Pedro Brenes* / Artículo de opinión.- Los sectarios se distinguen porque no tienen aliados. Ni los buscan ni los desean, ni los consideran necesarios. Por el contrario, piensan que cualquier negociación, cualquier compromiso, no es más que una traición a los propios principios. Y sólo conciben la rivalidad ciega y elemental con el resto de los partidos y colectivos sociales.
En su orgullosa y patética soledad, se empeñan en presentar esta concepción superficial y primitiva de la actividad política como un valor de firmeza y pureza revolucionarias, despreciando y condenando cualquier concesión, aunque sólo sea táctica, coyuntural o temporal, como algo indigno y entreguista. Comportamiento tras el que se esconde un enfoque puramente electoralista y reformista de su relación con el resto de las fuerzas y sectores populares.
También es cierto que algunos se sienten muy cómodos en la marginalidad y el aislamiento. Es más fácil y menos comprometido refugiarse en el guetto sectario del supuesto purismo de su particular seña de identidad “revolucionaria”, “libertaria”, “independentista”, “de clase”, etc, etc., y parapetarse tras la intransigencia irresponsable y simplista, negándose cerrilmente a cualquier acuerdo o alianza.
Sin embargo, como decía Lenin, ningún partido podría sobrevivir sin estas alianzas y compromisos que, lógicamente, tienen siempre un carácter transaccional, y están fundamentados en la existencia de objetivos tácticos coincidentes y de enemigos comunes a los que enfrentarse con las mayores posibilidades de éxito, agrupando a todas las fuerzas susceptibles de ser unificadas para combatirlos.
Es evidente, en cualquier caso, que el sectarismo nace de la mediocridad y la incompetencia política. Y tiene su verdadero origen en la debilidad, y no en la fortaleza, de las convicciones ideológicas. En la confusión, y no en la lucidez, del compromiso político. En la inmadurez, y no en el fundamento teórico, de la elaboración de la táctica y la estrategia para, a partir de ellas, determinar las tareas y los métodos más adecuados para cada etapa del proceso revolucionario.
El sectarismo podría definirse también como la negación de la necesidad de disponer y desarrollar una determinada política de alianzas. Siendo así que la diferencia esencial entre un verdadero partido político y lo que no pasa de ser un grupúsculo marginal, testimonial, inoperante y aislado consiste, precisamente, en que el primero es capaz de elaborar científicamente un plan táctico de acción para el avance hacia sus grandes objetivos estratégicos.
Y el elemento básico de ese plan táctico, no puede ser otro que la política de alianzas, que determine claramente quiénes, en cada etapa del proceso de desarrollo social, son el enemigo a batir, los aliados firmes y fiables, los aliados temporales, dudosos e inseguros y, por último, los que, al ser imposible una alianza con ellos, deben ser neutralizados para evitar que refuercen al enemigo principal.
Mientras tanto, el grupúsculo, carente de una política de alianzas consecuente y bien fundamentada, insiste en la búsqueda del protagonismo exclusivo, vocifera clamando en el desierto de su autoaislamiento y rechaza irreflexivamente cualquier invitación al trabajo unitario. Aunque esto signifique meter en un callejón sin salida histórico a lo que afirman ser sus objetivos políticos. Pues es bien sabido que algunos están dispuestos a dejarse arrancar los dos ojos, con tal de que pierda uno su rival.
Como demuestra toda la historia de los movimientos sociales, la potencialidad y la proyección de futuro de una alternativa política no se mide por el simple número de sus componentes. Ni por la profundidad y excelencia de sus postulados teóricos. Ni siquiera por la inteligencia y la brillantez de sus líderes.
En la política, como en la guerra, el liderazgo y la victoria pertenecen a aquéllos que persiguen, con firmeza, paciencia y perseverancia, la alianza y la coordinación con otros grupos afines, reagrupando y reforzando sus filas. Y el éxito está reservado a los que saben negociar y buscar la unidad de acción frente al enemigo común, haciendo las necesarias concesiones tácticas, sin ceder ni un punto en sus principios ideológicos y estratégicos.
Sin embargo -habrá que repetirlo una vez más- la alianza entre fuerzas unidas por la necesidad de la lucha contra un enemigo común, no elimina sus diferencias. Juntos pero no revueltos, los distintos partidos aliados mantienen sus respectivos planteamientos ideológicos que se corresponden con los intereses de distintas clases y sectores sociales. Y, por consiguiente, conservan sus diversas posiciones y establecen las lógicas contradicciones entre ellas.
Y esto no excluye ni la posibilidad de acuerdos a través, naturalmente, de concesiones mutuas, ni la crítica por medio de la cual cada partido refuerza su identidad política, reafirma sus objetivos estratégicos y define y delimita su imagen del mundo y su propia concepción de una sociedad justa, razonable, solidaria y en armonía con la Naturaleza, para todos los seres humanos.
(*) Pedro Brenes es Secretario General del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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