Por Lorenzo Gonzalo (*). Decíamos hace unos días que WikiLeaks no ha develado secretos esenciales con perjuicio de personas inocentes. Quizás muchas de las informaciones pongan en juego la seguridad de individuos que trabajan para la parte oscura de maquinarias gubernamentales. Esto no significa que haya cometido ilegalidades o traspasado linderos legítimos. Al contrario, quienes hacen cosas indebidas son aquellos que en su diario bregar, no responden a la conformidad, estabilidad y progreso de la ciudadanía. Denuncias como las de WikiLeaks son imperativas para que esas conductas sean evaluadas por el juicio público. El Poder actual, en todos los lugares, asume el derecho de determinar el futuro de las sociedades que supuestamente representan. Desentrañar cómo emplean su tiempo y cómo comentan sus inocuidades y picardías, bajo el pretexto o la falsa convicción de salvar sus férreos controles, es deber de un verdadero periodismo.
La función de los medios es informar a la comunidad. No hay forma objetiva para que la ciudadanía participe en la solución de sus problemas colectivos, dentro de sus aldeas, pueblos, ciudades y las propias corporaciones y entidades productivas donde laboran, si no cuentan con una información que les permita reflexionar y debatir su futuro.
Los secretismos que se oculta tras el oscurantismo de las paredes diplomáticas, convertidas en centros de chismografías para encubrir afanes hegemónicos y causar desasosiego en otras naciones, deben convertirse en patrimonio público. Es necesario que los protagonistas de actos semejantes se sientan abochornados, para que puedan entender que el camino recorrido, a lo largo del Siglo XX es torcido, detestado por la ciudadanía mundial y debe ser corregido.
Las viñetas aparecidas respecto a comentarios de los funcionarios estadounidenses en relación a personas autonombradas opositoras del gobierno de Cuba, desenmascara esas labores y sobre todo la hipocresía de una política inmoral de parte de Estados Unidos.
En comentarios poco discretos y sobre todo carentes de ética, de funcionarios estadounidenses sobre las personas que desempeñan en Cuba labores de ese tipo, se destaca la poca importancia que en la realidad se les otorgan, tanto a cada una de ellas como a los grupos, que sin rebasar ninguno la decena, se autodenominan organizaciones.
La hipocresía radica en que esos grupos han sido aupados oficialmente por Washington, a través de regulaciones aprobadas en la Casa Blanca, las cuales se han convertido de obligatorio cumplimiento, luego de haber sido diseñadas por Comisiones del Senado, convertidas en Ley y firmada por el Ejecutivo. El manejo oficial que reciben las declaraciones de esas personas y el aliento que el gobierno estadounidense le infunde a los medios para procurar su cobertura, estimula a la prensa pagada, quienes se dedican a convertir cuentos de hadas en dramáticas historias.
Los intereses de grandes corporaciones, que quizás a fines de los noventa vaticinaban el final del proceso socialista cubano, han vuelto a preocuparse desde fines de los noventa, no solamente por la permanencia del mismo, sino por la presencia de nuevos y poderosos movimientos sociales en Latinoamérica. Los ideólogos de esas corporaciones, representados por diversos Senadores y Representantes del Poder Legislativo de Estados Unidos, contribuyen a la difusión de informaciones manipuladas para socavar la dirección de los cambios y reajustes, que el Estado cubano realiza para organizar un nuevo Estado, a partir de los logros y fracasos del pasado. Esos intereses están preocupados por la permanencia en Cuba de un proceso que desalienta y se opone a la formación de corporaciones privadas dentro del país. La preocupación no se deriva del pequeño perjuicio que pueda ocasionarles no participar del potencial económico de la Isla, sino porque el éxito que pueda obtener el gobierno cubano, logrando un sistema eficiente de nuevo tipo, reforzaría a esos otros movimientos sociales del Sur del Continente. De producirse un triunfo de esta naturaleza, no hay dudas que quedarían grandemente afectados sus negocios y un futuro de ganancias privadas, galopantemente ilimitado.
De los múltiples informes obtenidos a través de la labor del señor Assange, el mundo ha conocido de estas hipocresías y de los malos manejos de que son objeto los recursos de los contribuyentes.
La aspiración de un mundo donde la democracia se ha convertido en el centro de los debates, donde los propios procesos socialistas comienzan a colocar en el centro de su ajustes para la preservación del proceso, no solamente la validez de la discusión abierta, sino su necesidad, el oscurantismo que brota de centros de poder, podridos por el tiempo, es cuestión que preocupa y ocupa cada día, a más personas.
El señor Assange y todos quienes con él contribuyen a realizar un periodismo de punta, no hace cosas que perjudiquen a gobiernos y estados. El trabajo de WikiLeaks señala el perjuicio que esos gobiernos y estados causan a sus ciudadanos.
Por otro lado trae a colación el debate sobre la información que directamente se relaciona con el futuro de las comunidades, víctimas de políticas que no velan por sus intereses sino por la permanencia de poderes que han perdido su comunicación con las bases ciudadanas, dando lugar a dictaduras de nuevo tipo.
(*) Lorenzo Gonzalo: periodista cubano residente en Miami y sub director de Radio Miami.
(Foto © Virgilio PONCE)
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