Salvador López Arnal * / Artículo de opinión.- La central nuclear de Fukushima Daiichi -propiedad de la corporación privada TEPCO, es una de sus centrales- resultó fuertemente dañada por el tsunami de 11 de marzo de 2011. La planta está situada a unos 270 kilómetros al noreste de Tokio. Contaba con seis reactores y operaba desde 1971. Tenía permiso para seguir activa hasta 2021; cincuenta años (¡50!) en total era lo proyectado.
Lo sucedido en los primeros momentos del accidente, del segundo o primer accidente más importante de la era nuclear, puede ser descrito del modo siguiente: un terremoto de grado 9 sacude la costa japonesa provocando un fuerte tsunami. Los reactores de la central se paralizan. Un fallo eléctrico la deja sin refrigeración. El sistema de generación diesel de emergencia comienza a operar enfriando la planta pero apenas una hora después estos generadores también quedan inutilizados. Se declara la emergencia nuclear. El gobierno asegura que no existen fugas radiactivas aunque días después -aunque se ha sabido mucho después- se llegó a pensar en la evacuación de Tokio.
Las autoridades niponas comunican a la Agencia Internacional de Energía Atómica que se disponen a liberar parte de los vapores concentrados en la central. Son evacuados inicialmente tres mil ciudadanos en un radio de 3 km. alrededor de las instalaciones. Al día siguiente se amplían los límites, a 10 km. inicialmente [1]. El gobierno ordena que se abran de forma controlada las válvulas de los reactores para liberar vapor y tratar de rebajar la presión en su interior. El primer ministro japonés visita la zona. Da un mensaje de calma a la población y afirma, sin mayor precisión, que la operación había liberado cantidades mínimas de radiación. El guión (conocido) de todas las ocasiones (conocidas). El mismo día de la visita gubernamental la estructura externa del reactor 1 se derrumba tras una explosión. En las siguientes horas explotaron otros reactores del complejo y se vierten al medio ingentes cantidades de radiactividad, no siempre reconocidas ni por TEPCO, una de las grandes compañías eléctricas del mundo, ni por el gobierno conservador y neoliberal nipón.
El desastre no acabó aquí. Conocemos más escenas de esta historia dantesca; damos cuenta más adelante de algunas de ellas. Vale la pena ahora recordar unas reflexiones de Carlo Rubbia, anteriores al referéndum italiano de junio de 2011 [2], sobre la industria y energía nucleares.
Fukushima fue una enorme sorpresa para algunos, para muchos, porque puso de manifiesto lo poco que tenían que ver las previsiones con los hechos, señaló de entrada el científico italiano. “Fue una lección y es peligroso no aprender de las lecciones, especialmente para un país como Italia que tiene muchos problemas en común con Japón”. No sólo la sismicidad sino también los tsunamis producidos por terremotos. El ejemplo recordado por el Premio Nobel de Físicas: la ola gigante que destruyó Messina en 1908. Es razonable hacer una central nuclear en Sicilia, se preguntaba Rubbia. “Hay que examinar los problemas partiendo una cuestión fundamental: cuánto dinero hace falta y quién lo pondría. Se dice que una central nuclear cuesta entre 4.000 y 5.000 millones de euros, pero sin considerar los costes precedentes ni los posteriores, es decir, los gastos necesarios para el enriquecimiento de combustible y para la creación de un depósito geológico de residuos radiactivos como el que los estadounidenses han tratado de hacer sin éxito gastando 7.000 millones de dólares en Yucca Mountain”. El Nobel de Física apuntaba que en los países que habían apostado hasta la fecha por la energía nuclear la decisión había sido financiada, de un modo u otro, por el Estado, “y a menudo porque el Estado estaba construyendo bombas atómicas”. Por ello, añadía, las centrales francesas habían costado tres veces menos que las alemanas. “La mayor parte de las inversiones en infraestructura fueron sufragados por la Force de frappe [fuerza de disuasión nuclear francesa]. Si en Italia -y sería una novedad- hay empresas privadas dispuestas en este sector, que den un paso al frente”. O de otro modo, concluía el científico italiano, “habrá que decir con honradez que el dinero saldría de los impuestos”, es decir, de todos los ciudadanos. Mercado puro para los beneficios y (poco) mercado + (mucha) ayuda pública para la inversión: ésta es la ecuación.
