Salvador López Arnal * / Artículo de opinión.- Manuel Sacristán: 25 años de su fallecimiento. El primer escrito propiamente marxista de Manuel Sacristán fue un material de estudio y discussion para militantes y amigos del PSUC-PCE. “Para leer el Manifiesto Comunista del Partido Comunista” era su título [1]. Fechado en 1956 o 1957, fue reeditado por el comité ejecjutivo del PSUC en 1972. Juan-Ramón Capella ha comentado sobre él: “Texto no firmado. Quince, o trece según copias, folios mecanografiados. Circuló clandestinamente con gran profusion de copias mecanografiadas o ciclostiladas, sirviendo de base a grupos de estudio. Titulado a veces 'Plan de estudios elemental. Ciclo Primero'. Algunas de las copias presentan interpolaciones que no son del autor”.
Giulia Adinolfi y Pilar Fibla colaboraron en su elaboración.
Estuvieron también en aquellos años su artículo sobre la filosofía de la lógica de Heinrich Scholz, el trabajo sobre la filosofía desde la terminación de la Guerra mundial hasta 1958, su tesis doctoral sobre la gnoseología de Heidegger, sus Apuntes de filosofía de 1956 y 1957, diversos textos para Quaderns de cultura catalana, octavillas, informes y materiales afines, y tres artículos marxistas publicados en Nuestras Ideas, una revista politico-cultural editada por el Partido Comunista de España en Bruselas. Por (sin)razones conocidas, la revista apenas pudo circular en el interior del país; los seguidores de la publicación eran, básicamente, cuadros y militantes exiliados del PCE y simpatizantes del partido. Probablemente, Sacristán escribió estas colaboraciones teniendo muy en cuenta las temáticas y características usuales de la literatura filosófica y política consultada habitualmente por sus potenciales lectores en aquellos años.
Firmado con el seudónimo de José Luis Soriano, Sacristán publicó “Tópica sobre el marxismo y los intelectuales”, en el número 7, diciembre de 1959, pp. 10-22, y “Jesuítas y dialéctica” en el número 8 de Nuestras ideas, julio 1960, pp. 64-69 [2]. En el primer número de la revista, Sacristán había publicado “Humanismo marxista en la Ora marítima de Rafael Alberti”, mayo-junio 1957, pp. 85-90.
La aproximación de Sacristán a la Ora Marítima de Alberti [3] está dividida en siete apartados. En el primero, se aproxima al humanismo literario y marxista del poeta gaditano:
“Cultivo de las letras humanas” -es decir, de la historia en general- dice el Diccionario de la Academia que es “humanismo”. Pero “humanismo” quiere decir también cultivo de la humanidad del hombre vivo presente. Y porque el pasado es parte de la raíz del hombre vivo y presente, también el “cultivo de las letras humanas” puede ser humanismo en un sentido serio. Cuando el cultivo de lo humano se hace sobre la base de los principios de Marx, es humanismo marxista [4].
El poeta comunista Rafael Alberti hace gran uso del humanismo literario en este poema que dedica “A CÁDIZ..., al celebrar su tercer milenario”. Alberti basa lo histórico de su poema en citas a Hesíodo, Estesícoro, Platón, Estrabón, la Biblia, Marcial, Poseidonio, Homero, la historiografía árabe y -sobre todo- Avieno, de cuyo “periplo” toma su título el poema.
El autor se encuentra lejos de sus raíces, de su natural asiento en la tierra:
Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera,
hoy, junto a ti, metido en tus raíces
Por eso pide ayuda a todas las “raíces” de Cádiz -que es, a su vez, una “raíz” suya- para que le aproximen a ella “por encima del mar”.
Los primeros versos del poema, proseguía Sacristán, hablaban al lector de esas raíces, de las que el autor se afanaba por no desasirse. Eran “la cal hirviente” de los muros de Cádiz
“[…] sus 'farallones hundidos', los huecos 'de sus antiguas tumbas', las 'olas' -todas las cosas, en fin, de que se nutre la vida del hombre. No poseerlas es no poseerse, ignorarlas es no comprenderse a sí mismo:
Te miraba de lejos, sin comprenderme, oh Cádiz... ”
No poseer, apuntaba Sacristán, las olas, los muros, la luz de la tierra, es no poder existir como ser humano completo. Ignorar las raíces es ignorarse como ser humano, no “comprender”, según señalaba el propio poeta. Por lo demás, “reconocer la gravedad de esa desposesión y de esa ignorancia en la más honda base del humanismo marxista”.
