Agapito de Cruz Franco / Artículo de opinión.- Educación y Estado parecen conceptos incompatibles. De hecho cuando aquella ha conseguido sus más altas cotas de calidad ha sido al margen de él. Ahí están los grandes pedagogos de la historia para confirmarlo. Que conste que hablando de educación y Estado no me estoy refiriendo a la escuela pública sino a la educación regida por los diferentes Gobiernos, y por tanto a toda la educación reglada, se denomine esta pública o privada, o lo que es lo mismo, dirigida directamente por el Estado o por las diversas Instituciones religiosas o empresariales. El poder regula a su servicio la educación a través de las normativas estatales. Pero a estas alturas, y tras la primera década del siglo XXI en España, da igual lo que cada cual piense de las leyes de educación. Esta, se hace desde la sociedad, la TV, las familias, la calle, el consumo, los centros escolares, los movimientos sociales y políticos diversos, etc. mientras que desde los parlamentos y gobiernos, pues eso, se elaboran leyes.
Cierto es que una de las últimas, la LOE -Ley Orgánica de Educación-, acabó con otras anteriores como la LOGSE o la LOCE. No sé si aquellas como la LOPEGE, la LODE, etc. ya estaban liquidadas, porque con tanta “O” y con tanta “E” he perdido la cuenta. Al final, la realidad es que la relación maestro/a- alumno/a, la conexión familia-escuela y la vida social sana son la mejor Ley de Educación. Nunca queda tampoco derogado aquello de que “cada maestrillo tiene su librillo”.
Por otro lado, hoy en día la educación ha rebasado la escuela como agente principal. El horario educativo es de 24 horas y en la escuela sólo se pasan 6 de ellas. ¿Qué ocurre en la cabeza del niño y la niña, del chico y la chica las 18 horas restantes? Ahí debiera estar el debate y no en una norma burocrática. Esa es la cuestión. Y la solución a los problemas que tiene la Escuela, el Instituto o la Universidad, como: la masificación de las haulas (*), su destino como guardería en lugar de como centro educativo, los problemas de disciplina en determinadas etapas, la impresentable burocracia con que la Administración atiborra a los Centros, la realidad -en el caso de zonas turísticas- de 20 nacionalidades distintas en una sola clase, la desaparición de la educación rural donde no sé si queda alguna de aquellas admirables escuelas unitarias y en donde se vacían las comarcales, los problemas laborales sobre todo de los eternos interinos o parados, las oportunidades sociales de los estudiantes económicamente más débiles cuando terminan la carrera, las amenazas entre alumnos/as y las pandillas que según en qué grupos urbanos llegan a cristalizar, etc. Todo esto, no lo soluciona ninguna Ley de Educación y tenemos que intentar darle salida cada día quienes cortamos el bacalao, al tiempo que intentamos cumplir o nos la pegamos, con la maraña legal de leyes educativas que va y viene y viene y va, según el partido que gobierna.
Cuando una de estas últimas, la LOE entró en vigor tras la llegada del PSOE, en los centros celebramos el freno de esa vuelta atrás. El PP había instaurado la moda retro camino a las famosas reválidas. Corríamos el riesgo de terminar todos esquizofrénicos educando bajo un sistema LOGSE –desde el constructivismo y la realidad de cada individuo- para luego evaluarlos a golpe de examen final y chuleta de vaca loca. De la LOGSE no voy a hablar ahora, que eso es a estas alturas como hablar de una actriz fallecida, y no está bien. Tuvo cosas muy buenas. Y unas dificultades en recursos humanos y económicos insalvables. Lo demás, es filosofía. Y la LOCE… ¡Que le vaya bonito!
Con la LOE, se comenzó a hablar por enésima vez de la asignatura de religión, con un profesorado que incongruentemente sigue siendo nombrado por los Obispos cuando son profesores de la escuela pública, las “madrazas” sólo existen en el Islam y España es un Estado no confesional, democrático. Bueno, eso dicen. Apareció también la asignatura de Educación para la Ciudadanía (¿recuerda alguien aquella antiquísima de “Urbanidad”? Pues es la misma pero actualizada, aunque durante todo su recorrido el partido opositor la tomara enfermizamente con ella). Se siguió hablando del acceso y titulaciones a la Universidad, de la eliminación de itinerarios en la ESO (esto no tenía que ver con ningún sendero por el monte y no lo entiende ni el que lo inventó), de la evaluación final en algunas etapas para diagnosticar a los alumnos y ofrecerles apoyos (otra bobada porque a ver qué estamos haciendo los maestros los nueve meses del curso para tener que someter luego a nadie a ninguna prueba oficial donde termine con alguna diarrea mental o digestiva), de la repetición de curso con más de 3 asignaturas, cuando estaba establecido que era con dos y en casos especiales con tres. Da igual. Sea con la ley que sea, será siempre el Equipo Educativo el que, valorando a la criatura, decida lo mejor, aritmética aparte. Lo que me niego ya a que se tergiverse con el debate es el denominado fracaso escolar. El fracaso escolar no existe. Lo que existe es el fracaso social. Puro y simple fracaso social. Principalmente familiar. Pero sobre todo, especialmente estatal, al ser el propio Estado el que imposibilita la tarea educativa de los educadores al hacer de la burocracia el centro de su gestión y poner en escena un maremágnum de leyes y reformas educativas que cambian cada dos por tres. Reformas en las que a los educadores y educadoras se les ignora por completo.
