Salvador López Arnal * / Artículo de opinión.- Tres años después del pinochetazo, la infamia asoló de nuevo el Cono Sur. El golpe militar del 24 de marzo de 1976 nombró una Junta formada por los generales Videla y Agosti y el almirante Massera. El primero fue nombrado presidente del país. Lo acontecido en Chile les serviría de modelo.
Josep Fontana [1] recuerda las declaraciones del general Ibérico Saint-Jean, el que fuera gobernador de Buenos Aires, pocos días después del golpe: “Primero mataremos a los subversivos; después a sus colaboradores; después… a sus simpatizantes; después… a los que permanezcan indiferentes y, finalmente, a los tímidos”. A finales de 1977, un año y medio después, se ha calculado que los muertos por el terror militar oscilaban entre los 10 y 20 mil y los presos políticos superaban los 18.000. Los exiliados eran incontables.
La posición de Estados Unidos estuvo clara desde el principio. El Premio Nobel de la Paz Kissinger habló en dos ocasiones –Santiago de Chile, junio de 1976; Nueva York, octubre del mismo año- con el ministro de Exteriores de la Junta, almirante César Augusto Guzzetti. Les deseó todo el éxito del mundo y les prometió que no causarían dificultades innecesarias. Añadió la pragmática coletilla de aquellos años: “cuando más pronto se haga [lo que tiene que hacerse] mejor”.
La presidencia de Carter, a pesar de su falsaria retórica sobre los derechos humanos, no alteró la situación. Tal como era.
Una comisión que estudió la suerte de los “desaparecidos” publicó en 1984 una estimación en la que hablaba de que los casos documentados –hubieron muchos más- fueron 8.960 [2]. La inmensa mayoría de estos desaparecidos eran civiles, hombres y mujeres entre 20 y 30 años de edad (el hijo y la nuera de Juan Gelman por ejemplo), aunque “hubo también unos 800 adolescentes de 11 a 20 años y unos 500 niños”. Fontana recuerda que algunos de estos niños eran hijos de presas embarazadas, “que fueron en su mayor parte adoptados por los seguidores de la dictadura, en lo que era una forma de hacer desaparecer hasta la descendencia de los condenados”.
Elliot Abrams fue subsecretario de Estado en unos de los primeros gobierno Reagan en Estados Unidos. En 1982. Se ocupaba precisamente de la cartera de los “Derechos humanos” [3]. Treinta años después, el jueves 25 de enero de 2012, declaró por videoconferencia desde Washington ante el Tribunal Oral Federa 6 de Buenos Aires, que instruye el juicio sobre el plan sistemático de robo de bebés durante los gobiernos de las dictaduras militares. Ana Delicado [4] ha informado sobre algunos pasos de sus declaraciones: “[EEUU] estaba al tanto de que había niños sustraídos a sus familias y entregados a otras cuando sus padres estaban prisioneros o muertos… [USA estaba informado] de que no era cuestión de uno o dos niños o uno o dos oficiales… se trataba de un plan, porque había mucha gente que encarcelaban o asesinaban. Nos parecía que el gobierno militar había decidido que algunos niños se entregasen a otras familias.. Lo que circulaba [en el Gobierno de los Estados Unidos] eran dos informaciones. Una era que las familias de los desaparecidos eran vistas como no optas para criarlos, que eran comunistas. El segundo factor es que, en algunos casos, las familias a los que los entregaban no podían tener hijos, entonces lo consideraban como un bendición para estas familias leales al régimen”.
¿Alguna toma de posición norteamericana, alguna presión política del democrático Imperio? Kissinger ya lo apuntó: sin crear dificultades innecesarias.
Familias no aptas para criarlos, bendición para familias adictas al régimen. ¡Argentina tan lejos y tan cerca de España! La Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) es un organismo público que trata de hallar a los niños robados en Argentina. En la España de Aguirre, Cospedal, Matas, Rajoy, Aznar, la trama UBT y los ediles del PSOE que acudieron al entierro de don Manuel no existe ningún organismo público de estas características. Hubieron también, por supuesto, niños robados. Las familias comunistas, anarquistas, republicanas, rojas, no eran aptas o no podían criarlos. O estaban encarceladas, o habían sido asesinadas o seguían odiando y combatiendo al fascismo.
Notas:
[1] Josep Fontana, Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945. Pasado Presente, Barcelona, 2011, pp. 544-550.
[2] Fontana señala que en las cuentas de los propios represores del Batallón de Inteligencia 601 la cifra de desaparecidos se elevaba a 22 mil.
[3] Elliot Abrams formó parte, años más tarde, de gobiernos de Bush hijo, durante sus dos períodos presidenciales
[4] Ana Delicado, “EEUU conocía el plan para robar niños en Argentina”. Público, 28 de enero de 2012, p.13.
Salvador López Arnal
Salvador López Arnal es colaborador de rebelión y El Viejo Topo y discípulo de Francisco Fernández Buey, es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Los libros de El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
* Profesor-tutor de Matemáticas en la UNED y enseñante de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Colabora normalmente en la revista "El Viejo Topo" y es coguionista y coeditor, junto con Joan Benach y Xavier Juncosa, de "Integral Sacristán" (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa).
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos (La Oveja Roja, Madrid, en prensa).
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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