José López Sánchez * / Artículo de opinión.- ¿Por qué se producen las revoluciones? ¿Por qué no se producen? ¿Cuáles son los factores del cambio social? Matizando el artículo Indefensión aprendida y consumismo: un arma en defensa del sistema capitalista de Pedro Honrubia.
Quisiera matizar y completar, si se me permite, el magnífico artículo de Pedro Honrubia titulado Indefensión aprendida y consumismo: un arma en defensa del sistema capitalista, el cual se centra casi exclusivamente en alguna de las causas por las que la revolución no surge todavía. Dicho sea de paso que Pedro desprecia el hecho de que actualmente pudiéramos estar en los principios de un posible proceso revolucionario mundial, el movimiento de indignación internacional es potencialmente revolucionario. Quienes deseamos la revolución social deberemos trabajar obstinadamente para que pase de ser potencial a real. En dicho artículo, el cual es una gran aportación, pero el cual también, a mi modo de ver, se cae en cierto reduccionismo, Pedro achaca al control ideológico del sistema capitalista (que él llama consumismo-capitalismo) sobre las masas el hecho de que éstas no se rebelen contra él. La gran aportación del susodicho artículo consiste en explicarnos uno de los mecanismos psicológicos, la indefensión aprendida, mediante el cual el sistema controla en cierta medida la manera de comportarse de sus ciudadanos alienados. Por si fuera poco Pedro nos explica pormenorizadamente la trampa del consumismo, la ilusión que nos vende el sistema capitalista de que cualquiera puede enriquecerse y lograr el “éxito”. El capitalismo nos vende la utopía individual al mismo tiempo que niega la social, nos crea la falsa ilusión de que todos podemos prosperar individualmente, mientras nos incita a no luchar colectivamente, a aceptar las reglas de su juego, a poner nuestro destino en manos de la diosa Fortuna. Evidentemente no puede despreciarse dicho control ideológico, el cual es uno de los factores clave para evitar la revolución social. Sin embargo, no es el factor único. También deben considerarse los factores objetivos, además de otros factores subjetivos.
Por ejemplo, yo creo que es evidente la influencia del fracaso de todas las izquierdas, reformistas y revolucionarias, en el siglo XX para explicar por qué en el siglo XXI, cuando el capitalismo está sufriendo una de sus grandes crisis (¿tal vez terminal?), todavía parezca demasiado lejana la necesaria revolución social. Yo pienso que la izquierda no podrá resurgir con fuerza mientras no haga una labor seria de autocrítica, mientras no se rearme ideológicamente, para lo cual debe practicar en altas dosis el librepensamiento, el método científico. Hay que aprender de los errores en la praxis histórica. A mi entender, esto no se ha producido aún en cuantía suficiente. Mucha gente todavía no ve alternativas al sistema actual porque, entre otros motivos, la izquierda no ha sido capaz aún de corregir sus errores ideológicos más profundos, pues una parte de ella (la reformista) se ha sometido por completo al capitalismo, convirtiéndose en uno de sus mejores aliados, pero otra parte de ella (la revolucionaria) está mayormente presa de dogmatismos y sectarismos, lo cual le impide avanzar en el campo de la teoría, y por tanto en la práctica. Sólo con el espíritu original de los padres del marxismo, del anarquismo, e incluso de los pensadores de la Ilustración, podremos avanzar en el campo de la teoría. Como decía Lenin muy acertadamente, sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. ¡Pero debemos superar los errores (sin renunciar a los aciertos) de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Bakunin, Kropotkin, Proudhon, Voltaire, Rousseau,…! Por lo menos debemos intentarlo. Como así hicieron dichos personajes con sus antecesores. Y sólo podremos hacerlo con el mismo espíritu (si es posible con más) que ellos emplearon en mayor o menor medida: estudiando críticamente todo tipo de teorías, contrastando sin límites, sin miedo, entre teorías y entre teoría y práctica, la juez suprema de toda teoría.
Este humilde ciudadano así lo ha intentado. En diversos escritos míos (Democracia vs. Oligocracia, Los errores de la izquierda, Relativizando el relativismo, ¿Reforma o Revolución? Democracia) he procurado aportar mi granito de arena para el necesario rearme ideológico de la auténtica izquierda. A ellos remito al lector deseoso de profundizar en lo dicho por mí en este artículo. En mi blog es posible acceder gratuitamente a todos mis artículos y libros y distribuirlos libremente si se considera que pueden aportar algo interesante a la causa revolucionaria. Asimismo, centrándome en el artículo de Pedro, me gustaría compartir algunas reflexiones (no necesariamente originales por mi parte, no digo nada nuevo, tan sólo, quizás, mi aportación tenga que ver con la manera de decirlas) acerca de los factores del cambio social, extraídas de mi libro La causa republicana, en el cual defiendo la tesis de que en el Estado español se da cierta combinación de factores favorable a la revolución política y social. Esto lo dije cuando publiqué el libro aproximadamente un año antes del surgimiento del movimiento 15-M, y lo sigo diciendo en la actualidad. En dicho libro defiendo la idea de la importancia de la lucha por la Tercera República española para la causa del desarrollo de la democracia mundial. No digo esto por ningún “etnocentrismo”, los españoles no somos superiores a nadie, nadie es superior a nadie, yo particularmente no creo en los nacionalismos (si bien los respeto, pues estoy a favor del derecho de autodeterminación de los pueblos), simplemente en nuestro país se dan ciertas circunstancias especiales, las cuales explican su protagonismo en la revolución democrática internacional que puede estar iniciándose. No por casualidad aquí surgió el movimiento 15-M, el cual se inspiró en otros movimientos revolucionarios, al menos potencialmente revolucionarios (Túnez, Egipto, Islandia), pero también supuso un salto cualitativo en las protestas, pues esta vez era un país de cierto tamaño supuestamente democrático europeo el cual reivindicaba la democracia real y no sólo una salida distinta a la crisis (como así ocurría fundamentalmente en Grecia). No por casualidad el movimiento de indignación español sirvió de modelo a la indignación internacional, que incluso llegó a la metrópoli capitalista, al centro del Imperio. El movimiento “Occupy” estadounidense tiene claras influencias españolas, para bien y para mal. Por supuesto que aún estamos muy lejos de la revolución, pero por lo menos ahora puede empezar a vislumbrarse ciertas posibilidades revolucionarias. Posibilidades que deberán convertirse en realidades trabajando insistentemente para que así sea. Este artículo, como todos mis escritos, tan “sólo” pretende ayudar a ello.
