Javier Doreste(*) / Artículos de opinión.- En 1842 Carlos Marx asumió la defensa de los campesinos de Prusia frente a los terratenientes. Los grandes bosques comunales habían sido privatizados de manera galopante por las autoridades y los pequeños campesinos y jornaleros se vieron expulsados de la naturaleza.los gobiernos locales y el central aprobaron duras sanciones económicas contra aquellos que recogieran frutas del bosque, leña, setas y cualquier producto que el bosque diera. No se trataba de luchar contra los pescadores y cazadores furtivos para preservar esos recursos naturales a favor de unos pocos, sino que se pretendía poner en valor económico lo que antes no tenía sino un valor de uso.
Este hecho fue el que impulsó a Marx a empezar a estudiar economía política. Se dio cuenta de que los argumentos a favor de un derecho natural o consuetudinario para proteger y defender a las víctimas de la privatización no tendrían ninguna validez ante los parlamentos y tribunales prusianos ni explicarían de manera eficiente y satisfactoria los procesos por los que se había producido la privatización de bienes comunales en favor de una supuesta eficacia de lo privado frente a lo público. Antes, incluso de profundizar en la economía política, la conclusión de Marx estaba clara: rompiendo la relación hombre naturaleza el sistema encontraba un hueco para sacar beneficios de lo que antes era de todos. Más allá de la importancia de la vinculación entre marxismo y ecología que se encuentra en esta y en otras obras de Marx, quisiéramos llamar la atención entre la situación de 1842 (inicio del liberalismo económico en Alemania) y la actual de 2012 en España. 7
En aras de esa supuesta eficacia de lo privado sobre lo público se empezó en nuestro país un ataque permanente a lo que algunos llamaban el Estado del Bienestar (yo prefiero llamarlo el de medio estar) privatizando todos y cada uno de los servicios del estado en diversas y desiguales medidas.
La práctica ha demostrado que la gestión privada no es más eficaz que la pública. La gestión privada en bancos, por ejemplo, solo ha demostrado que el robo, puro y duro, es lo que guía a los gestores privados. Este robo a la sociedad y el trabajador puede tener diferentes nombres, evasión de impuestos, desfalcos a los pequeños ahorradores (caso preferentes), degradación de los servicios, copago (bi pago debería ser) sanitario, extracción de plusvalía, desigualdad social o de género. Sobre el robo se basa el sistema en el que vivimos. Desde la relación con la naturaleza hasta el trabajo, la base de esta sociedad es el robo.
Hasta ahora este robo se escondía bajo la sanidad y educación públicas, sistemas de ayudas y servicios sociales, etc. Se suponía que el papel del Estado era equilibrar, ligeramente, la descompensación social para evitar un estallido o la rebelión de los expoliados. El estado regulaba para que todo el mundo se resignara en un patético medio estar. Y así se olvidaba que todos esos servicios públicos eran en realidad un salario diferido. Su mantenimiento sale de las rentas del trabajo y no de las del capital.
Pero la codicia y el afán de seguir robando han producido que la oligarquía intente, desde los tiempos de la Thacher meter la cuchara y sacar más beneficios de esos servicios públicos. Pero para ello se necesitan dos cosas: privatizarlos y empobrecer a la población para que esté dispuesta a aceptar cualquier promesa de mejora en un futuro muy lejano. Desde su posición dominante en los medios de comunicación hasta su implacable dominio de los resortes económicos de un país cualquiera, se ha logrado imponer a los pueblos de Europa en este caso, la necesidad imperiosa de la privatización y empobrecimiento de la mayoría. Las frase de que la tarta debe crecer antes de repartirse (Felipe González y sus adláteres) o de que es preciso hacer sacrificios hoy para lograr un mañana mejor, no han dejado de rodar por periódicos, radios y televisiones de forma insistente. En este marco es como debe entenderse la jauría de articulistas que han atacado a los funcionarios desde hace tiempo, denuncian a los parados como supuestos defraudadores, a las mujeres como parasitas de la ayuda social, etc. Una auténtica ofensiva ideológica del neoliberalismo que pretende desarmar ideológicamente a la población con el objetivo de que los cambios se acepten de manera resignada.
Así son culpables de la crisis los trabajadores públicos y no los banqueros y especuladores financieros. Son culpables los parados que sobreviven malamente con el subsidio de desempleo y no los promotores y banqueros de la burbuja inmobiliaria. Son culpables los ecologistas que defienden el medio y no los empresarios que los destruyen. Son culpables los inmigrantes que “roban” puestos de trabajo y no los evasores de impuestos. Son culpables los pequeños empresarios y trabajadores autónomos que no cobran el IVA y no las 30.000 grandes empresas que obtienen beneficios superiores a los 6 millones de euros y solo pagan un 5% de impuestos sobre esos beneficios.
Una culpabilidad de todos los de abajo, qué, por ser culpables, vagos o aprovechados debemos pagar el coste de las crisis. Ese es el mensaje que machaconamente repiten diversos medios de comunicación y ese es el sentido de la frase de Andrea Fabra: ¡Qué se jodan!
Una de las acepciones según el DRAE de esta voz malsonante es de la de fornicar. No creo que la diputada del PP se refiera a esa. En ese caso hubiese dicho jodeos los unos a los otros. Supongo que la Fabra es una aventajada lectora de Cela (amigo de estas expresiones) y por eso se les escapó la frase.
Lo que creo es que esa frase iba con la segunda acepción de molestar, fastidiar. Que se fastidien los parados, les guste o no les guste. Pues la medida del gobierno tiene como objetivo convertir, más aun, en esclavos a todos los trabajadores. Los que tengan empleo por miedo a perderlo y los que no por ganas de conseguirlo.
Pero no olvide la señora diputada que existe una tercera acepción: destrozar, arruinar, echar a perder.
Corre el riesgo que los de abajo nos empeñemos en destrozar, arruinar, echar a perder un sistema que lo único que hace es jodernos a los de abajo. Ese riesgo va caminando en las manifestaciones y movilizaciones últimas. Puede que terminemos, llevados por la última acepción de irritación y enfado, a levantarnos por cualquier medio, electoral o no, contra un sistema que cada vez se muestra más agotado, inservible, arruinado, jodido.
Pero para que esto se produzca es preciso, más que nunca, la unidad de todas la fuerzas de izquierda, organizaciones, personalidades y movimientos sindicales y sociales en un polo de atracción de progreso que levante una alternativa a la Fabra y sus correligionarios. En eso estamos. Los vamos a joder.
(*) Javier Doreste. Miembro de Canarias por la Izquierda - Sí se puede
Comentarios