Teodoro Santana * / Artículos de opinión.- La primera exigencia que cabe hacer a un general es conocer el estado de sus propias tropas. La segunda, que cuando decide una ofensiva, no basta con tocar la corneta: los movimientos no sólo deben ser decididos, sino llevados adelante con determinación. La reciente huelga del sector público en el Estado español ha puesto en evidencia a unos “generales” timoratos, ellos mismos poco convencidos de la convocatoria, y que encima daban unas órdenes contradictorias con las señales que enviaban.
Imaginen en plena batalla que el oficial al mando ordena a sus soldados tomar una colina. Y que de paso les dice que “no me gusta tomar esa colina”, “me veo obligado, pero yo no quiero”, o que “es una batalla perdida, pero hay que librarla por dignidad”. Y, a la vez, ese oficial está negociando un alto el fuego con los ocupantes de la colina, aunque desde arriba le siguen disparando con grueso calibre. Si tal oficial se libra de una “bala perdida” desde sus propias filas, difícilmente vamos a creer que los soldados van a asaltar la colina con ganas. Más bien le dirán “vete tú, que a mí me da la risa”.
Tras años de pasteleo, “paz social” y desmovilización, las cúpulas sindicales se han visto arrastradas, muy a su pesar, por sus propias bases. Han ido a la huelga con cara de amargura, sin convicción y sin preparación. Su preocupación principal no es defender los intereses de los trabajadores, sino impedir la erosión electoral del PSOE. Con la misma tristeza hablan de la “inevitabilidad” de una Huelga General, como si se tratara de una enfermedad de la que hay que huir.
Pero una cosa son los planes de los burócratas sindicales, y otra bien distinta el estado de ánimo de sus bases que, al fin y al cabo, son el sector más concienciado de la clase obrera. A la fuerza ahorcan, y la presión de esas bases no va a disminuir, sino a aumentar.
Desde luego, no basta con las ganas o el cabreo generalizado. Los propios sindicatos están muy desprestigiados entre el conjunto de los trabajadores. Ha sido patético verlos impasibles y “responsables”, mientras millones de trabajadores perdían su trabajo y las arcas públicas se vaciaban para sostener los beneficios de los bancos. Quién lleva tanto tiempo desmovilizando, difícilmente puede llamar a zafarrancho de combate en quince días.
Y mucho menos si se hace con desgana. ¿Cómo se puede convocar una huelga sin realizar una labor de agitación en los centros de trabajo, sin siquiera realizar asambleas, sin librar una batalla explicativa que venciese la propaganda dominante del gobierno y los capitalistas? Porque ante el conjunto de la población, los intereses de los empleados públicos aparecían como contrarios al interés general y, en cambio, los capitalistas y el gobierno han sabido convencer al conjunto de la población de que su posición, aunque “dolorosa”, era la que mejor representaba esos intereses generales.
Y lo que cabe decir para UGT y CCOO, es extensible a todos los sindicatos. Mucho discursito “revolucionario”, pero se “asalta la colina” por cumplir, con las tropas desarmadas ideológicamente, sin determinación y sin método. Ah, y sin asambleas, a las que los burócratas temen como la peste.
A pesar de todo, la convocatoria del día 8 ha tenido la virtualidad de empezar a desperezar a una parte de la clase obrera. Y no se podía seguir bajo fuego enemigo sin empezar a movilizarse. Hasta bastante bien salió para como estaban de anquilosadas nuestras tropas. Soñar con una respuesta más amplia y más contundente era pura fantasía voluntarista. No se puede valorar la huelga sino en el contexto concreto en que se ha producido y a la luz de la situación real del movimiento obrero del Estado español.
En ese estado de cosas, los comunistas tenemos una especial responsabilidad. Desde que asumimos como propia la idea de que los sindicatos no podían ser “correa de transmisión” de ningún partido (es decir, de los comunistas), las centrales sindicales se han convertido en pura correa del burocratismo más ramplón y del pactismo más estrecho, entregadas a la visión del mundo “democrática” burguesa, “constitucionalista” y “responsable”.
Si queremos garantizar el éxito de futuras movilizaciones, tenemos que asumir, sin pudor y sin complejos, nuestro papel de vanguardia consciente de la clase obrera en su conjunto, y no delegar esa responsabilidad en los burócratas sindicales. La batalla que hoy afronta la clase obrera es, ante todo, una batalla política, de mayor alcance y calado que la mera lucha economicista propia de los sindicatos.
Sólo los comunistas podemos dirigir esa batalla política e ideológica. Y librarla para ganarla, para avanzar al socialismo y superar la catástrofe del capitalismo. Todo lo demás, aún en el mejor de los casos, es jugar a empatar. Es decir, a perder.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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