Los acontecimientos históricos, de cualquier índole, se producen porque existe cierta combinación de factores que hace que se produzcan. Es muy difícil prever y hasta explicar por qué se produce tal o cual hecho porque no se trata sólo de sumar factores, como si fuesen independientes, sino que dichos factores se realimentan mutuamente o se contrarrestan. No existe una ecuación mágica que nos permita explicar totalmente por qué ocurren las cosas en la sociedad humana. Sin embargo, aunque no exista dicha fórmula, o aunque la desconozcamos (si es que existe), lo que sí existen son factores que parecen estar relacionados con los hechos. Dicho de otra manera, aunque no conozcamos la fórmula que nos relacione las causas y los efectos de los acontecimientos históricos, sí conocemos los “ingredientes” de dicha fórmula, sí sabemos de la relación entre ciertas causas y ciertos efectos. Aún nos queda mucho camino por delante para formular una teoría científica de la historia humana. El materialismo histórico y la ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad suponen un principio importante pero aún insuficiente. Por tanto, mientras no seamos capaces de formular una teoría que explique fehacientemente lo que ocurrió y lo que ocurrirá, toda explicación sobre lo acontecido está sujeta a discrepancias, a distintas versiones (y esto no es el problema, el problema surge cuando sólo ciertas versiones pueden ser conocidas), y toda previsión está sujeta a un margen de error nada despreciable. Incluso, si algún día somos capaces de establecer ecuaciones para explicar los fenómenos del pasado o para prever los del futuro, esto no debe asustarnos porque no significa necesariamente que todo esté predeterminado. Una ecuación puede tener una fuerte componente aleatoria. Existen ecuaciones en la teoría estadística que pueden prever los acontecimientos futuros con cierto margen de error. Por ejemplo, se puede calcular la probabilidad de que en determinado juego de azar se dé cierta jugada. Pero no hay que confundir la probabilidad con la certeza. Si algún día somos capaces de desarrollar una teoría científica que explique la historia humana, no cabe duda de que las ecuaciones de dicha teoría serán ecuaciones probabilísticas. El ser humano, y por extensión la sociedad humana, tienen una alta componente aleatoria, de imprevisibilidad (¡afortunadamente!).
La ciencia revolucionaria, como cualquier ciencia, debe analizar el universo objeto de estudio, en este caso la sociedad humana, para comprender sus leyes, pero, a diferencia de otras ciencias, en ella se pretende además alterar dicho universo. La ciencia revolucionaria tiene como objetivo último la transformación de la sociedad. Las leyes de la sociedad humana, a diferencia de las leyes de la naturaleza, no son inmutables. Los humanos tenemos cierta capacidad de alteración de dichas leyes. Aquellos que aspiramos a una sociedad mejor necesitamos conocer cómo funciona la sociedad para transformarla, para alterar, en la medida de lo posible, su funcionamiento. A diferencia de otras ciencias, en las que nos limitamos a ser espectadores del universo estudiado, en las que sólo podemos conocer sus leyes y someternos a ellas o en todo caso en las que sólo podemos usarlas para nuestro propio beneficio, leyes inmutables que no dependen de nosotros, en las ciencias humanas, las leyes las hacemos, con cierto margen de libertad (no infinito desde luego) los propios humanos. En la sociedad humana somos a la vez víctimas de sus leyes y hacedores de las mismas. En la sociedad humana somos protagonistas, no sólo espectadores.
La necesidad estimula la creatividad, el esfuerzo, la acción, la iniciativa, la fortaleza, la eficiencia, la solidaridad, el cambio. La comodidad, al contrario, produce idiocia, pereza, pasividad, conformismo, debilidad, incapacidad, egoísmo, inmovilismo. Parece que el ser humano es capaz, en ocasiones, de sacar a la luz sus mejores facetas cuando las cosas van peor. Así, en las situaciones extremas, sacamos a relucir nuestro auténtico yo. La vida, especialmente cuando no nos trata bien, nos pone a prueba, nos permite conocernos a nosotros mismos. En medio del horror de la guerra, en medio del infierno, el ser humano es capaz de sentir compasión, de sacrificarse por los demás, cuando no es dominado por la locura de la situación que vive. Así, la creatividad artística o científica, muchas veces, es hija de la soledad, de la necesidad de comunicación insatisfecha, de la desesperación, de la incomprensión. Abundan en la historia los casos de grandes genios que tenían grandes problemas que ellos conseguían superar o sobrellevar a base de su genialidad. El sufrimiento inspira. Según Freud, la inspiración es producto de un conflicto psicológico no resuelto o de un trauma de la infancia. Las dificultades estimulan el afán de superación. La solidaridad emerge cuando la situación crítica lo requiere, cuando la necesidad es extrema. Esto podemos observarlo ante cualquier catástrofe natural. La eficiencia aumenta cuando la necesidad de gestionar mejor los recursos apremia, cuando la escasez es grande. Una familia pobre gestiona mejor su economía que una familia rica. El despilfarro existe sobre todo cuando hay abundancia. El ser humano tiene tendencias contrapuestas que en función del entorno, del contexto, de las circunstancias, pueden amplificarse o atenuarse. El ser humano es capaz de lo peor y de lo mejor. Pero, extrañamente, muchas veces, saca lo peor de sí cuando todo le va bien, y lo mejor de sí cuando todo le va mal. La comodidad lo empeora y la necesidad lo mejora. Como decía Ortega y Gasset: En el dolor nos hacemos, y en el placer nos gastamos.
El motor del cambio tiene un combustible fundamental: la necesidad. Cambiamos porque necesitamos cambiar. La necesidad mueve el mundo. Tanto el mundo natural como el humano. Todos los seres vivos tenemos unas necesidades que satisfacer y la mayor parte del tiempo, sino todo, lo dedicamos a satisfacerlas. Y cuando no podemos satisfacerlas entonces cambiamos para poder satisfacerlas, o simplemente para satisfacerlas mejor. Trabajamos, comemos, nos aseamos, dormimos, practicamos sexo, leemos, escuchamos música, nos relacionamos con nuestros semejantes,…, porque debemos satisfacer nuestras distintas necesidades. Nos cambiamos de trabajo, de vivienda, de ciudad, de país, de pareja, de…, porque debemos satisfacer nuestras distintas necesidades, porque éstas no eran satisfechas suficientemente. Cambiamos nuestra manera de ser porque necesitamos adaptarnos a nuestro entorno o porque necesitamos sentirnos mejor con nosotros mismos. Todos los seres tenemos unas necesidades físicas y unas necesidades psicológicas. Las primeras son más urgentes y las segundas surgen sólo cuando las primeras han llegado a un mínimo grado de satisfacción. Un hambriento no se preocupa de leer, sólo le obsesiona llevarse alimentos a la boca. Para él la lectura no es una necesidad mientras no haya satisfecho la imperiosa necesidad de alimentarse. Tenemos una jerarquía de necesidades. Unas necesidades fisiológicas básicas, prioritarias, y sobre ellas, unas necesidades psicológicas, superiores, más prescindibles.
