José López Sánchez (*) / Artículo de opinión.- El cambio social se produce cuando se dan, por orden de importancia, estos cuatro factores principales: necesidad, conciencia de dicha necesidad, conciencia de la posibilidad de cambiar y estrategias que lleven a cabo los cambios. Las estrategias son implementadas por organizaciones políticas capaces de liderar y coordinar los cambios. Sin estrategia no hay revolución y sin organización no hay estrategia. Si no se dan todos esos factores en cuantía suficiente, entonces el cambio es muy poco probable, por no decir imposible. De esto hablo con mucho más detalle en mi libro La causa republicana. En él explico por qué, en mi opinión, en España se dan circunstancias favorables al cambio. Intento demostrar que nuestro país, no sin esfuerzo, puede liderar cambios democráticos en Europa. Aquí tenemos necesidad de cambio y cierta conciencia de la posibilidad de avanzar de forma concreta y a corto plazo. La República representa una luz muy clara hacia la que dirigirse y puede suponer el catalizador de la regeneración democrática así como del resurgimiento de la auténtica izquierda. La República puede suponer mucho más que la posibilidad de elegir democráticamente al jefe de Estado. El planteamiento de la causa republicana puede suponer quitar el freno de mano e iniciar el desarrollo de la democracia en nuestro país. Pero para que esto ocurra, lo primero de todo, lo más primordial, es concienciarnos de la necesidad y de la posibilidad del cambio. En este artículo voy a procurar aportar argumentos para aumentar dicha conciencia.
Cuando uno debate con gente de su entorno, que no conoce suficientemente la prensa alternativa, siempre se suele encontrar con el mismo tipo de argumentos, a saber: “las cosas siempre han sido así y siempre seguirán siendo así”, “no es posible otro sistema”, “la gente no quiere cambiar”, “en cuanto se da un poco de libertad a la gente ésta no sabe utilizarla”, etc. No es por casualidad que la mayoría de nuestros conciudadanos piense así. Es precisamente de lo que se trata. De evitar que piense de otra manera. El pensamiento único, el estoicismo, la inconciencia, la falsa conciencia, los prejuicios, la banalización, la simplificación, la superficialidad, la desinformación, entre otras, son las armas de quienes controlan el sistema e intentan a toda costa evitar los cambios que pongan en peligro su statu quo. El dominio ideológico de la derecha es absoluto. Las élites controlan la educación, los medios de comunicación, el Estado, el sistema político, la economía, es decir, controlan la sociedad. Una de las mejores formas de combatir el cambio es impregnando en las mentes de las personas la idea de que no es necesario, o por lo menos de que no es posible. Si la gente piensa que aun siendo necesario, no es posible otro sistema, entonces no hay nada que hacer. Lo primero de todo, repito, es concienciar a nuestros conciudadanos de que otro sistema es necesario y posible. Cada vez la gente tiene más claro que es necesario. Pero, sin embargo, la gente aun admitiendo que sea necesario, siempre se topa con el mismo obstáculo: ¿Qué alternativas hay? La alternativa es más y mejor democracia. La alternativa es la verdadera democracia. En mi artículo La importancia de la democracia explico por qué es necesario otro sistema. No es posible otro gobierno, un gobierno que beneficie al pueblo, a la mayoría, al servicio de sus votantes, mientras sigamos con la oligocracia y no logremos una auténtica democracia. En este artículo me voy a centrar en concienciar sobre la posibilidad de otro sistema.
El fracaso de los llamados sistemas comunistas ha hecho mucho daño. La gente no cree en el comunismo, aunque no sepa en verdad qué es. Y esto ocurre porque los países llamados comunistas se distanciaron mucho de sus principales postulados teóricos. En vez de una sociedad sin clases e igualitaria, de una sociedad verdaderamente libre, en dichos países se implantó un sistema totalitario cuyo capitalismo fue sustituido por otro tipo de “capitalismo”, por un sistema económico que, si bien se distanció del capitalismo propiamente dicho por cuanto el objetivo no era el beneficio puro y duro, sin embargo, sustituyó el control de unos pocos empresarios privados por el control de unos pocos burócratas de un partido único. En vez de implantar una democracia económica, se sustituyó una dictadura económica por otra. El control de la economía, de la sociedad, siguió en pocas manos. Sólo cambió de manos. Con el agravante de que, además, en ciertos países llamados comunistas se retrocedió en derechos políticos. Es cierto que se lograron ciertos logros económicos y sociales, pero a un gran precio: al precio de perder libertad. El ser humano prefiere una incertidumbre libre a una seguridad esclava. La libertad es también una necesidad vital del ser humano. El ser humano necesita sentirse libre, aunque en verdad no lo sea. Necesita percibir que es libre (por lo menos mínimamente libre).
Por esto, el capitalismo engaña mejor a los ciudadanos que el mal llamado comunismo de los países estalinistas. Porque en el primer caso el ciudadano se cree libre, aunque en verdad no lo sea tampoco. En el capitalismo, aunque haya más libertad aparente, aunque no haya una represión tan explícita y agresiva como la existente en cualquier totalitarismo político, la libertad está limitada de forma mucho más sutil, los límites de la libertad son menos visibles, son menos explícitos, pero existen, y, precisamente, su casi invisibilidad los hacen más eficaces, más peligrosos. El capitalismo aparenta ser un régimen de libertades políticas por cuanto se permite formalmente el pluripartidismo, auque incluso a veces, en determinadas circunstancias, se repriman explícitamente ciertas formaciones políticas. Y digo aparenta porque el diseño de la democracia capitalista está hecho de tal forma que condena, de facto, a la marginalidad a cualquier formación anticapitalista. De poco sirve tener un pluripartidismo formal si luego en la práctica siempre gobiernan los mismos partidos, si al poder político acceden sucesivamente uno u otro partido de la partitocracia, nunca ningún otro partido. La aparente libertad política del capitalismo protege un totalitarismo aún más demoledor y eficaz: la dictadura económica. El capitalismo se sustenta en el dominio del capital. Las empresas funcionan de forma totalitaria. Los trabajadores sólo pueden obedecer las órdenes que vienen de arriba. Sólo la lucha obrera ha puesto límites al dominio del capital. No por casualidad cuando la conciencia de la clase trabajadora está por los suelos, cuando la lucha obrera es casi sólo un recuerdo del pasado, se producen retrocesos en derechos laborales. Cuando la iniciativa la lleva el capital, como así ocurre en la actualidad, las empresas funcionan de forma cada vez más dictatorial. Una sociedad no puede ser libre, si en la economía, en el motor de la sociedad, no existe libertad, o si ésta es muy escasa.
El capitalismo se caracteriza por un régimen de libertad política formal, un régimen pluripartidista, que, sin embargo, en la práctica, se convierte en un régimen de pseudo-partido único. La democracia política capitalista se convierte, no por casualidad, está de hecho diseñada para que así sea, en una oligocracia, en una partitocracia dominada por dos partidos que defienden, en esencia, las mismas ideas económicas. Ambos partidos políticos del bipartidismo son defensores a ultranza del capitalismo. Algo que puede observarse especialmente bien en tiempos de crisis. Los partidos “socialdemócratas” hacen una labor esencial en las democracias capitalistas. Imponen reformas siempre favorables al capital que muchos partidos de derechas, mejor dicho oficialmente de derechas, tendrían muy difícil de imponer. Los trabajadores se dejan engañar muchas veces por las etiquetas, por las supuestas ideologías de izquierda de los partidos llamados socialdemócratas, y aceptan resignadamente, aunque no siempre, las medidas tomadas contra ellos. Por lo menos de forma más resignada. Si dichas medidas vienen de un partido supuestamente de izquierdas, reciben menos oposición que si vienen de un partido de la derecha oficial. Y digo oficial, porque en verdad ambos partidos del bipartidismo capitalista son de derechas en lo económico. En la “democracia” capitalista sólo tienen posibilidad de “gobernar” los dos partidos financiados por el capital. El capitalismo es en verdad un totalitarismo disfrazado, sutil, implícito. Por esto es más eficaz el capitalismo que el “comunismo”. Cualquier dictadura, cualquier régimen totalitario sin disfraz, perdura menos en el tiempo que un totalitarismo disfrazado. Y cuanto más elaborado sea el disfraz, más tiempo perdura. Éste es el precio que debe pagar en los tiempos actuales la oligarquía: debe elaborar cada vez más el disfraz para sobrevivir.
El bipartidismo es más peligroso que el régimen de partido único donde el pueblo no vota. En el bipartidismo capitalista, el régimen formalmente pluripartidista pero de facto de partido único (dividido en dos facciones para aparentar cierta pluralidad), el pueblo, suficientemente manipulado y controlado para que piense y haga lo que el poder económico (el verdadero poder en la sombra) desea, vota entre uno u otro partido. La democracia capitalista es un régimen de partido único camuflado, donde el pueblo legitima dicho régimen en las urnas. Por esto, es tan peligroso el capitalismo. Porque crea la falsa sensación de libertad. La dictadura económica está protegida por una democracia formal, simbólica, que, en la práctica se convierte en un régimen de partido único controlado por el capital. Una democracia política que no sólo no avanza sino que incluso retrocede. En el capitalismo la democracia no puede desarrollarse pues su desarrollo, algo de lo que son muy conscientes las élites, pone en peligro de extinción al propio capitalismo. El desarrollo de la democracia podría no sólo aumentar y mejorar la democracia política, sino que también, lo cual es más peligroso para el poder económico, podría exportar la democracia a todos los rincones de la sociedad, incluido el económico. El capitalismo necesita evitar a toda costa la extensión de la democracia a la economía. El capitalismo se sustenta en la dictadura económica, el control de la economía por ciertas élites, por la oligarquía. La oligarquía sólo puede subsistir, a largo plazo, si la democracia se evita, si subsiste la oligocracia. Sin oligocracia, es decir con democracia, no hay oligarquía. Y con oligarquía, inevitablemente, hay oligocracia. Cuando, en determinadas circunstancias, en las democracias actuales, no es posible evitar el acceso al poder de fuerzas o personas no controladas por el capital (algo cada vez más difícil, sobre todo en el “primer” mundo) entonces el capital debe tomar medidas más drásticas para retomar la situación. El poder en la sombra sale a la luz, se quita el disfraz, y conspira, incluso se levanta en armas, para evitar a toda costa cambios estructurales que pongan en peligro al capitalismo. Una vez puesto todo en “orden”, se “concede” de nuevo el “poder” al pueblo, eso sí mejorando las técnicas de control del mismo. Una dictadura no puede perpetuarse en el tiempo. Cumple una función básica de volver a poner todo en “orden”, en el orden capitalista. Pero, una vez terminada su labor de “limpieza”, debe ceder paso a la oligocracia. Ésta sí puede perpetuarse en el tiempo, por lo menos puede durar mucho más tiempo que la dictadura.