El segundo apartado del artículo abría la atención a los otros: el poeta sabe que no es él el primer desposeído de sus propias raíces, de “sus” cosas, Ni física ni mentalmente:
“En la historia que el poeta maneja en su Ora marítima, es la historia atestiguada por documentos, las cosas no han sido nunca de los hombres que verdaderamente las han tenido en sus manos. Esos hombres fueron primero esclavos de las cosas,
Somos los mismos que el viento
Nos tiró en las mismas olas... ”
Habían sido luego esclavos de otros hombres, a estos “pertenecieron las cosas que estaban en sus manos, las cosas que ellos manejaban y a las que sólo, por tanto, habrían sido capaces de dotar de un sentido humano”. Sólo ellos, remarcaba Sacristán, habrían podido apropiarse de verdad esas cosas que pertenecían a otros:
Anchos atunes que punzan,
abriendo en plata las olas.
Mas ¿de quién las almadrabas
de ayer y ahora?
Las cosas mismas que el hombre había tenido en las manos le habían sido ajenas cuando no le habían dominado. Con perspectiva histórica y de concepto más amplia, aparecía aquí el tema que, en su precisión para la sociedad capitalista, Marx había llamado “alienación” [5].
“[…] Tal como Marx lo expone, la alienación es un fenómeno típico de la sociedad burguesa, porque presupone el fenómeno que designa como 'fetichismo de la mercancía' [6], fenómeno característico de esa sociedad. Pero en un sentido amplio, la alienación es un hecho de toda la historia conocida, en algunos de cuyos períodos el hombre mismo que maneja las cosas, el hombre que trabaja, y no sólo el producto de su trabajo, ha sido incluso jurídicamente un alienado, legal propiedad de otro”.
En la alienación así concebida, proseguía Sacristán, empezaba el ser humano por perder su dominio físico y mental sobre la cosa que manejaba o producía. Al mismo tiempo, la cosa perdía, humanamente hablando, “toda su riqueza individual, su solidez, su tacto, su olor y su regusto, para convertirse en puro símbolo de subsistencia”. La cosa dejaba de existir como elemento del mundo del ser humano:
“[…] así el atún que llenó las almadrabas de los esclavos pescadores de Gadir, así el atún que llena las redes del proletario pescador de Cádiz. Ni unos ni otros pescan de verdad atún: sino el trozo de pan aquellos y la miseria de su salario éstos. Por eso, cuando se devuelva al hombre el dominio de las cosas que maneja, también volverán las cosas a serlo humanamente de verdad, a ser raíces de toda la vida del hombre, no sólo signos de su vegetar físico:
Cádiz nos mirará un día,
dueños del mar, en las olas.
Cádiz, que será más Cádiz
que ayer y ahora ”.
En el tercer apartado de su comentario, Sacristán señalaba que Alberti cantaba mitos y hechos de Cádiz, bahía de mitos, en su intento de celebrar las raíces de su tierra. Entre estos temas había uno que permanecía a través de todas las épocas, sosteniendo todos los hechos y todos los mitos: era el tema del “pescador”, tenía reservado un poema propio.
El tema era tan histórico como los restantes que el poeta desarrollaba en su libro. Empero, con historicidad peculiar: mientras, por ejemplo, Menesteo había fundado el Puerto de Sanlúcar, cuna de Alberti, en un momento dado de la Historia o del mito, “los pescadores de Cádiz están ahora como estaban ayer, afirmación, que naturalmente, no tiene valr científico, sino humanístico:
Hijos de la mar de Cádiz
Nuestras casas son las olas.
Somos los pobres del mar,
De ayer y ahora. ”
La propia historia, el propio mito, lo que tenía que haber sido raíz para el hombre había sido fraude duradero para los “hijos de la mar de Cádiz”.
Creímos en las sirenas
que cantan entre las olas.
Sus cantos nada nos dieron
Ni ayer ni ahora.
Sin embargo, también los pobres del mar de ayer y de ahora, señalaba Sacristán, eran historia y no inalterable naturaleza.
El siguiente apartado del escrito era una reflexión sobre la otra cara positiva de la moneda histórica de los desposeídos. La historia había sido un duradero fraude para “los hijos de la mar de Cádiz”, para la mayoría de la humanidad. Sin embargo:
“[…] la historia es también el camino necesario de la liberación del hombre: la historia -es decir, la humanidad en su desarrollo- se abre caminos, amplía horizontes, aumenta perspectivas, supera limitaciones; el fraude mismo que ella viene siendo, será borrado por ella misma, por sus constructores, que son los hombres: reconocer, junto a su duradera naturaleza de fraude inhumano, el positivo carácter de la historia es otro rasgo fundamental del humanismo marxista. El poeta lo recoge y puede, por tanto, valorar también positivamente, como raíces de humanidad, los hechos del pasado y los valores del mito en que se expresan los movimientos del hombre en la historia:
Ya en fin del mar, los límites del mundo,
en ti no se encontraban
Tú misma las borraste con tus naves,
oh, clara estela del Oriente, oh, soplo
brisa inicial, anunciador camino.”