Cambiar puede suponer un enorme esfuerzo. Necesitamos cambiar pero también necesitamos no cambiar demasiado. Si no cambiamos, no nos realizamos como seres inteligentes porque llevamos en nuestros genes el instinto de superación, de progreso, además del instinto de supervivencia. Inteligencia implica adaptación, es decir, cambio. Pero si cambiamos demasiado entonces nos esforzamos demasiado y esto requiere mucha energía. Como el resto de seres de la naturaleza, sucumbimos ante la ley del mínimo esfuerzo, del mínimo consumo de energía. Porque toda energía que perdamos la debemos reponer y esto a su vez requiere más consumo de energía. En definitiva, necesitamos ciertas dosis de cambio, pero tampoco excesivas. Por esto, en general, normalmente sólo cambiamos cuando no tenemos más remedio. O dicho de otra manera, cambiamos mucho sólo cuando lo necesitamos, mientras no lo necesitemos, cambiamos poco. En realidad necesitamos cambiar poco en el fondo y mucho en las formas. Los cambios superficiales requieren poco esfuerzo y nos dan “salsa” a la vida. Los cambios profundos, los verdaderos cambios, requieren mucho esfuerzo y procuramos evitarlos mientras sea posible. Siempre estamos más por la labor de cambiar nuestra vestimenta, nuestro coche, nuestra casa, nuestra ciudad de residencia, incluso el país en casos de gran necesidad, pero nos cuesta mucho esfuerzo, si es que lo conseguimos, cambiar nuestra forma de pensar o de actuar. Estamos hablando de cuando ya somos adultos, cuando somos niños cambiamos continuamente, intensamente, porque nos estamos formando como personas. Si bien seguimos creciendo como personas a lo largo de toda nuestra vida, lo hacemos sobre todo al principio de ésta. Una persona mayor cambia mucho menos que un niño. Siempre es menos costoso cambiar de trabajo que cambiar el modo en que funciona la empresa de la que huimos, y lo mismo puede decirse en general de cualquier grupo humano. Normalmente optamos por huir del grupo que no nos gusta en vez de intentar cambiarlo. Porque cambiar el grupo implica mucho más esfuerzo, requiere cambiar la manera de actuar o de pensar de muchas personas, o de las personas responsables del grupo. Los primeros, cambios superficiales, nos rompen la monotonía (necesitamos acotar la monotonía) y no nos suponen, normalmente, grandes esfuerzos. Los segundos, cambios profundos, por el contrario, nos crean inestabilidad psicológica y suponen enormes esfuerzos, muchas veces imposibles de realizar. Los primeros los necesitamos, los segundos los intentamos evitar.
Los pobres necesitan cambiar más que los ricos porque éstos tienen mejor satisfechas sus necesidades, porque sólo deben preocuparse de sus necesidades psicológicas, mientras que los pobres aún deben centrarse en sus necesidades físicas básicas. No cabe duda de que luchar es algo muy incómodo. ¡Afortunados aquellos que no conocen lo que es la lucha! Aunque en la vida todo tiene su precio, todo tiene sus ventajas e inconvenientes. Aquellos que tienen la suerte de no tener que luchar porque otros ya lo han hecho por ellos (típicamente los padres o los abuelos) tienen el inconveniente de que ante el más mínimo problema se hunden, la falta de práctica para luchar ante los obstáculos les impide solventarlos cuando la mala suerte hace acto de presencia. Lo que es un gran problema para un rico, es una minucia para un pobre. Ya quisieran muchos pobres tener los problemas que tienen los ricos. Cuando en la vida se tienen problemas serios, los pequeños problemas no quitan el sueño. Las experiencias prácticas de la vida nos ayudan a relativizar, a darles la importancia correcta. Siempre se quejan más los que tienen menos motivo. No hay más que viajar a países del Tercer Mundo para ver cómo sus habitantes, a pesar de las calamidades que sufren a diario, no han perdido la capacidad de sonreír, de disfrutar con las cosas sencillas de la vida, con lo verdaderamente importante, capacidad casi perdida en el llamado Primer Mundo. No hay más que ver, en nuestros países, cómo la gente de “abajo” es más luchadora, fuerte, cálida, vital. Por supuesto, estamos hablando dentro de unos límites. La gente que está muy, muy, muy mal ya no tiene ni fuerzas para sonreír, ni para luchar ni simplemente para pedir limosna. Parece que el ser humano es capaz de reaccionar, de cambiar, sobre todo, cuando está al borde del abismo, cuando no tiene más remedio, pero cuando aún tiene alguna esperanza, algo por lo que luchar. Los cambios en la sociedad los provocan pues los pobres pero no los vagabundos, el proletariado pero no el lumpemproletariado, los más necesitados pero no los más desesperanzados.
Pero no es suficiente con necesitar cambiar para cambiar, también es necesario ser consciente de ello. Parece que sin estos dos ingredientes, necesidad y conciencia, no es posible el cambio, o es muy poco probable. Si no necesito cambiar porque estoy razonablemente bien entonces no cambio. Si no soy consciente de la necesidad de cambiar (aunque en realidad exista dicha necesidad) entonces no cambio. Si soy consciente de la necesidad de cambiar, pero no lo soy de la posibilidad de hacerlo, entonces tampoco cambio. La sociedad, el individuo, cambia, lo intenta, sobre todo cuando, como mínimo, se cumplen estas tres condiciones: existe una necesidad real de cambio, se es consciente de dicha necesidad, y además se es consciente de la posibilidad de llevar a cabo el cambio con éxito, o con cierta probabilidad de éxito.
La historia de la sociedad humana es compleja. Existen muchos factores, objetivos y subjetivos, que entran en juego, que se interrelacionan de forma compleja, de tal manera que las contradicciones hacen decantar el derrotero de la historia de un modo u otro. La necesidad real de cambio es el principal factor objetivo, mientras que la conciencia de la necesidad de cambio y la conciencia de la posibilidad de cambio son los principales factores subjetivos. La necesidad es objetiva, existe independientemente de que la consideremos o no. La conciencia, por el contrario, es subjetiva. La primera existe independientemente de nuestra mente, de nuestra percepción. La segunda es un producto de nuestros pensamientos, de nuestros sentidos. Todos los seres vivos tenemos la necesidad perentoria de alimentarnos. Y somos conscientes de dicha necesidad a través de nuestros sentidos. Nuestro estómago nos avisa cuando necesita alimento. Si no fuéramos capaces de ser conscientes de la necesidad de alimentarnos, nos moriríamos de hambre, porque no ser consciente de una necesidad real no la elimina.
La necesidad existe independientemente de la conciencia, pero al revés no.