También en Japón ha estado muy presente la relación “política industrial y energética de gobiernos” serviles y los “intereses de grandes corporaciones”. Además, como señalaba en octubre de 2011 Justin McCurry, el corresponsal en Tokyo del Guardian [3], expertos nipones “han advertido que podría tardar más de 30 años para limpiar y desarmar la planta nuclear Fukushima Daiichi”. La remoción de varillas de combustible fundidas y el desmontaje de la planta tardará décadas. La comisión nipona ha solicitado a TEPCO que comience a remover las varillas dentro de diez años. El trabajo para desmontar comenzará cuando la corporación nipona sea capaz de llevar la planta a un estado seguro. Tres años después de asegurar los reactores, la corporación –si sigue existiendo- tendrá que comenzar a trabajar con el combustible gastado de las piscinas de almacenamiento, y todo ello antes de comenzar la tarea más difícil: tratar, remover, el combustible fundido de los tres reactores que sufrieron la fusión.
Aunque las emisiones de radiación disminuyeron significativamente al cabo del tiempo desde el terremoto de 11 marzo, los trabajadores siguieron operando en condiciones extremadamente peligrosas. Para alcanzar el objetivo de reducir a la mitad los niveles de radiación dentro de dos años, se tendrán que remover también grandes cantidades de tierra. La eliminación de cuatro centímetros de la capa superficial de tierra agrícola en la prefectura de Fukushima originará más de 3 millones de toneladas de desechos (lo suficiente para llenar unos veinte estadios de fútbol). Una vez hayan sido completadas, las instalaciones de almacenamiento provisionales contendrán ese suelo y otros desechos radiactivos durante unos 30 años.
En noviembre de 2011, se detectó radiactividad en plantaciones de arroz ubicadas a unos 80 kilómetros de la central [4]. Las externalidades siguen su curso.
Se ha sabido posteriormente al accidente que los responsables de Tepco tuvieron sobre su mesa un informe interno de 2008 -que ignoraron por “poco realista”- que alertaba del riesgo de que un tsunami de más de 15,5 metros de altura golpeara la central. El estudio recomendaba que se alzara el muro defensivo de las instalaciones, ya que consideraba insuficiente el dique de diez metros de altura que resguardaba Fukushima. Antes de la realización de este estudio, Tepco consideraba que el mayor tsunami que podía sufrir la zona era de 5,7 meros (Los cálculos se habían hecho en la década de los años setenta).
El trabajo fue realizado por un departamento de la corporación, creado en 2007 para revisar la seguridad de sus instalaciones, que hasta junio de 2010 estuvo dirigido por el jefe de la central de Fukushima, el ingeniero nuclear Masao Yoshida, retirado por enfermedad, a los 56 años de edad, en noviembre de 2011. Yoshida tuvo que ser hospitalizado por “culpa de una importante dolencia que le impide cumplir sus funciones”. Tepco –no dio detalles de la enfermedad del jefe de la central y se negó a informar de los niveles totales de radiación recibidos por él durante el accidente- aseguró que la dolencia no tenía relación alguna con la radiación que pudo hacer recibido Yoshida. Será eso…o no será.
Sea cual sea el final del desastre que nos acecha –“y con todo el respeto que me producen los esfuerzos humanos desplegados para combatirlo”-, comentó Kenzaburo Oé en 2011 en su conversación con Philippe Pons para Le Monde, “su significado no se presta a ambigüedad alguna: la historia de Japón ha entrado en una nueva fase en la que de nuevo nos encontramos bajo la mirada de las víctimas de lo nuclear, de esos hombres y esas mujeres que demostraron un enorme coraje en su sufrimiento. La enseñanza que podamos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de aquellos que consigan sobrevivir de no repetir los mismos errores” [5]. Pero no todo el mundo ha extraído alguna enseñanza ni está en disposición de no repetir los mismos errores.
¿Errores, enseñanzas? Ni los 40 o más años que serán necesarios para deshacerse de los maltrechos reactores de Fukushima (con los gastos inconmensurables anexos a tales operaciones) ni la contaminación en la “zona cero”, o en el agua o en los alimentos son la cara más sangrante. Lo peor es que, a pesar de algunas notables reacciones (Alemania y su abandono de la era atómica en primer lugar, una decisión en la que el papel del movimiento antinuclear germano ha sido esencial), la alarma generada por el accidente nipón no haya frenado completamente la expansión o renacimiento de la industria atómica [6]. Fukushima no ha supuesto cambios profundos en los planes nucleares de algunos países europeos (España, entre otros, es uno de los ejemplos destacados).
