Salvador López Arnal * / Artículo de opinión.- Manuel Sacristán: 25 años de su fallecimiento. Los historiadores anteriormente citados -Savigny, Von Haller, Carlyle-, recordaba Sacristán [1], habían sido importantes en el suministro de puntos de vista críticos sobre la entonces naciente sociedad industrial. Carlyle, un conservador de extrema derecha, había influido en J. Stuart Mill, un liberal radical, y también en Marx. Este sólo detalle permitía dar cuenta de la complejidad de motivaciones ideológicas y críticas en la tensa relación entre Ilustración y romanticismo en la primera mitad del XIX. Por una parte, comentaba Sacristán, “el optimismo, el progresismo, la confianza en la mejora de las condiciones de vida de la sociedad están del lado ilustrado, sin ninguna duda, y el pesimismo y la renuncia a mejorar y el deseo más bien de volver a la situación social prerrevolucionaria está, sin duda, del lado de la escuela histórica del derecho”. Sin embargo, los campos se cruzaban con facilidad: el optimismo progresista ilustrado había dado pie, en muchos casos, a la aceptación aproblemática y confiada del nuevo orden industrial, social, que entonces estaba naciendo, mientras que, por el contrario, en aparente paradoja, el pesimismo reaccionario de tradicionalistas e historicistas había redundado muchas veces en una crítica de esa misma sociedad industrial, de sus aristas menos sociales y humanistas.
La perspectiva historicista entre los historiadores había sido fundamentalmente una reacción contra la construcción optimista de la filosofía de la Historia hegeliana e ilustrada. En frase de Ranke, de lo que se trataba era de que la Historia fuera historia y no filosofía, no perspectiva, no interpretación de esa Historia. Era un llamamiento positivista [2], una llamada a la búsqueda del dato y su observación, mezclado en ocasiones “con una discreta crítica moral de la filosofía de la historia hegeliana y progresista ilustrada como cuando también Ranke describe la tarea del historiador como “contar lo que de verdad fue””. Ranke estaba sugiriendo implícitamente que ni los ilustrados, en su proyección progresista, ni los hegelianos, en su construcción especulativa de la historia, explicaban lo que de verdad había sucedido. ¿Y qué era la “verdad de lo que había ocurrido”? La simple “presentación de los hechos, tal cual”. Este ingenuo credo neopositivista había tenido sin embargo, matizaba Sacristán, un resultado muy fecundo que no había que olvidar: inventarse la Historia antes del sentido moderno de la palabra.
No se trataba sólo de una escuela prusiana con Ranke como principal personaje. El fenómeno tuvo también una gran importancia en Francia. Hyppolyte Taine, Adolphe Thiers,… fueron escritores sumamente conservadores, al igual que los anteriores, pero de los que, desde Saint-Simon hasta Marx, de todos ellos, autores socialistas habían sido atentos lectores y habían “aprendido en esa literatura sumamente reaccionaria en lo político”. Thiers, por poner un ejemplo destacado, había sido uno de los gobernantes responsables del fusilamiento de los comuneros. Pues bien, insistía el profesor de metodología de las ciencias sociales de Económicas, de estos autores sumamente reaccionarios había aprendido en sus comienzos la crítica socialista del capitalismo.
El libro principal de Taine, escrito entre 1877 y 1894, se titulaba Los orígenes de la Francia Moderna. En el caso de Ranke lo principal había sido su revista histórico-política publicada en Berlín desde 1825, muy influyente en toda Europa. Sacristán insistía en el hecho de que era una literatura “muy buena de leer, muy instructiva y de mucho disfrute porque son libros espléndidos”. Aunque un poco más tardío, estaba dentro de esta tradición los ensayos de Burckhardt [3] La cultura del Renacimiento en Italia o Historia de la cultura griega, “libros que son de lectura muy hermosa, muy satisfactoria”.