De la combinación de esos tres factores fundamentales depende el curso de la historia. Muchas veces, pequeños cambios en la proporción entre dichos factores, hacen decantar la balanza hacia un lado o hacia su opuesto. Así, países atrasados, forzados por la necesidad, son capaces, “inexplicablemente”, de pisar el acelerador de la historia para hacer un gran salto cualitativo, cuando los factores subjetivos se suman a los objetivos. Así, países atrasados, con una necesidad real de cambio, no evolucionan, incluso involucionan, cuando no se dan las circunstancias subjetivas adecuadas. Y así también, países adelantados, acomodados, sufren estancamiento o involución. La historia de la sociedad humana, en este sentido, puede compararse con la de las personas individuales.
Si sólo existe la necesidad, si sólo existen factores objetivos, no se producen cambios. También es imprescindible la conciencia. Los cambios se producen cuando existen en suficiente grado factores objetivos y subjetivos. Sólo es posible salir de la oscuridad del túnel, si se está a oscuras (necesidad de cambio), si se es consciente de que se está a oscuras (conciencia de la necesidad de cambio) y si se ve la luz al final del túnel, es decir, si se ve la salida (conciencia de la posibilidad de cambio). Aunque también es posible el movimiento fuera del túnel, es más difícil, se necesita un hito hacia el que dirigirse. Siempre es más fácil moverse en cierta dirección cuando se tiene un objetivo claro al que dirigirse. La luz a la salida del túnel es un claro objetivo, por esto siempre es más fácil moverse cuando se está dentro de él que fuera de él. La conciencia de la posibilidad de cambio también es importante porque si no se ve la luz, no se sale del túnel. Incluso, en ocasiones, aunque la necesidad no apriete, cuando es posible ver claramente cómo avanzar, pueden producirse cambios. Aunque esto siempre es más difícil, siempre es más probable que el motor del cambio sea la necesidad más que el afán de mejora (desgraciadamente). O dicho de otra manera, siempre es más probable el cambio cuando la necesidad es grande. Cuando ésta no es tan grande, el afán de mejora puede considerarse una necesidad no apremiante, entonces el cambio es menos probable.
Si el avance fuese continuo, no producto de la imperiosa y urgente necesidad de cambiar, si no se produjese sólo cuando estamos al borde del abismo, entonces sería más seguro, más eficaz, entonces, probablemente, ya hace tiempo que estaríamos explorando estrellas lejanas, ya habríamos superado la fase crítica de toda civilización en que se decide su existencia, en que sobrevive a sí misma. Porque no es lo mismo actuar cuando se está al borde del abismo que cuando se está en condiciones normales. Las revoluciones normalmente surgen en callejones sin salida, cuando el pueblo estalla. Si los cambios se producen continua pero pausadamente, con tiempo suficiente para que no sean precipitados, se hacen mejor. Las prisas, la urgencia, no son buenas consejeras. Las cosas bien hechas necesitan su tiempo. Si en vez de probar un sistema alternativo nuevo sólo cuando el antiguo colapsa o está a punto de colapsar, tuviéramos la posibilidad de probarlo a él y a otros anticipadamente, cuando hay varias salidas posibles entre las que elegir, entonces la probabilidad de encontrar un sistema que supere al anterior y que funcione, sería mucho mayor. Como decíamos, la necesidad es el motor del cambio, pero para que el cambio sea exitoso, lo ideal es que haya suficiente necesidad para que se produzca, pero no demasiada para que no tengamos excesiva presión, para que no tengamos excesivas prisas. Demasiado poca necesidad hace el cambio improbable y demasiada necesidad produce un cambio precipitado, es decir, con poca probabilidad de éxito. Aunque a veces, excepcionalmente, las prisas agudizan el ingenio de tal forma que se encuentran soluciones que a priori parecían imposibles. No todo el mundo responde igual ante las presiones. Ni tampoco se comportan igual, en este sentido, los individuos que los grupos. Los cambios sociales siempre requieren más tiempo porque involucran a muchas personas y por tanto sus probabilidades de éxito son menores cuantas más prisas haya.
Pero, mientras la sociedad esté dominada por minorías privilegiadas, que sólo se preocupan de sus intereses, no de los intereses generales, es decir, mientras no seamos capaces de establecer verdaderas democracias, estamos condenados a una evolución a saltos, a base de revoluciones traumáticas, como la que hemos tenido hasta ahora. Con una democracia verdadera, en la que la libertad existe en abundancia, las ideas fluyen por la sociedad. Ésta es dinámica, evoluciona continuamente (política y socialmente, no sólo tecnológicamente). Nada es perfecto y todo es mejorable, pero es imprescindible un mínimo de libertad para que las ideas puedan ser conocidas y probadas. La democracia no sólo nos puede proporcionar la posibilidad de salir del callejón sin salida en que estamos actualmente, sino que es la que nos puede permitir realmente evolucionar como especie, la que puede acelerar nuestra evolución. Estamos en un momento crítico en que la conquista de la democracia (real) puede suponer el salto definitivo de la humanidad de la adolescencia a la edad adulta. Quizás la conquista de la democracia sea el último gran salto que nos quede por dar para pasar de una etapa en que avanzábamos a saltos, de forma traumática, con idas y venidas, a una etapa en que podamos evolucionar de forma continua y tranquila, menos traumática, más segura, pero vista con una perspectiva temporal amplia, más rápida. Quizás pasemos de comportarnos como la liebre que de repente corre, de repente se detiene, de repente vuelve hacia atrás, de repente vuelve a avanzar,…, para comportarnos como la tortuga que avanza lenta pero de forma segura siempre hacia delante. La tortuga va más lenta que la liebre pero llega antes. Mientras no seamos capaces de superar las contradicciones de la actual sociedad humana, es decir, mientras existan las clases sociales (o mientras haya un gran contraste entre ellas), la evolución no dejará de ser una lucha entre la revolución, el avance, cuando son las clases sociales bajas las que toman la iniciativa, y la involución, el retroceso, cuando son las clases altas las que toman la iniciativa.
Cuando se parte de peores condiciones, cuando se está más atrasado, es más fácil identificar hitos hacia los que dirigirse. La conciencia de la posibilidad de cambio en este caso se dispara. Si hay una luz clara hacia la que dirigirse entonces es fácil elegir una dirección de movimiento, es fácil concienciarse sobre cómo cambiar. Un país atrasado tiene como modelo hacia el que dirigirse a los países adelantados. Cuando alguien está a la vanguardia, sirve de ejemplo al resto. Si en un país no hay democracia, entonces el modelo a seguir es el de los países que sí disfrutan de cierto grado de democracia. Aunque también es cierto que una vez iniciado el movimiento, el país atrasado, en ocasiones, adelanta al que era inicialmente más adelantado, simplemente por inercia, porque el país que ha iniciado el movimiento, si no se detiene, puede superar al que se ha detenido, al que está estancado. Ésta es la esencia de la ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad. Un país atrasado inicia un movimiento a tal velocidad que supera, por momentos, a los países más adelantados. Normalmente un país que ha llegado a cierto grado de desarrollo se estanca, con lo que su avance se detiene y puede ser superado por otros países que estaban bastante atrasados respecto a él. La velocidad de la historia no es constante. En ciertos momentos, la historia se acelera, se producen importantes saltos hacia delante, en otros momentos, la historia se detiene, se llega a una situación estática, incluso se retrocede. Unos países adelantan a otros y les toman el relevo. A un imperio sucede otro. A una civilización dominante sucede otra. A una clase dominante sucede otra.
