Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal / Libros libres.- Para el poeta Jorge Riechmann, a quien debemos el título, su amistad, su poliédrico saber, su tenaz compromiso y sus permanentes lecciones de ternura.
Quienes hablan, hoy, de seguir construyendo reactores nucleares no han comprendido nada de la tragedia de Chernóbil. Y Chernóbil era, quizá, la última advertencia de la que podíamos aprender, si es que ha de existir en el futuro una humanidad libre sobre una Tierra habitable.
Mi convicción personal es que la única energía nuclear limpia y segura, que hemos de reivindicar sin tregua, es la de las reacciones de fusión que tienen lugar en el interior del sol y nos llegan luego en forma de bendita luz solar que caldea la atmósfera, mueve los vientos y nutre la vida.
Jorge Riechmann (2007)
En agosto de 1945 Ichiro Moritaki era un profesor de la Universidad de Hiroshima. La mañana del día 6 se encontraba con sus alumnos movilizados, trabajando en los astilleros de la ciudad, a 3,7 kilómetros del hipocentro. Todo su cuerpo y rostro quedó cubierto de cristales por la explosión. Quedó ciego de un ojo, pero sobrevivió. "Su horrible experiencia y su condición de filósofo, le hicieron reflexionar y dedicar su vida a impedir la repetición de algo como aquello", explica su hija, Haruko. Durante casi medio siglo, Moritaki, primer presidente de la Asociación de supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, "Nihon Hidankyo", dos veces nominada al premio Nóbel de la paz, se sentó una hora en silencio cada vez que en el mundo se realizaba una prueba nuclear.
Lo hizo en 475 ocasiones, la última de ellas en julio de 1993 en vísperas de su muerte, cuando tenía 92 años. Fue uno de los padres del movimiento pacifista y antinuclear japonés, hoy de capa caída.
Rafael Poch de Feliu (2005), “Hiroshima”.
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Nota.- Este libro de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal es de propiedad pública (Copyleft 2011).
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