Existen unos 63 reactores en construcción en quince países y unos 150 en proyecto. La “crisis” –no la prudencia- puede causar estragos en esos planes. EEUU, por ejemplo, puso fin el año pasado a una moratoria nuclear de más de 30 años con la aprobación de la construcción de dos nuevos reactores. Rusia posee 9 reactores en funcionamiento y quiere duplicar su producción de energía atómica en los próximos años. Veremos.
Hasta el momento, la República Popular China tampoco planea modificar su política energética: 13 reactores en funcionamiento, una veintena en construcción y su intención de alcanzar los 100 para 2030 (¿habrá entonces uranio suficiente en el mundo para abastecer tantos reactores?). El Gobierno indio tampoco ha variado su proyecto de levantar una central con seis reactores en Jaitapur, una zona de gran actividad sísmica.
En América Latina, tras Fukushima, Venezuela –y el ejemplo es altamente significativo- ha reaccionado anunciando la congelación de los planes preliminares del programa de energía nuclear. Argentina y Brasil sigue con sus planes atómicos.
Hay otros ejemplos de ceguera igualmente significativos. “La situación en Fukushima está absolutamente controlada y no hay personas irradiadas. Eso ha hecho que los planes nucleares no se vean cuestionados”. Así hablaba recientemente María Teresa Domínguez, presidenta del Foro Nuclear español [7], como si el sol siguiera saliendo por Antequera e hiciera marejada en la costa. Publicidad atómica del tipo “segura, barata, limpia y pacífica”, el no va mas. No vale la pena detenerse. Que más de 100.000 personas, principalmente jóvenes, hayan abandonado Fukushima desde 2011 eso no cuenta en las cuentas de la señora MTD. ¡Es el progreso estúpidos antinucleares! (Un ministro nipón se expresó así pocos días después del accidente).
El ingeniero José Emeterio Gutiérrez es director de Westinghouse para el sur de Europa. Aunque el salario le va en ello, hay mayor honradez intelectual en su comentario. “Al principio vi las noticias y estaba tranquilo. Pensé que la central aguantaría perfectamente. Cuando perdieron los generadores diesel [los que están diseñados para refrigerar la central en caso de pérdida de suministro eléctrico] me quedé muy impresionado. ¿Cómo es posible si están preparados para eso?” [8]. Simplemente, añade el ingeniero-director de Westinghouse, en el sector nuclear los accidentes no podían ocurrir, nadie les había preparado para ello. Como en “El síndrome de China”. Pero lo que no podía ocurrir, ocurrió, y en el caso de Fukushima las imágenes no irrumpían en la pantalla.
Noticias recientes muestran un panorama muy diferente del dibujado por la publicista nuclear María Teresa Domínguez.
Kazuya Tarukawa es joven, tiene 36 años. Hace ya algún tiempo dejó un trabajo no precario en Tokio para ocuparse de una granja orgánica de su familia [9]. La granja está ubicada a 100 kilómetros del reactor nuclear de Daiichi. Aunque está fuera de la zona de exclusión establecida por el gobierno (60 kilómetros en torno de la central), la granja no es inmune a las sospechas de contaminación radiactiva. Diez días después de la hecatombe del 11 de marzo, la desesperación llevó a su padre, Hisashi Tarukawa, de 74 años, al suicidio. "Mi padre quedó devastado luego del colapso del reactor nuclear y las informaciones sobre contaminación radiactiva. Perdió toda esperanza en su futuro y en el de la agricultura de Japón", ha declarado su hijo. Su huerta produce una amplia variedad de verduras en verano y fue cultivada con esmero por ocho generaciones. En la última década, Tarukawa añadió la agricultura orgánica a esa herencia. El accidente nuclear arrasó con todos sus esfuerzos. El propio Kazuya Tarukawa siente una profunda desesperación.
Ryota Koyama, un experto en seguridad alimentaria de la Universidad de Fukushima, ha explicado las razones de ello. "Los productos de mar y agrícolas reciben rechazo interno e internacional por el temor a la radiación… Llegó el momento de desarrollar nuevas políticas de seguridad basadas en evidencias científicas y en preocupaciones sociales, paso crucial hacia el abordaje de este problema”.