El proceso histórico superaría límites para el ser humano, por eso era humanamente positivo. Por lo demás, el conocimiento del transcurrrir histórico enriquecía el mundo mental del hombre y le daba seguridad en su raíz y en su suelo, seguridad para futuro movimientos:
Oigo los cantos de tus marineros
oigo sus remos dando en las espumas,
oigo un clamor antiguo que hoy me llega
batido por el sol de tus dos mares ”.
En el humanismo marxista del poeta, insistía Sacristán, raíz no significaba la relación sentimental a cosas y hombres reunidos por la historia en crímenes y sufrimientos comunes por fines que les eran ajenos -la “Patria”, los amos a quienes esas finalidades interesaban esencialmente. “Hijos de la mar de Cádiz” eran para el poeta comunista todos aquellos que habían hecho de Cádiz la historia cotidiana de la mayoría de la humanidad:
“[…] y por ella se han visto defraudados, fuera cual fuera el amo que les defraudara. “Hijos de la mar de Cádiz” son también los marineros que arriban a Cádiz y cargan y descargan y soportan las cosas en vez de dominarlas:
Te miraba, ignorando aún que tus pescadores
los mismos pescadores pobres que yo veía
salir del Guadalete hacia los litorales
africanos, también eran los mismos
almadraberos tuyos, tus desnudas
gentes del mar que a Tarsis arribaban
por el oro, la plata y el misterioro estaño. ”
Los “hijos de la mar de Cádiz” habían sido también fenicios, griegos, hebreos o egipcios: el humanismo marxista era, no podia ser de otra forma, internacionalista [7]: no admitía como exclusivos valores humanísticos los de una “raza”, pueblo o cultura.
No sobre la base de una interpretación exclusivista del valor del ser humano sino sobre la base de su activa presencia en las cosas que luego serán bien de toda la humanidad –en el caso del poeta, se trataba de la cosa “Cádiz”– reasumía el humanismo marxista la experiencia y riqueza del mito, la “raíz” histórico-mitológica. Con estas palabras iniciaba Sacristán el siguiente apartado de su artículo. De la fecundidad con la que el poeta reasumía los mitos y la historia de la ciudad que cantaba, daba prueba todo el libro. Por rezones de espacio, Sacristán se limitaba a considerar con detalle un solo ejemplo: el canto La Atlántida gaditana . El mito que Alberti recogía en este canto era el de la Atlántida, el país de la justicia, situado por Platón en las proximidades del estrecho de Gilbraltar.
La Atlántida gaditana no era el mito filológico que el artista comunista abandona al estudioso ni el sueño nostálgico que es ajeno a todo comunista, sea poeta o filólogo. No, en absoluto.
“[…] La Atlántida gaditana es la clave de bóveda, la pieza última del humanismo marxista: la lucha por el futuro, el espíritu revolucionario:
Sueño no sea, estrella de una noche,
sino solar imagen que presida,
alta perenne luz, los continentes.”
En el penúltimo apartado de su aproximación, Sacristán matizaba que el humanismo marxista no era una mera contemplación intelectual, no era sólo una fijación de valores. Como todo elemento del marxismo, era idea de acción, idea naciendo de la práctica y volviendo a ella.
“[..] La contemplación de valores, de “raíces” de su concreta humanidad gaditana, ha sido en seguida completada por el poeta con un intento de “apropiación” de esas “raíces” y con su práctica proyección al futuro. Porque para poseerlas no basta con conocerlas, con pensarlas: conocer y pensar son más bien la última forma de poseer una cosa. Primero está el tenerla. Por eso la verdadera satisfacción, el verdadero enraizamiento del gaditano, de ese gaditano sabio que es hoy el poeta, sólo podrá, en rigor, tener lugar cuando la Atlántida gaditana sea real, no “sueño” o “estrella de una noche” -no mito, no mera aspiración-, cuando los pechos se hayan enderezado, cuando los pescadores de Cádiz no tengan que preguntar de quién son las almadrabas, sino sólo de quien eran, cuando resulten ya pasados esos versos del canto…:
Por la mar van los mineros,
los ojos de las Gorgonas
están dejándolos ciegos.”