En el capitalismo actual el control de la sociedad por parte de las élites es mucho más elaborado que el ejercido en cualquier otro régimen. La “democracia” capitalista ha llegado a un nivel muy grande de perfeccionamiento. Aunque, como todo en la vida, no es perfecta. En el capitalismo la dictadura está suficientemente camuflada y, lo que es peor, lo cual es aún mucho más peligroso, está suficientemente legitimada por el pueblo en las urnas. La democracia capitalista es una dictadura realimentada en las urnas por sus ciudadanos. El talón de Aquiles de tal “democracia” es la abstención. Ésta junto con el peligro mínimo, pero no nulo, de que surja alguna fuerza política anticapitalista capaz de romper el bipartidismo, son los dos principales peligros para la oligarquía que gobierna mediante la oligocracia disfrazada de democracia. El capitalismo es pues un totalitarismo mucho más sofisticado y elaborado, y, por tanto, mucho más eficaz y peligroso. Remito al libro Las falacias del capitalismo donde explico con más detenimiento todas estas ideas.
Tan es así que en los llamados países comunistas el ciudadano se sentía oprimido, que el pueblo, los trabajadores, no lucharon por no perder los logros económicos o sociales alcanzados, más bien al contrario. La prueba más palpable del fracaso del llamado “socialismo real” es que el pueblo, los trabajadores, el proletariado, no lo defendieron, incluso lucharon contra él. No podría hacerse mejor favor al capitalismo y a sus “ideólogos”, mejor dicho profetas, que lo que se hizo en los países detrás del telón de acero. Ahora estamos pagando las consecuencias de dicho fracaso. El capitalismo se ha descontrolado hasta tales proporciones que la socialdemocracia y hasta sus postulados teóricos originales, véase el liberalismo o la democracia liberal, suenan progresistas en la actualidad. Ya no suena sólo “radical” o “trasnochado” Marx, ahora también incluso Keynes. La involución democrática es más que evidente. La democracia no sólo no avanza sino que retrocede. Se necesita urgentemente cambiar la tendencia. El desarrollo democrático es cuestión de necesidad vital para la sociedad humana, incluso para la supervivencia de su hábitat.
Por tanto, quienes luchamos por el cambio, por el verdadero cambio, debemos contribuir tenazmente a concienciar a nuestros conocidos, incluso a nuestros conciudadanos en general mediante la poderosa arma de Internet, de la necesidad y de la posibilidad del cambio. Es el primer y elemental paso para posibilitar el cambio. Insisto en ello porque muchas veces la gente más concienciada piensa que es una pérdida de tiempo. Y no es así. Si uno se aparta de los círculos afines, de las páginas web de la prensa alternativa, de los foros republicanos, y “sale a la calle”, “baja al ruedo”, se encuentra con que la mayoría de la gente no tiene tan claras aquellas ideas que a nosotros nos parecen tan obvias. La gente piensa en general que no es posible otro sistema. El pensamiento único capitalista ha triunfado. Incluso en momentos tan duros como los actuales, la gente protesta (no mucho), pero poco más. Y esto es así porque hay un gran vacío ideológico. La izquierda aún está desaparecida en combate, aunque parece que poco a poco empieza a despertar de su largo letargo. Sin embargo, en los últimos tiempos de oscuridad ideológica ha surgido un nuevo hito en la humanidad que puede cambiar el derrotero de la historia: Internet. Por primera vez en la historia, los ciudadanos (no todos aún pero cada vez más) pueden acceder de forma democrática a todas las ideas e informaciones posibles. La revolución tecnológica de las comunicaciones puede facilitar la revolución política y social. Internet está rompiendo el monopolio ideológico, está debilitando el pensamiento único que tanto se han trabajado las élites del actual sistema. Las élites están empezando a perder el control por Internet. Tienen miedo a Internet. Es el deber de todo ciudadano usar los medios a su alcance para luchar por una sociedad mejor. En ello está, humildemente, el que suscribe, como tantos otros.
Que otro sistema es necesario creo que es algo de lo que no hace falta extenderse demasiado. Remito, a pesar de todo, al mencionado artículo La importancia de la democracia. Debemos tener muy claro que no es posible otro tipo de gobierno mientras no cambie el sistema, mientras el sistema político no cambie en profundidad. Necesitamos montar la infraestructura política que posibilite otro tipo de gobiernos. Dicha infraestructura, como no me cansaré de repetir aun a riesgo de ser pesado, se llama democracia. Las grandes desigualdades sociales a nivel mundial (que han crecido en los últimos tiempos, tanto en el interior de los países como entre los países), el desastre ecológico evidente, las guerras que no desaparecen, la violencia generalizada, el hambre, incluso la sed (cada vez se habla más de que las futuras guerras van a ser las guerras por el agua), las enfermedades crónicas, recientes e incluso inventadas, las crisis cada vez más recurrentes e intensas, etc., etc., no pueden hacernos dudar de la necesidad de cambiar el sistema. Se puede discutir hasta qué punto se necesitan cambios, pero es indudable que vamos por mal camino. La sociedad debe reconducirse. Es imperativo cambiar la tendencia.
Centrándonos en nuestro país, el paro desorbitado, el terrorismo, el endeudamiento escandaloso de las familias, los desahucios, el problema de la vivienda, la violencia doméstica, la corrupción generalizada, la tortura que no desaparece, la censura, la represión, son, entre otros, síntomas muy significativos de que nuestro sistema no funciona o por lo menos tiene graves deficiencias. Los grandes problemas que nos afectan cotidianamente a los ciudadanos son crónicos. Sufren altibajos pero nunca desaparecen. Incluso se agravan. Esto demuestra el fracaso del sistema actual. El capitalismo ha posibilitado cierto crecimiento económico, pero éste actualmente se está volviendo contra la humanidad. De ser algo positivo se ha convertido en algo negativo. De posibilitar la expansión de la humanidad ha pasado a amenazar su existencia. Y esto es así porque ha impulsado el desarrollo tecnológico y científico pero ha obstaculizado el desarrollo social y político. Hemos llegado a un punto en que el desarrollo científico y tecnológico (que también está siendo restringido por el capitalismo actualmente) no puede convivir con el subdesarrollo social y político, han entrado en profunda contradicción. La combinación entre dicho desarrollo y dicho subdesarrollo es explosiva y peligrosa para la subsistencia de la civilización humana. Estamos en un momento histórico en que no se trata sólo de luchar por una sociedad humana mejor sino que también por su propia supervivencia. La necesidad de cambio, como decía, es evidente e ineludible.
De lo que se trata, por tanto, es de concienciar sobre todo de la posibilidad del cambio. Hay que poner toda la carne en el asador para concienciarnos de que otro sistema es posible.
El pensamiento único (a no confundir con el consenso) se sustenta en el monopolio ideológico. Frente a la actual crisis, por ejemplo, el pensamiento único está siendo cada vez más cuestionado (aunque dicho cuestionamiento no se ve suficientemente en los grandes medios de comunicación). Para acercarse a cualquier verdad es IMPRESCINDIBLE la libertad. Sin libertad no hay verdad. Sin un contraste libre entre las ideas y entre la teoría y la práctica, no es posible acercarse a la verdad. En la ciencia es primordial el debate libre y de igual a igual entre las distintas ideas, entre las distintas teorías. Y la prueba del algodón de cualquier teoría es la práctica, el experimento, la observación. Y esto vale para cualquier verdad de cualquier universo objeto de estudio, incluida la sociedad humana. Sólo podremos saber qué sistema funciona si tenemos la posibilidad de probar entre todos los posibles, si podemos experimentar en la práctica las ideas, si, en primer lugar, podemos confrontar las ideas unas contra otras en igualdad de condiciones. La verdad no entiende de mayorías o minorías. Durante milenios la inmensa mayoría pensaba que la Tierra era plana y estaba en el centro del Universo. La clave está pues en la libertad. En la libertad de pensamiento, de expresión y de acción. Sin suficiente libertad no podremos encontrar el sistema político, económico y social que funcione, que nos dé garantías de futuro. Y un sistema social funciona cuando es estable, cuando no existen grandes desequilibrios o contradicciones que amenazan con estallar, cuando no se ve permanentemente amenazado por su autodestrucción, cuando la mayoría de sus ciudadanos tiene una existencia digna, cuando todos tienen las mismas oportunidades (o parecidas), cuando pueden realizarse como personas, ser felices, ser plenamente humanos, satisfacer todas sus necesidades, físicas e intelectuales.
Ésta es pues la idea clave. Como en cualquier ciencia, la verdad sólo puede alcanzarse si se practica el pensamiento libre y crítico, si existen condiciones concretas que lo posibiliten, si existe un contexto favorable. Por consiguiente, hay que desechar de nuestras mentes la idea de que lo que se nos pregona es la verdad absoluta, de que el sistema actual es el único posible. En la prensa alternativa existen muchas ideas que cuestionan las establecidas. No es cierto que en la economía exista un consenso. Al contrario, cada vez existen más economistas críticos que cuestionan el dogmatismo neoliberal imperante. Además, cuando uno contrasta lo que dicen los apologistas de lo establecido con lo que dicen los críticos, lo que dicen estos últimos concuerda mucho más con el sentido común y con lo que uno puede observar a su alrededor, con lo que uno vive. Nosotros también, los ciudadanos corrientes, podemos y debemos practicar el método científico (cuyo pilar esencial es el contraste) para alcanzar las verdades, o por lo menos para acercarnos lo más posible a ellas. Debemos preguntarnos por qué no vemos en los medios de comunicación más poderosos a aquellos intelectuales o expertos disidentes que sí podemos ver en la prensa alternativa, que tan convincentes nos parecen. Y esto debe hacernos sospechar del pensamiento único. Si tan seguros están los profetas de lo establecido de sus ideas, ¿por qué no se someten al debate frente a los críticos, frente a quienes cuestionan sus ideas en profundidad y no sólo en matices?
Recientemente en nuestro país un grupo de científicos e intelectuales ha firmado un manifiesto reivindicando su derecho a expresar su opiniones públicamente (La Ciencia y la Universidad reivindican el pensamiento crítico, Rebelión, 9 de junio de 2010; Manifiesto por la libertad del pensamiento económico; Rebelión, 27 de mayo de 2010). ¿Por qué dichos intelectuales han visto la necesidad de escribir un manifiesto reivindicando la libertad de expresión y de pensamiento? Uno siempre reivindica algo cuando no lo tiene o no lo tiene suficientemente o cuando está en peligro. Por consiguiente, podemos afirmar, rotundamente, que no todas las ideas fluyen libremente por la sociedad. Aquellas ideas que cuestionan la ideología dominante son marginadas, sólo son accesibles, por ahora, en Internet, la grieta del muro ideológico del sistema. Esto nos lleva a la inevitable conclusión de que el pensamiento único es, como mínimo, cuestionable. Simplemente porque no se deja cuestionar. El pensamiento único es un pensamiento sospechoso. Sospechoso de no ser una verdad o consenso al que se llega mediante el método científico, como resultado del debate libre, sino, por el contrario, es sospechoso de ser una verdad impuesta artificialmente, precisamente, evitando el debate científico. Toda verdad debe ser siempre cuestionable en cualquier momento. Más, si cabe, si es impuesta.
