Salvador López Arnal * / Artículo de opinión.- El profesor Vicenç Navarro ha tenido la gentileza de responder [1] un comentario mío [2] a un artículo suyo -excelente, oportuno y documentando, como todos sus trabajos- sobre el ex presidente checo Václav Havel publicado en Público [3]. Agradezco su referencia a su ensayo Social Security and Medicine in the USSR (Lexington Books, 1977), que confieso no haber leído, pero aprovecho la ocasión para indicar que, en cambio, sí leí un largo artículo suyo, del que muchos aprendimos de jóvenes, publicado en dos partes en los primeros números de la revista mientras tanto, dirigida entonces por Manuel Sacristán. El título del artículo del doctor Navarro: “Dictadura del proletariado o democracia: ¿es éste el dilema?” [4].
Agradezco, pues, la referencia y agradezco muy sinceramente la respuesta -su contenido y su exquisito tono- del admirado profesor de políticas públicas de la Pompeu Fabra. Eso sí, admito que no logro estar convencido de que todos los puntos de mi nota se deriven del paso señalado por el profesor Navarro -“[…] no tengo ningún inconveniente en saludar a cualquier persona que haya luchado en contra de una dictadura, sea del signo que sea”- ni incluso que haya inferido mal, erróneamente, algunos de mis comentarios. Sea como fuere, es altamente probable que yo esté algo perdido y que VN señale correctamente alguna falacia que no logra aparecer como tal en mi mente.
Empero, sin ningún ánimo polémico, me gustaría apuntar algunos nuevos comentarios sobre una categoría o expresión -“dictadura comunista”- que VN vuelve a usar en su respuesta, sin olvidarme -y destacar de paso- dos de las afirmaciones que él mismo señala en su nota: “la equiparación absurda que se hace frecuentemente en los medios conservadores y neoliberales entre nazismo y comunismo” y “que mientras la humanidad se ha beneficiado de la existencia del comunismo (a pesar de los enormes errores y violación de derechos humanos, que deben denunciarse), ningún país se ha beneficiado del fascismo”.
La expresión, noción o categoría “dictadura comunista” estalla ante mis ojos. No sólo como una contradicción del tipo “los triángulos equiláteros tienen el mismo número de lados y ángulos que los hexágonos regulares”, sino como enunciado básicamente asignificativo del tipo “El sistema operativo Linux observa la segunda luna de Júpiter mientras entona el área mozartiana “Ruhe sanft, mein holdes Leben” (de Zaide), intentando emular la inolvidable e imprescindible voz de aquella soprano checa, tan justamente admirada, llamada Lucia Popp”. ¿Qué sentido no metafórico puede tener una proposición de este tipo? Si una dictadura remite a sistema político despótico, anulador de las libertades ciudadanas, abono de persecuciones, torturas, secuestros y asesinatos (el franquismo es un claro ejemplo de ello como nos ha enseñado una y mil veces el doctor Navarro), no puede ser adjetivada como “comunista” porque comunismo remite a emancipación humana, a espacio de libertad y de relación homeostática con la Naturaleza; si es comunista, es decir, si abona el combate por una sociedad donde los comunes no sean seres conducidos a cumbres abisales de ignominia, infamia y explotación y donde sean ellos, como quería Gil de Biedma, los protagonistas de su propia historia, no parece que el concepto “dictadura” juegue aquí ningún papel consistente.
Es posible que con la expresión se quiera hacer referencia al conjunto de países que en su momento fueron llamados -mal llamados- sistemas de socialismo real. Si fuera así, las excepciones son notables. Si se incluye la Nicaragua del primer sandinismo en ese conjunto, no hay forma analítica de encajar, en una situación bélica con una contra reaganiana asolando el país, al país de Sandino en nada que tenga que ver con la anulación de libertades, incluso con la extraña y feroz libertad de engañar, deformar, manipular e incluso abonar alternativas golpistas antidemocráticas (No hago referencia alguna al Chile de Allende y a la Yugoslavia de Tito porque también aquí, como en tantas otras cosas, el doctor Navarro es alguien del que tanto y tantos hemos aprendido).
Es posible entonces que con la expresión se quiera hacer referencia a la URSS y a los países que formaron parte del Pacto de Varsovia (Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la República democrática alemana). Dejemos aparte China o Vietnam. Si fuera así, sin olvidar desde luego errores, burocracias de Estado, nomenclaturas, disparates económicos, culturales y científicos (Lysenko), crímenes, asesinatos, mentiras, deformaciones y manipulaciones históricas, momentos de histerismo social, servilismos, recordando todo lo anterior, decía, no logro ver que el enorme mal social causado en algunos de estos países en determinados períodos históricos, prolongados en varios casos, sean equiparables no sólo a los crímenes cometidos por las dictaduras fascistas sino incluso por países supuestamente democráticos. Sé que existen Berlín, Budapest, Praga o Varsovia, pero no logro ver que en ninguno de estos casos la situación fuera similar a lo sucedido, por ejemplo, en el Chile de Pinochet o en la Argentina de Videla. Las referencias podrían ampliarse. Allende murió, muchos otros fueron asesinados; Dubcek, el inolvidable dirigente de la primavera de Praga, volvió a su país, una vez fue “defenestrado” políticamente, para trabajar de guardia forestal. No hago ninguna alabanza de lo sucedido; intento apuntar algunas diferencias. Y sé también que en otros casos, en muchos otros casos, el destino fue la cuneta, el tiro en la nuca o los crímenes de Estado.