Los tres factores del cambio no son independientes, siendo el factor primario la necesidad. Cuanto mayor sea la necesidad de cambio, mayores posibilidades de que la conciencia de dicha necesidad aparezca o aumente y a su vez mayor probabilidad de que la conciencia de la posibilidad de cambiar surja o crezca. Cuando uno tiene verdadera necesidad, directa, inmediata, rápidamente es consciente de ella y presto se dispone a buscar soluciones para satisfacerla. Por esto es más fácil que se produzcan cambios cuando éstos son apremiantes que cuando sólo son deseables. La relación entre estos factores no es “bidireccional”, es “unidireccional”. El primero precede al segundo y al tercero. La necesidad es el factor que manda, el que influye en los otros y no al revés. Si la necesidad no alcanza cierto grado entonces los otros dos factores no existen o son insuficientes. Normalmente, se necesita mucha necesidad para ser consciente de ella y a su vez se necesita bastante conciencia de dicha necesidad para buscar las soluciones, es decir, para llegar a un mínimo de conciencia sobre la posibilidad real de efectuar cambios. En definitiva, para que se puedan producir cambios, se requiere normalmente: primero, mucha necesidad de cambio, segundo, bastante conciencia de dicha necesidad y, tercero, algo de conciencia sobre la posibilidad de realizarlo.
Porque si hay mucha necesidad de cambio, si éste es apremiante, por muy inconsciente o alienado que esté un pueblo o un individuo, las necesidades fisiológicas y psicológicas del ser humano son ineludibles y rápidamente le reclaman su atención. Por muy desinformado o iluso que sea uno, cuando hay hambre, hay hambre. Nadie puede librarse de la tiranía de la materia. Y por consiguiente, cuando la necesidad de cambio es urgente, la conciencia sobre ella surge rápida e intensamente y como consecuencia se buscan soluciones (individuales y/o colectivas) y se intentan realizarlas por remotas o difíciles que parezcan. Por esto, la sopa del cambio necesita de mucha necesidad, de bastante conciencia sobre dicha necesidad de cambio y una pizca, como mínimo, de conciencia sobre la posibilidad de realizarlo. Ésta es la receta ideal del cambio. Cuando se dan estos ingredientes, en esas proporciones, el cambio es casi inevitable, es muy probable. Sin embargo, no es la receta única. También se pueden producir cambios con algo menos de necesidad, con algo de conciencia de necesidad y con algo de conciencia de posibilidad. Aunque, en este caso, el cambio es menos probable, es más difícil que se produzca, pero no imposible. Por esto es más difícil que los cambios surjan en los países más adelantados, o dicho de otra manera, en dichos casos, los avances son más progresivos, menos traumáticos, hasta que se produce una situación de estancamiento y entonces los cambios se producen bruscamente por necesidad, se vuelven urgentes.
No por casualidad la conciencia de clase se dispara cuando más se sufre las consecuencias de la lucha de clases. En las crisis económicas los trabajadores se conciencian más que nunca. Aprenden que aunque ellos no la ejerzan, existe siempre una lucha de clases, de las clases altas contra las clases bajas. Las crisis intensifican la lucha de clases porque las clases altas intentan hacerlas pagar a las clases bajas y como consecuencia, tarde o pronto, de una u otra forma, poco o mucho, bien o mal, éstas deben reaccionar y defenderse. Así como se conoce realmente a las personas cuando las cosas van mal, se conoce también el auténtico rostro clasista del Estado cuando la economía va mal.
La comodidad es un gran obstáculo para el avance, para el cambio. Siempre es más probable que la necesidad fuerce el cambio más que la simple conciencia de que es posible seguir mejorando, y esto es tanto más cierto cuanto más es reprimida dicha conciencia por el sistema. El instinto de supervivencia es más fuerte que el instinto de superación. Y además éste es atenuado por la comodidad. El ser humano, cuando llega a cierto grado mínimo de comodidad, prefiere renunciar a la posibilidad de mejorar porque esto le supone un esfuerzo que no está dispuesto a asumir. Una de las leyes de la naturaleza, de la cual no escapamos los humanos, es la ley del mínimo esfuerzo. Y el cambio, la lucha, supone uno de los esfuerzos más grandes que pueda hacerse. Y por supuesto, esta ley no es desconocida por las minorías que pretenden dominar la sociedad, que intentan minimizar los cambios, detenerlos o incluso invertirlos. Sin embargo, no todos los individuos sucumben de la misma manera ante la ley del mínimo esfuerzo. Existen seres excepcionales, con unos niveles de inconformismo, de inquietud, de rebeldía, de afán de superación, de imaginación, de inteligencia, de sensibilidad, de creatividad, de tenacidad, de…, muy superiores a la media (debido normalmente a una combinación de características innatas especiales de tales individuos y de ciertas experiencias vitales también especiales), que les hacen esforzarse más que la mayoría de sus congéneres y que gracias a sus esfuerzos, a la combinación de sus aptitudes junto con sobre todo su actitud, en ocasiones, son capaces de hacer grandes descubrimientos, son capaces de inventar, de crear, de cambiar. Seres en los que se da una combinación de factores, entre los que cuenta lógicamente el contexto económico y social, de tal forma que contribuyen al desarrollo humano, al progreso de la sociedad. Son los que solemos llamar personajes ilustres, los grandes hombres y mujeres de la historia, los genios. Pero, además de los personajes ilustres que todos conocemos, también existen héroes anónimos que posibilitan el cambio, que luchan por mejorar la sociedad, que se rebelan contra las injusticias, que resisten. ¡Cuántos genios, cuántas grandes personas, habrán pasado desapercibidos a lo largo de la historia!
