Carmen Moreno Martín / Artículo de opinión.- (Antes de iniciar este artículo que sigue a continuación, advertir que lo publiqué en el entonces mi Blog Ser Rizomático, hace la friolera de cuatro años, y ¿qué ha cambiado? Pues algún nombre como Bush por Obama o alguna situación anecdótica y de distracción, pero algo esencial? ¡No, en absoluto! Y si ha habido algún cambio, ha sido para peor, de manera que la pregunta con la que intitulo el artículo sigue, para vergüenza nuestra, en pleno vigor y clamando a cada miembro de la especie humana, por ello considero oportuno republicarlo).
A lo largo de la historia de la humanidad, los grupos humanos han tenido un empeño obsesivo en deshacerse de aquellos otros grupos humanos que encarnaban la diferencia respecto de sí mismos, tratando de aniquilar, no ya al grupo en cuestión, sino a todos los posibles rastros y huellas que dicho grupo hubiera dejado sobre la tierra y en la memoria de los individuos, sin importarle nada al grupo dominante del momento, ni el valor de la vida –exceptuando la del propio grupo-, ni el valor cultural, ni ninguna otra cosa que no fuera la aniquilación y extinción de la faz de la tierra de la diferencia. La diferencia siempre ha sido tratada cómo demoníaca, cómo amenazante, cómo malévola, cómo peligrosa y perversa; y la única ética imperante ha sido la del poder dominante en ese momento concreto. Los grupos dominantes han variado, cómo también han variado los grupos sujetos de la exterminación llevada a cabo por los primeros; pero lo que no ha cambiado nada de nada es el mecanismo idiosincrásico endógeno en el ser humano, que lo lleva a la obtención de poder y dominio más allá de toda razón y de toda ética.
En la antigüedad, la lucha entre nómadas pastores y cazadores, y agricultores sedentarios llevó al exterminio mutuo de pueblos enteros. Y más adelante, el tema fue el comercio y la necesidad de nuevas tierras cultivables y minerales de subsuelo.
Entre 1492 y 1860 las tribus indígenas de América, desde el norte al sur, fueron prácticamente exterminados por las diferentes invasiones europeas hispano-anglo-franco-portuguesas.
Unas veces el exterminio fue debido a las necesidades de expansión, de hacer más grande el territorio dominado... Mientras que otras, los exterminios se llevaban a cabo invocando las leyes y la justicia.
En nombre de la justicia y de las leyes se han exterminado pueblos enteros, etnias enteras. En nombre de la ley del más fuerte o simplemente porque hacían falta los árboles del caucho (Hevea brasiliensis) para su explotación industrial, pueblos enteros de las tribus indígenas del Brasil fueron exterminados con veneno (fumigados con cianuro potásico) para apoderarse después de sus tierras los siringueiros ávidos de dinero. Los indígenas en Estados Unidos fueron exterminados sistemáticamente para apoderarse de sus tierras llegando por Ley especial a pagarse 2.00 $ por cada oreja de indio.
En nombre de las leyes se ha oprimido y vejado, explotado y denigrado a quienes por su color de piel eran considerados de calidad inferior, a los esclavos, a quienes tenían otras ideas religiosas diferentes a la de los pueblos conquistadores, o simplemente otra cultura. Aún en nuestros días existen "apartheids", discriminaciones sociales, económicas y religiosas, encubiertas unas veces, descaradas otras. Hay fundamentalistas ortodoxos que asesinan en nombre de Alah, o de Cristo o de Yahve, o en nombre de vaya usted a saber quién, queriendo imponer leyes fabricadas por ellos, como lo está haciendo hoy, en este momento el gobierno israelí con el pueblo libanés, abusando de su fuerza.
Los exterminios de disidentes políticos o religiosos han sido frecuentes en todas las épocas. Cientos de miles de cristianos fueron crucificados o lanzados a las fieras en los circos romanos para ejecutarlos sirviendo de espectáculo; otros cientos de miles fueron crucificados por la Iglesia Romana porque no se sometían a sus sacras leyes; y no se sabe cuántos millones de rusos disidentes han perecido en Siberia durante las dictaduras soviéticas o de otra ideología, cayendo como moscas bajo los pelotones de fusilamiento, y progromos de judíos y de otras etnias los ha habido a montones a lo largo de la historia reciente y antigua. Durante siglos los hombres y mujeres de raza negra han sido vendidos y comprados como esclavos por los pueblos cristianos de Occidente con objeto de explotar la mano de obra barata. Tampoco se sabrá nunca con exactitud cuántos millones han muerto en nombre del progreso industrial. Millones de judíos fueron gaseados en nombre de la pureza de raza aria y miles de niños, mujeres y adultos han sido asesinados en Irak por armas empuñadas por seres humanos supuestamente civilizados, en una guerra preventiva absurda, contra unas armas de destrucción masiva que no existían…
Sí cogemos la Biblia, más concretamente el viejo testamento, podremos leer que pueblos y culturas enteras fueron exterminadas en nombre de Yahve o Jehová, o cómo quiera que se llame ese dios en cuestión.
