David Delgado / Artículo de opinión.- La cuarta cumbre del G-20, celebrada en la ciudad canadiense de Toronto, se desarrolló en medio del clima mundial más convulso que soportamos desde el comienzo de una recesión económica imperialista que se prolonga y agudiza cada vez más, y que coincide en el tiempo con la organización de las tres anteriores cumbres que tuvieron lugar entre el 2008 y el 2009.
Huelgas y movilizaciones de millones de obreros europeos y asiáticos contra los recortes, inminencia de una agresión bélica del imperialismo estadounidense y el sionismo israelí contra la nación soberana de Irán, crisis humanitaria sin precedentes en el continente africano, los países subdesarrollados e incluso las naciones ricas, la mayor reforma financiera en EEUU después de la Gran Depresión de los años 30, y muchísimos otros acontecimientos y fenómenos que protagonizan la actualidad política y económica global, otorgan especial trascendencia a este tipo de encuentros.
Esta última cumbre, que tuvo unos costes para el gobierno de Canadá que rondaron los mil millones de dólares y se saldó con la detención de más de 600 manifestantes, tenía como ejes del debate la generalización de la imposición de tasas al sector financiero y la reducción de los déficits presupuestarios.
En cuanto al primer punto, no se alcanzó un acuerdo ni se firmó ninguna resolución que fije una tasa común para que la banca pague impuestos. Simplemente se llegó a la conclusión de que cada Estado adopte la decisión que crea conveniente y, en ese sentido, hay distintas posturas, pero fundamentalmente dos: la de EEUU y la Unión Europea (UE) por un lado, potencias imperialistas que rescataron bancos con miles de millones de dólares y euros al capital financiero tras desatarse la crisis capitalista, y por otro, la de los países desarrollados y emergentes como Australia, Canadá y Brasil, que no solventaron al sector bancario con dinero público.
El objetivo en el que coincidían los EEUU y la UE era el de extender a esos países reticentes la aplicación del impuesto común a la banca. Y fracasaron.
Así que todo queda en la adopción de diferentes fórmulas particulares por parte de los países que defienden el impuesto. Por ejemplo, EEUU, que llegó a la cumbre tras la compleja aprobación en el Senado de la reforma financiera, tramita aplicar una tasa del 0,15% sobre los activos de los 50 mayores bancos con el fin de recaudar 67.500 millones en 10 años. Francia y el Reino Unido, en cambio, aplicarán unos impuestos con unos tipos y una recaudación mucho menores (2.500 y 1.000 millones anuales respectivamente). Alemania se decanta por la fórmula de 25.000 millones en 25 años, o sea, 1.000 millones anuales en un impuesto que iría destinado a dotar un fondo que pueda ser utilizado para salvar a la banca en futuras crisis. Y el Estado español mantendrá el Fondo de Garantía de Depósitos de las entidades financieras, dejando abierta la posibilidad de ampliar la base gravada.
No hace falta ser Pitágoras para advertir que el dinero que los gobiernos prevén obtener en 10 años en algunos casos, y 25 en otros, es a todas luces una miseria en comparación con lo que han gastado en estos dos últimos años en rescates a las corporaciones financieras, y lo que gastarán en la segunda fase de la crisis que sufrimos en el presente y que se traducirá en un segundo gran plan de rescate, y lo que vendrá después.
Un caso ilustrativo es el del Reino Unido, que según los estudios de diversos analistas empleó entre el 20 y el 30% de su PIB para el rescate de los bancos, y pronostica que con la aplicación del impuesto se obtendrán 1.000 millones anuales. Lo dicho: una auténtica miseria en comparación con los gastos habidos y por haber. Lo que se dice un paripé. Y si hacemos un análisis más pormenorizado en el conjunto de la UE, donde las dádivas a los capos de la mafia bancaria superaron el 30% del PIB comunitario con unos 3,7 millones de euros, podemos comprobar lo irrisorio del impuesto light a la banca, que encima serviría nada más y nada menos, que para ser devuelto en caso de necesidad. Aparte que, teniendo en cuenta el carácter privado de la propiedad de los bancos, ese impuesto recaería sobre los usuarios.
Lo que si se logró acordar, pese a las reservas de EEUU y la India, es la reducción a la mitad del déficit público para el año 2013 y la estabilización de la deuda de los gobiernos para el 2016. Esto no es ninguna novedad, sino la continuación y homologación de los planes que las más influyentes instituciones imperialistas han ido imponiendo por el mundo con la santificación de las respectivas clases dominantes.
Ya hemos analizado las causas del disparado déficit público y el endeudamiento de los Estados imperialistas (principalmente el rescate de la banca y las políticas fiscales regresivas), y las consecuencias que tendrá en plena crisis la implantación de planes de ajuste y austeridad del gasto público: recortes salariales y sociales, más paro, menos actividad económica, menos consumo, etc. La colosal bola de nieve que sigue creciendo hasta el abismo.
Desde Washington y Nueva Delhi, ya se han pronunciado en la dirección de que la obsesión europea por reducir el endeudamiento interrumpa la “recuperación” económica. Pero no hay que olvidar, que tras los organismos imperialistas internacionales y de forma directa, EEUU ha presionado, aplaudido y bendecido las políticas europeas de reducción del gasto público.
Hasta la próxima cita, que tendrá lugar en noviembre en Seúl, la clase obrera mundial seguirá cargando sobre sus espaldas el peso de la crisis, aunque sea la víctima de la misma y no la culpable, irá paulatinamente perdiendo más derechos laborales y sociales, seguirá creciendo el paro, e inevitablemente la crisis política e ideológica estallará (en realidad ya lo está haciendo) porque la situación se tornará cada vez más inaguantable y el atolladero en el que está metido el imperialismo internacional, con sus inmensas contradicciones y limitaciones, devolverá el socialismo a los trabajadores como la única esperanza y solución frente a la barbarie.
El gran capital financiero, el sector más poderoso de la clase dominante, no va a perder ni mucho menos su posición hegemónica ni sus superganancias por lo acaecido en esta cumbre y las decisiones ahí tomadas. Ni en esta ni en ninguna. El FMI y el Banco Mundial, aun a pesar de sus crisis de gobernabilidad, no serán tocados de ningún modo. Y salta a la vista de todos los trabajadores quien es el enemigo a derrocar.
Ahora, como siempre, lo que tenemos que imponer es la idea de que el socialismo es la solución, y la vía: la revolución.
* David Delgado es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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