Cuando en determinado país existe una necesidad real evidente, grande, y, además, existe una gran conciencia sobre la necesidad de cambio, porque tenemos una élite intelectual activa, responsable, comprometida, o porque tenemos un pueblo con un grado importante de educación, o porque tenemos una ciudadanía informada e implicada, y además, existe una conciencia de que es posible mejorar las cosas, porque tenemos una sociedad suficientemente libre, donde la libertad de prensa y de expresión están mínimamente desarrolladas, donde las ideas fluyen por la sociedad con cierta intensidad, o porque existen ciertos hitos a los que dirigirse fácilmente identificables o ciertos ejemplos de otros países en los que fijarse, entonces, las probabilidades del cambio se disparan. Cuando, por el contrario, no existe una necesidad real de cambio, o bien cuando no es muy grande, y, además, no existe suficiente conciencia sobre la necesidad de seguir avanzando (aunque sólo sea para mejorar lo que nunca es perfecto), porque tenemos una intelectualidad callada, nada comprometida o simplemente vendida, o porque tenemos un pueblo alienado, desinformado, idiotizado, acomodado, y, además, no existe una conciencia sobre la posibilidad de cambiar porque tenemos una ciudadanía conformista, atemorizada, traumatizada por los intentos fracasados de cambios en el pasado, o porque no se vislumbra claramente cómo podría avanzarse, no se ven faros hacia los que dirigirse, entonces las probabilidades del cambio son mínimas. Entre ambos casos extremos, entre el caso en que todos los factores juegan a favor del cambio y el caso en que todos juegan en contra, existe todo un abanico de casos intermedios en los que todo es posible, en los que el cambio puede producirse o no, o en los que el cambio puede ser a mejor o a peor. Ambos casos extremos son, de hecho, excepcionales. La mayor parte de las veces existen factores objetivos y subjetivos, en distinta proporción, a favor y en contra del cambio, por la revolución y por la reacción.
Por otro lado, la relación entre aquellos tres factores que posibilitan el cambio no es siempre tan directa o simple. A veces, es difícil percibir la necesidad de cambio, porque la sociedad humana es compleja y las interrelaciones dentro de la misma no son tan inmediatas. Puede parecernos que no nos afectan ciertas cosas que nos parecen lejanas, en el espacio y en el tiempo, pero que en realidad tienen mucha más influencia de la que pensamos o percibimos. Esto podemos visualizarlo metafóricamente como el efecto mariposa. Digamos que las necesidades y responsabilidades del individuo en la sociedad se diluyen. Una persona enfrentada sola o casi sola a la naturaleza tiene en todo momento muy claras sus necesidades de supervivencia y por tanto es consciente de las mismas, tiene en todo momento muy claras las consecuencias de sus actos, y por tanto sus responsabilidades. Pero una persona que vive en sociedad, donde sus actos afectan a los demás en mayor o menor grado, a personas cercanas o distantes, y no sólo a ella, tiene más dificultades para ser consciente de las consecuencias de sus actos hacia los demás y también de los actos de los demás para con ella. Por ejemplo, un trabajador que no se enfrenta a su jefe y decide someterse a hacer horas extraordinarias sin cobrar, afecta al resto de trabajadores, tanto contemporáneos como futuros, porque al sentar precedente, los demás se verán más o menos obligados a someterse a las condiciones que ha aceptado. Esto es algo que todo trabajador sufre diariamente en su puesto de trabajo. En la vida en sociedad pagamos los errores y cobramos los aciertos de nuestros abuelos y de nuestros vecinos. Nos afectan hechos que ocurrieron en el pasado (a veces incluso remoto) y que ocurren en otros lugares (y esto es tanto más cierto cuanto más globalizado es nuestro sistema social).
Una de las principales causas de la degeneración de toda sociedad es, precisamente, el hecho de que los actos de los individuos se difuminan en ella. Es típica la degeneración del comportamiento de ciertos individuos cuando están en grupo. El grupo les da cierta seguridad para hacer cosas que no se atreverían a hacer individualmente. Esto es muy habitual sobre todo entre los jóvenes. Muchos se comportan como auténticos cafres cuando están en grupo. Esto es así porque los jóvenes aún no tienen completamente desarrollada su personalidad, su yo, y por consiguiente son más influenciados por el grupo, por los líderes, por aquellos que tienen más desarrollado su yo. Y la máxima expresión de esta degeneración del individuo dentro del grupo surge con los totalitarismos, como el que ocurrió en la Alemania nazi. En el éxtasis total de la sumisión del individuo al grupo, en el máximo apogeo del comportamiento de las masas como ovejas dirigidas por un pastor, por su führer (palabra que significa líder en alemán), surgió uno de los regímenes más crueles de toda la historia de la humanidad, en pleno siglo XX. Otro ejemplo de este cambio radical del comportamiento del individuo cuando forma parte de un grupo lo encontramos en las guerras entre países. Ciudadanos que de forma individual hasta congeniarían, se matan mutuamente en nombre del grupo, en este caso país, al que pertenecen. Lo que en el comportamiento individual se consideraría como un asesinato, perseguido por la ley, en el comportamiento en grupo es aceptado, y hasta recompensado. Esta alienación del individuo en la sociedad, su anulación dentro del grupo, cuya causa de fondo es el sometimiento al pensamiento de grupo, la sumisión del pensamiento libre y crítico al pensamiento único, es la principal raíz ideológica de los problemas de la sociedad humana. Uno de los grandes retos de la sociedad es conseguir que cada persona sienta su responsabilidad individual con respecto al funcionamiento global de la sociedad, que sienta la importancia del granito de arena que aporta.
La sociedad humana es un sistema complejo, tanto porque los individuos que la componen lo son, como por las relaciones que se establecen entre ellos. En todo sistema donde hay relaciones complejas e intensas, existen los efectos mariposa. Éstos son más difíciles de detectar. En la vida en sociedad, en definitiva, es más difícil ser consciente de las necesidades.
Además de esto, de la mayor dificultad de concienciarse sobre las necesidades en la vida en sociedad, el sistema establecido combate el cambio atacando estas tres causas: necesidad de cambio, conciencia de la necesidad de cambio, conciencia de la posibilidad de cambio. Intenta (pero no siempre consigue) que la gente esté mínimamente satisfecha para que no tenga la necesidad perentoria de cambiar, manteniendo al pueblo en una miseria controlada y limitada. Miseria de la mayoría necesaria para que existan minorías opulentas. Pero miseria controlada, no excesiva, para contener al pueblo, para que éste no estalle. Y a su vez intenta que el pueblo no esté consciente de que es, en realidad, necesario seguir avanzando. Ya no es suficiente con tener a los individuos con ciertas necesidades básicas satisfechas, en el caso de que incluso así sea. Si la humanidad no consigue desarrollar la democracia peligra enormemente su supervivencia. Aun obviando el hambre, las guerras, las enormes desigualdades, lo cual ya es mucho obviar, aun admitiendo que el mundo fuera capaz de erradicar dichas lacras, el desastre ecológico es un claro síntoma de que no vamos por buen camino, de que debemos cambiar nuestro modelo de sociedad. Pero además, en nuestras insuficientes democracias estamos a expensas de cualquier loco o irresponsable que es capaz de declarar una guerra aun en contra de la opinión pública e impunemente (lo cual demuestra la “calidad” de nuestras democracias). No hay más que recordar lo ocurrido recientemente con dirigentes como Bush, Blair o Aznar. Si tenemos en cuenta esto más el hecho de que aún no somos capaces de resolver los conflictos de forma pacífica, más el hecho de que ahora disponemos de armamento nuclear, químico o bacteriológico, es decir, de que disponemos de una capacidad de destrucción como nunca hemos tenido, hasta el punto de que podemos destruir nuestro planeta varias veces, entonces existen razones contundentes para preocuparse por nuestro futuro inmediato. Obviar todos estos factores es pecar de irresponsables e inconscientes.
