Por Manuel E. Yepes*. En los días iniciales de este verano los cubanos observaron un inusitado fenómeno: muchos niños ajenos al vecindario jugando en los parques y calles con los niños de sus barrios.
Los pequeños visitantes resultaron ser hijos de vecinos que emigraron más o menos recientemente cuyos padres los han enviado a pasar el verano en sus antiguas barriadas, pero también podían ser simplemente hijos de emigrados que habían confiado la atención de sus proles a algún familiar suyo cercano durante las vacaciones escolares de los niños.
Se dice que en las terminales aeroportuarias, principalmente en aquellas donde son recibidos los pasajeros de vuelos que llegan de Estados Unidos, es notable hoy en Cuba el elevado número de niños que arriban sin la compañía de adultos, bien sea porque sus padres los confiaron a las tripulaciones o con apenas uno o dos personas mayores atendiendo a un grupo de ellos.
El objetivo de emisores y receptores de estos veraneantes se explica claramente más allá de los motivos de reencuentro familiar que debe haber en muchos casos: quienes remiten a Cuba a los muchachos les garantizan un lugar seguro y económico que sus hijos disfrutan ampliamente en el ambiente en que ellos mismos nacieron y vivieron sus más tiernas infancias.
Se conoce que la seguridad humana, y particularmente la de los niños, es precaria en Estados Unidos, especialmente en zonas como la ciudad de Miami, donde residen muchos inmigrantes cubanos llegados allí a lo largo del último medio siglo en virtud de las medidas de estímulo a la migración puestas en práctica por Estados Unidos como parte de su política contra la revolución.
El 6 de mayo último la periodista Bernadette Pardo escribió en el diario El Nuevo Herald, de Miami, un artículo que, en algunos de sus párrafos, dice: “… el salvajismo de los criminales se ha desatado en algunas zonas de Miami. En los últimos días, un vándalo armado con una escopeta de cañones recortados asaltó a un muchacho y le pegó un tiro en el estómago. La víctima está aún entre la vida y la muerte y tiene tantas postas de plomo en el estómago que los médicos, tras varias operaciones, continúan sacándoselas de las entrañas.
“Poco antes y en otro incidente, un niña que estaba en la puerta de una biblioteca pública con su laptop fue víctima de un grupo de salvajes que, no contentos con robarla, le fracturaron la mandíbula a patadas.
“Varios policías me han comentado que en áreas de Allapatah, Overtown y Wynwood han aparecido bandas de muchachos que se dedican a aterrorizar a los residentes, especialmente a los más débiles: ancianos, niños y mujeres solas. Estas bandas se han tomado los pocos parques que hay en la zona y patrullan las calles a sus anchas robando a su antojo.
“… barrios enteros de nuestra comunidad… viven bajo el terror de estas pandillas de maleantes… Una detective me explicó que ella no entraba en cierta barriada de Miami a hacer un registro porque el teniente les ha dicho que eso es muy peligroso. “
Se comprende, a la luz de testimonios como este, que quienes han ido al extranjero en busca de mayor bienestar material que el que les puede ofrecer su patria, asediada y agredida por el delito de defender a toda costa su independencia y soberanía, recurran a uno de los más importantes logros de la revolución cubana, la seguridad humana, como ambiente que desean para sus hijos, que también son parte del futuro de la nación.
La invasión de veraneantes infantiles a disfrutar de la seguridad y tranquilidad que se respira en Cuba hace más ridículas aún las acusaciones del senador republicano por Florida Mario Díaz-Balart al presentar al Congreso una enmienda legislativa destinada a reimplantar las prohibiciones relativas a los viajes y remesas impuestas por George W. Bush que dejarían sin efectos las escasas modificaciones introducidas en estos asuntos durante el gobierno de Barak Obama, entre ellas las que permiten estas vacaciones infantiles en Cuba.
* Periodista cubano, especializado en temas de política internacional.
Foto © Virgilio PONCE
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