Pero, además, si consideramos el contraste entre la teoría y la práctica, dicho pensamiento no pasa la prueba del algodón. Lo que se pregona en la teoría no concuerda con lo que ocurre en la práctica. La mayor parte de economistas no son capaces de prever los acontecimientos futuros (ni siquiera a corto plazo), y apenas son capaces de explicar los pasados. La ciencia económica tiene aún mucho camino por delante. Es una de las ciencias más inexactas que hay. Lo cual, dicho sea de paso, hace aún más sospechoso al pensamiento único. Porque todo científico sabe perfectamente que la ciencia debe evolucionar, que las teorías hay que retocarlas en función de lo observado. Sin embargo, los apologistas del neoliberalismo, los mismos que no han sido capaces de prever ni de explicar convincentemente lo ocurrido, se aferran a sus ideas e insisten en que hay que seguir aplicando las mismas políticas que ya se aplicaban antes de la crisis. Ocurra lo que ocurra siempre pregonan lo mismo. Da igual si el foco de la crisis es el mercado financiero. La solución consiste en rescatar a los bancos (sin ni siquiera controlar el dinero regalado por la sociedad) y en reformar urgentemente el mercado laboral. Cualquier científico de cualquier ciencia se espanta ante tales “métodos científicos”. Es justo lo contrario de lo que un científico auténtico debe hacer. La ciencia económica oficial es muy poco científica porque imposibilita el debate libre, porque no considera la práctica, porque se aferra a las ideas sin dar la más mínima posibilidad de cuestionarlas, porque sustituye la verdad, que se alcanza libremente, sin imposiciones, por el pensamiento único, impuesto de antemano, porque sustituye la razón por la fe. La ciencia económica oficial es en verdad una religión económica. Contradice los principios elementales de la ciencia, atenta contra el método científico, contra el espíritu científico. No es de extrañar que sea tan inexacta. No sólo por ser una ciencia humana (toda ciencia humana es inherentemente inexacta), sino que también porque es muy poco científica.
Por consiguiente, podemos afirmar, con rotundidad, que quienes afirman que el sistema actual es el único posible son, como mínimo, muy poco fiables. Como mínimo, debemos dudar de tal aseveración. El sentido común, la capacidad de raciocinio, nos dicen que algo no cuadra. Nos dicen que nos tomemos con mucha prudencia las verdades que se nos proclama, especialmente las verdades que tienen que ver con el sistema político y económico. Muchas cosas no cuadran. Las contradicciones les delatan. Su forma de actuar les delata.
Y a esta conclusión llegamos exclusivamente observando lo que ocurre en la actualidad. Llegamos a ella también porque ahora tenemos la posibilidad de contrastar lo que se nos dice en los grandes medios de comunicación con lo que puede verse en la prensa alternativa en Internet. Aunque, antes de poder hacer este contraste, ya podíamos ver que algo no cuadraba. La teoría no cuadraba con la práctica. Ya podíamos observar que el paro no desaparece nunca, que las desigualdades no desaparecen, que aumentan, ya podíamos ver que los trabajadores siempre pagamos los platos rotos, mientras otros se enriquecen, ya podíamos ver que sea cual sea el partido gobernante los grandes problemas que nos afectan cotidianamente siguen en esencia casi igual, son crónicos. La diferencia está en que además de este contraste entre lo que se nos pregona y lo que vivimos, lo que observamos en nuestra vida cotidiana, ahora, gracias a la Red de Redes, podemos contrastar mejor las ideas entre sí. Ahora podemos acceder a muchas ideas alternativas a las que antes no podíamos acceder o nos costaba mucho más. Ahora no sólo podemos concienciarnos de que otro sistema es necesario, de que el sistema actual no funciona o degenera, sino que además de que otro sistema es posible, otras políticas económicas son posibles, otras salidas a las crisis son posibles. Internet está posibilitando una gran expansión de la conciencia ciudadana. No es por casualidad que la reciente reunión del club Bildelberg en Sitges haya tenido, por primera vez en España, tal repercusión, incluso en los grandes medios. La prensa alternativa está forzando, poco a poco, y hasta cierto punto, a la prensa oficial a informar más y mejor. A ésta le va en ello su subsistencia. Si la televisión no quiere seguir perdiendo credibilidad, debe ponerse las pilas. La gente se informa cada vez más en Internet. La televisión debe seguir compitiendo por la audiencia.
Si, además, consideramos la historia, si accedemos a otras versiones de los hechos del pasado, nos daremos cuenta de que el capitalismo no tiene más de cinco siglos, apenas un instante en la historia de la humanidad. El ser humano ha vivido durante mucho más tiempo en sistemas más parecidos al comunismo o al anarquismo que al capitalismo. Si recordamos y observamos un poco, podemos preguntarnos: ¿por qué se producen golpes de Estado cuando algún gobierno intenta cambiar el sistema?, ¿por qué quienes afirman tan alegremente que no es posible otro sistema reprimen cualquier intento de cambio?, si están tan seguros de que no puede funcionar el socialismo o el anarquismo o el comunismo, ¿por qué lo reprimen explícitamente, por qué no les dan ninguna opción? La historia, y no hace falta irse muy hacia atrás en el tiempo, ni siquiera muy lejos espacialmente, está repleta de episodios de represión, de involuciones, de intervenciones militares. En España sufrimos una dura guerra civil porque aquí se intentaron cambios. Si tan seguros estaban de que no es posible otro sistema, ¿por qué se alzaron y lucharon durante tres largos años contra la resistencia popular para implantar una dictadura? Si, como dicen para justificar el “glorioso alzamiento”, el problema era la persecución a la que se sometió a la iglesia o la unidad de la patria, ¿por qué implantaron una dictadura y no directamente una monarquía parlamentaria como la que tenemos ahora? Porque había que limpiar España de “rojos”. Porque había que reprimir el movimiento revolucionario. Porque los cambios eran una amenaza real (lo cual contradice sus afirmaciones de que otro sistema no es posible). Había que impedir explícitamente los posibles cambios. Y así se hizo. Bajo el régimen franquista, una vez terminada la guerra civil, desaparecieron más de 100.000 personas (como mínimo, según las estimaciones más a la baja) que siguen en paradero desconocido, enterradas en fosas comunes. Lo ocurrido con Garzón recientemente les delata también. Como digo, la historia está repleta de casos en que los cambios se reprimieron explícitamente por las mismas élites que nos dicen que no es posible otro sistema.
La historia, los hechos del pasado y del presente, su forma de actuar, sus contradicciones, les delata. Ellos que dicen tan pomposamente que el sistema actual es el único posible, ¡bien que se guardan de dar ninguna oportunidad a ninguno otro! Ellos que nos dicen que no hay alternativas, ¡tienen miedo a cualquier intento de cambios, por pequeño y breve que sea! Ellos que nos intentan vender sus ideas como científicas, como fiables, como verdades incuestionables, ¡bien que se guardan de aplicar el método científico, incluso el más elemental espíritu científico, que consiste en cuestionar, en seguir buscando la verdad, en no conformarse con las verdades establecidas!, ¡bien que se guardan de someter sus ideas a debate! Ellos que nos dicen que sus teorías son las serias y el resto no, no resisten el más mínimo análisis serio.
Que haya habido intentos fracasados de cambiar las cosas no significa que no sean posibles los cambios. Muy optimista había que ser para pensar que a la primera iba a ser la vencida. Todo científico, que es un revolucionario en potencia porque la búsqueda de la verdad es revolucionaria, sabe perfectamente que es muy raro que un experimento funcione la primera vez. Todo científico necesita tiempo, insistencia. Necesita hacer varios intentos para lograr resultados. Asimismo, para lograr cambios sociales se necesitarán suficientes intentos y suficiente tiempo en cada uno de ellos. Además, es muy difícil hacer experimentos bajo presión, en malas condiciones, en un contexto hostil y extremo. Al margen de los errores ideológicos que se cometieron (remito al capítulo Los errores de la izquierda del libro Rumbo a la democracia), los errores que se cometieron en los países del Este de Europa, en la URSS fundamentalmente (puesto que luego fueron “exportados” al resto de países “comunistas”), fueron realimentados también por las duras circunstancias históricas. La URSS se vio amenazada por todos los flancos por aquellos países que intentaban evitar a toda costa los cambios. La primera guerra mundial, la guerra civil, el hambre, la amenaza permanente de la contrarrevolución, la segunda guerra mundial, no cabe duda que no son buenos acompañantes para intentar cambios. ¿Alguien se imagina a un científico intentando hacer sus experimentos mientras pasa hambre, mientras alguien le agrede o le amenaza, mientras alguien le intenta impedir hacer su trabajo? ¿Podríamos asegurar que si su experimento fracasa la primera vez es porque no es posible llevarlo a cabo? ¿Podríamos asegurar que no merece la pena volver a intentarlo, incluso en mejores condiciones? Cuando uno se ve atacado, cuando las circunstancias son extremas, entonces hay que tomar medidas extremas, medidas que pueden coartar e incluso hacer fracasar los cambios que se intentan hacer. Si ya es difícil intentar cambios en circunstancias favorables, no digamos ya si uno se ve constantemente sometido a hostigamiento. Quienes tanto proclaman que el sistema actual es el único posible, intentan reprimir como sea e insistentemente a aquellos gobiernos o países que intentan cambios. Esto lo estamos viendo en la actualidad en Latinoamérica. La URSS se vio atacada por muchos países de Europa que intentaban impedir su revolución, sabedores de que era una amenaza real para sus sistemas políticos y económicos (lo cual demuestra que otro sistema sí es posible). Es muy difícil transformar la sociedad cuando ésta se ve sometida a una permanente agresión. Y aún así, no lo olvidemos, a pesar de los errores, a pesar de las barbaridades que se cometieron, a pesar de las circunstancias hostiles, Rusia pasó de ser uno de los países más atrasados de Europa a ser una superpotencia espacial. No ha habido en la historia semejante crecimiento económico, tan intenso, tan rápido. Esto quiere decir que el nuevo sistema que se intentó no era tan inviable como proclamaban sus detractores antes de intentarlo.
Así pues, el argumento, tan fomentado por el pensamiento neoliberal actual, de que no es posible otro sistema porque el fracaso del “comunismo” lo demuestra es una falacia más. En primer lugar, porque lo que ocurrió en esos países no fue realmente comunismo. Basta con leer a Marx, a Engels, a Lenin o a Trotsky (quien ya denunciaba la degeneración de la URSS en su libro La revolución traicionada, publicado en 1936), para comprobarlo. Y esto no lo digo para defender el comunismo. Yo no me caso con ninguna idea. Yo defiendo, ni más ni menos, que la posibilidad de probar distintas alternativas. Si el comunismo, el verdadero, funciona, si se demuestra con la experiencia práctica que posibilita una sociedad más libre y justa entonces yo lo apoyaré. Y si no es así, entonces lucharé por otro sistema como ahora lucho por sustituir al capitalismo. Lo verdaderamente importante es defender la posibilidad de que la sociedad pueda elegir con suficiente libertad su destino. Lo verdaderamente importante es proveerle del vehículo que lo posibilite. Y ese vehículo se llama democracia. Sólo con democracia podremos alcanzar alguna vez una sociedad civilizada, donde sus habitantes tengan una vida digna. Ya sea dicha sociedad una sociedad comunista, anarquista, socialista, liberal o cualquier otra. El objetivo es conseguir una sociedad mejor y el medio para poder alcanzarlo es la democracia, la auténtica, no el paripé que tenemos actualmente. No debemos confundir la democracia con la oligocracia. La democracia es la infraestructura política que nos posibilita mejorar la sociedad. Es la que nos posibilita poner en práctica el método científico para hacer experimentos sociales. Sin democracia no es posible aplicar el método científico para cambiar la sociedad y por tanto es muy poco probable lograr cambios sociales.