Sacristán dedicaba a continuación unos minutos a los sociólogos, quienes también habían intervenido muy tempranamente en la larga disputa del método acerca de la fundamentación de la ciencia en el XIX. De hecho, había sido la sociología, la ciencia, el estudio, la investigación social, lo que había suscitado la temática de la fundamentación. El Curso de filosofía positiva de August Comte, seis volúmenes publicados entre 1830 y 1842, era precisamente, desde el punto de vista de la preocupación ochocentista por la fundamentación de la ciencia, el mayor monumento, “el monumento más excelso”. No había que olvidar, proseguía Sacristán, que “esa disciplina, que es la primera que ha planteado el problema de la fundamentación, desgraciadamente” seguía sin resolverlo. Era probablemente la ciencia social en la que la discusión de fundamentos era más constante. “La disputa del método en las ciencias sociales se puede decir ha empezado con el Curso de Comte y, desde entonces, no ha acabado nunca” particularmente en Sociología, resumía Sacristán.
A continuación, exponía Sacristán la disputa del método en economía. Para la primera escuela histórica, años cuarenta del siglo XIX, los economistas clásicos, Smith, Ricardo y su ambiente, eran criticables por ser excesivamente deductivos y próximos a la ciencia de la naturaleza. Smith era para ellos un prototipo de artificialidad científico-natural fisicalista y deductivista. ¿De dónde la posición de la escuela histórica? ¿Qué razones motivaban su oposición al deductivismo de la economía clásica? Su razón más básica, nuclear: los miembros de la escuela histórica creían que el hecho económico no era un hecho aislado, “no es explicable económicamente, que no existe ningún hecho económico puro”. El tratamiento verdaderamente comprensivo del hecho económico tenía que ser ampliamente social y, fundamentalmente, histórico para poder comprender en verdad “el hecho económico”.. Las reflexiones metódicas de Marx planean sobre esta consideración central de la escuela.
Schumpeter, en la Historia del análisis económico [3], había hecho una caracterización de la escuela histórica -que a Sacristán, traductor del ensayo, le parecía excelente- en la que señalaba que la verdadera motivación de la escuela no era tanto “el hacer historia, que no se trata tanto de eso, aunque hayan hecho mucha […], pero, dice Schumpeter con razón, metodológicamente de lo que se trata para la escuela histórica-económica no es tanto reducir la economía a historia económica, como de conseguir cuadros globales de la realidad social en los cuales lo económico en sentido estricto, en sentido puro, no es más que un elemento”. De esta aspiración de totalidad, la misma ambición que en aquel momento tenían otros contemporáneos –“Comte, por ejemplo, con su idea de sociología aspira a lo mismo, y Marx también”-, de ese ideal de totalización, la escuela histórica había acentuado “no aspectos de totalización lógico-sistémica como Marx ni aspectos de totalización cultural como Comte y el positivismo sociológico” sino, esencialmente, el hilo histórico, la noción básica, la consideración central de que aquello que totaliza era la historia.
Tampoco esta perspectiva de análisis y comprensión era exclusiva de estos autores. Estaba en la mente de la época que el único conocimiento que de verdad era concluyente, después del cual no había ningún otro, era el histórico. Era una noción de época, que Sacristán consideraba “extremadamente razonable”, que estaba presente en todo el resto de escuelas y tendencias. No era de ningún miembro de la escuela histórica sino del propio Karl Marx la afirmación “de que la única ciencia es la Historia, en el sentido de que es la única posibilidad de conocimiento integrativo, producir ciencia en el sentido de totalización, de completitud, de que uno sólo está a gusto cuando le han contado la historia del asunto hasta ahora”. Si sólo se contaba la estructura formal o ciertas cadenas causales de un determinado acontecimiento, se podía estar satisfecho para ciertos fines particulares pero no se tenía, en cambio, “la satisfacción de la conciencia de conocimiento no superado.”
