Juan Antonio Delgado Santana / Artículo de opinión.- Una de las tácticas que los conquistadores españoles emplearon en las Islas Canarias para amedrentar a los pacíficos habitantes, facilitar la captura de esclav@s, provocar la rendición de l@s aborígenes alzad@s, propiciar la esquilmación de recursos naturales y secuestrar la soberanía popular fue la destrucción de cosechas y el envenenamiento de pozos y manantiales.
Hoy los tiempos han cambiado, y saltando del alimento al noticiero, y del agua al pensamiento, los próceres y potentados (sin renunciar a los antiguos métodos, según dónde) han decidido que resulta más rentable destruir la memoria histórica y la solidaridad social, así como envenenar la información.
Por una parte, el poder sanciona y persigue la solidaridad militante, rubrica el falseamiento y la re-escritura de la historia, impone contenidos educativos falaces para las nuevas generaciones, provoca el despido de intelectuales comprometidos, compra a progres de salón para que defiendan tesis dictadas por el imperio... Por otra parte, el poder ensalza el pensamiento único, la manipulación de noticias, la ocultación de datos, dictamina el cierre de periódicos y de webs alternativas, impone multas, recorta con ferocidad la libertad de expresión… He aquí, mutatis mutandis, el pan nuestro de cada día y el brindis al oscurantismo en la vida real y en Falsimedia.
A la par, el poder oscurantista, con sus ejércitos invasores y sus mercenarios privados, prosigue con su estrategia imperialista del siglo XXI: invasiones, genocidios, asesinatos selectivos, golpes de estado encubiertos, detonación de bombas a control remoto en las plazas y mercados de alimentos atestados de gente… y, siempre que puede, acusa al enemigo insurgente de ser el causante de los atentados y las desgracias en el mundo.
Como lo cortés no quita lo valiente (según los presupuestos del mundo al revés), el sistema demofascista sigue usando todos los ardides posibles y útiles para la supervivencia del monstruo neoliberal, malas artes del pasado y del presente: la tortura y la disuasión, la cárcel y la cooptación, la amenaza de muerte y la recompensa por actos de traición o delación, la rapiña y el caramelo envenenado…
En enero pasado nos enteramos de que en La Macarena, Colombia, se descubrió la mayor fosa común de la historia reciente de Latinoamérica: unas dos mil personas asesinadas, matanza planificada con método marcial y a sangre fría. Es el mayor enterramiento de víctimas civiles habido en América, y nos trae a la mente el genocidio hispánico contra los habitantes aborígenes. Los lugareños saben que eran líderes sociales y de derechos humanos, campesinos y combatientes de la palabra veraz que fueron desaparecidos por el ejército y los paramilitares. Como es de esperar, la prensa “libre” pasa de puntillas por el tema y arroja la noticia a la papelera, como si fuese una bonoloto sin premio.
Rousseau decía justamente que aquellos que ocupan las altas jerarquías en el poder económico y político (la aristocracia y monarquía de su época, decía el ginebrino; el demofascismo de la actualidad, decimos nosotros) son aquellos que forman la capa más abyecta y baja del escenario ético de la Humanidad. Por eso, el autor de Las ensoñaciones del paseante solitario se vincula racional y emocionalmente al pueblo, lo cual le vale la marginación del Parnaso de “ilustrados” de su tiempo. En tanto Voltaire denomina “la canalla” al pueblo, Rousseau percibe el germen de la solidaridad en sus filas.
Entonces, estando en estas disquisiciones sucede la conversación telefónica entre ZP y el presidente afro-usamericano Obama que, como todos sabemos, desde Afganistán a Haití, y desde Irak hasta Puerto Rico, son gente muy progre (como lo eran los “ilustrados” de la época de Rousseau)…
Así pues ZP, obediente a los dictámenes del imperio global de la telaraña financiero- armamentista, acepta encantado el ultimátum del poder globalizado, lo cual supone otra vuelta de tuerca para quedar a su completa merced. Nada nuevo, si tenemos en cuenta antecedentes cercanos, como el visto bueno a la versión oficial del 11S de Nueva York, la continuidad en el genocidio contra el pueblo afgano o la legitimación implícita del golpe de estado en Honduras, por ejemplo.