Al margen de todo lo anterior, una cosa está clara, nadie puede negarla. A pesar de los pesares, la humanidad ha cambiado, la sociedad ha evolucionado. Bien es cierto que muchas veces sólo en las formas, que muchas veces sólo sobre el papel, en la teoría, bien es cierto que a ciertos periodos de avances les han sucedido otros periodos de retrocesos (como el actual), pero, si nos fijamos en una escala temporal suficientemente amplia, sin duda, la sociedad humana ha cambiado algo. La prueba más palpable es este mismo artículo escrito por un modesto ciudadano de a pie. Esto hace pocos años era incluso inconcebible. Por consiguiente, si la sociedad ha cambiado, ¿por qué va a dejar de cambiar? Si hemos mejorado algo (para algunos mucho, para otros no tanto), aunque aún quede mucho por mejorar, ¿por qué no podemos seguir mejorando? Parece inevitable concluir no sólo que otro sistema es posible, sino, además, que es más que probable, incluso ineludible. El cambio forma parte de la naturaleza humana. Una especie inteligente evoluciona inevitablemente. La cuestión es que dicha evolución sea completa, equilibrada, que posibilite su existencia a largo plazo, que la mejore realmente. Una especie que es capaz de descifrar las leyes del Cosmos, ¿no va a ser capaz de resolver sus problemas de convivencia? ¿No somos, potencialmente, capaces de construir un sistema político-económico-social civilizado, ético, que funcione, que proporcione condiciones dignas de existencia a todos sus individuos?
Somos potencialmente capaces. Pero también somos seres contradictorios. Tenemos tendencias contrapuestas, buenas y malas. Un argumento típico empleado por quienes creen que no es posible otro sistema es el ejemplo de cómo se comporta un grupo de niños. Es un argumento muy trillado aquél que dice que cuando uno observa a un grupo de niños siempre surgen las desigualdades. Ciertos niños se imponen sobre el resto. Algunos niños desatan su egoísmo más que otros y tienden a acaparar. Esto les sirve a los apologistas de lo establecido para justificar las desigualdades sociales como algo “natural”, “inevitable”. Sin embargo, dichos apologistas, se “olvidan” que también hay otros niños, que, por el contrario, tienden a compartir, son menos egoístas. Lo cual demuestra que también hay otras tendencias distintas a las que les interesan resaltar. El ser humano tiene tendencias egoístas, inevitables, como es lógico, pero también es capaz de sacrificarse por los demás, de compartir, de solidarizarse con los que lo pasan mal. Hay niños que cuando ven llorar a otros niños se ceban con ellos, se insensibilizan, pero también hay niños que, por el contrario, se solidarizan con ellos, intentan consolarlos. Sin embargo, si en algo coinciden casi todos los niños es en la sinceridad. Todos los niños, en mayor o menor medida, pero en mucha mayor medida que los adultos, son sinceros. Como suele decirse sólo los borrachos y los niños dicen la verdad. Sin embargo, si esto, que es común a casi todos los niños, mucho más que las tendencias egoístas, puede modelarse con la educación, puede cambiarse, hasta el punto en que los adultos ya casi no se acuerdan de la sinceridad que practicaban en su infancia, ¿por qué no puede controlarse o reprimirse el egoísmo? ¿Por qué es natural e inevitable el egoísmo y no la sinceridad? Como dice un proverbio checo, nuestros padres nos han enseñado a hablar y el mundo a callar.
Así como un árbol que nace torcido puede enderezarse con una cuerda para que crezca recto, el ser humano puede ser enderezado para minimizar ciertas facetas y maximizar otras. La cuerda en el sistema social de cualquier especie es la educación. Con una educación adecuada es posible reprimir las peores facetas del ser humano y amplificar las mejores. Es posible porque esto ya ocurre. Ciertas facetas a lo largo de nuestra existencia se reprimen y otras se realimentan. El problema, precisamente, es que se reprimen algunas que no deberían reprimirse y al revés. Se reprime la sinceridad, la curiosidad, la iniciativa, el altruismo, la rebeldía, la colaboración. Y se fomenta la mentira, la hipocresía, el conformismo, la pasividad, el egoísmo, el estoicismo, la competencia. Lo reprimen y lo fomentan los padres, el sistema educativo, los medios de comunicación, el sistema en general, las reglas del juego social. Un padre responsable, que pretenda educar a su hijo para que pueda sobrevivir en la sociedad que le ha tocado vivir, debe enseñarle a adaptarse a la misma. Y para adaptarse a la misma no hay más remedio que aceptar (por lo menos hasta cierto mínimo punto) las reglas de dicha sociedad (gusten o no gusten dichas reglas). Si en la sociedad en la que vivimos la verdad está mal vista, entonces no hay más remedio que enseñar al niño a eludirla, a camuflarla, a suavizarla. Uno debe aprender a ser diplomático, incluso hasta el punto de perder de vista la verdad. Acaba siendo uno tan diplomático que no sólo suaviza la verdad sino que, tarde o pronto, la elude.
Es decir, el ser humano que tiene ciertas características inherentes (aunque no en la misma proporción en todos los individuos), es modelado por su entorno y a su vez contribuye a dicho entorno. El sistema hace al individuo y a su vez el individuo hace al sistema, aporta su granito de arena. Hay una relación dialéctica entre el individuo y la sociedad de la que forma parte. Remito al capítulo La rebelión individual del libro Rumbo a la democracia. De lo que se trata, para cambiar las cosas, es de cambiar el sistema. Pero éste no puede cambiar si a su vez cada individuo no contribuye también al cambio. Podemos comparar la sociedad humana con un organismo vivo formado por células que a lo largo del tiempo va cambiando porque se producen ciertas mutaciones genéticas. Pequeños cambios a nivel local provocan a lo largo del tiempo cambios más globales. Algunos individuos, con ciertas características más desarrolladas que sus congéneres, realimentadas por sus vivencias, por el contexto, contribuyen al cambio. Algunas ovejas negras influyen en el resto del rebaño y pueden provocar, con el tiempo, que el rebaño deje de comportarse como tal, deje de depender de un pastor.
Uno de los problemas fundamentales de fondo que dificulta enormemente los cambios sociales es, precisamente, que la mayoría de la gente se comporta como ovejas que dependen de un pastor. Esto no puede cambiar de la noche a la mañana. Se necesita tiempo. Si un responsable de una empresa decide dar la posibilidad a sus subordinados de comportarse con responsabilidad proporcionándoles cierta libertad para no ser controlados con lupa por sus superiores, en muchos casos, el intento fracasa. Los empleados no saben comportarse con responsabilidad. Y la conclusión a la que suele llegar dicho responsable que intentó otros métodos alternativos de gestión del personal, una “revolución” en miniatura, es que es mejor volver al viejo método del “látigo”. Pero en este “experimento” fallan varias cosas. Primero, se obvia que las personas vienen muy condicionadas por el contexto. Un empleado sin experiencia no es consciente de la posibilidad que le brinda su jefe porque no conoce aún verdaderamente el mundo laboral, no valora suficientemente la posibilidad que le brinda su jefe un tanto excepcional. Dicho empleado novato ha recibido una educación, unos consejos de sus padres, de sus amigos. Y en esta sociedad todo el mundo sabe que, generalmente, lo que cuenta en el mundo laboral para sobrevivir en primer lugar es sobre todo el espabilamiento. De lo que se trata es de aparentar, de trabajar lo mínimo posible sin que el jefe se dé cuenta, de saber estar callado o decir lo “políticamente correcto”, etc. Por otro lado, un empleado con experiencia sabe muy bien que por mucho que el jefe diga ciertas cosas, lo que cuenta son otras. Lo que cuenta es llevarse bien con los compañeros, sobre todo con el jefe. Lo que cuenta es el peloteo, es el aparentar. A todo esto hay que añadir que los empleados saben que no tienen ni voz ni voto en sus empresas, que las grandes decisiones dependen de otras personas que no son controladas por nadie, que ordenan y mandan. Los empleados saben que cualquier desliz cometido, por pequeño que sea, puede ser “mortal”. Por consiguiente, es lógico que los trabajadores se esfuercen poco en sus puestos. Saben que el esfuerzo diario de varios años puede echarse a perder por un comentario, por un error, por un lapsus, y sobre todo por cualquier atisbo de insumisión. Si de verdad se quisiera que los empleados de cualquier empresa actuaran con responsabilidad y libertad (la una no puede existir sin la otra), entonces deberían participar tanto en lo malo como en lo bueno. Uno no es responsable si no cobra ni paga por sus actos. No es suficiente con dar ciertas migajas de libertad para cuestiones secundarias pero no para las principales. Y además de todo esto, la gente necesita tiempo para cambiar. Aún así, es un error por parte de los trabajadores el no aprovechar las pocas oportunidades brindadas de cambiar las cosas. Ese error hay que combatirlo concienciándose, dándose cuenta de que hay que ir poco a poco forzando cambios, aprovechando en primer lugar los pocos resquicios ofrecidos.
Sin embargo, insisto, no puede pretenderse que de la noche a la mañana un trabajador aprenda a comportarse con responsabilidad. Hay que enseñarle a hacerlo. Hay que darle suficiente tiempo y darle ejemplo. Hay que facilitarle las cosas poniendo todos los medios posibles. El ejecutivo intermedio, que debe responder ante sus superiores, ante los dueños de la empresa en última instancia, está atrapado por la lógica del sistema. Él puede a veces intentar ciertos cambios pero los de arriba no le van a dar mucho tiempo para ver resultados. El capitalista, cada vez más, quiere resultados inmediatos, a corto plazo. Y los cambios necesitan su tiempo. Los seres humanos actuamos por inercia. Muchas cosas las hacemos “automáticamente”. El “piloto automático” lo tenemos modelado por las experiencias mayoritarias, por las reglas y no por las excepciones. Cuando nos topamos con una excepción, por ejemplo, con un jefe “especial”, “diferente”, tendemos a seguir actuando de acuerdo a cómo son la mayoría de los jefes, a cómo es la mayoría de la gente. Por todo esto, el ejecutivo que intente cambios dentro del capitalismo está abocado a un muy probable fracaso. Necesita tiempo pero no lo tiene. Está atrapado en la lógica del capitalismo. Los cambios deben provenir de arriba. Sólo cuando los máximos responsables de una empresa apuestan por cambiar la forma de gestionarla, entonces los cambios tienen verdaderamente posibilidades de realizarse con éxito. No es por casualidad que los modos de actuar sean distintos, por ejemplo, en las empresas multinacionales donde desde otros países, con otras culturas, con unas democracias más desarrolladas, se imponen, desde arriba, otras formas de actuar. Aun así, poco a poco, algunas empresas van adoptando ciertos cambios con el objetivo de motivar más a su personal, para lo cual hay que tratarlo con un mínimo de dignidad. Cuando un trabajador es considerado, cuando no sólo participa en el reparto de los beneficios, sino que también cuando tiene cierta voz y voto, entonces, normalmente, rinde mejor. Pero estas empresas “vanguardistas” siguen siendo la excepción que confirma la regla.