Estas reformas han traído el endiosamiento de unos programas educativos cada vez más engorrosos. Pero que el chico/a sepa multiplicar más o menos, la lista de los reyes godos o menceyatos aborígenes guanches o el pluscuamperfecto de subjuntivo del verbo candajear más o menos (por cierto ¿sabe alguien el significado de este verbo?) etc. tiene la misma importancia que conocer el penúltimo afluente de la parte derecha del río Amazonas. La educación consiste en que nuestros alumnos/as adquieran los instrumentos para poder razonar, informarse, criticar, discernir, pensar, decidir por sí mismos, para navegar sin naufragar por esa Biblioteca de Alejandría que es Internet... Educar para la vida. Crearse a sí mismos.Vivir.
En esta cuestión, mientras se hablaba de estadísticas comparativas entre nosotros y los países nórdicos, llegó de nuevo un cambio de gobierno y nos dejaron de nuevo en treinta y tres, convirtiendo el cuarto curso de ESO en otro de Bachillerato (lo que no se entiende a no ser que el objetivo sea privatizar el bachillerato, cosa también absurda pues los centros privados están financiados con dinero público y no sé por tanto por qué los llaman privados y por qué no se rigen por las mismas normas que los denominados públicos).
La asignatura de “Educación para la Ciudadanía” pasó a nombrarse -con toda la rabia opusdiana reprimida durante dos legislaturas por el partido que tomaba el relevo al más claro estilo decimonónico- “Educación Cívica y Constitucional”, que a mi me recuerda a aquella de la dictadura franquista de “Formación del Espíritu Nacional”, corregida, aumentada y adaptada a los nuevos viejos tiempos. Hasta “Amnistía Internacional” ha alertado contra los cambios en esta asignatura manifestando que los derechos humanos son intocables. Sin embargo los contenidos a eliminar tienen que ver con la autonomía personal y las relaciones interpersonales, los afectos y emociones, las relaciones entre hombres y mujeres y relaciones intergeneracionales. La familia en el marco de la Constitución española, así como el desarrollo de actitudes no violentas en la convivencia diaria, cuidado de las personas dependientes, ayuda a personas y colectivos en situación desfavorecida, valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales racistas, xenófobos, antisemitas, sexistas y homófobos, participación en el centro educativo y en actividades sociales que contribuyan a posibilitar una sociedad justa y solidaria etc. De hecho, en el fondo de la cuestión anida el suprimir la educación en valores para reenviar este tema a la esfera privada, con el fin de cambiar aquellos por las fijaciones de la ortodoxia religiosa dominante, en un claro ejercicio de eliminar la moral pública, cuando España ha firmado numerosos compromisos con la ONU, el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo comprometiéndose a educar en valores.
Lo curioso es que, para justificar el cambio de nombre, el Ministro argumentó el adoctrinamiento de la asignatura, cuando el único adoctrinamiento que existe en la escuela es el de la asignatura de Religión Católica y por tanto la única -no a cambiar de nombre- si no a eliminar del currículo. En palabras del “Colectivo Harimaguada”: “El PP ha programado enterrar años de conquistas sociales, con una contrarreforma nacionalcatólica que pretende imponer la doctrina moral de la Iglesia a través de las leyes civiles, atendiendo a las exigencias de los sectores más reaccionarios de la derecha y, en especial, de la Conferencia Episcopal.”.
Lo último y en donde están de acuerdo los dos grandes grupos políticos, sean estos de la tendencia que sean, es la manía de hacernos bilingües. Pero no fomentando las diferentes lenguas peninsulares, o la que cada cual libremente elija -sobre todo teniendo en cuenta la importancia de del idioma de los nuevos países emergentes como chino-mandarían, portugués, árabe o ruso, sino metiéndonos el inglés desde Infantil y dando en este idioma algunas asignaturas de Primaria, ESO o Bachillerato. Sin embargo esto último es inconstitucional ya que esta lengua no es oficial en España, y por tanto denunciable por los alumnos y sus familias. La idea del aprendizaje obligatorio del inglés está en relación directa con un equívoco, que afirma que saber inglés facilitará el hallazgo de empleo. Todos sabemos que esto es un sofisma y que en los tiempos de crisis que corren, no vas a encontrar trabajo ni aunque sepas veinte idiomas incluido el chiquistaní, ya que son otras las razones para tal fin.
De todos modos, la política lingüística es, a mi entender, equivocada. De hecho, lo ideal es que de los dos idiomas que se exigen en estas enseñanzas, ambos sean optativos y ninguno de ellos obligatorio. No como ocurre en la actualidad que el inglés es obligatorio y el alemán o el francés optativo. Este interés de la clase política por convertir a España un país anglo-hispano -lingüísticamente hablando- me hace pensar que el centro neurálgico de las diferentes Academias de la Lengua Española está -y sino lo está, debiera estarlo- en América Latina, y a donde debiera llevarse también la sede del Instituto Cervantes.
(*) Pronúnciese con “h” aspirada.
Agapito de Cruz Franco
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