Luis Alberto Henríquez Lorenzo / Artículo de opinión.- "Las bodas religiosas sin fe", monseñor Novell, que a usted tanto le preocupan, son tan viejas como las propias bodas, en el sentido de que "quien hizo la ley hizo la trampa"; o mejor, en el sentido de que todos somos frágiles, pecadores, necesitados de reforma y de conversión. Aunque lo cierto también es que las bodas religiosas sin fe, como usted las llama -obispo que es usted de Solsona, en Cataluña, el obispo más joven de España, todo un chavalote que pareces, monseñor-, cada vez son más escasas en España porque sin fe o con más fe católica, vertiginosamente aumentan las bodas civiles y las parejas de hecho, al tiempo que decrecen los matrimonios por la Iglesia. Total -está uno tentado a declarar-, para el muy escaso testimonio de vida cristiana que ofrecen no pocos de esos matrimonios por la Iglesia, ¿para qué mantenerlos? Si casi en nada se diferencian de los otros, de las parejas de hecho y de las parejas casadas por lo civil, ni siquiera en lo propiamente singular de la familia cristiana según la doctrina de la Iglesia (aparte de fidelidad, irrevocabilidad, estabilidad, etcétera, las famosas “tres patas”: apertura generosa a la vida (tener hijos), compromiso solidario y vivencia espiritual conyugal), ¿qué sentido tiene defender ese modelo de convivencia?, ¿para qué?, ¿qué cuenta nos trae? ¿No será que muchos dirigentes de la Iglesia católica lo que temen es que la sangría de las deserciones y apostasías no cese, hasta el extremo de llevar a la Iglesia a una rotunda quiebra no solo de fieles sino económica? Dicho con otras palabras: ¿no será que muchos curas en la Iglesia y hasta obispos no desean ser exigentes para no espantar a muchos que al menos van de vez en cuando a las iglesias y que viven una fe tibia, sí, muy tibia, pero que al menos apoquinan con dinero para el mantenimiento de la Iglesia católica...?
El problema, así pues, en los tiempos que corren es otro, entiendo. Y "ése", el problema, no es otro que el hecho de que los propios obispos, curas, religiosos, religiosas y hasta responsables laicos -no todos, obviamente- han ido rebajando muchísimo el listón del ideal cristiano. Dicho con otras palabras: han preferido muy a menudo promocionar burocracias, que no militancias.
Los resultados están a la vista. De verdad de la buena, ¿cuántos jóvenes matrimonios entre bautizados católicos podríamos decir con justicia que viven auténticamente los valores de la familia cristiana, según la entiende la Iglesia católica? Se contaran con los dedos de la mano y aun así sobrarían dedos.
Incluso entre los fieles bautizados que tienen la enorme dicha de contar con un trabajito gracias a la Iglesia católica (escuela católica, profesorado de Religión católica en la escuela pública, facultades de Teología, técnicos de acción social o sanitaria, etcétera), verdadero tesoro en los tiempos de crisis que corren, es muy difícil encontrar verdaderos testimonios entusiasmantes de vida matrimonial; habría que buscarlos con lupa...
De las generaciones católicas más jóvenes, ¿cuántos fieles bautizados se plantean la apertura generosa a la vida (tener hijos, abiertos a acogerla como un don de Dios), la solidaridad, la espiritualidad conyugal? Estas, según la doctrina de la Iglesia católica, son las tres patas del edificio de la familia cristiana. No hay que ser ningún lince para percatarse de que al menos en España, en la sociedad española, hasta una mayoría de bautizados que dicen ir de católicos por la vida pasan olímpicamente de la doctrina de la Iglesia católica sobre el matrimonio y la familia cristianos. Repito: incluso los que tienen la enorme dicha de contar con un trabajito gracias a la Iglesia católica -tesoro impagable en los tiempos de dramática crisis que asolan España-, en su inmensa mayoría pasan, según sus obras, los hechos de sus vidas -no juzgo sus conciencias, ni sus voluntades-, de tomarse en serio la exigente doctrina de la Iglesia católica sobre la familia cristiana.
Sería de circo la cosa, de risa, si no produjera sobre todo consternación y pena. Peor para la Iglesia: está cavando su propia tumba, es decir, todo el descrédito posible para ella misma.
Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Abril 2012.
Islas Canarias
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