Pedro Fernández Arcila(*) / Artículo de opinión.- La contundente derrota de Abdoulaye Wade en la segunda vuelta de las pasadas elecciones senegalesas expresa, con todas las precauciones que queramos, la fortaleza y sabiduría de un pueblo que ha sido capaz de ganarle la partida a un presidente que tejió en sus doce años de gobierno una telaraña de corrupción y nepotismo que ahogaba la depauperada economía nacional y, lo que era más grave, estaba a punto de asfixiar la democracia en ese país saheliano. No en vano su proyecto político incluía que su hijo Karim Wade lo sucediera en la presidencia del país, emulando los sistemas dinásticos pseudo democráticos que sufre el continente como los de la familia Bongo en Gabón o Eyadema en Togo. Es fácil imaginarse las enormes dificultades que tiene que representar ganar a alguien que controlaba todos los poderes en el país, por eso la derrota en las urnas de este presidente con ínfulas de reyezuelo es un triunfo sin paliativos del pueblo senegalés y su ejemplo queda tristemente realzado por coincidir en el tiempo con los golpes militares que se han producido en dos países limítrofes: Mali y Guinea Bissau.
En esta victoria ha jugado un papel destacado la juventud senegalesa cuyo arrojo durante la campaña electoral de la primera vuelta (magistralmente narrada por el periodista José Naranjo en la web canaria Guinguin Bali) fue un aldabonazo que despertó conciencias y provocó la reacción de la población. Pero además de la pasión de los jóvenes, en esta experiencia senegalesa tenemos que destacar la capacidad de los partidos políticos de la oposición para, a pesar de las diferencias ideológicas, aunar esfuerzos en la segunda vuelta para eliminar al presidente Wade.
Es cierto que el nuevo presidente, Macky Sall, es todavía una incógnita, pero hay dos pruebas de fuego que nos darán su perfil como político: su capacidad para desmontar el sistema de privilegios creado por Wade y las iniciativas que emprenda ante la crisis alimentaria que se le viene encima al país debido a la sequía del último año.
Canarias, si tuviera una política exterior solvente, debería comprometerse de lleno en este último problema que no solo supondría cubrir la necesidades básicas de la población sino también un apoyo a un proceso democrático que es de enorme interés para la región.
Queda esta derrota también para la reflexión de algunos políticos del Cabildo tinerfeño que se acercaron en los últimos años a la corte de Wade, creando, por indicación de estos embalados cortesanos, líneas de cooperación con cofradías religiosas convenientemente lubrificadas con biodiesel, paseando con orgullo la amistad con un presidente que sabían que empujaba a Senegal más allá del abismo, pero que les prometía tierras y amistades exóticas.
(*) Pedro Fernández Arcila. Concejal de Sí se puede en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.
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