Luis Pérez Aguado / Artículo de opinión.- Mientras en Europa y el conjunto de Occidente se miran al ombligo, el mundo está cambiando.
Los países emergentes (los llamados BRIC: Brasil, Rusia, India y China) han seguido creciendo económicamente y perfilan un nuevo escenario internacional.
Entretanto, los países de la Unión Europea en lugar de proponer una alternativa económica sostenible se centran en recortar y ajustar, lo que sólo produce más paro y pérdida de derechos.
¡Es lo que los mercados mandan! – nos dicen. Y como corderitos, bobos de nosotros, asentimos.
¡Falso! Porque ¿qué son los mercados sino los sistemas capitalistas de producción? Dicho de otro modo, son tácticas y formas de especulación. Y los talentos que dirigen estas operaciones son, ni más ni menos que especuladores, personas que tienen nombres y apellidos. Casualmente, los que han provocado la crisis y ya sabemos todos que a “río revuelto ganancia de pescadores” Aunque aquí los únicos que pescan en este río al que llaman tan groseramente crisis son estos poderosos señores.
Alemania, que incumple cada vez que le conviene los acuerdos europeos sin que nadie se atreva a cuestionarla, es, sin embargo, la que (con el visto bueno del BCE y el FMI) marca las directrices de la política común en la Unión.
La riqueza obtenida por los bancos y empresas alemanas no la han invertido es su país, sino que la han orientado hacia el exterior con fines puramente especulativos comprando deuda externa, inflando burbujas inmobiliarias y promoviendo la evasión y la inversión improductiva. Y son a ellos, a los bancos alemanes (y no olvidemos a los franceses) a los que, realmente, ha rescatado Europa porque han acumulado una gran cantidad de deuda de los países supuestamente rescatados. A estos últmos si se les ha obligado a recurrir a préstamos, que están calculados para que los países no puedan pagarlos. De esta forma la deuda externa se convierte en una deuda eterna.
Cuando Islandia, harta de esta situación, dio la espalda a Europa y rechazó rescatar a los bancos y encarceló a los gobernantes culpables de su crisis, comenzó a resolver sus problemas. Los islandeses decidieron en dos referéndums que primero eran ellos. Ahora están saliendo airosamente de la crisis. Están generando empleo y se prevé que triplicarán su crecimiento este año. Es un ejemplo claro de un pueblo que quiere escribir su propio futuro alejado de las decisiones y presiones que imponen otros en las sedes del FMI o la UE, y que están fuera de la realidad ciudadana.
Europa decidió silenciar al mundo la rebeldía de los ciudadanos islandeses por temor a que algún otro país siguiera su ejemplo, porque, lógicamente, esto es negativo para los egoístas intereses de quienes quieren cambiarnos la vida, ya que para cumplir sus objetivos es necesario que todos entremos por el aro (por el suyo, claro) y estemos en el mismo bando (es lo que, cínicamente, nos ladran continuamente). Y nosotros, ilusos, vamos y nos lo creemos.
Un alto directivo empresarial español para desacreditar la huelga general del 29 de marzo, dijo que con esa forma de actuar nos acercamos más a Grecia y nos alejamos de Alemania, y lo dijo precisamente ahora cuando las medidas de austeridad de Alemania están siendo cuestionas en su propio país y sus directrices están provocando más paro en Europa. A tal alto cargo se le olvidó mencionar las numerosas huelgas que en esos días pululaban por allí y que afectaban al transporte público, a los servicios de salud, a la recolección de desperdicios, a los controladores aéreos, a los bomberos y al personal de tráfico en tierra de los aeropuertos de Fráncfort, Dasseldorf, Stuttgart y otros aeroparques, que causaron numerosas cancelaciones de vuelos. Y todo porque la señora Merkel se ha dedicado a someter a los asalariados, a desmantelar a los sindicatos y a fomentar la precariedad del empleo. A lo mejor los alemanes también se han cansado de que sobre ellos y no sobre los bancos y las grandes empresas recaiga todo el peso de la crisis.
Con la selectiva política económica que se está llevando a cabo en Europa se están incrementando a niveles alarmantes las desigualdades entre los estados y dentro de los mismos. La ambición desmedida de los que provocaron la crisis, que son los que siguen marcando las pautas hoy, está conduciendo a la desesperación a muchos ciudadanos. La diferencia entre ricos y pobres cada día es mayor. En Italia los niños están yendo a trabajar. En Grecia se producen suicidios, como el reciente de un jubilado a las puertas del Parlamento que, en una nota desesperada, responsabilizaba a las medidas de ajuste de su gobierno de aniquilar cualquier esperanza de supervivencia “Soy jubilado. No puedo vivir en estas condiciones. Me niego a buscar comida en la basura” Decía la nota. Pero que no es el único caso. Desde el comienzo de la crisis se calcula que un 40% de muertes “accidentales” en Grecia fueron suicidios. Y es que la Iglesia ortodoxa sigue negándose a enterrar en suelo sagrado a estos desesperados, de ahí el velo de silencio que aún se cierne sobre estos hechos. Mala cosa es cuando la gente empieza a suicidarse.
Mala cosa también es en nuestro país cuando, a pies juntillas, seguimos el modelo de ajustes y en el camino (da la impresión que intencionado) nos estamos cargando el estado de bienestar. Claro que, a muchos de nuestros gobernantes les conviene seguir las reglas del juego, porque con esta excusa, aunque vayan dejando muchos resentidos en el camino (otros dirán muertos en el sendero) podrán hacer y deshacer a su antojo, tomar medidas injustas que nunca sufrirán ellos, contribuir al enriquecimiento personal de familiares o privatizar –más bien regalar- cuatro hospitales públicos en Castilla La Mancha, por poner un ejemplo, a familiares y amigos de los dirigentes de la comunidad. Cuando la cohesión social se resquebraja es que hemos llegado al final. Es por decir algo.
Luis Pérez Aguado
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