Así, pues, la idea de totalización, la idea de que la historia es totalizadora, estaría presente pocos años después en Marx. Lo que sí era característico de la escuela era la adopción de los instrumentos profesionales del historiador para resolver la tarea del teórico de la economía. El principal miembro de lo que se llamaba la escuela histórica antigua había sido Roscher. Su texto principal fue Apuntes para un curso sobre la economía del estado según el método histórico, de 1843, que podía considerarse el primer gran texto de la escuela histórica. En 1853, diez años después, Karl Gustav Adolf Knies publicaba La economía política desde el punto de vista del método histórico. La escuela empezaba, Roscher y Knies estaban entre sus primeros miembros, con mucha autoconsciencia metodológica, señalaba Sacristán, como una escuela metodológica más que como una escuela propiamente sustantiva, con aportaciones de estudios e informaciones propios. Sin embargo, muy pronto su producción empezó a acumular monografías de tipo histórico. “Voy a dar algunos ejemplos sin ninguna pretensión. No hace falta apuntarlos, al que le interese le paso una fotocopia de mis fichas. Por ejemplo, [Georg] Hanssen, un miembro que no vale la pena que recordéis, publica entre 1880 y 1884 unos Tratados de historia agrícola. [August] Meitzen, es muy característico, un estudio Acerca de los modos de habitación y la organización agrícola de los germanos occidentales, los germanos orientales, los celtas, los romanos, los finlandeses y los eslavos”. Era ésta una investigación de 1895. Otro título de la escuela, de 1887, era el estudio de Georg Friedrich Knapp, “que tiene una particularidad, por lo que luego diré”, La liberación de los campesinos y el origen del trabajador rural.
Por esta vía de estudio histórico, la escuela histórica económica alemana fue desembocando poco a poco en lo más moderno de la vida económica y política de la segunda mitad del XIX, en la cuestión social. “Por vía de reconstrucción histórica del pasado, primero remoto, luego menos remoto, luego inmediato”, la escuela acaba convirtiéndose en una escuela muy histórica, muy implicada en la cuestión social centroeuropea del siglo XIX, hasta el punto de llegar a ser el grupo intelectual protagonista de lo que luego se llamó “socialismo de cátedra” Fueron los inspiradores tanto del ala derecha de la socialdemocracia alemana -“que era tanto como decir entonces la socialdemocracia, porque las demás de Europa eran pequeñísimas y peores”- cuanto, “en superficial paradoja pero muy comprensible”, de la política social de Bismarck.
Precisamente, en una nota de su traducción castellana del libro II de El Capital (OME-42, p. 5, n. 1), Sacristán presentaba el socialismo de cátedra en los términos siguientes:
“Socialismo de cátedra’ o ‘socialismo de estado’ son denominaciones que se aplican a varios intelectuales reformistas alemanes de la segunda mitad del siglo pasado (Lujo Brentano, Gustav Kohn, Adolf Held, Heinrich Kerner, etc) entre los que no faltaron científicos importantes (Adolph Wagner, Gustav Schmoller, Werner Sombart). Algunos de estos autores destacados y un número considerable de seguidores fundaron en 1872 la Asociación de Política Social (Verein für Sozialpolitik). La denominación, en alguna medida irónica, de “socialistas de cátedra” alude a la profesión académica de todos sus miembros influyentes, y también a la distanciación del socialismo obrero militante. El nombre “socialismo de estado” se refiere a la concepción de varios de estos autores según la cual es un fuerte estado tradicional (en el caso alemán, el estado del Kaiser y Bismarck) el que tiene que realizar las estatizaciones que para ellos son sinónimas de socialismo. El reconocimiento del estado tradicional como dirigente de la evolución hacia el socialismo así entendido, por medio de reformas, excluía todo protagonismo de los trabajadores e implicaba el freno a la lucha de clase de éstos”.
Notas:
[1] Manuel Sacristán, Sobre dialéctica. Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2009, pp. 187-205.
[2] Aclaraba Sacristán: “[…] positivista en el sentido literal de afirmación de la excelencia del dato”.
[3] Sacristán se refirió a Burckhardt por vez primera, salvo error mío, en su conferencia de 1954 en el Instituto de Cultura Hispa´nica “Hay una oportunidad para el sentido común”. En Esteban Pinillas de las Heras, En menos de la libertad. Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 261-273
[4] Con la colaboración técnica de Narcís Serra y José A. García Durán, Sacristán tradujo para Ariel esta obra de Schumpeter en 1971. Más de mil trescientas páginas, 1.377 exactamente, en la edición castellana. Algunos debates sobre a la traducción castellana de algunas categorías económicas de la obra de Schumpeter por parte de Sacristán, merecerían una aproximación detallada. La discusión refleja, una vez más, la rigurosidad de su trabajo y su inmensa capacidad de trabajo en circunstancias personales y políticas nada fáciles ni acomodadas.
Referencia Prólogo:
El prólogo de Sacristán en la red: http://archivo.juventudes.org/node/114
Salvador López Arnal
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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