Los cambios sólo pueden prosperar en cualquier grupo humano cuando los medios técnicos y organizativos globales les son favorables. Esto quiere decir que una empresa o la sociedad entera sólo puede cambiar de verdad cuando la infraestructura global y sobre todo cuando la política que viene desde los máximos responsables del grupo son favorables al cambio. Como vimos, en una empresa esto quiere decir que la nueva forma de actuar debe tener el visto bueno, como mínimo, de los máximos cargos de la compañía. Incluso lo ideal es que no sólo los máximos cargos den el visto bueno sino que sean los propios impulsores del cambio, sus promotores. Si no es así, si como mínimo desde arriba no se apoyan los cambios, éstos, que necesitan su tiempo, fracasarán, tarde o pronto, con mucha probabilidad. Si generalizamos esto al conjunto de la sociedad, esto significa que los cambios sólo pueden prosperar cuando hay un gobierno que los impulsa y dirige firmemente, tenazmente. Digamos que los cambios necesitan tener cierta infraestructura “técnica” y una clara voluntad política de los máximos responsables del grupo humano que se pretende cambiar. Además, lógicamente, todos los individuos del grupo tienen también que contribuir al cambio. Pero, obviamente, los máximos responsables son los que tienen la voz cantante. Ahora bien, para ello, para conseguir un gobierno al servicio del pueblo, es imprescindible montar un sistema político que lo permita. Se necesita un sistema verdaderamente democrático que permita el acceso al poder de gobiernos de cualquier signo. Se necesita la auténtica democracia. Con las oligocracias actuales es casi imposible (por ser prudente) que desde arriba se impulsen cambios importantes. Por consiguiente, los cambios deben ser primero para montar dicha infraestructura política. El pueblo debe luchar, como siempre así ha sido, por impulsar cambios sistémicos que permitan el acceso al poder político de partidos y personas que respondan ante la ciudadanía, que estén de verdad al servicio del pueblo, de sus votantes. En definitiva, desde abajo deben impulsarse los cambios sistémicos que posibiliten el acceso al poder político de personas y partidos que lideren técnicamente los cambios requeridos. Desde abajo se fuerzan los cambios y desde arriba se implementan, se dirigen. Debe haber una relación dialéctica, dinámica, bidireccional, de mutuo control, entre arriba y abajo para que los cambios sean exitosos.
Cuando uno debate con sus conocidos, es muy habitual oír el siguiente argumento: “para que la gente trabaje de verdad se necesita alguien que les controle y esté encima de ella”. Y en parte quienes defienden dicho argumento tienen razón. Es típico el ejemplo de los funcionarios. El problema es que en nuestra sociedad sólo son controlados los de abajo. Se mira con lupa el comportamiento de los empleados mientras los dueños de las empresas campan a sus anchas. Y esto podemos extenderlo al conjunto de la sociedad. El ciudadano es controlado con lupa mientras los políticos y los grandes empresarios hacen lo que les da la gana. Tienen razón quienes dicen que si una persona no es controlada no responde. Pero esto debemos generalizarlo a todas las personas, no sólo a algunas, no sólo a quienes menos responsabilidad tienen, sino que, sobre todo, a quienes más responsabilidad tienen. Y éste es el problema, con frecuencia, los mismos que nos dicen que no se puede dejar de controlar con lupa a los trabajadores no se someten a ningún control. Ellos exigen a los demás lo que eluden a toda costa. Si un trabajador comete un error lo paga muy caro, pero si lo hace un empresario o un ejecutivo no lo paga, o lo paga mucho menos, o con mucha menos probabilidad. El capitalismo es el mundo al revés. Quien más responsabilidad tiene menos paga por sus errores, pero siempre cobra más.
El verdadero problema de fondo de nuestra sociedad, problema que ha existido en mayor o menor medida, bajo distintas formas, a lo largo de la historia de la humanidad, sobre todo cuando ésta pasó de la etapa primitiva a la “civilizada”, es la asimetría del control. El control ha pertenecido a algunos en detrimento de otros. Unos pocos han controlado a la mayoría, sin ser ellos mismos controlados. Para que la sociedad funcione de verdad, es decir, para que sea estable, para que tenga un futuro digno, para que la mayor parte de sus miembros tenga una vida digna, lo que se necesita, más que evitar que nadie controle a nadie, es, más bien, lograr que todos controlen a todos. Que nadie controle a nadie imposibilitaría la vida en sociedad, produciría el caos social. Y, por el contrario, que todos controlen a todos constituiría el verdadero orden social. El que posibilitaría en verdad la vida en sociedad, el que haría posible una sociedad con futuro, sin riesgos de estallar y autodestruirse. Quienes apelan al “orden social”, en verdad a su “orden social” para mantener sus privilegios (derivados de su posesión del control, del monopolio del control social, conseguido a su vez por el control que tienen de la economía, el motor de la sociedad), imposibilitan el verdadero orden social que necesita toda sociedad civilizada. El verdadero orden social debe servir para defender el interés general, el de todos, el de la sociedad en conjunto. Y no es posible bajo el gobierno de ninguna minoría dominante, que ostente el monopolio del control, conseguir un sistema que beneficie al conjunto de la sociedad. Mientras el poder, es decir, el control, resida en una minoría, sólo, o prioritariamente, la minoría será beneficiada. El sistema estará al servicio de la minoría, en vez de al servicio de la mayoría. La mayoría siempre estará por detrás de la minoría. La mayoría puede ser beneficiada en determinados momentos, pero siempre menos que la minoría dominante. La minoría puede ser perjudicada en ciertos momentos, pero siempre menos que la mayoría. Siempre quien más se beneficia, o quien menos se perjudica, es la minoría dominante. Y normalmente la minoría se beneficia a costa de la mayoría. Minoría vs. Mayoría. Oligocracia vs. Democracia.
La clave, por tanto, de todo sistema social reside en quién ostenta el control del mismo. Quien ostenta el control es quien mejor vive siempre. Sólo podremos aspirar a una sociedad en conjunto digna, justa, si toda ella ostenta el control. Sin verdadera democracia, el pueblo, la mayoría, sólo puede aspirar a las migajas que le arrojen las minorías dominantes. Esto es algo que todos los ciudadanos deberíamos tener muy claro en todo momento. No nos sirve de nada elegir a tal o cual gobierno mientras no tengamos auténticas democracias: el gobierno siempre dará prioridad a las minorías dominantes a las que sirve, como así ha sido, como especialmente en los momentos de crisis podemos observar. No es posible un gobierno al servicio del pueblo si el poder no lo ostenta en verdad el pueblo. El pueblo no ostenta el poder si se limita a votar cada X años sin muchas opciones donde elegir, si las opciones son pocas y siempre las mismas, si no puede acceder a otras ideas distintas a las que son promocionadas machaconamente, si los elegidos no son controlados, si no cumplen su programa o sus promesas electorales, si no responden ante el pueblo. El pueblo debe tener el control. Pero para ello, debe usar primero el poco que tiene coherentemente, inteligentemente, responsablemente. Y sobre todo debe aspirar a tener más control. No puede conformarse con tener sólo un control simbólico que en la práctica se convierte en impotencia. La prueba más palpable de lo falsas que son nuestras actuales democracias es que la mayor parte de la gente se siente impotente, siente que no tiene el control de la situación.
Quienes apelan al egoísmo como motor de la economía, de la sociedad, en verdad, imposibilitan el bien común por cuanto impiden tomar las medidas necesarias contra el egoísmo que ellos mismos reconocen como una faceta innegable, incluso central, del ser humano. En nombre del egoísmo realimentan al propio egoísmo en vez de controlarlo. No es de extrañar que así la humanidad degenere. Si en vez de controlar nuestras peores tendencias, las realimentamos, inevitablemente, nos hacemos cada vez peores personas. Al imposibilitar el control mutuo entre todos los individuos, permiten que el egoísmo crezca y se realimente a sí mismo. Ellos que tanto protagonismo dan al egoísmo para justificar que otro sistema no es posible, lo obvian cuando se trata de diseñar y de aplicar el sistema político de la sociedad. Ellos que reconocen las miserias de nuestra forma de ser, ¡bien que se guardan de protegernos frente a ellas! “Extrañamente”, para ellos, en determinados momentos, sólo hay egoísmo, y en otros, el egoísmo desaparece en combate. Muy “coherentes” sus razonamientos. ¿Podemos confiar en quienes se contradicen hasta tal punto, en quienes llevan la incoherencia hasta extremos insospechados, en quienes nos afirman rotundamente que otro sistema no es posible por cuanto el egoísmo es inherente al ser humano, incluso afirmando que es una faceta central en su manera de ser y de comportarse, y, al mismo tiempo, lo obvian para construir su sistema social? Como mínimo, no nos queda más remedio que no darles un cheque en blanco a sus “verdades”. Como mínimo, no podemos evitar sospechar de su afirmación de que otro sistema no es posible. ¡Nos lo dicen quiénes diseñan y construyen un sistema social sin tener en cuenta la principal faceta, según ellos, de los individuos que lo componen! ¡No parecen, en verdad, “autoridades” fiables en la construcción de sistemas para afirmar cuál es posible y cuál no!
Para que un grupo de personas funcione y pueda subsistir a largo plazo, debe existir control mutuo entre todos los individuos que lo componen. En cuanto unos pocos controlan y no son controlados, surgen los problemas. Surgen las desigualdades, o se disparan. Surge el pensamiento único. Surgen los totalitarismos, más o menos camuflados, más o menos intensos. La sociedad sólo puede llegar a un equilibrio si los individuos que la componen se relacionan de forma equilibrada, simétrica, igualitaria. La democracia podemos entenderla, desde este punto de vista, como el modo de equilibrar la sociedad, de llegar al equilibrio entre el individuo y el conjunto de la sociedad. Una sociedad democrática tiene como objetivo básico compaginar el bien del individuo y el de la sociedad en conjunto. Como decía Proudhon: El problema político, reducido a su más sencilla expresión, consiste en hallar el equilibrio entre dos elementos contrarios, la autoridad y la libertad. La autoridad en esta cita podemos asociarla a la presión que ejerce la sociedad sobre el individuo por el bien de aquella. Y la libertad podemos asociarla a la presión que ejerce el individuo sobre el conjunto de la sociedad por el bien de aquél. Esta idea puede expresarse de otra manera, como así hizo el propio Proudhon: El objetivo supremo del Estado es la libertad, colectiva e individual. La autoridad, en la cita anterior, podría asociarse a la libertad colectiva, y la libertad a la del individuo. El Estado debe limitar la libertad del individuo por el bien de la sociedad. Pero también debe limitar la libertad de la sociedad por el bien del individuo. Debe llegar, en suma, a compaginar ambas libertades. Y esto sólo es posible mediante la igualdad de relaciones entre los individuos. Y, a su vez, sólo es posible la igualdad entre los individuos, cuando el control no lo monopoliza nadie, cuando el control está equitativamente distribuido entre todos los individuos, cuando está distribuido por toda la sociedad de forma uniforme. Dicho sistema que permite un control simétrico, uniforme, lo llamamos democracia.