Por lo demás, mal casa la noción de “dictaduras comunistas” con un hecho que no puede ser olvidado, a pesar de que quede ocultado una y otra vez: una parte no marginal de la oposición al estalinismo y al neo estalinismo que imperó en la mayoría de los países citados -no quiere olvidarme aquí de la tradición trotskista que fue también una oposición comunista- tiene nombre y tradición comunistas. Tres ejemplos conocidos: G. Lukács, Wolfgang Harich y el citado Alexander Dubcek.
Los intentos de transformación socialista perseguidos en esos países nunca fueron realizados en condiciones limpias y sin mil peligros acechando. No sólo operó, como no puede ser de otro modo, la lucha de clases interna (en ocasiones, usada por los gobiernos “socialistas” para acallar cualquier disidencia) sino que la lucha de clases en el ámbito internacional se irguió en pie de guerra desde casi el primer momento, sin permitir la respiración democrática. El comunismo tenía que ser vencido y fueron muchos los medios –políticos, militares, culturales- usados para esa finalidad. No es necesario hacer referencia al anticomunismo visceral de los gobiernos y dirigentes usamericanos; incluso los supuestamente más presentables, los Kennedy, por ejemplo.
Tampoco si nos ubicamos en ámbitos de la política internacional la comparación parece equilibrada. Ni con las dictaduras fascistas ni incluso con las prácticas reales, entre otras, de la “democracia” norteamericana. Por mucho que me esfuerzo, y sin ignorar el error e incluso la barbarie que significó la invasión de Afganistán, no logró ver que los años de invasión soviética sean equiparables a lo sucedido durante estas dos últimas décadas en el país afgano. ¿Ha alcanzado Afganistán en estos últimos cincuenta años, en algún momento, niveles de participación ciudadana, de igualdad entre hombres y mujeres, de promoción científica y cultural, de separación religión-Estado, como aquellos “años soviéticos”?
Más incluso. Pongo un ejemplo, sólo un ejemplo, hay muchos otros mucho más sangrantes, tomando pie en el último libro del maestro Fontana [5]. A finales de los años cincuenta, en Laos, un país de unos dos millones de habitantes con fronteras con China y Vietnam, existía un enfrentamiento entre el príncipe Souvanna Phouma, de orientación neutralista, y Souphanouvong, al frente del Pathet Lao. Este último obtuvo una victoria rotunda, es expresión de Fontana, en las elecciones de 1958. El embajador norteamericano era partidario de apoyar al candidato neutralista pero la opción era demasiado izquierdista para Eisenhower quien dio apoyo al general ultraderechista, Phoumi Nosavan. Se inició entonces una guerra civil. La alianza Phouma-Pathet Lao (procomunista) fue abonada por los soviéticos (fue así, fueron los buenos en esta película). La Cia, que negociaba con los “bandos”, organizó un ejército secreto a quienes no sólo proporcionó armas y suministros desde 1959 sino que les facilitó el traslado al exterior, a través de Air America, la compañía de la CIA, del opio que producían (Fontana apunta al pie de página que el opio se trasladaba a un lugar secreto, se transformaba en heroína y luego se introducía en Vietnam).
Más tarde, en la primavera de 1963, Laos fue brutalmente bombardeado por los norteamericanos. ¿Hay muchas actuaciones soviéticas, de “dictaduras comunistas”, similares a esta que acabo de resumir muy sucintamente? Tal vez pero yo no las conozco.
La democracia demediada o, para decirlo más exactamente, la plutocracia gobernante realmente existente, puede por otra parte, abonar, diseñar o apoyar actos de barbarie sin pudor alguno. Un ejemplo entre mil posibles [6]. Un candidato a la Casa Blanca, Rick Santorum, ha afirmado recientemente que EEUU debería “enviar un mensaje muy claro de que si usted es un científico de Rusia, Corea del Norte o de Irán y va a trabajar en un programa nuclear para desarrollar una bomba para Irán, usted no está seguro”. No sólo eso: Santorum catalogó los asesinatos de científicos iraníes como “maravillosos”, amenazando que aquellos quienes trabajan para el programa nuclear iraní “no están seguros”. “En ocasiones, científicos que trabajan en el programa nuclear de Irán aparecen muertos. Pienso que eso es algo maravilloso, con franqueza”, manifestó Santorum en un discurso de su campaña electoral en Greenville, Carolina del Sur [7].
En resumen: no veo que avancemos mucho con el uso de la expresión “dictaduras comunistas” y pienso que su uso puede conllevar una mirada no equilibrada sobre las aportaciones de la tradición comunista.
Ni que decir tiene que el profesor Navarro está muy lejos de esta injusta posición.
Notas:
[1] Vicenç Navarro, “No hay ninguna imprecisión”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142696
[2] Havel, Navarro y las categorías imprecisas http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142453
[3 Vicenç Navarro, “”El otro Václav Havel”. Público, 5 de enero de 2011, p. 5.
[4] No fue ésta, desde luego, la única contribución de Vicenç Navarro a aquella mítica revista que sigue publicándose. En el número 7, por ejemplo, publicó otro artículo con el título. “¿Se está desplazando el pueblo norteamericano hacia la derecha?”.
[5] Josep Fontana, Por el bien del imperio. Pasado y Presente, Barcelona, 2011, pp. 274-276.
[6] http://www.librered.net/?p=14367
[7] El científico iraní, Mostafa Ahmadi Roshan, fue asesinado el 11 de enero en la capital de Irán.
Salvador López Arnal
Salvador López Arnal es colaborador de rebelión y El Viejo Topo y discípulo de Francisco Fernández Buey, es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Los libros de El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
* Profesor-tutor de Matemáticas en la UNED y enseñante de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Colabora normalmente en la revista "El Viejo Topo" y es coguionista y coeditor, junto con Joan Benach y Xavier Juncosa, de "Integral Sacristán" (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa).
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos (La Oveja Roja, Madrid, en prensa).
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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