Luis Alberto Henríquez Lorenzo / Artículo de opinión.- Hace algunos años, justo a las puertas del estallido internacional de la crisis que ha convertido a España -y no precisamente por arte de birlibirloque- en el país europeo con la más alta tasa de paro, me vi forzado a trabajar, durante un semestre, como peón de la construcción, aungue mi profesión normal sea la de profesor de Secundaria. Experiencia de kénosis, mundo obrero, en fin, todo eso.
Recuerdo que el oficial “ a quien yo servía como peón” -notablemente iletrado, cosa por lo demás común en el mundillo o sector de la construcción, en el que aún es fácilmente perceptible el secular anticlericalismo obrero-, solía replicarme, en plan sorna, seguro que por ser conocedor él de mis inquietudes religiosas: “Y piensa que empezaron hace 2.000 años con una burra...”
Me hacía gracia siempre su comentario, gqe tenía desde luego muy a mano, permanentente en la punta de la boca -como compartiendo “escenario” con cigarros apagados en la comisura de sus labios, costumbre típica de nuestros antepasados canarios-. Era desde luego su respuesta preferida cada vez que surgía, por hache o por be, cualguier asunto relacionado con la Iglesia católica. Como si no supiera más teología que esa, que la del borrico y la de tratar de hacer bien su trabajo de albañil...
Ciertamente, no es tan simplona como a priori podría parecernos la socorrida sentencia del que fuera “mi oficial albañil”. En efecto: la Iglesia católica comenzó siendo una secta marginal desgajada del tronco común del judaísmo y hoy, empero, ha devenido realidad universal que incuba en su seno tremendos casos de corrupción administrativa y financiera.
Como los que acaba de destapar un curial monseñor italiano, Carlo Maria Viganó, hace apenas unos meses ex secretario general de la Gobernación (Governatorato) y en la actualidad, luego de ser fulminantemente removido de su anterior cargo, nuncio del Vaticano en EE.UU. Según ha trascendido a medios de comunicación de todo el mundo en esta aldea global en que el citado se ha convertido merced a la revolución tecnológica mediática, el arzobispo Viganó denuncia “corruptelas y privilegios” en la gestión y administración de los Museos Vaticanos, entre otras “lindezas” denunciadas.
Ciertamente, más allá de tomar decidido partido por la verdad contenida en la denuncia del arzobispo Carlo Maria Viganó, o por la posición del salesiano también italiano Tarcisio Bertono, cardenal secretario de Estado del Vaticano (es decir, más allá o más acá de creer que esas corruptelas ahora denunciadas efectivamente se han dado), a nadie medianamente informado se le esconde -ni siguiera a “mi ex oficial albañil”, que tanto gustaba de hacer la gracieta del borrico de Jesús en su entrada en Jerusalén- que en la Iglesia católica no todo es trigo limpio -porque hay “mucha cizaña institucional”- y que no es oro todo lo que reluce, nunca mejor dicho esto último ahora que nos ocupamos en este artículo de esas sucias y corruptas martingalas en la administración de los Museos Vaticanos, entre otras operaciones ilícitas.
De ahí que estos días haya pensado a menudo en aquel “y hace 2.000 años comenzaron con un borrico”... Obviamente, no se trata de negar el curso de la historia, la evolución normal de la humanidad, el curso de la civilización con todos sus avances tecnológicos, pero sí de reivindicar lo que podríamos llamar “el espíritu del borrico”. Frente a los bastardos intereses mundanos, la sencillez y simpleza de vida gue emanan de tomarse en serio el Evangelio, “sin aditamentos ni recortes”, como quería el poverello de Asís.
Y de paso, preguntarnos una y todas las veces que sean necesarias si noticias como ésta, insito en que más allá acusaciones particulares a Fulanito o a Menganito, no estarán sobre todo poniendo de manifiesto al mundo entero, urbi et orbi, que en la Iglesia católica actual tal vez haya mucho estómago agradecido, mucho trepa, mucho figurón amigo de la buena vida, mucha mediocridad, mucho nepotismo, mucha pobreza espiritual...
Cualguiera que vaya a ser el resultado final de esas denuncias curiales contra esos nuevos posibles casos de probable corrupción administrativa y financiera en el Vaticano, además nepotista y materialista -sí, “materialista”, muy materialista, pese a que los jerarcas de la Iglesia católica suelen denunciar los estragos del materialismo de “fuera de la Iglesia”, obviando el muy abundante que se da de puertas para adentro-, el mundo obrero, el borrico, los parados (en España, sobre los 5.200.000 ciudadanos, que se dice pronto), los marginados que tampoco van a misa los domingos y fiestas de guardar, etcétera, uno piensa que pese a todo su pecado personal o precisamente gracias a él, puede que estén más cerca del corazón del Señor que tantos monseñores que... Que tantos monseñores que, desde luego, no sé si por estar consagrados a Dios o por qué, ¿acaso conocen en carne propia lo que es el drama del paro? ¿Conocen la angustia que supone ir de puerta en puerta tocando en busca de trabajo y regresar a casa, cabizbajo un día sí y otro también con las manos vacías? Cómodamente instalados no pocos en sus palacios episcopales, ¿se patean la calle?, ¿le toman el pulso a la convulsa realidad...? Si la respuesta es la gue me imagino es, no me extrañan en absoluto la actitud y la opinión que con respecto a la Iglesia católica perseveran en mantener ciertos ateos intelectualmente muy sólidos, lúcidos...
Ojo (advertencia final): planteo, en el antepenúltimo párrafo final, que “puede que sea”, no lo sé ni querría entrar a juzgar... Solo que lo del propio Jesús está clarísimo: “Las publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el Reino de los Cielos” (Mt 2, 3lb-32). El Evangelio, siempre desconcertante, siempre desestabilizador.
Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Enero 2012.
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