Entonces sí, proseguía Sacristán, “apropiadas” las cosas por el ser humano, tendrá éste entonces “toda la raíz física y mental de su plenitud:
Y otra vez, en un coche de caballos
volveré alegre a ir por mis caminos,
hacia la Santa Luz, hacia Sanlúcar
Así terminaba el canto a la Atlántida gaditana . Este final, sin embargo, obligaba a hacer una observación sobre los elementos del humanismo marxista recogidos en la Ora marítima de Alberti: el humanismo marxista no era trascendentalista, no buscaba otra fundamentación que los positivos y concretos valores científicos, morales y estéticos del ser humano. El humanismo marxista no era metafísico ni metafísica.
“[…] Por eso no es grandilocuente el humanismo del poeta: todo lo que él propone para el hombre, todo lo que él pide a los “Atlantes”, a “Hércules”, es que hagan lo necesario para que él –y los demás– puedan volver a ir, esta vez completamente “alegres” en un cochje de caballos, hacia Sanlúcar, en la orilla del mar de Cádiz”
El humanismo del poeta comunista no endiosaba valores históricos. No creía, por ejemplo, que el “morir a la espartana” fuera un ideal humanista:
“[…] ni que las Pirámides de Egipto -tumbas que dejaron miles de sus muertos fuera para albergar supersticiosamente el cadáver de un sólo hombre que ni las tocó- sean una “gloria humana”. Prefiere el vivir con sencillez, pero con plenitud para todos.
Por eso saluda el poeta a Menesteo, al mismísimo fundador mitológico de su Cádiz, con la autenticidad del que propugna el logro de la concreta, real, nada utópica, nada retórica plenitud del hombre. Y así lo dice:
Hoy para ti, no un templo, sino la misma casa
de todos, encalada, con patios y jardines
y agua dulce del pozo, sencillo te ofrecemos
Puedes mirar a Cádiz desde las azoteas”
El escrito de Sacristán estaba firmado con seudónimo. Las siglas “V.F.” figuraban al final del artículo y en el índice de la revista aparecía el nombre “Víctor Ferrater”.
El asunto tuvo una derivada política insospechada. “Ferrater” era el apellido de un gran poeta que había colaborado en Laye y que, como Sacristán había reseñado la obra de Simone Weil. La condición obrera en su caso.
Su detención, la detención de Gabriel Ferrater, se pensó durante largo tiempo que estuvo relacionada con la publicacion del artículo de Sacristán y con la estúpida elección del apellido “Ferrater”.
No fue el caso. En absoluto. A pesar de –o contra de- las numerosas insidias que se levantaron contra Sacristán.
Notas
[1] Véase Juan-Ramón Capella, “Aproximación a la bibliografía de Manuel Sacristán Luzón”, mientras tanto, nº 30-31, 1987, pp. 193-223.
[2] Previamente, en traducción catalana -“Jesuïtes i dialéctica”- firmada con las siglas J. L., había aparecido en el número 2 de Quaderns de cultura catalana, julio de 1959, pp. 3-8.
[3] Sacristán usa la edición que Losada hizo de la obra de Alberti en Buenos Aires, en 1953.
[4] Este paso sobre humanismo y marxismo es de cita obligada –Manuel Sacristán, “ Filosofía”. Papeles de filosofía, Icaria, Barcelona, 1984, pp. 179-180: “[…] Desde los primeros años de la posguerra se encendió una polémica en la que se reprochó al marxismo ser infiel a su explícita afirmación de humanismo. Los varios argumentos esgrimidos (por pensadores muy diversos, como Croce, Popper, Sartre, Jaspers, Von Mises, Merleau-Ponty, los padres Bigo, Chambre, Wetter, Bochenski, etc.) pueden acaso resumirse así 1.º el marxismo no puede ser un humanismo porque determina económicamente al hombre; 2º, el marxismo no se comporta como un humanismo porque admite la violencia. Los argumentos marxistas contra esas críticas podrían quizá compendiarse como sigue: 1º, el marxismo no postula la determinación de la humanidad por factores económicos, sino que la descubre y aspira a terminar con ella; 2.º, el marxismo no propugna la introducción de la violencia en la sociedad, sino que comprueba su existencia en ella en forma de instituciones coactivas de conservación de la estructura social dada, así como en formas espirituales, corno la inculcación a los niños de las ideas morales, etc., representativas del orden social establecido. La polémica tiene en su fondo una oposición entre los conceptos de libertad tradicional y marxista: mientras que el concepto tradicional de libertad se define negativamente -”libre arbitrio de indiferencia” o “nulidad” de la angustia existencial–, en la teoría marxista, libertad equivale a “desarrollo real de las capacidades del hombre””.
