Pura María García(*) / Artículos de opinión.- Se han ido afirmando, poco a poco, con el paso cobarde de los cobardes.
Han ido tejiendo una urdimbre invisible en la que estamos, tú y yo atrapados, desde hace mucho. Tienen nombres, propios no porque designen a personas, incluso las cuestiones gramaticales se avergüenzan de ellos, sino porque les denominan, les identifican frente al resto: Rajoy, Rubalcaba, Rato... Son los tratantes de ciudadanos, cabezas de pandillas organizadas en organismos oficiales que trafican con hombres y mujeres, conmigo y contigo, sin piedad, abiertamente, micrófono en mano, escaño en el trasero, eslogan en ristre, pancarta enarbolada, conferencias de prensa y comunicados donde se evita, consciente y premeditadamente, comunicar.
Traficantes de ciudadanos. Goma de borrar para borrarnos, con corbata y trajes, más negros que los enviados ángeles negros que nos envían los cielos bondadosos que nos protegerán, como el Noé bíblico, del diluvio universal de la pobreza que los mismos traficantes de ciudadanos anuncian, tras haberla creado con su negra magia, capaz de sacar de la chistera de la abundancia una mentira que se extiende como una pandemia: el horror, el miedo, la desesperanza.
Nos dividen, somos una barata masa barata, en sectores cuadriculados sobre los que planifican sus disparos insolentemente eficaces, certeros, asesinos. Reflexionan y eligen el arma adecuada para cada uno de nuestros grupos, los que quedamos por debajo de sus pies enfundados en zapatos de tafilete, comprados con el dinero que nos han robado, con el trozo de vida y esfuerzo al que se prende cada euro que perdimos, ilusionados por sus espejismos de un estado de bienestar que, como en un tráiler motivador, emiten, mantra de mentiras, ante nuestras miradas.
A los mineros les tapan los ojos con la luz cegadora de negociaciones interminables, mentiras y promesas, y esperan, mientras se frotan las manos y fuman gruesos habanos con el presidente de la patronal de los mineros, que fallezca su esperanza, sus ánimos de lucha. Les tienden una mano falsa y esconden en la otra una verdad que les delataría: los tratantes de cuerpos y de almas, de nuestras vidas, pagarán, con nuestro dinero y no el suyo, más de sesenta mil millones de euros el rescate más falso del más falso secuestro, el de la putrefacta banca, pero ni uno de ellos sacara de su imaginario y mágico bolsillo sin fondo los 200 millones con los que las familias de los hombres que han dejado pulmones, años y cansancio en las minas al aire y las tristezas en pozos, los mineros, podrían parchear su lenta agonía. Tratantes de ciudadanos. Creadores de un tercer mundo en un mundo vendido como primero, como un escenario donde, mientras preparaban nuestra muerte, arreglaban un escenario de adosado con jardín, dos coches por familia, neveras no-frost, apartamentos en primera línea de playa, artificiales paraísos que caerían sepultados cuando ellos, los traficantes de ciudadanos, dieran la orden a la realidad sicaria. Traficantes.
A los funcionarios les colocan un espejo que desvirtúa su silueta y les deja sin rostro ante el resto de ciudadanos: arrojan basura sobre ellos, porcentajes de absentismo e ineficacia, calculados, aunque lo oculten, con la misma aritmética con la que no-predijeron la explosión de la burbuja inmobiliaria, con la que se equivocaron, ellos les llaman desvío o margen de error, al obtener el montante de ayuda necesaria para la salvación, la nuestra; la misma con la que empujaron al suicida griego a buscar el paraíso en la muerte con tal de abandonar el infierno de amanecer en un mundo sin horizonte; la misma con la que jugaban a maquillar y pintar con colorines, punto arriba, punto abajo, esa misteriosa veleta que parece regir nuestra existencia, el iva o el líbor, fichas de un parchís en el que juegan, ellos, quienes que trafican con nosotros, desde hace ya más de cuatro años. Con los funcionarios solo necesitan aplicar una estrategia en unos sencillos cuatro pasos: mostrar y difundir resultados pésimos de su trabajo, supuestamente hasta ahora “consentido”, legalizado y remunerado por ellos, por los tratantes ahora convertidos en salvadores y detectores de la basura, nosotros, que han de limpiar. Relacionar, después, el desastre del que los culpabilizan con cifras astronómicas (si son ciertas ¿cómo las han consentido hasta hoy?¿hacia dónde miraban ellos cuando esos funcionarios, malignos y extendidos como cucarachas infectas a quienes se ha de exterminar, de repente, ocupan sus puestos, según ellos, de no-trabajo?¿se atreven a permitir la insinuación de que han sido cómplices no solo de la mafia de la banca sino que, también, lo han sido de la mafia de sillón y almuerzos de una hora, según ellos, de los funcionarios que hoy desean aniquilar?. Recortar, su cuello, su bolsillo, su esperanza, tras haber creado en la opinión pública una imagen letal de quienes ellos nombraron, los funcionarios, para dividirnos, vencernos.
A los parados, leña, sin miedo, sin pensarlo, para eso son los enfermos crónicos de la pobreza y la desesperanza. A los parados, les dan un corredor de la muerte que culmina con la letra pequeña de las últimas medidas redactadas, y no dichas en público por los traficantes de ciudadanos, y les amenazan con acabar, lenta y sutilmente, con las pocas prestaciones que hasta hoy se prometieron, hasta que sus manos pobres se acercaron a las urnas para dejar caer, entre las rendijas de metacrilato, la golondrina carroñera del PP, el Poncio Pilates que se lava las manos sucias tras cada golpe de navaja que nos propicia.
Los traficantes de ciudadanos nos embrujaron, primero, con el abracadabra del falso estado del falso bienestar; nos asustaron, después, con la admonición de que habíamos superado la frontera permitida, de que habíamos vivido por encima “de nuestras posibilidades”, que eran las que ellos habían planificado; nos prometieron salvarnos si les dejábamos actuar (como si hubiésemos hecho algo distinto que dejarles actuar a su antojo); giran y giran, cada día, la media vuelta del garrote vil que nos sostiene en sus manos, mientras nos susurran que “este es el único camino”, “es por vuestro bien”, “lo lograremos sólo si..” y, entre ellos, siguen jugando su partida particular de dados ganadores. Seis doble: seleccionan un colectivo: pensionistas, enfermos, ancianos, funcionarios, mineros, a elegir y, por turnos, inventan y dictan medidas “racionales, adecuadas, calculadas, seleccionadas con miras a medio y largo plazo”, según su boca mentirosa, para aplicarlas a la casilla donde han caído. Parchís donde las fichas se comen, todas y una a una. Con un cinco doble, sacan ficha y anuncian las medidas. Medidas de un ataúd en el que ya casi no cabemos.
Traficantes de ciudadanos, cómplices de un magnicidio, muerte en masa de la pobre masa que no tiene un volvo ni veranea en chalets de lujo, de ciudadanos que, incluso para morir, se lo pensarán más de tres veces: morirse, después de septiembre, va a costarnos unos 450 euros más que ahora.
Traficantes legalizados de ciudadanos que ya nos damos, irremediablemente, por secuestrados, rescatados y muertos.
Pura María García http://lamoscaroja.wordpress.com/
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