Un tipo encorbatado y con cara de pocos amigos, portavoz del Consejo de Seguridad USA, señaló que su jefe jerárquico, durante la conversación telefónica, “dejó claro que los líderes en spagna son los únicos que saben lo que le conviene a spagna”. Suena a algo así como “la parte contratante de la primera parte es igual a la parte contratante de la primera parte” de Groucho Marx, pero en función de tramoya neoliberal y no como gag de humor cinematográfico. Es como el timo de la estampita, pero en los altos niveles de la corrupción institucional y de la representación política ultraburguesa.
Si aplicamos esta alevosía conceptual a otras coordenadas geográficas podemos verificar su naturaleza intrínseca de exultante sapiencia elitista. Veamos: “los líderes en USA son los únicos que saben lo que le conviene a USA” o, siguiendo el mismo razonamiento: “los líderes en Colombia (léase Irak, Afganistán, Euskal Herria, Bulgaria, Corea del Sur, Argelia, Israel...) son los únicos que saben lo que le conviene a Colombia (léase Irak, Afganistán, Euskal Herria, Bulgaria, Corea del Sur, Argelia, Israel...)” Naturalmente, como es bien sabido y notorio, no podemos aplicar el mismo razonamiento (he aquí las pertinentes excepciones) cuando se trata de Cuba, Venezuela, Corea del Norte, Irán o Palestina, lógica neoliberal que el Imperio no considera digna de desvelamiento para el pueblo llano.
Los líderes y los medios de alienación masivos difunden en procaz concubinato el argumento hipnótico repetido mil veces: son medidas muy difíciles, que cuentan con el total apoyo del sistema, se trata de resolver la situación económica de la bella Europa y crear confianza a sus amantísimos novios, amantes ocultos y brutos violadores, los mercados internacionales.
Cuando aún se oyen en todos los montes y valles, aldeas y urbes del mundo los ecos marxistas del lema “proletarios de todos los países, unámonos”, Obama y ZP, más postmodernos ellos, nos obsequian con otro lema más acorde a los tiempos: “pueblos del mundo, han de apretarse el cinturón.” Que los trabajadores y desempleados de Grecia hoy y de otros lugares del planeta ayer, hoy y mañana, prefieran la solución del sabio y honrado barbudo alemán es harina de otro costal.
Dos evidencias nos sugieren las recetas económicas propuestas. En primer lugar, son las mismas que aplicaron y siguen aplicándose en América Latina y África desde los años ochenta hasta ahora; en segundo lugar, esta mala medicina (en realidad veneno) es un anticipo (o una degustación, dicho en términos culinarios) de lo que pretenden implantar dentro de algunos meses: seguir eliminando derechos conquistados a fuerza de fatiga, sacrificio y sangre por generaciones de trabajadores. Pues las entrañas del monstruo, al igual que el saco roto, jamás se sacian.
En un planeta- mundo donde, según cifras públicas, hay 1.020 millones de desnutridos crónicos (gente que pasa hambre), 924 millones de personas “sin techo” o habitando viviendas precarias, 884 millones de mujeres y hombres que carecen de acceso a agua potable… el gran capital pretende seguir aplicando políticas contra la gente común y corriente.
No hace falta ser un sungazer para entender que debemos ponemos en pie a reclamar otros caminos (en plural, según geografía, historia, idiosincrasia…) que incluyan propiedad colectiva de los medios de producción, derecho a la autodeterminación, democracia popular, respeto por la pluralidad étnica, defensa de la naturaleza… sólo así podemos detener tanto horror y encaminarnos hacia la paz y la dignidad.
Juan Antonio Delgado Santana
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