Paradójicamente, un fenómeno que macabramente se repite hasta la saciedad desde la antigüedad hasta nuestros días es el de que los exterminadores de ayer, se convierten en los exterminados de hoy y viceversa, repitiéndose el fenómeno como si de una rueda despiadada y macabra, movida por un molok se tratara; sólo que la rueda no la mueve ningún otro ser sobrenatural: la movemos nosotros: los seres humanos de este planeta.
¿Y, se estarán preguntando a dónde quiero llegar con todo esto? Quiero llegar a la vergüenza, la rabia, la indignación, la impotencia y la profunda pena que siento, al ver que este pretendido progreso global de nuestro tan cacareado primer mundo no nos sirve para parar la barbarie y la locura imperante hoy en nuestra planeta se mire por donde se mire: Palestina, Afganistán, Pakistán, Irak, los mil y un conflictos crónicos en África, las guerrillas latinoamericanas, el llamado terrorismo del color que sea, etc. etc.
Decía Quevedo “¡Ah de la vida!... ¡Nadie responde!” Pero lo que seguro que si respondería, es si llamáramos: “¡Ah del dinero, de la explotación, de la avaricia, del poder, de la guerra y de la muerte, de la miseria, del hambre, de la esclavitud!...” Y las respuestas nos dejarían más aturdidos que el sonido de las bombas que siguen cayendo por el sur del Líbano y el norte de Israel...
¿Y los poderosos? ¿El G8? ¿Bush? ¿La Unión Europea? ¿Los grandes Lobbi judíos? ¿Los grandes del mundo árabe? Pues no saben, no contestan… Mucha diplomacia, mucha palabrería, eso sí; muchas declaraciones y muchas reuniones del Consejo de seguridad de la ONU –que ya se encargan en vetar rápidamente si no les conviene la solución, a los unos o a los otros-; pero mojarse, lo que es mojarse de verdad, nada de nada: “pío, pío, que yo no he sido”… Es mejor distraer la atención del pueblo –en el caso del nuestro- con el pañuelo palestino que un muchacho le ha colocado a Rodríguez Zapatero en las reuniones-encuentros con juventudes socialistas del mundo. ¡Hale, cómo si el pueblo fuera un toro: pañuelo por aquí, pañuelo por allá! Y mientras, que sigan cayendo bombas en el Líbano, en Israel, en Irak, o dónde sea, que cuando menos seamos, más reiremos…
Es urgente, necesario e imprescindible parar todo esto y pararlo ya. El pueblo, los pueblos tenemos que echarnos a la calle y decir basta. Decir que esta sin razón bárbara debe finalizar ya. Decir que un mundo distinto y mejor es posible y que lo queremos ya. Decir que toda vida humana, sí, que toda vida es preciosa, sagrada, inviolable. Decir que cada uno de nosotros morimos un poco con cada muerte… Cada día, cada instante… Decir que estamos hartos, hastiados, perplejos, indignados y desolados de tanta injusticia, de tanta masacre, de tanta miseria; que no estamos dispuestos a sufrirlo más… Decir que en este bello planeta cabemos todos, que hay recursos para todos si hacemos mejor el reparto y desterramos las ambiciones que nos ciegan… Decirlo, gritarlo por todo el mundo, alzar nuestras voces juntas y ponernos todos a trabajar codo con codo para lograrlo. Porque de lo contrario no será necesario que nos venga ningún Armagedón profético: nosotros mismos solitos lo estamos creando.
Tantos milenios de humanidad adquiriendo conocimiento y ¿qué hemos aprendido? ¡Nada, salvo a matarnos mejor! ¡Nada, salvo a crear abismos cada vez más grandes y profundos entre los seres humanos!
Carmen Moreno Martín alias Hannah
15 de agosto de 2010
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