Paco Déniz* / Artículo de opinión.- Todavía me acuerdo cuando se usaron los pitos para manifestaciones en Canarias. Fueron los funcionarios movilizados por Comisiones Obreras y UGT quienes importaron esa moda desde los madriles. También importaron otras cosas. Cumplían su función; aunque molestaran, hacían una escandalera tremenda si te cogían a la altura de la oreja. A escasa distancia te impide departir con viejos y nuevos conocidos los acontecimientos cotidianos y de la parte del cerebro que se encarga de la nostalgia, hábito básico del ritual de esta acción colectiva.
Yo nunca fui de pitos, aunque estoy seriamente pensando en comprarme uno. Desde la pitada al himno y a la Monarquía en las finales de copa de fútbol entre bilbaínos y catalanes, mi valoración sobre la utilidad de esos artefactos ha variado. Ahora entiendo para qué sirven. El PP también se ha dado cuenta y va a intentar prohibirlos. Próximamente presentará en el parlamento español una proposición de Ley que prohibirá los actos de contenido político en los eventos deportivos. Se trata de condenar a quienes osen expresar mediante pitada en un acto deportivo cualquier opinión política que afecte a los símbolos patrios. No de cualquier símbolo político. Se trata de preservar a los símbolos de su nación y a sus responsables políticos de los insultos y ademanes del populacho disuelto y escondido en el anonimato. Y yo me pregunto, ¿Si en un estadio no se puede insultar a pulmón libre, a qué carajo va la gente al estadio?, muchos aficionados salen relajaditos de dichos recintos. ¿Los meterán en la cárcel a todos? ¿Sólo deberán respetarse los símbolos que idolatra Esperanza Aguirre?
Sin embargo sí tienen razón en una cosa, la pitada al himno y a los reyes fue, es y será un acto político que busca efecto mediático. ¿Pero y qué? La gente sin accesos para opinar sobre la monarquía decidieron aprovechar la ocasión para expresarse. Muchos de los que pitaron estaban ilegalizados, despedidos, indignados, desahuciados, o simplemente solidarizados, y se dieron un festín simbólico para que conste en acta, sólo para que conste. Pues ni eso, el autoritarismo españolista ha decidido que ni en los estadios vamos a poder pitarle al Rey y sus secuaces, al presidente del Gobierno, al himno franquista, ni a la bandera del golpe de estado del 36. ¿Qué será lo próximo, obligarnos a cantar el Prietas las filas a la entrada del colegio? Todavía me acuerdo de la primera estrofa. ¿Prohibirán también mirar a los banqueros y patronos fijamente a los ojos? Estimadas élites gobernantes, todo no va a ser un baño de multitudes, y si sólo están dispuestos a oír alabanzas vayan al estadio del Sevilla. Ese,... por ahora, no le fallará. Pero nada es eterno, y los pitos salen baratos.
El almendrero de Nicolás.
* Paco Déniz es miembro de Alternativa Sí se puede por Tenerife y profesor de Sociología de la ULL.
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