En los últimos meses de 2011 y principios de 2012, el gobierno ha emprendido la limpieza de los suelos contaminados de granjas y huertas. Las autoridades también se han comprometido a realizar nuevos análisis para detectar cesio 137 -su vida media es de 30 años y es cancerígeno como es sabido- en más de 25.000 establecimientos agrícolas y a establecer medidas de seguridad más estrictas a partir de abril de 2012, intensificando las inspecciones en busca de radiación en las tiendas de alimentos. En febrero de 2012, el Ministerio de Salud japonés propuso un límite especial de 50 becquereles por kg de alimento y leche para infantes. Un colectivo de científicos aprobó la propuesta y destacó en un escrito que las nuevas medidas “garantizan consideraciones especiales para los niños". Empero, activistas antinucleares y madres y padres continúan “presionando para que haya mejores normas de protección a la infancia de Fukushima insisten en que no estarán satisfechos hasta que el gobierno tome medidas para evacuar a toda la población infantil hacia áreas totalmente seguras”.
Se entienden las razones de estos ciudadanos. Según el influyente periódico nipón Asahi Shimbun [10], en septiembre de 2011, un área de más de 8.000 km2 había acumulado concentraciones de cesio-137 de 30.000 becquereles por m2. ¡Más o menos, el escenario descrito por la presidenta del Foro Nuclear español! Igualito. El área que se estima contaminada abarca aproximadamente la mitad de la prefectura de Fukushima, la tercera más grande de Japón. Prefecturas vecinas también están afectadas: 1.370 kilómetros cuadrados en Tochigi, 380 en Miyagi y 260 en Ibaraki.
El agricultor Kitaburo Tanno, quien abandonó su granja de ocho hectáreas en Nihonmatsu, a 45 kilómetros del reactor dañado, cree que lo único que puede salvar la agricultura japonesa es que el gobierno dé información honesta: "Decidí irme de mi granja poco después del accidente porque ya no podía confiar en la información que daba el gobierno. Yo hubiera apreciado una evaluación honesta para los agricultores que hubieran podido salir adelante con el apoyo de fondos públicos. (Pero) esto no ocurrió".
El recelo de los ciudadanos japoneses hacia las plantas nucleares y hacia la radiactividad en los alimentos ha ido progresivamente en aumento desde el accidente nuclear. El movimiento antinuclear, reducido en Japón si bien cada vez más fuerte, ha alzado su voz tras el 11 de marzo para decir una vez más “no” a las centrales atómicas. Kenzaburo Oé lo expresó así pocos días después del desastre nuclear en la entrevista indicada: “[…] Hace tiempo que abrigo la esperanza de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia tres grupos de personas: los muertos en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los irradiados de Bikini… y las víctimas de explosiones en centrales nucleares. Si nos asomamos a la historia de Japón con la mirada de estos muertos, víctimas de lo nuclear, su tragedia es evidente”. Hoy constatamos, concluye Oé, “que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad”.
De la actual situación, pueden apuntarse algunas notas como las siguientes. Tras la confirmación por parte de TEPCO -multinacional en la que es imposible que habite la mínima confianza ciudadana- que los reactores dañados por el tsunami se mantienen por debajo de los 100 grados, nudo sobre el que en las últimas semanas ha habido informaciones confusas, los trabajadores de la central -o de subcontratas sin alma ni piedad- “se centran ahora en evitar filtraciones y preparar la retirada de las varillas de combustible nuclear”. La operación, de una enorme dificultad técnica, necesitará nada menos que unos 25 años para ser completada. Quince años más, como se indicó, serán los necesarios para el desmantelamiento definitivo de los reactores dañados. Todo ello son externalidades, cantidades marginales de un industria energética segura y barata. ¿Suena la música?
Uno de los grandes problemas que han tenido que afrontar los trabajadores durante el año transcurrido ha sido la acumulación de agua contaminada en la central. Una buena parte de ella se almacena en un millar de contenedores con una capacidad total para 165.000 toneladas.
Hasta ahora se han registrado casos de contaminación en carne vacuna, té, arroz y leche en polvo infantil. Las autoridades niponas, por supuesto, han descartado que los niveles detectados supongan un riesgo importante para la salud. Ante las protestas ciudadanas, el Gobierno nipón se ha visto obligado a ser más estricto con los límites exigidos para su venta.
