de 2011] es aceptable y, por lo tanto, se comercializa”.
Se había llegado a una situación en la que esas normas de la Unión Europea permitían más radioactividad que las normativas japoneses, que ya eran bastante laxas en este tema. “Absurdo, irresponsable, inadmisible. En Estados Unidos, donde en principio no cambiaron los niveles de radiactividad permitidos en los alimentos, eliminaron leche con cantidades de radiactividad que aquí se permiten. Pero todo esto pasa desapercibido. Y a nivel de ciudadano no puedes hacer nada”.
Para él, concluía, el problema más grave era el pescado. Acertó.
“¿Hasta cuando creía que se debía mantener la alerta?”. Su respuesta: no se sabía propiamente. “Pueden ser años incluso, porque no sabemos ahora como acabará. Es la diferencia entre Fukushima y Chernóbil. Fukushima es un Chernóbil a cámara lenta, insisto en la imagen. En Chernóbil hubo una explosión y en pocos días se expandió la radiación; en Japón sigue expandiéndose día tras día aunque digan que no, que todo está controlado. De hecho, ya no lo dicen. Desde el primer día hay mucha radiación y siguen las emisiones”.
El cuadro final, añadía, tardaríamos mucho tiempo en poder verlo. No era imposible que fuera a peor.
“Cómo afectaba al medio ambiente un desastre cómo el de Fukushima”, se le preguntó.
Era difícil de saber. “Está muy bien estudiado cómo afectan estos fenómenos a la salud humana y la transferencia a través de las cadenas tróficas. Pero poco se sabe de lo que le pasa al ecosistema. Seguro que hay especies mucho más sensibles que el resto, pero lo que más me preocupa es el impacto en los humanos”.
Hasta aquí Eduard RF y Ciencia en el ágora.
La fuente de la reciente información sobre el cesio radiactivo no es sospechosa: es TEPCO, nada menos que TEPCO.
La multinacional propietaria de la central, según informaciones de la cadena nipona NHK, “ha detectado peces con un nivel de cesio radiactivo hasta 380 veces mayor al límite permitido para su consumo”. Tokyo Electric Power detectó un pescado de roca con 38.000 becquerelios de cesio radiactivo por kilo que fue capturado el pasado 1 de agosto en aguas de Minamisoma (a 25 kilómetros de la central afectada).
Desde mediados de julio hasta primeros de agosto, durante unos veinte días, TEPCO recogió muestras de “20 peces y mariscos en cinco localizaciones de la costa y en un radio aproximado de 20 kilómetros en torno a la dañada planta nuclear de Fukushima”. La propia multinacional eléctrico-nuclear detalló que había encontrado también “índices superiores a los permitidos de cesio radiactivo en otras nueve muestras de peces y mariscos”
Por lo demás, a primeros de agosto, el pulpo de Fukushima regresó a la subasta de la lonja de Tsukiji (Tokio), “el mercado de pescado más grande del mundo, después de que los pescadores de esta provincia del noreste nipón comprobaran que el producto es seguro y no contenía trazas de radiactividad”. La partida de pulpos subastada fue capturada el 30 de julio en Soma, a unos 40 kilómetros al norte de la planta de Fukushima. Todas las cajas “contaron con certificados que garantizan que el género no contiene sustancias radiactivas!. Tras detectar el pescado contaminado, TEPCO ha afirmado que “continuará los análisis de la zona hasta finales de septiembre, con especial atención a los especímenes de roca, el marisco y la arena en el fondo marino”.
Estos son, pues, algunos “efectos colaterales” de uno de los mayores desastres de la industria nuclear. Y la Historia no se detiene y muestra a veces rostros más horribles.
Notas:
[1] http://www.elmundo.es/elmundo/2012/08/22/ciencia/1345601677.html
[2] ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre la industria nuclear y sus efectos en la salud humana y el medio ambiente, El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
[3] ERF y SLA, Ciencia el ágora, El Viejo Topo, Barcelona, 2012.
Salvador López Arnal
Salvador López Arnal es colaborador de rebelión y El Viejo Topo y discípulo de Francisco Fernández Buey, es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Los libros de El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
* Profesor-tutor de Matemáticas en la UNED y enseñante de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Colabora normalmente en la revista "El Viejo Topo" y es coguionista y coeditor, junto con Joan Benach y Xavier Juncosa, de "Integral Sacristán" (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa).
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos (La Oveja Roja, Madrid, en prensa).
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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