Podcast / Planeta Musical Sur.- Samarcanda es una ciudad de leyendas. Allí cada montículo o barranco es una historia viva del pasado, cada monumento de la antigüedad es un testigo de los eventos reales o imaginarios, cada viejo árbol está unido con alguna alegoría, cada barrio de la ciudad guarda su leyenda como si fuera su genealogía. La historia de muchos siglos de Samarcanda es una partícula de la historia mundial. Se situaba en los caminos de las caravanas de negocios, y por eso hace muchos siglos fue uno de los centros de la antigua civilización, y poseedora de las tradiciones de cultura de los pueblos de Asia Central.
Producción: Radio Calf-Universidad FM 103.7
La tarde va pasando lentamente, mientras una suave brisa fluye desde el río y acompaña a la dorada luz, que tiñe la copa de los muchos árboles que pueblan los jardines de la ciudad. Cúpulas y minaretes reflejan en sus baldosines azul y oro los rayos del sol, que desciende poco a poco tras la mezquita de Bibi-Janum. Desde un balcón privilegiado, la colina Afrasiab, un hombre ya maduro, con el pelo y la barba teñidos de gris por los años, contempla el magnífico espectáculo. Es primavera y los jardines muestran toda su hermosura. Tiene en sus manos un viejo libro, bien guarnecido con cuero levemente repujado, que lee con interés. El libro está iluminado con miniaturas persas y lleva numerosas anotaciones en los márgenes, acompañando a las bellas poesías que contiene. Son las famosas Ruba’iyyat de Omar Jayyam, el filósofo, astrónomo y poeta persa que vivió a caballo de los siglos XI y XII. Su momentáneo poseedor no puede ocultar un gesto de aprobación cuando levanta su mirada tras leer los primeros versos: "Samarcanda, el más bello rostro que la Tierra volvió jamás hacia el sol." Samarcanda, la mítica y bella ciudad que cantaron los poetas turcos y persas en innumerables ocasiones, se remonta hasta más allá de la memoria de estas duras tierras de Asia Central.
Esta Samarcanda es la que conoció Omar Jayyam en su juventud, cuando, entre ilusionado y temeroso, por no desairar al cadí de la ciudad, aceptó de sus manos un libro de blanquísimas hojas de papel chino, sin duda un importante regalo para un escritor a fines del siglo XI; libro que, con el paso de los años, Omar llenaría con bellas ruba’iyyat, convirtiéndolo en una de las joyas de la literatura persa, y que en nuestros tiempos ha inspirado obras de la calidad de la novela Samarcanda, del libanés Amin Maalouf. Lamentablemente, este esplendor no duraría mucho. Los inicios del siglo XIII fueron especialmente violentos, presagiando los años que seguirían. Las conjuras palaciegas debilitaron la ciudad de tal forma que, cuando en 1220 Genghis Kan la asedió, solo pudo resistir una pequeña guarnición, que fue derrotada. El Kan mongol incendio Samarcanda, y la destrucción fue tan importante que, cuando un siglo más tarde Ibn Batuta visitó el lugar, escribió sobre las visibles huellas de las terribles hordas: "Bordean el río grandes alcázares y edificios que revelan un refinado gusto. Muchos de ellos están en ruinas y buena parte de la ciudad ha sido arrasada: no tiene ni puertas y los huertos están en su interior." La antigua grandeza de " una de las ciudades mayores, más hermosas y espléndidas del mundo ", como la llamó el famoso viajero magrebí, había quedado prácticamente en la leyenda.
Hoy Samarcanda es la segunda ciudad más poblada de Uzbekistán, tierra de Sol, de desiertos y valles fértiles. Con casi 450.000 km², una superficie similar a la que ocupan Marruecos o Suecia, y situado al norte de Afganistán, Uzbekistán es uno de los dos únicos países en el mundo que no sólo no tienen salida directa al mar sino que tampoco la tiene ninguno de los países con los que tiene frontera. El otro país en esta situación es Liechtenstein. Uzbekistán es el país más poblado de Asia Central. Sus 25 millones de personas, concentradas en el sur y este del país, son casi la mitad de la población total de la región. Los uzbecos son el grupo étnico dominante, mientras que un 20% reúne a rusos, tajikos, coreanos, kazajos y tártaros, siendo casi todos de religión musulmana sunita. El uzbeco es el idioma estatal oficial; pero el ruso es la lengua común para gran parte del uso cotidiano en el comercio, el gobierno y la comunicación interétnica.
Lo que hoy queda de Samarcanda es en gran parte herencia del emir Tamerlán, que dedicó toda su vida a embellecer su capital. Timur, su nombre real, era un descendiente de Genghis Khan, el mismo que la incendió, y que durante el siglo XV conquistó todas las tierras entre Estambul y China, dejando uno de los mayores imperios que se recuerdan. Tamerlán fue enterrado en su amada ciudad, en el Mausoleo de Guri Emir. La sala donde se alza su tumba y la de alguno de sus hijos está decorada con oro que brilla cuando entran los rayos del sol. A mediados de este siglo se descubrió que la enorme piedra de jade que se creía que escondía su cuerpo no era tal y que los restos de Tamerlán estaban en una cripta subterránea. En el 1941 el antropólogo ruso Mikhail Gerasimov decidió abrir la tumba, pero antes leyó una inscripción que rezaba:“Aquel que abra esta tumba se enfrentará a un enemigo más cruel que yo”. Los soviéticos lo abrieron. Al día siguiente Hitler atacaba la URSS. Comentarios basados en una nota de Jesús Sánchez Jaén para viajesyviajeros.com y otra de Marc Morte. Durante el programa se escuchan temas de Munadjat Yulchieva & ensemble Shavkat Mirzaev, Dilnura Qodirjonova, Sherali Juraev, Gülay & The Ensemble Aras, Ensemble Tavois, Sevara Nazarkhan, Yulduz Usmanova, Group Mashriq, Abror Zufarov, Fattohxon Mamadaliev y Bojalar. Es una realización de Jorge Laraia.
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