[5] Sobre esta categoría, véase la voz “Alienacón” que Sacristán redactó para la traducción castellana de 1969 del Diccionario de Filosofía editado por Dagobert D. Runes. Puede verse ahora en Papeles de filosofía, ed. cit.
[6] En esta voz “Alienación o extrañación”, señalaba Sacristán: “[…] Así se generaliza el “fetichismo de la mercancía” el hecho básico de que el producto de la práctica humana, cuando se hace mercantil, esconde su origen humano y se contrapone al hombre como objeto natural con leyes propias y fatales (`Fetichismo´ es también, como `escisión´, un término que añade Marx al léxico de la alienación).
Esta anotación de Sacristán -del fichero “Marx: la ciencia”, Reserva de la BC de la UB-, a propósito de un paso del primer libro de El Capital, cap. I, 4, indice sobre la noción:
“MEW 23, K I, cap I, 4 [OME 40, p. 81]. El carácter de fetiche de la mercancía y su secreto.
El epígrafe sobre el fetichismo de la mercancía tiene importancia decisiva para entender la diferencia entre la economía política y el trabajo intelectual de Marx. Y es que ese fetichismo es imprescindible para las abstracciones básicas de la economía política –y aún más para las de la posterior economía “pura”–, así como, tal vez, para el cálculo económico de ella. Por eso lo de Marx no es economía política, sino su crítica, que para algo la llama él así. Hay (1) economía política clásica, (2) economía (política) vulgar; (3) crítica de la economía política, (4) economía “pura” o teoría económica burguesa plena. (1) y (2) han desembocado en (4). (1) está relacionada con (3).
Supongo que el que pueda haber una economía (política) crítica depende alternativamente de dos supuestos: (1º) la posibilidad transitoria (porque para el período de transición) de utilizar para una práctica transformadora el cálculo económico de la economía burguesa. Esta posibilidad parece dada por la persistencia de la ley del valor, y mientras dure esa persistencia. Esta economía crítica sería aún economía política (con dominio sobre hombres y cosificación –no necesariamente ideológica, sino sólo contable– de las relaciones). (2º) La posibilidad de un nuevo “cálculo económico” no puramente cuantitativo, esto es, con varias homogeneizaciones y no una sola. No sé si éste es el único camino para una hipótesis de comunismo sin la noción tradicional de superabundancia”.
En nota manuscrita posterior, apuntaba Sacristán:
“No, esto no puede ser así: a) Porque reduce demasiado la idea de economía pura de Marx; b) Porque no recoge los Vorcheptars. Otra cosa es que Marx lo haya pensado así alguna vez].”
[7] De una entrevista de 1983 para Argumentos –“¡¡Una broma de entrevista!!”, Salvador López Arnal y Pere de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán. Barcelona, Destino, 1996, p. 232–, este paso imprescindible:
[Pregunta revista Argumentos]: El marxismo se ha convertido en un fenómeno universal, pero creo que más como método de solución a todos los problemas. Sin embargo, en este momento, la tendencia es hacia una interiorización, hacia una nacionalización de la política. No soy universal porque soy de este mundo, soy universal a partir de un punto concreto, un barrio, una ciudad, de un país o una autonomía, y a partir de ese momento, puedo trascender para llegar a la universalidad. No obstante, el marxismo no ha entendido ni las autonomías, ni los nacionalismos y mucho menos los elementos subjetivos, psicológicos de las sociedades. ¿Cree usted que esta crisis del marxismo es definitiva?
La nacionalización de la política es uno de los procesos que más deprisa pueden llevarnos a la hecatombe nuclear. El internacionalismo es uno de los valores más dignos y buenos para la especie humana con que cuenta la tradición marxista . Lo que pasa es que el internacionalismo no se puede practicar de verdad más que sobre la base de otro viejo principio socialista, que es el de la autodeterminación de los pueblos. Lo que hay que hacer es criticar a muchos partidos de izquierda, marxistas o no, que han abandonado un principio fundamental como es el de la autodeterminación de los pueblos. Todo lo demás que dice usted en esta pregunta es pura moda neorromántica irracionalista, efecto de la pérdida de esperanzas revolucionarias.
Salvador López Arnal
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* Profesor-tutor de Matemáticas en la UNED y enseñante de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Colabora normalmente en la revista "El Viejo Topo" y es coguionista y coeditor, junto con Joan Benach y Xavier Juncosa, de "Integral Sacristán" (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa).
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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