La zona más afectada es la que rodea la central nuclear. Unas 80.000 personas que tuvieron que ser desalojadas precipitadamente no tienen fecha de regreso. En esta área trabajan desde principios de 2012 equipos de las Fuerzas de Autodefensa para descontaminar los edificios públicos. Se prevé que empresas privadas se encarguen de limpiar el resto. Los negocios son los negocios, incluso después de tragedias como la de Fukushima. A pesar del intento de la industria nuclear -y de sus alrededores, voceros, lobistas y colaboradores- de abonar y propagar un resurgimiento de lo nuclear, el camino no va a resultar un sendero de rosas sin resistencia ciudadana y cantos de alegría y confianza.
Los científicos honestos no suelen ser adivinos pero pueden y suelen hacer predicciones exitosas o apuntar escenarios probables con mayor o menor detalle. El gran científico franco-barcelonés, republicano e internacionalista, Eduard Rodríguez Farré acertó esta vez de pleno. Y lo dijo, y lo escribió además, muy pocos días después de la hecatombe nipona: Fuskuhima es y será un Chernóbil a cámara lenta [11].
Veamos una de las últimas escenas de este Chernóbil nipón. “Hay algunas fallas activas en el área de la central nuclear, y nuestros resultados muestran la existencia de anomalías estructurales similares tanto bajo la zona de Iwaki como bajo el área de la central de Fukushima Daiichi. Si tenemos en cuenta que se ha producido un gran terremoto en Iwaki no hace mucho tiempo, creemos que es posible que un terremoto con una fuerza similar ocurra en Fukushima", ha asegurado Dapeng Zhao, profesor de geofísica en la Universidad Tohoku y director del equipo que ha realizado el estudio publicado en la revista de la Sociedad Europea de Geociencias, Solid Earth [12]. Precisamente, e l pasado 14 de febrero se registró un terremoto en esa zona de Japón, magnitud 6,2, que pudo sentirse en toda la región de Fukushima. Según las autoridades niponas, el temblor no ha provocado ningún contratiempo en la central accidentada. Puede ser eso… o puede no serlo. ¿Quién puede confiar a estas alturas de lo sabido en las informaciones de TEPCO o del gobierno japonés?
Según la investigación, realizada “a partir del estudio de 6.000 terremotos en la zona”, provocados “por un movimiento ascendente de fluidos magmáticos empujados por la placa del Pacífico” que pueden generar tensones en las fallas, el seísmo que provocó el catastrófico tsunami de magnitud 9,0 y otro posterior de 7,0 en Iwaki [13] “marcan la senda de una nueva falla que se habría instalado bajo Fukushima”. Ni más ni menos.
Las autoridades japonesas, se señala en ese escrito, deben o deberían asegurar “la estabilidad de la planta atómica maltrecha para evitar un susto mayor en el futuro por su delicada situación sismológica actual”. Otra singular externalidad. ¿Segura decían? El terremoto de marzo de 2011 asestó un golpe devastador a la planta nuclear y puede “haber propiciado que a partir de aquel momento esté mucho más expuesta a sufrir bajo sus suelos un nuevo sismo devastador”. Este es el nudo esencial, con esto hay que operar.
Los investigadores reconocen que no se puede predecir cuándo podría darse un terremoto de gravedad, señalaba JS de Público, tampoco son adivinos, pero “aseguran que sus hallazgos deberían tenerse en cuenta no sólo para la central de Fukushima Daiichi, sino para las pruebas de resistencia de otras plantas cercanas, como Fukushima Daini, Onagawa y Tokai”. ¡También con eso hay que contar!
¿Qué resultado podrá inferirse de esas pruebas? Habrá que verlo. ¿Potenciar lo nuclear, exportarlo incluso, como parece que Japón –es decir, corporaciones y gobierno- está haciendo? No parece que los vientos, si son honestos, deban apuntar verazmente hacia ese escenario. No será ésta, probablemente, la última escena dantesca que nos brinde el Chernóbil nipón. La película de terror continúa. A cámara lenta… Y con muchos colores.
El primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, por su parte, afirmó ayer que “nadie en particular es responsable” del accidente de la central nuclear de Fukushima, pero cada uno debe ”compartir este dolor” [14]. En una entrevista, Noda afirmó que las autoridades japonesas habían sido engañadas por “el mito de la seguridad” de la energía nuclear y no estaban preparadas para un desastre de la magnitud que se produjo 11 de marzo 2011. ¿Engañadas? ¿No leen otros documentos que aquellos que corroboran sus ideas y prejuicios?