El sistema en que el poder, es decir el control (poder es en verdad control), está mejor distribuido, es la democracia, cuando el poder es del pueblo entero. Éste es el sistema ideal hacia el que hay que aproximarse todo lo posible. Cuanto más alejados estemos del mismo, más injusta, más inestable, es una sociedad. No existe la democracia perfecta. Nada es perfecto. Pero debemos aspirar a la perfección. Progresar es aspirar a la perfección, aun sabiendo que es imposible alcanzarla. ¡Y las “democracias” actuales distan aún mucho de ser perfectas! Las democracias actuales pueden aún mejorarse y ampliarse mucho. Cuando el control pertenece a unos pocos, o dicho de otra forma, cuando el control circula sólo en ciertas direcciones, o cuando circula más en ciertos sentidos que en otros (por ejemplo de arriba a abajo y no al revés, por ejemplo, de la economía a la política y no al revés), cuando es asimétrico, surgen las oligocracias, las plutocracias, las monarquías, las dictaduras. Estos distintos regímenes se diferencian sobre todo en la intensidad y forma que adopta la asimetría del control, la concentración del poder. En cómo, en quién y en cuánto se concentra el poder. Una sociedad libre es aquella en la que todos controlamos y en igual medida somos controlados. Una sociedad es libre, todos sus individuos lo son, cuando todos tenemos las mismas oportunidades, cuando las relaciones entre todos son de igual a igual. La libertad y la igualdad son dos caras de la misma moneda. En la vida en sociedad la una no puede existir sin la otra.
Sólo puede llevarse a la práctica este principio, sólo es posible una sociedad libre, es decir igualitaria, mediante el control mutuo de todos los miembros de la sociedad. No por casualidad en la Ilustración se planteó la necesidad de los contrapoderes, del control mutuo entre los distintos poderes del Estado. La democracia no sólo debe evolucionar en el campo de la práctica, aplicando sus principios teóricos, sino que también en el campo de la teoría. Ésta debe ser refinada por las experiencias prácticas. La democracia debe evolucionar mediante el método científico. En el momento histórico actual, no sólo no se aplican los principios teóricos en los que supuestamente se sustentan nuestras “democracias”, sino que la teoría está totalmente estancada. La democracia en general está completamente estancada, tanto en el campo de la práctica como en el campo de la teoría. Por lo menos en la mayor parte de países. Peor aún. La democracia no avanza, incluso retrocede.
El concepto de la separación de poderes, además de aplicarse en la práctica, debe evolucionar. La separación de poderes, su independencia mutua, se planteó con el objetivo elemental de su mutuo control. Sin independencia mutua no hay control mutuo. A la lista de poderes a ser controlados mutuamente, inicialmente formada por los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, hay que añadir el resto de poderes que a lo largo de la historia van surgiendo o adquiriendo importancia, a saber: el poder sindical, el poder de la prensa, y, sobre todo, el poder económico, el verdadero poder. Sin olvidar, obviamente, al poder religioso. El Estado debe ser laico. El poder político debe ser independiente también de cualquier Iglesia. La separación de poderes estará incompleta, y por tanto abocada al fracaso (como así ha sido) si no se consideran todos los poderes, especialmente los más poderosos, valga la redundancia. Lo más primordial es hacer a todos los poderes independientes del poder económico, la madre de todos los poderes. Mientras esto no sea así la democracia estará condenada a convertirse en oligocracia, en plutocracia. Mientras no se ataque a la raíz que contamina a todo el árbol, todas las ramas estarán podridas. La política estará supeditada a la economía, en vez de al revés. La economía estará supeditada a las finanzas, en vez de al revés. La sociedad estará supeditada a la economía, en vez de al revés. La economía (sobre todo la ficticia, las finanzas) será un fin en vez de un medio. La especulación será el centro de la actividad económica. El dinero será el centro de la sociedad, en vez de la persona. El capital será el dueño de la sociedad.
Como vemos, si la democracia liberal hubiera aplicado sus propios principios, en especial la separación de poderes, con el tiempo, el capitalismo se podría haber extinguido. Por esto, la democracia liberal no ha pasado de ser formal. Por esto, la democracia no avanza. Por esto, la democracia involuciona. Las élites son perfectamente conscientes del peligro de la democracia. Con democracia no hay élites. Con democracia la oligarquía pierde el control. Con democracia, con el tiempo, dejan de existir oligarquías. El enemigo número uno del capitalismo, en verdad de todo sistema controlado por cualquier élite, es la democracia. Esto debemos tenerlo muy presente quienes luchamos contra el capitalismo o contra cualquier sistema alienante. Si queremos vencer al capitalismo, debemos imperativamente desarrollar la democracia.
La clave está, pues, en separar todos los poderes, y muy especialmente al poder económico del resto. Sin embargo, esta filosofía subyacente en el modelo de democracia liberal (no aplicada en la práctica y estancada en la teoría, de ahí la presente involución democrática), surgida en la época de la Ilustración, debe llevarse más allá, debe aplicarse a todo tipo de poder, debe usarse en todos los rincones de la sociedad donde haya algún poder, algún tipo de control excesivamente concentrado en pocas manos, allá donde el control sea asimétrico, o por lo menos demasiado asimétrico. El control debe, podemos decirlo también así, ser democratizado, distribuido, descentralizado. Debe tenderse progresivamente hacia la situación ideal en que todos controlan a todos, en que todos son controlados por todos. Esto, de forma sintetizada, es el desarrollo de la democracia.
Por todo ello, es absurdo y falaz, como plantean los defensores del inmovilismo, los enemigos de la auténtica democracia, los defensores de la oligocracia, que el modelo de democracia liberal es el único posible. Hay ciertos modelos de democracia popular que adoptan otras formas de distribuir el poder, más o menos acertadas. El propio modelo de democracia liberal puede aún evolucionar mucho. Lo mismo puede decirse del modelo de democracias llamadas populares. Es más, probablemente, el desarrollo de la democracia implicará la adopción de modelos mixtos, la fusión de distintos modelos que llegarán al mismo puerto por distintos caminos. Como explico en mi libro Rumbo a la democracia, el desarrollo de la democracia implicará, en determinado momento, la adopción de lo mejor de cada modelo (modelos actualmente distintos, antagónicos), con un probable final común. La democracia liberal puede enriquecer a la democracia popular y viceversa. Considerando las buenas y sinceras ideas que existen en ambos modelos, aunque muchas de ellas se tergiversen o no se apliquen en la práctica, la democracia tiene aún MUCHO camino por delante. Remito, por no extenderme demasiado, al mencionado libro.
No es muy difícil imaginar que una empresa con una gestión plenamente democrática, donde todos los empleados tienen la misma participación en las decisiones estratégicas, donde todos son igualmente responsables, para bien y para mal, y aquí está la clave, para bien y para mal, puede prosperar, por lo menos sobrevivir, puede funcionar. Entendiendo por funcionar que tenga beneficios, aunque no tuviera tantos como una empresa capitalista, y sobre todo, que posibilite dar un empleo digno al mayor número posible de personas. Si consideramos sólo el beneficio generado, quizás la empresa democrática no supere a la empresa capitalista. Habría que verlo. Pero, ¿de qué sirve la riqueza generada si sólo la disfrutan unos pocos? Si tenemos en cuenta las condiciones laborales, el horario, la seguridad en el empleo, el ambiente de trabajo, la distribución de la riqueza, indudablemente, una empresa democrática supera con creces a una empresa capitalista, es decir totalitaria. La empresa capitalista da protagonismo al dinero, al capital. La empresa democrática, por el contrario, da protagonismo a las personas. La democracia es la que puede contribuir a volver a colocar todo en su sitio lógico. La que puede contribuir a que la economía esté al servicio de la sociedad, y no al revés. La que puede contribuir a que el dinero esté al servicio de las personas, y no al revés. En la auténtica democracia el protagonista debe ser el ser humano y no el capital. En una sociedad verdaderamente civilizada todo debe girar en torno al bien del individuo y del conjunto de la sociedad.
Que con el látigo se pueden hacer cosas importantes. Indudablemente. Incluso se pueden construir pirámides (aunque hay teorías que dicen que éstas no fueron construidas mediante la esclavización de los obreros). Pero esas cosas no benefician al conjunto de la sociedad, sólo a unos pocos individuos. No sirve de nada la riqueza generada por la sociedad si sólo la disfrutan unos pocos a costa del resto. Es preferible generar menos riqueza pero distribuirla mejor. La sociedad necesita distribuir la riqueza más que generar continuamente riqueza. Aún así, existen estudios empíricos y experiencias prácticas, que demuestran que, además, cuando el empleado es suficientemente motivado, cuando existe por lo menos un poco de democracia en las empresas, éstas funcionan mejor. Es decir, además, probablemente, en una economía que funcione de forma democrática, la productividad aumentaría, se generaría más riqueza, además de distribuirse mejor. A pesar de todo, aun en el supuesto de que se generara menos riqueza, con una economía democrática el conjunto de la sociedad ganaría porque la riqueza sería disfrutada por toda ella y no sólo por cierta parte.
Imaginemos que en una empresa democrática las decisiones más importantes son tomadas en asambleas donde participan todos los trabajadores por igual, donde todos (independientemente de su participación en el capital, que podría limitarse para evitar grandes desigualdades) tienen el mismo peso, es decir, donde todos los votos valen igual (a diferencia de las empresas capitalistas donde quién tiene más acciones tiene más peso), donde, en definitiva, se cumple el principio democrático elemental “un hombre, uno voto” (principio que no se cumple en las empresas capitalistas). Si uno es responsable del funcionamiento de la empresa, le interesa, por su propia supervivencia, que la empresa funcione lo mejor posible y adoptará las decisiones que lo posibiliten. Imaginemos que hay un problema con un trabajador. En vez de cómo ocurre en las empresas capitalistas en las que este trabajador es fulminantemente despedido (o casi), sin darle la posibilidad si quiera de poder defenderse, en nuestra empresa democrática podría convocarse una reunión entre sus responsables, el mismo trabajador, algún abogado suyo, e incluso, una especie de defensor del trabajador (así como existe el defensor del pueblo, aunque sea un cargo puramente simbólico en las “democracias” simbólicas actuales, en el seno de las empresas podría designarse una persona encargada de velar por los derechos e intereses de cada empleado). En dicha reunión podría analizarse en profundidad el problema (que a lo mejor no es del empleado sino de su responsable) y tomarse la decisión más adecuada para la empresa y para el trabajador. Hablando (de igual a igual, con libertad) se entiende la gente, o por lo menos hay alguna posibilidad de entendimiento. Si el trabajador es problemático y es reincidente, si se le ha dado la opción de corregirse y de defenderse, y aun así no ha servido de nada, entonces el despido estaría plenamente justificado.
