Francisco González Tejera / Artículo de opinión.- “La violencia de la Iglesia no es militar, pero es tan dura como ella”.
Leonardo Boff
Curas, monjas, médicos y oscuros funcionarios del régimen franquista fueron cómplices directos en el robo y secuestro de muchos de los hijos de los republicanos asesinados o desaparecidos. Esta trama fascista dio como resultado la desaparición de más de 30.000 niños robados y entregados en adopción previo pago a familias vinculadas al facio español, en una de las más brutales y terribles atrocidades del franquismo contra los luchadores por la democracia y la libertad.
Recuerdo como mi abuela Lola me hablaba de cuando se llevaron a mi padre Diego y a mi tío Paco a la Casa del Niño en San Cristóbal, Las Palmas de Gran Canaria, tras el fusilamiento de mi abuelo Pancho. Contaba entre lágrimas cómo se negó en redondo a entregarles a su hijo Lorenzo, el más pequeño, con solo dos añitos, ya que ella misma había escuchado de los robos de los niños y niñas hijos de los republicanos, de cómo las monjas colaboraban en los raptos con un elenco de curas expertos en la compra venta de menores. Un negocio redondo organizado por la Iglesia Católica, con la excusa de extirpar el germen del marxismo de aquellos inocentes hijos de la República.
Aquellos siniestros curas y obispos confeccionaron con los fascistas meses antes las listas de los que la Falange o el ejército fusilaron o desaparecieron en la Sima de Jinámar, en los pozos de Tenoya, Arucas, o fueron arrojados a la Marfea. Comunistas, socialistas, anarquistas y revolucionarios, que por cierto, eran los que defendían a un gobierno elegido por el pueblo democráticamente en las urnas.
El gobierno republicano se volcó con los sectores más empobrecidos de la sociedad española, enfrentándose a los intereses económicos y financieros de los grupos privilegiados, indignados con las reformas populares que salían de las cortes. Uno de estos grupos de privilegio era la propia Iglesia Católica que era dueña de muchas tierras afectadas por la reforma agraria, además de propietaria de miles de fincas rusticas y edificios en todas las ciudades. Dicha institución religiosa tenía el monopolio de la enseñanza, también sometida a los cambios de las reformas educativas que favorecían el establecimiento de una escuela pública.
Por todo ello no era de extrañar que la Iglesia se convirtiera en uno de los mayores opositores a dichas medidas para mejorar las condiciones de vida y la formación de las clases populares. Respaldando la sedición y el golpe fascista del general Franco, al que definió como una Cruzada. Una santa cruzada contra el marxismo y el anticlericalismo que le llevó a mancharse las manos con la sangre de más de un millón de asesinados y desaparecidos, que en Canarias fueron miles, muchos acusados por los curas de cada pueblo en connivencia con los terratenientes y patronos del yugo y las flechas.
Todavía la Iglesia Católica no ha pedido perdón, ni siquiera ha condenado los fusilamientos de curas republicanos en España o su colaboración con el genocidio y las desapariciones de miles de militantes de la izquierda chilena o argentina, escenificado en la comunión diaria de Videla y Pinochet. Sigue encerrada en su burbuja vaticana, rodeada de oro y riquezas, respaldando a los poderosos, a los ricachones y a las estructuras del poder económico y religioso contra las que luchó Jesucristo cuando estuvo en la tierra.
El robo de niños y niñas se instituyó en toda España respaldado por el régimen franquista, constatándose casos en todo el territorio, incluso en Canarias con bebés que fueron llevados por las monjas a Granada, Valencia o Madrid. Miles de hombres y mujeres que no tienen una identidad definida, que viven con apellidos falsos, desconociendo quiénes son sus verdaderas familias, personas que ya superan los 40 años y que continúan con su vida desconociendo su pasado, viviendo en un engaño, en un fraude que el estado español y la autoridad competente ocultan y evitan que se investigue y desenmascare a los culpables.
Francisco González Tejera
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