Cultura / Samir Delgado.- La copa del mundo ya está en Tenerife, así mismo daban cuenta los telediarios insulares de la supuesta oportunidad de oro que supondrá para la ciudadanía el hecho de hacer otra cola más entre las colas de nuestra vida para sacar una foto de recuerdo junto a la réplica del trofeo futbolero logrado por España en la cita sudafricana.
Allí estaban bien temprano en primera fila el alcalde siempre sonriente de la ciudad y la consejera de cultura y deportes del Gobierno canario con su voz tan ridícula, junto a los responsables de la federación de fútbol y la cara visible de la entidad bancaria donde reposará el nuevo santo grial como no podía ser de otra manera: el poder y el capital siempre van de la mano.
Y es que esta historia deportiva que alcanzó trascendencia histórica ya está echando mano de las segundas partes malas y patéticas, ya no bastan los éxitos galácticos de los deportistas españoles en el tenis y el ciclismo y cualquier otro género atlético llevado a los altares del orgullo monárquico para aumentar el eco mediático en el último rincón de nuestros hogares, sino que el deporte rey sigue siendo el juego perfecto para mantener en marcha la maquinaria sensacionalista que exprime todo el jugo a la bandera española. Por eso el fútbol es una narrativa, como cualquier historia lleva consigo su propia intringulis política, tramas de ficción, personajes protagonistas, clímax y un desenlace que parece no tener fin.
El propio escritor uruguayo Eduardo Galeano ha sabido conectar su peculiar mirada ensayística sobre el fútbol como uno más de los escenarios vitales de este mundo al revés, también el poeta granadino Luis García Montero echó en su día unos versos al deporte balompédico, y no faltó mucha imaginación para ver en el hemiciclo de la política española al presidente Zapatero y al señor Rajoy haciendo regates de muy mala maña al borde del área institucional. Qué vamos a esperar hoy en día de un lugar como España donde el martirio de los toros es defendido como una tradición cultural y donde hay hasta museos militares de diez mil metros cuadrados que sirven para ensalzar a un Estado con príncipes de sangre azul que sigue sumando ingresos millonarios por la exportación de armas que son tanto más peligrosas como los arcabuces de su historia repleta de crímenes contra la humanidad.
Al ver la copa del mundo en Tenerife, a uno le viene a la cabeza la imagen de Mafalda, esa niña inventada por el caricaturista Quino en uno de los países más futboleros del globo, cuando dijo aquello de paren el mundo que me quiero bajar.
Samir Delgado
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