El resto de trabajadores, que no olvidemos son co-responsables del funcionamiento de la empresa, si actúan con responsabilidad (si no lo hacen ellos son los perjudicados), no tendrían más remedio que adoptar la decisión más justa y eficaz: el despido del trabajador que no quiere trabajar. Si se consiente que haya empleados que no trabajan mientras otros se esfuerzan entonces la empresa funciona peor y esto no interesa a la mayoría de empleados, no es eficiente ni justo. Si todos son igualmente responsables, para bien y para mal, tanto para repartir beneficios como para pagar las consecuencias de una mala gestión (y esto no ocurre por ejemplo con los funcionarios, de ahí vienen sus problemas de rendimiento, de su falta de responsabilidad, ellos no pagan las consecuencias de su desidia ni de su competencia, hagan lo que hagan, esto no tiene casi consecuencias importantes, ni buenas ni malas), entonces a todos interesa tomar las mejores decisiones. Siempre habrá alguna excepción, algún espabilado que intentará escaquearse. Pero, en una empresa democrática, con la responsabilidad compartida, con una relación libre, de igual a igual entre los empleados, nadie tiene miedo de hablar con el resto de trabajadores para arreglar los problemas. El despido fulminante en la empresa capitalista es más contraproducente que en la empresa democrática. En el primer caso se fomenta el miedo, la autorrepresión, la falsedad, la irresponsabilidad, el comportamiento de los empleados como ovejas, casi como esclavos, como niños. En el segundo caso, por el contrario, al ser un despido justo, transparente, decidido democráticamente, contra el que el trabajador ha podido luchar dándole la opción de defenderse, dándole las garantías necesarias para que haya recibido un “juicio” justo, se fomenta la comunicación, el trabajo, la justicia, la responsabilidad, la iniciativa, el comportamiento de los empleados como pastores, como seres humanos adultos.
Cuando alguien actúa con libertad y responsabilidad puede conseguir mucho más, con el tiempo, que cuando sólo actúa por miedo o por coacción. La motivación es más eficaz que la coerción, aunque a primera vista pueda parecer lo contrario, aunque la primera necesite más tiempo. Tan es así que la historia está repleta de ejemplos en los que ejércitos menos poderosos pero cuyos soldados estaban más motivados triunfaron o por lo menos resistieron mucho más de lo previsible frente a ejércitos más poderosos pero cuyos soldados luchaban sin convicción. Todo mando militar conoce perfectamente el poder de la motivación de sus subordinados. La moral de sus hombres puede ser determinante en la batalla. Como decía Gandhi, la fuerza no proviene de la capacidad física sino de la voluntad indomable. Y como decía Einstein, hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad. Una persona que actúa por convicción propia tiene más fuerza de voluntad que otra que lo hace por imposición externa. Un ejército de hombres libres que luchan por sus principios, por sus convicciones, por sus ideales, es más peligroso, en igualdad de otras condiciones (y a veces incluso aunque no tengamos dicha igualdad de condiciones), que un ejército de esclavos, que luchan por obligación. Es por esto, fundamentalmente, que han triunfado muchas revoluciones. El pueblo, cuando es consciente, cuando está unido, cuando es libre, es casi invencible. Las ideas, los principios, pueden ser armas muy poderosas. Como suele decirse, muchas veces puede más el querer que el poder, la actitud que las aptitudes. La fuerza de voluntad puede mover montañas. Por consiguiente, un empleado motivado, responsable, en general, rinde mejor que un empleado que sólo actúa por miedo. El primero tiene iniciativa, es creativo, se implica, lucha, no se rinde. El segundo se deja llevar, cumple lo justo estrictamente, no aporta nada nuevo, se conforma, se rinde ante la más mínima dificultad. Si la humanidad ha avanzado algo es precisamente gracias a individuos que se comportaron como el primero y no como el segundo.
La humanidad ha avanzado gracias a personas libres y responsables, no gracias a los esclavos. Gracias a hombres y mujeres que practicaron una rebelión contra lo establecido. Ya sea lo establecido las verdades de la ciencia, de la política, de la economía, de la filosofía o de cualquier otra disciplina. Ya sea lo establecido simplemente las ideas dominantes. Individuos que supieron comportarse con libertad, con responsabilidad, que se liberaron de los prejuicios que oprimían el pensamiento de sus congéneres, que se preguntaron sobre cuestiones que todo el mundo daba por sentadas, que cuestionaron lo que todo el mundo daba por incuestionable, que traspasaron fronteras mentales contribuyendo así a ensanchar el pensamiento humano, a hacerlo más libre, contribuyendo a la evolución de la humanidad. La libertad ha sido, es y será el motor de la evolución humana. Cualquier avance real, físico, material, tangible, fue siempre precedido por avances en el mundo de las ideas. Y a su vez las condiciones materiales de existencia, más en concreto el contexto social, económico y político, y más en concreto el grado de libertad de una sociedad, o incluso la capacidad de ciertas personas concretas de pensar y actuar libremente, incluso en un entorno hostil a la libertad, posibilita el desarrollo de las ideas. Las ideas son al mismo tiempo el motor de la sociedad y el producto de ella. La libertad es el combustible de las ideas. Sin libertad las ideas no evolucionan. Sin evolución ideológica la sociedad no avanza. Cuando más avanza la sociedad es cuando más libre es, cuando más libertad de pensamiento y de expresión hay, cuando mejor pueden circular las ideas por la sociedad. En este sentido, Internet puede inaugurar una nueva era en la que la libertad crezca de una manera notable. En la que, como consecuencia, la sociedad humana dé un importante salto evolutivo. El tiempo dirá.
Si no pensamos así es que aún estamos en las cavernas. Si hemos abolido oficialmente la esclavitud es porque con ella no se beneficia casi nadie. Nuestra civilización ha dado un gran salto en los últimos siglos precisamente cuando la libertad fue mayor. No es por casualidad que tras la Ilustración viniera la Revolución industrial y científica del siglo XIX. Un grupo humano donde sus individuos son más libres no sólo posibilita una sociedad más justa, más ética, sino que también posibilita mayor desarrollo. Con más libertad hay más creatividad. Las ideas sólo pueden evolucionar y ser probadas con suficiente libertad. La libertad implica progreso. En el capitalismo se consiguió más desarrollo que en el régimen feudal, entre otras razones, porque había más libertad. El problema es que el capitalismo ha llegado a un punto en que no responde a las mayores expectativas de libertad que tiene en la actualidad el género humano. El capitalismo constriñe la evolución de la sociedad porque impide seguir avanzando en libertad. No da más de sí. Es necesario superarlo. Es necesario seguir conquistando mayores cotas de libertad. La burguesía sucedió a la aristocracia. La oligocracia, ya sea bajo la forma de monarquía parlamentaria, ya sea bajo la forma de “república” (reducida a la mínima expresión), sucedió a la monarquía absoluta. El capitalismo sucedió al régimen feudal. Pero ahora, la burguesía debe ser sustituida por el proletariado, la oligarquía debe ser sustituida por el pueblo, la oligocracia debe ser sustituida por la democracia, por la verdadera, el capitalismo debe ser superado. O dicho de otra forma, la democracia debe seguir avanzando. No hemos llegado, ni mucho menos, a su techo. La falta de desarrollo democrático, de desarrollo político, limita el desarrollo económico, o lo hace estéril impidiendo que se beneficie de él el conjunto de la sociedad, además de poner en peligro de existencia a la civilización humana.
La humanidad debe dar el salto de la adolescencia a la edad adulta. Y dicho salto implica más libertad, más responsabilidad. Un adolescente se convierte en adulto cuando empieza a “volar” por sí mismo, cuando corta definitivamente el cordón umbilical que aún le ata a sus progenitores, cuando debe empezar a comportarse libremente, responsablemente. Podemos decir que un adolescente se convierte en adulto cuando adquiere responsabilidad (para lo cual debe adquirir cierta libertad), cuando su conciencia sufre un importante salto cualitativo. Los padres que desean el bien de sus hijos, desean que éstos se hagan independientes, que sepan sobrevivir por sí mismos. Por el contrario, aquellos padres egoístas, que sólo miran por ellos mismos, prefieren que sus hijos sigan atados para controlarlos, para “cobrar por los servicios prestados”. Los padres irresponsables no enseñan a sus hijos a ser responsables, a tener el control de sus propias vidas. Los padres que quieren a sus hijos dan sin esperar nada a cambio. Les educan, les dan la opción de poder labrar su futuro, simplemente porque es su deber, por amor. El pueblo debe empezar a cortar el cordón umbilical que aún le ata a las élites, aunque éstas no lo deseen. Las ovejas deben dejar de depender de pastores, aunque éstos no lo deseen. Las élites, los pastores que nos controlan, son “malos padres”. Si asumimos que el látigo es contraproducente para conseguir el orden social (si asumimos que la coerción, aunque necesaria en un mínimo grado, no es suficiente, no resuelve por sí misma las causas últimas de los malos comportamientos), si creemos en la Justicia, en el ser humano, si queremos comportarnos como adultos responsables, ¿por qué no aplicar los mismos principios generales que se aplican (o que se empiezan a aplicar) en la sociedad también en el interior de las empresas? ¿Por qué las reglas del juego sociales deben ser distintas en los distintos ámbitos de la sociedad? ¿Por qué no aplicar también la democracia en la economía? ¿Es posible una sociedad democrática si no se aplica la democracia en la economía, el motor de la sociedad?
Evidentemente, aún queda mucho camino para llegar a esa empresa democrática de la que hablamos. Aunque ya hay antecedentes, como las cooperativas, las comunas o los consejos obreros. Existe un repositorio de experiencias prácticas tanto del pasado reciente como del presente que debemos considerar. No partimos de cero. Se aprende tanto de los aciertos como de los errores. También podríamos hablar de las probables ventajas de poder elegir democráticamente a los responsables de los distintos departamentos de cualquier organismo o empresa. Pero, por no extenderme demasiado, remito a mis otros escritos (especialmente al libro Rumbo a la democracia). Evidentemente, puedo estar equivocado en todo esto que digo. Hasta que no podamos probar suficientemente en la práctica distintas maneras de organizarnos económicamente, no podremos saber con seguridad cuál funciona y cuál no. Ya ha habido en la historia reciente ciertos intentos. Pero han sido limitados en el tiempo y en el espacio. Han sido reprimidos, no se han hecho en las mejores condiciones, todo lo contrario. Porque quienes tanto proclaman que no es posible otro sistema, no dan ninguna opción a ningún otro sistema. Lo más importante es construir los medios políticos que posibiliten intentar otro sistema. Y dicha infraestructura política no puede ser otra que la democracia llevada hasta sus últimas consecuencias. La democracia, la auténtica, a no confundir con las actuales oligocracias, es la que nos puede posibilitar dar con el sistema económico que funcione, que permita que la riqueza generada sea disfrutada por el conjunto de la sociedad. Simplemente porque con verdadera libertad, en el marco de una verdadera democracia, podremos conocer todas las ideas y podremos probarlas.