Noda descartó cualquier responsabilidad individual. Eso sí: “Evidentemente, la responsabilidad primera a la vista de la ley japonesa incumbe al operador de la central nuclear accidentada”. ¡Menos mal! Pero el Gobierno, añadió, “como todos los operadores y los expertos, estaban demasiado impregnados del mito de la seguridad”. ¿No sabían nada de los otros importantes accidentes, el más próximo, en 2007, cuatro años antes? Aun más, las declaraciones de Noda fueron unos días después de que una comisión de investigación revelara que el presidente de la corporación, de Tepco, quisiera abandonar la central a su suerte. Sólo las amenazas del entonces primer ministro, Naoto Kan, lo evitaron. ¡Cómo han leído! Lo llaman “responsabilidad social corporativa”. Noda ha señalado Japón debe diversificar sus fuentes de energía, pero ha evitado cualquier compromiso para abandonar la energía nuclear.
Oé ha vuelto a trazar una perspectiva interesante [15]: “Hace tiempo que abrigo el proyecto de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia tres grupos de personas: los muertos de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los irradiados de Bikini [16] –uno de cuyos superviviente era aquel pescador [el que Oé evocaba en un artículo escrito antes del desastre y publicado pocos días después del 11M]- y las víctimas de explosiones en centrales nucleares. Si nos asomamos a la historia de Japón con la mirada de estos muertos, víctimas de lo nuclear, su tragedia es evidente”. Hoy [2011], concluye Kanzeburo Oé, constatamos que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad. En Japón y en el resto del mundo, fáustica e irresponsablemente nuclearizado. También en España donde la apuesta irresponsable continúa.
El reactor de Santa María de Garoña en Burgos, inaugurado por el dictador golpista africanista Francisco Franco en 1971, fue el segundo reactor nuclear español. Su potencia instalada es de 460 megavatios, aproximadamente la mitad del resto de reactores. En 2012, serán 41 sus años en funcionamiento.
El primer reactor español fue el de José Cabrera, en Almonacid de Zorita (Guadalajara). La central de Zorita dejó de funcionar tras 38 años de actividad en mayo de 2006, tres años menos de los que ya lleva Garoña. El desmantelamiento de Zorita no concluirá hasta 2015 (nueve años después de su cierre) y se calcula que costará 170 millones de euros. Las “externalidades” poco publicitadas de la poderosa industria nuclear. De Guindos, el actual ministro de Economía, sabe de qué va: fue (¿fue?) ejecutivo o miembro del consejo de administración de Endesa. En 2011, sus ingresos fueron de más de 300 mil euros por esta actividad que no fue única.
El informe del Consejo de Seguridad Nuclear enviado al Ministerio de Industria el viernes 17 de febrero de 2012, concluye que “no existe ningún impedimento” para modificar la orden de cierre en 2013 dictada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2009. El organismo regulador español ha recordado, por si hiciera falta, que el dictamen realizado sobre la orden de cierre no prefigura “en ningún caso el sentido o el contenido del informe que deberá realizarse sobre la licencia de la central”. ¿Por qué? Porque tiene que concretar las obras. En principio necesarias pero –el “pero” es muy importante- pueden haber “compromisos realistas”. ¿Para qué? Para que el reactor pueda seguir funcionando. Es el punto.
José Manuel Soria, el ministro de Industria, quiere que el reactor siga produciendo y vendiendo electricidad hasta 2019. Seis años más, cuarenta y ocho años en total.. Luego veremos. Los beneficios durante la prórroga para Nuclenor (Iberdrola + Endesa) serán de vértigo, casi incalculables (Gara [17] ha llamado la atención sobre el hecho de que la noticia, emitida por un ministro de un Gobierno, no se hiciera pública tras un Consejo de Ministros ni fuera anunciada en una comparecencia institucional: Soria hizo esta declaración durante su intervención en el Congreso del PP, ante sus propios correligionarios).
¿Es necesaria Garoña para las necesidades energéticas del país? No. ¿Entonces? Apostar por la prolongación abre la puerta a otras prórrogas (además de al éxito energético-crematístico): las bodas de oro de todos los reactores nucleares españoles. Luego tal vez se piense en bodas diamantinas. ¿Siguiendo las pautas del gobierno alemán? Esta vez, curiosamente, en sentido opuesto.
