Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- Mientras el FPolisario pelea en los despachos de la diplomacia internacional, un movimiento espontáneo de protesta ha desbordado todos los análisis sobre el Sahara Occidental: las veinte mil personas que han acampado en Agadaym Izik, en pleno desierto en las afueras de El Aaiún. La respuesta de las autoridades marroquíes ha sido la típica de los ocupantes: cercar, reprimir y disparar a matar, con la consecuencia de, al menos, un niño muerto (y enterrado a escondidas).
Las reivindicaciones que aparecen en primer plano en esta protesta son de carácter social: sanidad, agua, vivienda, trabajo, etc. Junto a la vivencia de la falta de las libertades democráticas más elementales. La torpeza del régimen monárquico marroquí, incapaz de dar respuesta a los problemas de la población saharaui (como, dicho sea de paso, tampoco a la de la inmensa mayoría de la población de Marruecos), incapaz siquiera de dar una respuesta negociadora e inteligente, hace de la situación un polvorín de complicada salida.
Difícilmente los saharauis que se han lanzado a acampar en pleno desierto van a volver a las ciudades, donde no sólo las condiciones de vida les seguirán siendo inaguantables, sino donde no les espera más que un incremento de la represión. Por otra parte, la monarquía ha vinculado su futuro de forma irreversible a la ocupación de lo que eufemísticamente llaman “Marruecos Sur”.
Pero el pueblo saharaui afronta también dificultades casi insalvables. En primer lugar, se enfrentan a una potencia regional que los supera ampliamente en población, economía y capacidad militar. Todas las declaraciones sobre “volver a la guerra” no son más que gestos, nada creíbles cuando el resultado no puede ser otro que el genocidio.
En segundo lugar, el respaldo internacional del régimen marroquí (“aliado preferente de la OTAN”) es bien real, con fuertes apoyos de EEUU y Francia, y no sólo formal, como en el caso de los reconocimientos de la RASD. Por no hablar de la ONU, que actúa al dictado de los intereses imperialistas en la zona.
En tercer lugar, la división de la población saharaui entre los exiliados en los campamentos de Tinduf –en penosísimas condiciones de supervivencia– y los que siguen en los territorios ocupados –donde se libra verdaderamente la batalla contra la ocupación–, debilita su capacidad de organización y respuesta.
Y por último, y no lo menos importante, la resistencia saharaui necesita dar un salto cualitativo en su capacidad política y organizativa, incluyendo el entendimiento de la necesidad de aliarse con la clase obrera marroquí y sus sectores más avanzados en la lucha común contra la monarquía y su régimen oligárquico, única forma de superar el callejón sin salida de estos últimos 35 años.
En esta dirección apuntan algunos de los indicios más esperanzadores. Mientras tanto, nuestro papel sigue siendo el de irrenunciable apoyo y solidaridad con el pueblo saharaui.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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