Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- Todas las leyes, y especialmente las laborales, son expresión de una determinada correlación de fuerzas. La de la contrarreforma laboral es una clara muestra de cómo la debilidad ideológica, política y organizativa de las trabajadoras y los trabajadores permite una ofensiva sin parangón contra sus derechos más elementales, como el de no ser despedido arbitrariamente o el de negociación colectiva y, como corolario, contra sus salarios. Lo mismo cabe decir de la ya anunciada ley para reducir las pensiones y alargar la vida laboral. Por no hablar de la ya anunciada rebaja en las prestaciones por desempleo.
La próxima Huelga General del 29 de septiembre dista mucho de ser una confrontación entre el gobierno y los sindicatos, como tratan de presentarla los voceros del capitalismo, del gobierno y de la derecha extrema. Por el contrario, se trata de una confrontación entre la clase obrera –con sus sindicatos más o menos reformistas, sus partidos, más o (más bien) débiles– contra toda la maquinaria capitalista –gobierno y partidos burgueses, medios de comunicación privados, servicios mínimos respaldados por sus jueces, cuerpos de policía, etc.–.
El objetivo final de esta ofensiva, que no ha hecho más que empezar, es llevar a la clase obrera del Estado –y, por cierto, también de toda Europa– a una situación en la que el trabajador carezca por completo de derechos, se enfrente individualmente al patrón y tenga que aceptar las condiciones de trabajo más extremas posibles, tanto en duración de la jornada de trabajo como en cuantía de su salario. Y, desde luego, con los sindicatos borrados de la faz de la tierra.
Los propios economistas del capitalismo reconocen que tales medidas agravarán la recesión económica al retraer el consumo, pero aquí les puede más la inercia ideológica que las simples matemáticas. Dado que son incapaces de ver una salida a la crisis del sistema (y descartada en sus cabezas a priori la transformación socialista), aprovechan para volver a sus viejas ambiciones de sobreexplotación sin límites de la clase obrera, a la que ven como mera masa amorfa a la que exprimir cada vez más y más, aunque eso les arruine también a ellos.
En sus cálculos cuentan, precisamente, con su abrumador dominio ideológico sobre la inmensa mayoría de los asalariados. Con la creencia que les han introducido en vena de que las huelgas no sirven para nada. De que todo está perdido, y sálvese el que pueda. De que los trabajadores obviarán el hecho de que, por muy reformistas que sean –que no “amarillos” (sindicatos montados por la patronal con sus “hombres de confianza”)– los sindicatos son necesarios y, en todo caso, son su última línea de defensa frente a los abusos patronales.
Y cuentan con la desaparición de escena del comunismo, reducido bien a mera corriente diluida en un fracasado eco-socialismo ambiguo, bien a una impotente colección de grupos pequeños, divididos y sin influencia social. Desde luego, se las prometían muy felices: nada había que pudiera detener su Blitzkrieg contra los trabajadores.
Con lo que no han contado es con que ni las cosas ni las organizaciones son estáticas. Todo (y todos) se mueven. Desde luego, los sindicatos hubiesen preferido seguir como estaban, con su cómoda vida de acuerdos burocráticos y pactos sociales. Pero ahora son los capitalistas los que no quieren pactar. Y como a la fuerza ahorcan, no les ha quedado más remedio que convocar la Huelga General y movilizarse porque está en juego su propia supervivencia.
Y lo mismo cabe decir de aquellas organizaciones de la izquierda que chapoteaban aclimatadas a prácticas rutinarias y sectarias, autojustificándose en la lejanía temporal de cualquier horizonte revolucionario.
Cierto que no va a ser una batalla fácil, sino todo lo contrario. Décadas de desmovilización, estancamiento y pudrición ideológica no se van a esfumar de la noche a la mañana. Pero el 29-S es un primer paso en la dirección correcta, en el que los sectores más avanzados de la clase obrera recuperen la iniciativa y la moral de combate. Y, de esta manera, puedan ir sumando en futuras luchas al conjunto de las trabajadoras y trabajadores.
Es mucho lo que nos jugamos y muchas las dificultades. Una derrota ahora sería demoledora. Pero, a la vez, una victoria, aunque no sea completa –y volveremos a ver las guerras de cifras– sería un paso decisivo para cambiar por completo el curso actual de la lucha de clases. Por eso, como escribía Benedetti, “la unidad que sirve es / la que nos une en la lucha”. Ahora más que nunca.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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