En 2009, el mismo CSN dio luz verde para que Garoña “siguiera funcionando pero exigiendo mejoras a los propietarios”: instalación de un nuevo sistema de tratamiento de gases radiactivos en caso de accidente y la sustitución de kilómetros de cables del circuito eléctrico. ¿Qué pasó? Que cuando el Gobierno de Zapatero, tras “fuerte” discusión interna entre ministros pronucleares y supuestos antinucleares, decidió prolongar la central en 2013 (sabiendo que el gobierno sería entonces de otro signo, aunque no muy opuesto en este y otros terrenos), las mejoras apuntadas, que requieren inversiones, se perdonaron. ¡Tal cual! Lo llaman “generosidad pronuclear”.
Para Ecologistas en Acción, y no andan errados en absoluto, el organismo de control español “responde a los intereses” de Endesa, Iberdrola y de las otras grandes compañías del sector. No es un prejuicio, no es una descalificación sin fundamento. La actual composición del consejo (¡y puede cambiar para aún peor!) no deja lugar a dudas: dos consejeros elegidos a propuesta del PP, dos del PSOE y uno de CiU, pronuclear donde los haya. ¿Alguno de ellos, por convicción o intereses, no piensa –o dice pensar- que la energía nuclear es limpia, barata, segura, pacífica, con escasísimas externalidades y moderna a más no poder, incluso tras la hecatombe atómica de Fukushima, ese Chernóbil a cámara lenta del que antes hablábamos? Es muy poco probable.
Soria, ha recordado también Gara, ha hablado del modelo energético español como “seguro, equilibrado y eficiente”. No es evidente ninguna de estas afirmaciones. La “seguridad” caza mal, en el caso de Garoña, con el hecho de que General Electric, la empresa que diseñó el reactor de la planta burgalesa, el mismo tipo que el de los reactores de la central de Fukushima, aceptó la existencia de un error en el diseño: un falló en las barras de fricción que podría causar un accidente si, por ejemplo, la zona norte de Burgos sufriera un movimiento sísmico ordinario (no extraordinario). A estos errores de diseño, se les debe o debería sumar los evidenciados por el propio Consejo durante las pruebas de resistencia: se descubrieron graves deficiencias en el sistema eléctrico de la central.
Ecologistas en Acción apunta a otro vértice: “es una irresponsabilidad [aunque no sólo] mantener abierta una central vieja, construida antes de las enseñanzas de los principales accidentes nucleares”, los de Chernóbil en la URSS y Three Mile Island en EEUU y, claro está, del de Fukushima cuyos reactores, como decíamos, eran del mismo tipo que los de la central burgalesa [18].
Por lo demás, existen opositores –aunque sean locales- incluso en las filas del PP. La organización alavesa, acaso por la cercanía, ha levantado la voz: Javier Maroto, el alcalde de Vitoria, ha calificado la prórroga de “error”. En términos similares se ha manifestado el diputado general de Álava, Javier de Andrés. Y puede asegurarse que, según fuentes de toda confianza, ni Maroto ni de Andrés son antinucleares ni han militando nunca en ninguna organización ecologista. A veces, el sentido común es aliado de la racionalidad y la prudencia.
El portavoz del PNV en las Juntas Generales, Ramiro González, ha afirmado que la posible continuidad de Garoña responde a una decisión equivocada que puede poner en riesgo “la salud y la vida de los alaveses”. Responde “sólo a planteamientos economicistas”, añadió. Como han leído, sin añadir una coma.
Mientras tanto, en Japón, Fukushima sigue siendo, como apuntara Eduard Rodríguez Farré [19], un Chernóbil a cámara lenta.
PS: UN efecto colateral nada despreciable de la situación: el incremento de la sensibilidad social en torno a temas medioambientales con componentes radiactivos [20]. Un ejemplo. Los malasios están determinados a protestar contra una refinería de tierras raras que generará desechos radiactivos hasta que la firma australiana que está a su frente abandone el proyecto. "Es tiempo de cerrar la planta de Lynas", ha declarado Wong Tack, presidente de Himpunan Hijau (HHC), la persona que lidera un movimiento masivo contra la polémica planta. Según él, Malasia está viviendo una "revuelta verde": la población verdaderamente teme que la planta produzca desechos (el torio, por ejemplo) que perjudiquen seriamente el ambiente y pongan en peligro la salud de las personas.
