Ramón Afonso / Artículos de opinión.- La manifestación convocada el pasado 30 de junio por Comisiones Obreras y UGT en Las Palmas de Gran Canaria tiene un valor histórico indudable. Si es trágico que sólo lograran reunir a unos pocos centenares de personas, lo es más aún la constatación de que estas centrales caminan con paso firme hacia la claudicación última de su condición de sindicatos de clase, al menos de la clase trabajadora. El lema de la movilización con la que se inició la marcha preparatoria de la huelga general, “Así no, por una salida justa y equilibrada de la crisis”, ya anunciaba la tibieza con que se enfrenta esta embestida del capitalismo. Además se ha prescindido, como necesarios compañeros de viaje, de los movimientos sociales, de los comités de empresa, de las y los trabajadores más concienciados y combativos, del ejército de personas sin empleo, de las víctimas de la precariedad y la exclusión, de la gente joven pasto de las ETT… Por el contrario, estas cúpulas sindicales ha optado para la ocasión, cual directiva de club de fútbol galáctico, por los fichajes estrella.
¡Y qué fichajes! Asistieron estrellas como Claudina Morales, presidenta de Coalición Canaria (CC) -sí, leen bien, la Coalición Canaria del expolio de la Reserva de Inversiones de Canarias (RIC), del puerto de Granadilla, del Catálogo de especies (des)protegidas, la que ha privatizado hasta decir basta, la de Miguel Zerolo y Las Teresitas, la del anillo insular, la vía exterior y tantas atrocidades más, la que pacta con el PP más facha, etc. etc. etc.- o como María del Mar Julios, consejera de Sanidad en el Gobierno de Adán Martín a la que tanto le gustaba concertar con las clínicas privadas, o como el incombustible Carmelo Ramírez y una caterva de alcaldes de esa Nueva Canarias que preside su compañero Román Rodríguez, aquel militante de la izquierda nacionalista “felizmente” recauchutado para erigirse en todo un mandamás del andamiaje político empresarial, huérfano tras la lucha cainita entre los ex presidentes Hermoso y Olarte. Asistió hasta un representante del PSOE, cuyo portavoz parlamentario ha defendido con inusitada pasión la maldita reforma laboral en los cenáculos empresariales, aunque se delató al manifestar que “a pesar de que su partido apoyaba las medidas del Gobierno, respetaba la decisión de los sindicatos”. Todos queriendo parecer los grandes aliados de la clase trabajadora, cual proletarios del mundo unidos. Ver para creer.
Los motivos para la conjura no tienen desperdicio: “Recabar apoyos para esta movilización (que nos lleve a la huelga general), dado que los motivos que la justifican van más allá de reivindicaciones estrictamente laborales”. Así lo afirmaba en su blog Juan Jesús Arteaga, secretario general de Comisiones Obreras en Canarias. Ya me perdí, una congregación de sindicalistas buscando apoyos para enfrentarse a “la crisis” entre los causantes de que Canarias haya padecido durante años - años de bonanza económica, encima- la peor de la crisis: los servicios públicos más destartalados y deficientes del Estado, la corrupción y el nepotismo elevados hasta la náusea, los sueldos más bajos, la destrucción sistemática de nuestro medio ambiente, la creación de leyes para legalizar la evasión de impuestos (Reserva de Inversiones de Canarias), en fin, la descatalogación de la democracia misma, como reza un lema de Asamblea por Tenerife.
Esta mascarada es una muesca más en la culata de la pistola de mixtos con que disparan estos sindicatos y sus adláteres, mientras la patronal y el capital nos lanzan misiles atómicos (decretazo, más decretazos, reforma laboral, privatización de las pensiones, copago en la sanidad, permisividad con la evasión fiscal…), una cortina de humo para esconder su más que evidente y añeja cercanía al poder y hacernos creer que están dispuesto a defender los derechos de la clase trabajadora más allá de los límites que les han impuesto los mercados, es decir, los banqueros, el Foro de Davos, el Club Bilderberg, y también su versión canaria: los Grisaleña y los Rodríguez de Acero, los Satocan y los Lopesan, los Plasencia y los Ignacio González, entre otros.
Se hace imperioso -más que necesario- superar de una vez el mito paralizante de estos sindicatos mayoritarios y de aquellos que, como las rémoras, se brindan cual damas de compañía. Esas mayorías sindicales putativas, amasadas con subvenciones y cursos de formación, no deben seguir siendo una referencia para la acción de las trabajadoras y trabajadores. Su ciclo vital parece estar llegando al final y están dando muestras evidentes de que se han convertido más en un lastre que en un instrumento para la transformación social. Su desprestigio es grande, tan grande como el riesgo de perder todo lo que la clase trabajadora ha conseguido tras siglos de lucha, si no se es capaz de aunar esfuerzos para articular un bloque de resistencia y rebeldía entre todas y todos los que apuestan de verdad por hacer frente a las agresiones del capitalismo. Experiencias recientes nos hacen ser moderadamente optimistas, el momento histórico nos exige conseguirlo.
Por ello, no se debe permitir que la huelga general del 29 de septiembre sea una procesión fúnebre más, un velatorio de nuestros derechos sociales y laborales. Hagámosla nuestra, de los trabajadores y trabajadoras, superemos el desánimo y el desconcierto con la audacia que requieren los tiempos y emprendamos juntos el camino hacia la batalla sin concesiones que se debe librar contra la barbarie capitalista.
Ramón Afonso
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