Debemos, por tanto, centrarnos en construir el contexto adecuado, las circunstancias favorables para posibilitar cambios sociales. Debemos centrarnos en los medios sin perder de vista el fin. Debemos luchar por construir un sistema político adecuado que permita la transformación social. Es fundamental, prioritario, primero establecer el contexto adecuado para posibilitar la transformación social. No hay que luchar tanto por el comunismo, por el socialismo, por el anarquismo, o por cualquier otro modelo social, hay que luchar prioritariamente por construir las herramientas adecuadas que permitan alcanzarlos. Sin democracia nunca podrá haber socialismo, comunismo o anarquismo, ni siquiera liberalismo (el capitalismo actual ha degenerado tanto que ni siquiera respeta ciertos principios básicos del liberalismo, como la libre competencia, especialmente de las ideas). La única herramienta que nos puede posibilitar alcanzar una sociedad más justa y libre es la democracia auténtica. La lucha prioritaria es pues la lucha democrática. Éste fue, en mi opinión, uno de los principales errores de la izquierda en el pasado: querer construir una sociedad nueva sin tener aún construida la herramienta adecuada para ello. Es como si un científico intenta hacer un experimento complejo sin los medios ni las herramientas adecuadas, sin el contexto idóneo. Sin la infraestructura política adecuada es muy poco probable construir una nueva sociedad. El objetivo es fundamental y nunca hay que perderlo de vista, pero tan importantes como los objetivos son también los medios necesarios para alcanzarlos. Necesitamos un régimen político con suficiente libertad y democracia como infraestructura imprescindible para la transformación social. Debemos quitar del camino los obstáculos que nos impiden avanzar, que incluso nos hacen retroceder. La democracia es la escoba que nos permite limpiar el camino.
Evidentemente, aún queda mucho camino para que los ciudadanos dejemos de comportarnos como ovejas. Debemos aprender a dejar de comportarnos como ovejas. Pero para ello, necesitamos también quitarle el poder al pastor que precisa aún que le necesitemos. El pastor desea seguir siendo pastor para perpetuar y ampliar sus privilegios, su status social, su riqueza. La oveja debe darse cuenta de que la comodidad de comportarse como tal tiene un alto precio a largo plazo. Es muy peligroso comportarse como una oveja, no tener el control de uno mismo, de su vida. Los hechos en la actual crisis lo están demostrando plenamente. Estamos retrocediendo en derechos sociales y laborales porque, entre otras razones, nos hemos acomodado y nos dejamos llevar. Necesitamos más que nunca invertir la tendencia. El pastor, para seguir siendo pastor, necesita evitar los cambios, necesita que las ovejas sigan percibiendo que el pastor es imprescindible. Para cambiar el sistema las ovejas debemos aprender a dejar de depender de pastores. Y lo primero es empezar a desconfiar de ellos. Es concienciarnos de que no tenemos buenos pastores (lo cual es cada vez más evidente). Debemos abrir los ojos y empezar a luchar, poniendo nuestro granito de arena, para empezar a cambiar las cosas. Debemos luchar por establecer mecanismos concretos que nos permitan poco a poco desprendernos de los pastores. Debemos empezar a controlar a los pastores. Y dichos mecanismos concretos que nos permiten retomar el control constituyen lo que llamamos democracia, el poder del pueblo. La democracia nos permitirá ir prescindiendo poco a poco de pastores. Esto llevará tiempo. Pero debemos iniciar ya la senda del cambio. En primer lugar, concienciándonos. En primer lugar, dándonos cuenta de que otro sistema es posible, además de necesario.
Conclusiones
Tenemos suficientes razones para afirmar que sí parece posible otro sistema: el sistema ha cambiado a lo largo de la historia; no ha habido aún suficientes intentos (aunque a pesar de las circunstancias adversas, de los errores, se lograron en muchos casos ciertos resultados positivos en poco tiempo); quienes afirman que no hay alternativas, contradictoriamente, sospechosamente, no dan ninguna oportunidad a ningún intento; y sobre todo, mientras no hayamos podido probar en la práctica suficientemente distintas alternativas no podremos afirmar con seguridad que otro sistema no es posible. Quienes afirman que aquí en la Tierra no es posible otro sistema, nos venden la idea de que en el cielo, de que después de la muerte, en el más allá, existe un paraíso y un infierno. Nos piden que tengamos fe en otro mundo, del que nadie sabe nada, del que nadie puede regresar para contarnos si hay algo o no, y, mientras, nos dicen que aquí, en este mundo, las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Nos piden que tengamos fe en otro mundo mientras nos quitan la fe en que otro sistema es posible en este mundo. Con la diferencia de que creer en otro mundo del que nadie puede demostrar nada es fe pura y dura, mientras que creer en que otro sistema es posible en este mundo no implica fe ciega, al contrario, se puede llegar a dicha conclusión simplemente observando a nuestro alrededor, razonando. Ciencia vs. Religión. Razón vs. Fe. Hombre vs. Dios. Los mismos que nos dicen que debemos creer en Dios, contribuyen a que no creamos en el ser humano, en su capacidad de construir una sociedad mejor que la actual. ¿Debemos fiarnos de personas que muestran semejantes incoherencias? ¿No es evidente que sus evidentes contradicciones les hacen muy poco fiables?
Que será difícil lograr un sistema distinto al actual. Obviamente. Será muy difícil, pero no es imposible. El principal obstáculo (pero no el único) viene de arriba. Arriba no desean cambios. Los cambios deberemos forzarlos desde abajo. La iniciativa tiene que tenerla el pueblo. Deberemos luchar contra quienes se oponen explícitamente, aunque camufladamente, a los cambios. Esta lucha llevará mucho tiempo e implicará mucho esfuerzo, como siempre así ha sido a lo largo de la historia. Pero primero debemos concienciarnos. Es necesario y posible otro sistema. Desde el punto de vista “técnico” no hay tantas dificultades. Las principales dificultades tienen que ver con la voluntad humana. Arriba no tienen ninguna voluntad de cambio. Al contrario, desde arriba se fomenta la involución, como la actual crisis demuestra sin ninguna duda. Y abajo, por ahora, en el momento histórico actual, la voluntad, el espíritu de lucha, están en paradero desconocido. Abajo cunde el desánimo, la desorientación, la pasividad, la cobardía, la desunión, la inconciencia, la irresponsabilidad. ¡Si nuestros bisabuelos que tanto lucharon, que tanto se arriesgaron, levantaran la cabeza!
Los ciudadanos debemos empezar a reaccionar. En primer lugar, dejando de creer en las “verdades” que nos venden desde arriba. “Verdades” que son muy poco creíbles. Las contradicciones de quienes las afirman son muy sospechosas. Ésta es la primera y fundamental piedra del cambio; dejar de creer en las verdades establecidas, practicar el pensamiento crítico, la duda razonable, el cuestionamiento de toda idea, especialmente de las que son defendidas impidiendo su cuestionamiento. En segundo lugar, dejando de colaborar con el sistema actual, dejando de realimentarlo, dejando de ser sus marionetas. Si, por ejemplo, votamos a los principales partidos que han demostrado con creces que no sirven a los intereses generales, que actúan, en esencia, sobre todo en lo económico (lo más importante), por igual, no hacemos más que perpetuar la situación actual. Nuestro voto sólo sirve así para legitimar el sistema, para darles alas a los que nos oprimen y nos toman el pelo. Nuestro voto es así el más inútil de todos los posibles. Porque no sólo no fomentamos los tan necesarios cambios, sino que los impedimos. Debemos de votar a aquellos partidos que defiendan cambios profundos, que defiendan la regeneración democrática. Y si no encontramos partidos que defiendan prioritariamente y con contundencia el desarrollo democrático debemos dejar de votar, debemos boicotear al sistema. En tercer lugar, debemos concienciar también a nuestros conocidos y en general a todos nuestros conciudadanos. Tenemos ahora un arma muy poderosa de comunicación. Usemos Internet. Todos podemos colaborar. Así, poco a poco, conseguiremos forzar cambios. Y en cuarto lugar, y no menos importante, como siempre, es imprescindible organizarse y movilizarse, salir a la calle, acosar a las instituciones, presionar a los políticos, a los que tienen el poder, usar las pocas armas pacíficas que tenemos, como la huelga o el boicot, aprovechar los resquicios del sistema para intentar transformarlo también desde dentro y no sólo desde fuera.
Para cambiar las cosas es imprescindible que nos rebelemos contra el sistema actual. Primero intelectualmente, en cuanto a la forma de pensar, para a continuación cambiar también nuestra forma de actuar. Pero, además, necesitamos también construir alternativas a dicho sistema. Avanzar significa moverse hacia delante, no moverse sin dirección. No puede avanzarse en cierta dirección si no se ven salidas, si no hay conciencia de que otro sistema es posible. Y para avanzar debemos, además de ser conscientes de que otro sistema es posible, proveernos de las “herramientas” adecuadas para construirlo. Dichas “herramientas” son la libertad y la democracia.
Sin suficiente libertad, sin una verdadera democracia, no podremos construir un nuevo sistema al servicio del conjunto de la sociedad. Sólo cuando el poder del pueblo exista verdaderamente, la sociedad será dueña de su destino, éste estará en manos de toda ella. En otros escritos míos concreto, según mi modesta opinión, cómo podemos luchar por cambiar las cosas, a ellos remito al lector interesado para estudiarlos, para completarlos, para mejorarlos, para divulgarlos, para rebatirlos. Esta lucha nos afecta y nos atañe a todos los ciudadanos, al pueblo entero. Todos debemos implicarnos en la medida de nuestras posibilidades. Todos debemos arriesgarnos algo. Sólo entre todos podremos lograrlo. Sumemos esfuerzos. Todos tenemos cierto margen de maniobra. ¡Aprovechémoslo!
Otro sistema sí es posible. Pero sólo podremos construirlo si entre todos nos empeñamos en ello. Sólo será posible si todos hacemos que sea posible.
Julio de 2010
José López
joselopezsanchez.wordpress.com
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* José López es un ciudadano normal, que trabaja y que tiene las mismas preocupaciones y problemas que la mayoría de sus conciudadanos.
Empezó a escribir tras observar el famoso incidente del Rey de España en la cumbre iberoamericana de Chile de 2007, tras observar el tratamiento “informativo” del mismo. Harto ya de permanecer impasible, de tragar, de no ver, no pudo evitar abrir los ojos, no pudo evitar “despertar” del largo letargo en el que permanecía sumido. Empezó a escribir como simple ejercicio de poner por escrito lo que estaba viviendo, como si fuera un diario personal de un ciudadano, que por fin “despierta” y quiere dejar constancia por escrito de dicho “despertar”, de lo que observa, de lo que vive. El objetivo inicial era simplemente escribir lo que veía para no olvidarlo, para ordenar sus ideas, para compartir con sus allegados sus impresiones. Pero todo cambió cuando, animado por su esposa, decidió dar el siguiente paso: intentar publicar en la prensa alternativa alguno de sus artículos. No lo intentó en la prensa oficial porque tenía la certeza de que no lo iban a publicar. Cuál fue su sorpresa cuando el primer artículo que envió (aunque no fue el primero que escribió), titulado Los desafíos de la izquierda en el siglo XXI, fue publicado en todas las webs donde decidió enviarlo por correo electrónico. Y no sólo eso, sino que, según parece, por los comentarios que vio, por las opiniones que le expresaron diversos redactores, gustó bastante. Así pues se dio cuenta de que no se le daba del todo mal escribir (en este punto la crítica constructiva de su madre, lectora empedernida y escritora potencial dando sus primeros pasos, fue también decisiva) y de que no sirve de nada escribir si luego nadie le lee a uno (aparte de sus más inmediatos allegados). Se dio cuenta del poder de Internet, de la posibilidad de que un simple ciudadano medio pudiera emitir sus ideas (como si fuera un “mensaje en la botella”) para que otros ciudadanos pudieran leerlas, pudieran opinar sobre ellas, pudieran rebatirlas o criticarlas... [+ información]
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