Otros planes no se detienen. Desde el 1º de marzo se preparan para extraer uranio en el yacimiento ubicado en la Cuenca San Jorge, en la provincia de Chubut [21]. La empresa canadiense Calypso Uranium anunció en los círculos mineros argentinos, y en el propio Canadá, el descubrimiento del mayor yacimiento de uranio en Argentina, ubicado en la Cuenca San Jorge, donde la multinacional posee la propiedad de nada menos que 150 mil kms cuadrados para explorar y explotar a su antojo.
Notas:
[1] A finales de noviembre de 2011, se pudo calcular que fueron más de 150 mil las personas evacuadas (entre evacuados forzosos y ciudadanos que decidieron dejar sus hogares por miedo y desconfianza a las autoridades niponas). Por lo demás, los refugiados recibieron mayores dosis de radiactividad de las previstas por la lentitud de la evacuación y todavía a mediados de diciembre de 2011 se seguía afinando el mapa real de la contaminación que en mayor o menor golpeó a un tercio de las prefecturas del país.
[2] Antonio Cianciullo, “Entrevista a Carlo Rubbia, premio Nobel de Física, en vísperas del referéndum sobre energía nuclear en Italia. “Energía nuclear: razones para rechazarla y alternativas”. La Repubblica (traducido por Gorka Larrabeiti) (on line http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130196 ).
[3] http://www.guardian.co.uk/world/2011/oct/31/fukushima-nuclear-plant-30-years-cleanup/print (en traducción de Germán Leyens: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138569 )
[4] J . S., “Japón intercepta una remesa de arroz radiactivo” http://www.publico.es/ciencias/407419/japon-intercepta-una-remesa-de-arroz-radiactivo
[5] Kenzaburo Oé, Cuadernos de Hiroshima. Anagrama, Barcelona, 2011, p. 216.
[6] Garazi Mugertza, “Un año después de Fukushima, los gobiernos siguen apostando por la energía nuclear”. http://www.gara.net/paperezkoa/20120303/326036/es/Un-ano-despues-horror-fukushima-gobiernos-siguen-apostando-energia-nuclear
[7] Rafael Méndez, “La industria nuclear resiste al desastre”. El País, 6 de marzo de 2012, p. 7.
[8] Ibidem
[9] http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=100216
[10] El diario Asahi Shimbun calculó el tamaño del área contaminada en base a un mapa de distribución de los niveles de cesio 137 acumulado, medidos desde aviones, que el 8 de septiembre de 2011 divulgó el Ministerio de Ciencia.
[11] Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Ciencia en el ágora. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2012, capítulo VI.
[12] J. S. “Una falla sísmica se abre bajo la central de Fukushima”. Público, 15 de febrero de 2012, p. 33.
[13] Un terremoto de magnitud 7 en Iwaki, señala J. S, se convirtió en la mayor réplica registrada del terremoto de marzo de 2012 con el epicentro en tierra firme. Tuvo lugar a unos 60 kilómetros al suroeste de Fukushima, “central que se encuentra justo encima de una línea imaginaria que se podría trazar entre el seísmo de Iwaki y el del 11 de marzo”.
[15] Kenzaburó Oe, op cit, pp. 215-216.
[16] El 1 de marzo de 1954, los Estados Unidos llevaron a cabo un ensayo nuclear en el atolón Bikini, en las islas Marshall, situadas en el Pacífico Sur. La radiactividad afectó a los 239 habitantes de tres atolones situados en el área. 49 de ellos murieron en los 12 años siguientes. También fallecieron 28 observadores norteamericanos y 23 tripulantes de un pesquero japonés, el “Dragón de la Suerte V”, que faenaba en la zona. Todo muy seguro y pacífico como puede comprobarse.
[17] http://www.publico.es/ciencias/422746/soria-pisa-el-acelerador-para-prorrogar-garona
[19] Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, “Fukushima: un Chernóbil a cámara lenta”. http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4030
[20] Por Baradan Kuppusamy, “Intenso combate a desechos radiactivos”. http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=100295
Salvador López Arnal
Salvador López Arnal es colaborador de rebelión y El Viejo Topo y discípulo de Francisco Fernández Buey, es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Los libros de El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
* Profesor-tutor de Matemáticas en la UNED y enseñante de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Colabora normalmente en la revista "El Viejo Topo" y es coguionista y coeditor, junto con Joan Benach y Xavier Juncosa, de "Integral Sacristán" (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa).
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos (La Oveja Roja, Madrid, en prensa).
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