Luis Alberto Henríquez Lorenzo* / Artículo de opinión.- Con la que está cayendo España en los últimos meses a escala económica, política, social y hasta sindical, no sé por qué extrañas carambolas mentales he venido a recordar, hace apenas unos días, unas como mínimo sorprendentes declaraciones de hace un par de años (concretamente, de las últimas elecciones democráticas en España, año 2007) pronunciadas por un obispo español, considerado sabio teólogo, prestigioso docente universitario y diligente pastor.
Sobre la situación actual española, no obstante, antes de pasar al meollo de la presente reflexión demos cuatro pinceladas: a escala económica, la consabida crisis cuyo final no es aún posible divisar o localizar con esperanzada exactitud en el horizonte de los próximos años. Por lo que toca a lo político, un PSOE que, pese al desgaste y deterioro producidos por una gestión muy contestada por buena parte de la población española, por prácticamente toda la oposición partidista… Un PSOE que es capaz de mandar a un político como José Blanco, alias Pepiño Blanco –que debe tener de verdadero socialista lo que yo de chinoparlante-, a proferir bufonadas a ese programa de Telecinco titulado La Noria: incapaz de justificar lo injustificable, José Blanco se preocupó única y exclusivamente de lanzar balones fuera para soltar lastre, para descargar las graves responsabilidades que pesan sobre la desastrosa política de su partido, haciendo lo que en su día ya enseñó el ínclito Alfonso Guerra. A saber: amedrentar a los españoles con que viene la derecha, contra la que es seguro de vida el partido de los descamisados, o sea, el PSOE. Vamos, nauseabunda estrategia: en política económica el PSOE es casi tan de derechas como el PP, más allá de algunas políticas maquilladoras. En lo social, el descontento generalizado. Y en cuanto al ámbito sindical, pues sí: frente al mutismo y el letargo de las grandes centrales sindicales –que amagan pero no dan, maniatadas y “manirrotas” por las golosas subvenciones que reciben de las arcas del Gobierno: quien paga exige…–, algunos sindicatos sí claramente más combativos y militantes no tienen miedo de plantear iniciativas de acción y de protesta frente a los recortes anunciados. Y en el horizonte, la posibilidad de una huelga general. Y entretanto, el descontento generalizado de clases medias, clases medias bajas y clases bajas.
Pues bien, volviendo a lo anunciado en los inicios del párrafo anterior, decir que venía a afirmar el susodicho:
"Hoy en España hay algunos partidos políticos que quieren ser fieles a la doctrina social de la Iglesia en su totalidad. Quiero referirme a Comunión Tradicionalista Católica, Alternativa Española, Tercio Católico de Acción Política, Falange Española de las JONS. Admitimos que los cuatro son partidos muy poco tenidos en consideración, sólo que en modo alguno carecen de un valor testimonial que puede justificar un voto. Admitamos igualmente que más bien carecen de posibilidades o probabilidades reales de influir de manera efectiva en la vida política española, aunque sí podrían llegar a entrar en alianzas importantes si consiguiesen el apoyo suficiente de los ciudadanos católicos. Por eso no pueden ser considerados como partidos de voto “obligatorio” para los ciudadanos votantes católicos, pero sí son dignos de consideración y de apoyo. Los grandes partidos, los que rigen la vida social y política nacional, son todos ellos aconfesionales, algunos radicalmente laicos e incluso claramente laicistas. En esta situación la doctrina de la Iglesia –ejemplarmente puesta de relieve por los grandes pontificados del pasado siglo XX- la podemos resumir así:
“La Iglesia no exige, ni recomienda, la constitución de partidos confesionales (partidos sólo de católicos, sólo para católicos, con política pretendidamente católica, incluso en las cuestiones contingentes y opinables). Es legítimo a los católicos participar en partidos no confesionales, colaborando con no católicos, siempre que se reconozca la validez de la ley moral natural como norma moral para el tratamiento de todos los temas políticos. Los partidos laicos, para que los católicos puedan participar en ellos, deben también reconocer y respetar la libertad de conciencia de los católicos para manifestar sus puntos de vista confesionales como fundados en la recta razón, y se admita la objeción de conciencia en todos aquellos temas que les parezcan contrarios a la moral natural o a la moral católica, tanto en las decisiones partidistas, como en las votaciones de los diputados y las decisiones de gobierno. Los católicos no deben intervenir en aquellos partidos que expresamente nieguen la existencia de una ley moral objetiva que se debe respetar en la vida política o se manifiesten contrarios a la libertad religiosa de los ciudadanos en general, de los católicos, o de la Iglesia católica sin el reconocimiento de la objeción de conciencia y de la libertad religiosa de sus propios militantes y representantes."
De modo que en esta coyuntura de crisis económica, política y social –y también moral, yo mismo lo admito-, ¿puede ser bueno, para la salud democrática de la sociedad española, votar por partidos confesionalmente católicos? Para la salud democrática he dicho, depositar la confianza en partidos políticos que no se han caracterizado por comportamientos precisamente democráticos, ¿sería una opción valiente, válida, y, sobre todo, saneadora de la democracia burguesa y representativa en España? Yo que estas líneas escribo, tengo muy considerables dudas al respecto. De manera que cabría formular la siguiente ecuación: a mayor identificación con el ideario católico, menor identificación con la tradición democrática. Que deba no ser así puede que esté en la mente y en la intención de alguien como monseñor Fernando Sebastián –y en la de muchos- al proponer lo que propone sobre los partidos políticos confesionalmente católicos; empero, la realidad histórica se empeña en desmentir justamente esa buena intención con la que el admirado teólogo y pastor quiere mirar la realidad de esos partidos confesionales.