Como decía, el sistema establecido intenta, además, que el pueblo piense que aunque sea necesario avanzar, o simplemente aunque sea deseable (es evidente que siempre se puede avanzar más), no es posible, o es muy difícil, no merece la pena intentarlo. Es decir, el sistema fomenta la idea de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Mediante el control de los medios de comunicación y del sistema educativo, es decir, controlando la manera de pensar de la población, se procura evitar que las ideas dominantes puedan ser cuestionadas por ideas alternativas, que permanecen como marginales, se procura imponer el pensamiento único. El sistema fomenta el egoísmo, el individualismo, el conformismo, la apatía, la inconsciencia, el derrotismo, la comodidad. Es decir, fomenta todo aquello que se opone al cambio social. Distorsiona la historia para convencer a la gente de que no sirven de nada las revoluciones, explota los fallos cometidos por aquellos que intentaron cambiar el sistema a lo largo de la historia para justificar que mejor no volver a intentarlo. Tergiversa la historia para ocultar el hecho de que el sistema actual es relativamente reciente en la historia de la humanidad, creando así la falsa sensación de que todo ha sido siempre así y por tanto siempre será así, posibilitando que la mayoría de la gente piense que el ser humano nunca cambiará, que no tiene solución. Caso aparte merece la religión, uno de los instrumentos más poderosos de manipulación de masas jamás inventado. El sistema recurre al miedo para amedrentar el espíritu de cambio, siendo el progreso inherente al espíritu humano. Por último, cuando el cambio se hace inevitable el sistema procura sobrevivir haciendo que sea mínimo o aparente, o incluso invirtiéndolo cuando el pueblo se acomoda.
Decíamos que los tres ingredientes fundamentales del cambio eran la necesidad, la conciencia de dicha necesidad y la conciencia de la posibilidad de hacer el cambio. Estos tres ingredientes son los que posibilitan que se intenten los cambios, que salte la chispa. Pero, además, para que el cambio tenga éxito se necesita una o varias estrategias para llevarlo a cabo. Para salir de la oscuridad del túnel, dirigirnos a la luz, y alcanzarla, necesitamos un vehículo que nos lo posibilite, necesitamos saber cómo ir hacia ella. El vehículo puede ser nuestras piernas o algún medio de transporte dependiendo de la dificultad del camino, de la distancia a la luz, etc. Tan importante es saber hacia dónde queremos ir como determinar cómo tenemos que ir. Tan importante es fijarse objetivos, etapas, como estrategias para alcanzarlos. Y para diseñar las estrategias adecuadas es imprescindible conocer la realidad. Para alcanzar la luz, necesitamos diseñar el vehículo adecuado que se adapte al terreno, para lo cual debemos primero conocer bien el terreno a recorrer. En definitiva, sin necesidad real (y grande) de cambio y sin conciencia (de la necesidad y de la posibilidad de cambiar) no hay revolución, pero tampoco sin estrategia. Sin la estrategia adecuada la rebelión social no logra ser revolución. Esto quiere decir que quienes propugnamos cambios sociales profundos, y mientras los factores objetivos van acrecentándose, es decir, mientras las contradicciones sociales van intensificándose hasta llegar a un punto insostenible, crítico, debemos ir trabajando los factores subjetivos, la conciencia y la estrategia fundamentalmente. Debemos ir propagando la semilla de la revolución social y debemos ir organizándonos para cuando llegue el momento oportuno.
En mi humilde opinión, si no ha llegado ya, a punto estamos de alcanzar dicho momento histórico. Tenemos muy poco tiempo para prepararnos para la posible revolución social internacional que puede estar avecinándose, que, tal vez, ya haya comenzado. El capitalismo muestra cada vez más signos evidentes de agotamiento pero todavía los anticapitalistas no estamos suficientemente preparados para superarlo. La izquierda tiene aún muchos deberes pendientes. No podremos ganar la nueva guerra social que se nos avecina, que en verdad ya ha comenzado (si bien, en realidad, en el capitalismo la guerra social es permanente, cuando surgen sus crisis simplemente se agudiza, y estamos en la actualidad en una de sus más grandes crisis, de esto ya nadie duda), si primero no somos capaces de aprender realmente de los errores cometidos en el pasado reciente y si no somos capaces de organizarnos para lograr el imprescindible equilibrio entre libertad y disciplina, entre espontaneísmo y planificación, entre masas y liderazgos. Los proletarios, los ciudadanos, las clases populares, quienes conformamos la mayoría social, el 99%, debemos unirnos pero sin anular al individuo, debemos coordinarnos pero sin caer en los errores del pasado. Errores que todavía estamos pagando muy caros en el presente. Errores que todavía no hemos superado en el campo teórico. En particular, debemos huir de todo liderazgo excesivo, los liderazgos son necesarios pero en su justa medida, deben ser rotatorios, revocables, elegibles y sobre todo controlados en todo momento desde las bases democráticamente. Pero, además, debemos despojar a la teoría revolucionaria, que describe cómo hacer la revolución social, cómo desarrollar una sociedad más justa y libre, cómo hacer la transición desde el capitalismo a otro sistema radicalmente distinto, de sus errores más profundos.
A modo de conclusión podemos decir que mientras no logremos, en primer lugar, pero no en último, concienciarnos suficientemente y a su vez concienciar a nuestros conciudadanos, la revolución no será posible. Debemos hacer todo lo posible por romper el monopolio ideológico capitalista, aunque sea con el tradicional boca a boca. Sin embargo, ahora disponemos, además, pero no exclusivamente, de una nueva arma: Internet. Debemos procurar que nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo,…, se acerquen a la prensa alternativa, que empiecen a contrastar entre la prensa capitalista y la anticapitalista. Debemos esforzarnos sobre todo por concienciar a quienes no lo están suficientemente (la gran mayoría). Las ovejas negras debemos agitar al resto del rebaño. Debemos ser cada vez más ovejas negras hasta convertirnos en mayoría. Cada oveja negra puede contribuir a ello. Como mínimo, dejando de realimentar al sistema (por ejemplo, dejando de votar a los partidos mayoritarios que ya tuvieron su oportunidad de intentar cambias las cosas), leyendo cosas diferentes a las ideas que nos meten hasta en la sopa diariamente, escribiendo, opinando, participando en debates, promocionando ciertos libros y artículos o ciertos lugares de Internet, el último reducto de libertad de expresión pública que nos queda (al menos por el momento, pues ya están intentando censurarlo con la excusa de proteger los derechos de autor), incitando a las nuevas ovejas negras a ser ellas también activas, a tener iniciativa, a agitar a más ovejas a su alrededor. ¡Pero cada oveja negra debe hacer todo esto con humildad, además de con insistencia y paciencia! Afortunadamente, también existe en cierta cuantía (no infinita, pero tampoco nula) el libre albedrío, gracias al cual Pedro escribió su estupendo artículo, gracias al cual yo mismo escribí el presente, gracias al cual el lector llegó a leernos.
