Luis Alberto Henríquez Lorenzo* / Artículo de opinión.- Como acertadamente plantea Leonardo Boff en su artículo “¿Por qué perdura la Iglesia-poder?” (Atrio, 20-8-2010), mucha gente en efecto se plantea “¿por qué perdura la Iglesia-poder?” O en su defecto: si lo que perdura no es exactamente la Iglesia-poder, ¿por qué muchas personas, creyentes católicas y no creyentes católicas en absoluto, no pueden dejar de tener la impresión, la sospecha de que no es así exactamente? ¿Tan maliciosa es que es acaso esa gente, tan malintencionada, tan pérfida, tan masona…?
¿Por qué? Comienzo respondiendo con una perogrullada u obviedad: yo al menos no lo sé; vamos, que no creo conocer con certeza el porqué. Pero he aquí que Leonardo Boff nos ofrece su reflexión. Y henos aquí con que por esa reflexión del teólogo brasileño yo vuelvo a recordar algo que en algunas foros de Internet, incluido Atrio, no he dudado en señalar, a saber, me parece estar seguro de que para muchas personas, sobre todo de fuera de la Iglesia o siquiera críticas con la institución eclesial, ese poder que Boff denomina en su artículo como hierarquia (poder sagrado) frente a hierodulia (servicio sagrado), secularmente se viene manifestando en las formas de tratamiento protocolarias tan típicas sobre todo de la Iglesia católica y de la Ortodoxia: ilustrísimo, ilustrísima, eminencia, eminencia reverendísima, su gracia, su toda gracia, su beatitud, santo padre, santidad… Creo que llevaba toda la razón el obispo D. Pedro Casaldàliga en esa carta famosa del año 1984 en que pedía al entonces papa Juan Pablo II, entre otras reformas en la Iglesia, la simplificación de toda esa parafernalia ornamental honorífica. Antes de esa carta, apenas inmediatamente después de la clausura del Concilio Vaticano II, un grupo de obispos, entre los cuales estaba Dom Hélder Cámara, se comprometía a vivir una serie de valores, signos y medidas de reforma en la Iglesia aplicados a los obispos: estos no debían ser titulares de cuentas bancarias, debían vivir con la sencillez del Pueblo, debían huir de tratamientos de honor y títulos de grandeza… Sin duda, ese clima del postconcilio sería el germen de esos dos grandes acontecimientos eclesiales, especialmente para la Iglesia en Latinoamérica, que fueron Puebla y Medellín.
Empero, sé perfectamente que mi propuesta de hacer más evangélica la Iglesia católica, también simplificando toda la parafernalia de los tratamientos de honor debidos a los prelados, desconcierta y molesta incluso a muchos católicos de mentalidad conservadora y de derechas, que a decir verdad no suelen conocer ni siquiera que han existido obispos proféticos en la Iglesia católica de la talla de Hélder Cámara, Leónidas Proaño, Enrique Angelelli, Samuel Ruiz, Pedro Casaldàliga… Se molestarían desde un inicial desconcierto porque les habría de parecer sin duda que esa reforma sería nada más y nada menos que una traición al sueño de Jesús de Nazaret, que no en balde “habría dado las llaves a Pedro y exhortaciones precisas para el gobierno de la Iglesia al resto de los apóstoles…”, por más que en los Evangelios se hable abrumadoramente más del concepto de reino o reinado de Dios que del concepto de Iglesia.
Me temo que por mucho que se intente razonar con esos católicos desde la convicción de que el ejercicio de poder que Jesús proponía era, como bien señala Leonardo Boff, la hierodulia (como ya he adelantado, servicio sagrado, no poder sagrado) y no la hierarquia, es casi imposible llegar a un entendimiento. Porque la estrategia o táctica del pensamiento conservador es muy precisa, me parece a mí: consiste en un permanente esfuerzo de deslegitimación de todo lo que huela o suene a crítico, heterodoxo, progresista, izquierdista, libertario. Sea en el ámbito de la cultura que sea: cine, música, teología, literatura, arte, filosofía… Da igual, pues en todo caso lo que habría de primar o prevalecer es la seguridad de las tenidas por certezas y verdades absolutas, frente a cualesquiera veleidades y enmiendas a la totalidad provenientes del pensamiento libre.
Aunque ello sea, ese alcanzar tal orden de seguridades y certezas absolutas íntegramente inamovibles, a base de no pensar, o de no arriesgar en el vuelo del pensamiento. Aunque ello sea a base de calificar de “piojosos drogatas y malos músicos”, pongamos por ejemplo, a los miembros de grupos de rock de la talla de Pink Floyd o Led Zepelin, entre otros muchos músicos heterodoxos citables, al tiempo que se cierran filas en torno a propuestas musicales claramente ñoñas y reaccionarias. Aunque ello sea a base de condenar, sumarísimamente y como sin remisión posible, el genial cine de Luis Buñuel, por el hecho de que el sin duda mayor cineasta que ha dado España a la cinematografía mundial fuera ateo (“gracias a Dios”, ironizaba el aragonés universal) y anticlerical. Y así un largo etcétera.
* Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Enseñanzas Medias. Poeta y escritor. Gran Canaria, Islas Canarias, 25 de agosto de 2010.
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