Por tanto, ¿qué hacer? Muy probablemente, esos cuatro partidos políticos confesionalmente católicos ni son xenófobos ni son racistas, de acuerdo –acusación que contra ellos se suele verter desde las páginas electrónicas de Elplural, de Enrique Sopena, publicación rabiosa y sectariamente anticatólica donde las haya-, excepción hecha de algunos grupúsculos de extrema derecha más bien neonazi, es decir, materialista y paganizante... Grupúsculos de extrema derecha que, por cierto, son de inspiración y procedencia foránea (ya hemos adelantado que fascista musoliniana y neonazi hitleriana), puesto que la extrema derecha materialista y pagana es más bien ajena a la historia de España.
Con todo, preciso es reconocer que queda de ellos el mal recuerdo de su falta de identificación con las reglas del juego democrático, sin que tal constatación venga a significar que el PSOE, el PP y los partidos nacionalistas son admirables ejemplos de excelencia y transparencia democráticas, toda vez que no escasean los ejemplos que podrían aducirse para airear no pocos comportamientos partidistas más “partitocráticos” y sectarios que propiamente democráticos. .
En su momento, las declaraciones del obispo Fernando Sebastián suscitaron airados ataques de grupúsculos de izquierdistas en general adscritos a tradiciones ideológicas igualmente poco respetuosas con la democracia representativa o burguesa. Algunos de tales grupos llegaron a montar la parodia de representar al propio Fernando Sebastián portando un crucifijo en el que Jesucristo aparecía con el brazo en alto, saludando al estilo fascista; mofa que llevó a la celebración de una misa “de desagravio” y una ulterior procesión, en la que desfiló caminando descalzo, como en actitud penitente, el propio arzobispo.
En definitiva: un fiel católico metido en política pero antes que obligado a la disciplina de partido obligado a la obediencia al Magisterio (esto es, según salta a la vista: un fiel católico que no se llame José Bono, José Blanco o incluso Eligio Hernández), jamás de los jamases podrá decir sí al aborto, al llamado matrimonio entre personas homosexuales, al divorcio… Es decir, a un puñado de leyes que los Estados democráticos modernos han apoyado y aprobado democráticamente. Sólo que de ser y actuar así ese político, justamente por fidelidad a sus convicciones religiosas, enseguida será acusado de persona ideológicamente conservadora. Y si encima si le ocurre pertenecer a organizaciones confesionalmente católicas como las “recomendadas” en su momento por monseñor Fernando Sebastián, pues llover sobre mojado.
Sin embargo, planteemos que una opción válida sería, pongamos, no pertenecer –o siquiera simpatizar- a partidos políticos confesionalmente católicos tradicionalmente vinculados a la derecha política, económica, social, cultural y eclesial, sino a organizaciones políticas fieles a la doctrina de la Iglesia sólo que a la vez fieles a una propuesta política, económica, cultural, social y sindical de izquierdas. ¿Sería posible? En el día a día, y sobre todo en el juego político democrático, cabe preguntarse cómo serían percibidas y aprehendidas esas personas capaces de afirmar cosas de este jaez: “Estoy en contra del aborto precisamente porque soy de izquierdas, porque soy socialista de verdad” “Me considero persona de izquierdas pero no soy católico progre o antipapa”. “Creo firmemente en la justicia social pero me parece injusto, un verdadero agravio comparativo y discriminador, que a la convivencia de dos personas de tendencia homosexual se la llame matrimonio”. Etcétera.
Así las cosas, en verdad ¿es posible ser de izquierdas por creer radicalmente en la justicia social, la solidaridad, la socialización de los medios de producción y la riqueza, y la libertad de los pueblos, a la vez que se rechaza el aborto, la eutanasia, el llamado matrimonio entre personas homosexuales…?
En una propuesta similar a esta última apenas esbozada, con el permiso del obispo y cardenal Fernando Sebastián quien estas líneas escribe estaría más decidido y dispuesto a creer. Porque una cosita no poco importante han demostrado también las organizaciones políticas confesionalmente católicas y de derechas, a saber, muy poca sensibilidad social, muy escaso sentido de la justicia social. Es decir, cierto que en el ideario original de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange española, había sed de justicia social, pero a mi juicio muy mediatizada por una ideología de inspiración totalitaria y pequeñoburguesa. Como tendría ocasión de espetarle al falangista español nada menos que ese gigante del pensamiento libertario que se llamó Diego Abad de Santillán: "Sí, es justo reconocer buena intención en ese proyecto de Falange; pero a mi juicio, no pasa de ser un proyecto social como “de señoritos”.
* Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Enseñanzas Medias. Poeta y escritor. Gran Canaria, Islas Canarias, 20 de abril de 2010.
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