Debemos concienciarnos todos (o al menos la mayoría de) los esclavos acerca de la explotación capitalista que sufrimos. Quien no siente las cadenas no intenta liberarse de ellas. El capitalismo es la cumbre evolutiva del totalitarismo, del esclavismo, pero, afortunadamente, no es perfecto. Pues nada lo es. No debemos infravalorar al enemigo, pero tampoco sobrevalorarlo. No debemos caer en el utopismo, en el exceso de optimismo, pero tampoco en el derrotismo, en el exceso de pesimismo. Podemos liberarnos del control ideológico capitalista. Y podemos contribuir a que cada vez más gente así lo haga también. Cada uno de nosotros puede aportar su grano de arena para que los factores subjetivos acompañen a los objetivos y se produzca, por fin, la necesaria superación de la barbarie capitalista. Nos recuerda Pedro que, tal como dice el marxismo, la base de la sociedad es lo material, más en concreto el sistema económico. Pero yo quisiera recordar que el materialismo dialéctico, el ADN del marxismo, dice también que la infraestructura es influida por la superestructura, que las ideas también influyen en lo material. Además de influencias mutuas, de causas y efectos que se intercambian, la sociedad humana está también plagada de contradicciones. La dialéctica está por doquier y en grandes dosis en nuestra sociedad. Si olvidamos el carácter dialéctico (materialista) de la sociedad humana no podemos comprenderla y por tanto transformarla, corremos el riesgo de caer presos del determinismo fuerte, o del burdo materialismo metafísico del siglo XVIII, los cuales nos llevan (tal vez sin quererlo) al derrotismo, a la apatía. Pedro, sin dudas, aportó su gran grano de arena, uno más. Yo también he intentado aportar el mío, uno más también. ¿Y tú a qué esperas lector (si no lo has hecho ya)?
La emancipación del proletariado debe ser, sólo puede ser, obra del propio proletariado. Las ovejas sólo pueden liberarse a sí mismas, colectiva e individualmente. Los ciudadanos corrientes no podemos esperar que las mismas élites que nos oprimen, que nos intentan (y en demasiado grado logran) controlarnos, nos liberen, nos resuelvan los problemas crónicos que ellas nos generan. La libertad se conquista, nunca es regalada. Como decía Marx, los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado. Influidas no es lo mismo que completamente determinadas. Estamos muy condicionados por el pasado, por el contexto social que nos encontramos, pero no totalmente, podemos, no sin esfuerzo ni tiempo, cambiar dicho contexto. En esto consiste esencialmente la revolución social. Si hemos logrado cambiar en el pasado, podemos seguir haciéndolo en el presente, en el futuro, ¡pero siempre que, entre otras cosas, tengamos en cuenta las circunstancias cambiantes, siempre que nos adaptemos al presente, siempre que aprendamos del pasado! La teoría revolucionaria debe seguir evolucionando. Deberemos recordar, cuantas veces sean necesarias, lo que sigue siendo válido de ella, pero también deberemos corregir sus errores analizando las experiencias prácticas. Sólo con el espíritu científico (es decir, practicando el pensamiento libre y crítico, cuestionando y contrastando) podremos hacer que la ciencia revolucionaria se revitalice. Sin ciencia revolucionaria no hay revolución. Éste fue el gran aporte del socialismo científico. ¡Pero sin método científico no hay ciencia, ésta se convierte en religión! La ciencia revolucionaria no puede evolucionar mientras quienes la propugnan no se liberen suficientemente de los dogmatismos y de los sectarismos, las grandes lacras de la izquierda.
22 de enero de 2012
José López Sánchez
- Descargar: Los factores del cambio social [PDF-194KB]
----
* José López es autor de los libros "Rumbo a la democracia", "Las falacias del capitalismo", "La causa republicana" y "Manual de resistencia anticapitalista". Publicados y destacados todos ellos en diversos medios de la prensa alternativa de Internet.
Blog oficial: http://joselopezsanchez.wordpress.com/
José López es un ciudadano normal, que trabaja y que tiene las mismas preocupaciones y problemas que la mayoría de sus conciudadanos. Empezó a escribir tras observar el famoso incidente del Rey de España en la cumbre iberoamericana de Chile de 2007, tras observar el tratamiento “informativo” del mismo. Harto ya de permanecer impasible, de tragar, de no ver, no pudo evitar abrir los ojos, no pudo evitar “despertar” del largo letargo en el que permanecía sumido. Empezó a escribir como simple ejercicio de poner por escrito lo que estaba viviendo, como si fuera un diario personal de un ciudadano, que por fin “despierta” y quiere dejar constancia por escrito de dicho “despertar”, de lo que observa, de lo que vive. El objetivo inicial era simplemente escribir lo que veía para no olvidarlo, para ordenar sus ideas, para compartir con sus allegados sus impresiones. Pero todo cambió cuando, animado por su esposa, decidió dar el siguiente paso: intentar publicar en la prensa alternativa alguno de sus artículos. No lo intentó en la prensa oficial porque tenía la certeza de que no lo iban a publicar. Cuál fue su sorpresa cuando el primer artículo que envió (aunque no fue el primero que escribió), titulado Los desafíos de la izquierda en el siglo XXI, fue publicado en todas las webs donde decidió enviarlo por correo electrónico. Y no sólo eso, sino que, según parece, por los comentarios que vio, por las opiniones que le expresaron diversos redactores, gustó bastante. Así pues se dio cuenta de que no se le daba del todo mal escribir (en este punto la crítica constructiva de su madre, lectora empedernida y escritora potencial dando sus primeros pasos, fue también decisiva) y de que no sirve de nada escribir si luego nadie le lee a uno (aparte de sus más inmediatos allegados). Se dio cuenta del poder de Internet, de la posibilidad de que un simple ciudadano medio pudiera emitir sus ideas (como si fuera un “mensaje en la botella”) para que otros ciudadanos pudieran leerlas, pudieran opinar sobre ellas, pudieran rebatirlas o criticarlas... José López es autor de los libros "Rumbo a la democracia", "Las falacias del capitalismo" y "La causa republicana". Publicados y destacados todos ellos en diversos medios de la prensa alternativa de Internet. [+ información]
Comentarios