Salvador López Arnal * / Artículo de opinión.- Cristina de Borbón -doña Cristina por supuesto- es directiva de la obra social de La Caixa. Su formación, si no ando errado, está relacionada con la economía, las “ciencias empresariales” y el derecho (acostumbra a ser así en su privilegiado sector social). Sus años de “trabajo” no son los que corresponderían a una persona de su edad y de sus capital familiar y cultural, pero lleva ya tiempo inmersa en “ocupaciones profesionales”. Está puesta, y muy puesta, en tareas “empresariales” y de representación.
Copropietaria de Aizoon, la hija del Rey ha ejercido -según se ha informado- de coordinadora o secretaria en las reuniones de la dirección de la empresa y ha realizado -o ha debido de realizar- consiguientemente las tareas anexas a esa función. Es imposible que las decisiones tomadas por su empresa estén fuera de su comprensión, que superen sus amplias y probadas facultades cognitivas, que sean un lío oscuro y descomunal para ella, doña Cristina. Además, la hija de la primera autoridad del estado -que vive ahora en Washington por, según se dice, sugerencia, imposición o consejo paterno- no ha vivido hasta ahora en Júpiter y debe saber los costes aproximados de la adquisición, ampliación, arreglos y decoración selecta-muy selecta de un palacete en el distinguidísimo barrio barcelonés de Pedralbes, al igual que el valor de las otras viviendas adquiridas por ella y su marido, el Duque palmesano, incluso un trastero si mi memoria no falla en este curioso y codicioso vértice. Donde hay gastos suntuosos tiene que haber ingresos a su altura y, por lo tanto, la pertinente pregunta sobre el origen de estos últimos. Queda, por otra parte, su declaración de renta, de la que ella, aunque pueda ser poco, algo debe saber de casi todos los apartados.
¿Cómo entonces se entiende que la Infanta no haya sido llamada a declarar? ¿Cómo se entienden entonces las declaraciones de la fiscalía y de otras instancias jurídicas? ¿Por qué el juez del caso sólo amenazó en un momento del interrogatorio a su marido con la posibilidad de llamarla a declarar y no se puso con las manos en la masa tres nanosegundos después? ¿Cómo es posible que no haya sido imputada, ni siquiera como testigo, en un caso que afecta directamente a una trama empresarial, pensada y realizada con todo detalle, premiada incluso con un doctorado en ESADE, de la que ella forma parte de manera evidente aunque no sea -o sea- con un papel estelar como el de la Streep en “La dama de hierro”, acaso un referente político suyo? Si Aizoon, como es el caso, ha protagonizado numerosas operaciones del diseño empresarial Torres-Urdangarin, ¿cómo es posible que Cristina de Borbón no sepa nada, no tenga nada que decir, no pueda ayudar, como debe hacer cualquier ciudadano o ciudadana, a que la justicia española aclare las redes y líneas que envuelven a este tenebroso asunto cuyas redes y contornos están lejos de ser delimitados en su totalidad?
Cabe una explicación que parece, que debe ser disparatada: la clave se ubica en el rancio machismo de nuestras instituciones jurídicas. Tal vez algunos o muchos de sus miembros piensen que doña Cristina no es muy lista, no es muy espabilada, que es mujer y no sabe de estos asuntos, que su marido es el jefe de la familia y que ella está para otras cosas. Como en los viejos tiempos del que eligió a su padre como sucesor: para dirigir los asuntos domésticos y “cuidar al servicio” y a su familia. No para asuntos masculinos. Ella, mujer, aunque sea de la realiza, no encaja en estos momentos. ¿Es posible que una conjetura así, tan insultante, pueda resultar consistente –no digo verdadera- como explicación? ¿Estamos en el inmenso lodazal de infamia machista? Parecerá absurda pero algunas notas provenientes de la Casa Real tienen un olor parecido: Doña Cristina, dicen y repiten, no sabía nada… Es cosa de su marido. No estaba informada.
Si no es así, y debe no ser así, cabe otra posibilidad que tampoco resulta ni jurídica ni socialmente modélica.
Ciertamente cuesta hacer caso del articulado de la Constitución de 1978. Su artículo número 1, por ejemplo, dice así: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. ¿Estado social y democrático de Derecho? ¿La justicia y la igualdad como valores superiores de su ordenamiento jurídico español? Parece imposible pero así se afirma en la máxima norma nacional. Sea como fuere, en el artículo 56,3 se enuncia, como el que no quiere la cosa, un disparate como el siguiente: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65,2”. ¿Será entonces que éste “no estar sujeto a responsabilidad” afecta no sólo a la primera autoridad del estado sino a toda la Familia Real? ¿Será eso? ¿Estaremos ante una instancia, una concreción, de la falacia de la generalización irresponsable? ¿Hasta aquí hemos llegado tras la Inmaculada Transición-transacción?
Si no es eso, no puede serlo de ninguna de las maneras, entonces el machismo de las instituciones, no sólo las jurídicas, produce vértigo. Y si tampoco es eso, pongamos que no es eso, sólo cabría apelar a la no igualdad de la ciudadanía ante la ley. Los señores y las señoras con el alma (platónica) de oro son intocables. Doña Cristina es áurea.
Pero si fuera así, estaríamos ante una hipótesis descabellada que pondría en solfa cuanto menos el artículo 14 del ordenamiento constitucional: “Los españoles [las españolas están incluidas] son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Y una cosa así, no es posible.
Y lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Un Estado social y democrático de Derecho no puede posibilitar ni abonar una aberración de tales proporciones. ¿O sí?
Salvador López Arnal
Salvador López Arnal es colaborador de rebelión y El Viejo Topo y discípulo de Francisco Fernández Buey, es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Los libros de El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
* Profesor-tutor de Matemáticas en la UNED y enseñante de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Colabora normalmente en la revista "El Viejo Topo" y es coguionista y coeditor, junto con Joan Benach y Xavier Juncosa, de "Integral Sacristán" (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa).
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos (La Oveja Roja, Madrid, en prensa).
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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