Fernando Báez / Artículo de opinión.- Cuando veo y miro un yacimiento cualquiera, cuando contemplo la obra de los guanches, tengo la prueba de su paso y permanencia. Ante un yacimiento cualquiera, como que me aparto más de España, para siempre.
Era niño, y mi padre, me hablaba de los guanches, como si hubiera estado con ellos; con trece años, con un primo, deshicimos un túmulo, para ver qué había dentro..., fue, en la ladera de una montaña; entonces, no era consciente de lo que estaba haciendo, pero me iba adentrando al mismo tiempo por ese laberinto que se pierde en los siglos, en Canarias. Aún conservo aquellas fotos de blanco y negro, de borde blanco rizado, con brillo, con ese tono de lo que ya pasa más de cincuenta años. Fue una escapada, mientras la familia conversaban, en la vista anual. Y una capa de piedras daba lugar a otras, y escalonando, y bajando, destrozábamos la tumba, donde el polvo de centurias dividía un cuerpo, en otro tiempo fuerte y grande; manchas de color blancuzco en contraste con el marrón de la piedra marmórea, bien ajustada y prieta. Sentí entonces ganas de conocer más de mis ancestros, y desde entonces, no he parado, queriendo aprender lo que nadie me ha enseñado; y desde aquel momento, estoy pegado a lo nuestro.
¡Cuántos secretos, por esas montañas y barrancos! Hoy reprocho a los que pudieran hacer lo más mínimo en un yacimiento; pues desde él, hemos de ir a quienes lo hicieron. Unos auténticos e incomparables artistas. Y a través de ellos, entramos en contacto con los que nos los dejaron y dieron la vida; pues de ellos venimos y somos.
Ante un yacimiento cualquiera, me fundo en él, con ellos; me uno a ellos. Y, además, veo lo que no veo, porque veo más allá, en el tiempo..., desde las huellas, a los artífices del yacimiento.
Vuelvo mi mirada a la obra de los guanches (los yacimientos), para encontrarme a través de sus obras, que guardan el misterio de sus bellezas y pulcritud; y en ellas el reflejo de unos hombres -que teólogos ellos-, adoradores de Acorán, lo reflejaban en cuanto hacían, imitando en su hacer, al autor de la naturaleza; y por tanto la estética o belleza (no en vano, San Agustín -de nuestra misma raza o condición-, nos reprochaba: no distinguiéramos en el arte al artista). Es decir, a través de los guanches, a Dios (Acorán).
El Padre Báez, en la confesión de algo, que cuando lo hizo, no tenía conciencia de lo que aquello significaba, y por ello purga, avisando a tantos, no hagan lo que él (un servidor) entonces.
Fernando Báez
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