Alicia Mújica Dorta / Artículo de opinión.- “Siempre habrá nieve altanera/ que vista al monte de armiño/ y agua humilde que trabaje/ en la presa del molino./ Y siempre habrá un sol también/ -un sol verdugo y amigo- /que trueque en llanto la nieve/ y en nube el agua del río”. (León Felipe)
En ese tiempo debió aprender a callar mi abuelo, a cerrar la puerta de su casa de muros de medio metro de ancho, para poder hablar de política o para hacer cualquier comentario sobre los poderosos. Ésto, a pesar de vivir en un pueblo de casas aisladas y lomos tranquilos. Tuvo que ser un tiempo hostil, aire espeso, lastrando al pensamiento y a la expresión. Todo pudo empezar cuando a su suegra Maye le robaron la mula. La mula ayudaba a la familia a subir hasta Anocheza a por pinocho o a bajar al Arco de la Puente junto a la costa, donde hoy se ubica la autopista y antes se plantaban tomateros. El culpable estaba cerca, era un individuo ruin y gandul, un mamarracho casado con una pariente, que se subió a la cumbre con el animalito para venderlo a gente del norte. Pero fue descubierto y puesto en evidencia ante el pueblo. Cuando Maye, lo pudo recuperar, el pobre híbrido estéril quedó además derrengado, la cargaron hasta el abuso y ya no sirvió para ayudar en el campo, la requintaron. Quien le iba a decir a Maye, que además de perder al ayudante para trabajar las escarpadas huertas de la zona de Agache, dejar en evidencia al ladrón de mulas le iba a deparar una peculiar venganza.
En el año 1936 Maye tenía ocho hijas y un hijo. En ese tiempo, se había hecho requisa de armas por la autoridad militar fascista que tomó el poder tras el golpe. Denunciaron a Maye por no haber entregado la suya. El ladrón de mulas, acabó en el grupo de la Falange de Güímar. Con el recién estrenado plenipotenciario que les daba la reluciente dictadura que comenzaba, a esta escoria de personaje se le abrían puertas de éxito. Denunció, que Ernesto, esposo de Maye, había entregado las armas, una pequeña pistola que tenía, pero que ella la había escondido. El coche lleno de falangistas vino a buscarla y se la llevó. Detrás del vehículo, se echaron a caminar hasta Güïmar para saber de su suerte, sus hijas, sus yernos, sus vecinas,...En el trayecto la sentaron en un asiento de madera que se abría en el centro, tras los puestos del conductor y el acompañante. Comenzaron a molestarla golpeando con los pies la parte baja de su asiento. Cuando llegaron a Güímar, la bajaron del coche y el ladrón de mulas le ordenó que barriera el local de la Falange.
Seguramente en ese tiempo aprendió mi abuelo a hablar poco y hacer mucho, en ese tiempo los argumentos y las razones se escondieron en la solapa del buen abrigo que no tuvo, bajo la “tonga” de mantas que su hija soñaba, cabalgando en las alitas de los cigarrones que se comieron sus cosechas, en las durezas de los callos de sus manos de artista agrícola capaces de convertir un terreno yermo en una frondosa huerta, donde la vida alimenta a la vida, cualquiera sabe donde.
Lo cierto y asombroso del asunto, es que los ladrones de mulas de aquel momento, aún acabada la fábula que provocaron, en la que vivieron a sus anchas, tras más de 200.000 personas que perdieron la vidas en aquellas gestas (se cifra en 540.000 la sobremortalidad según datos demográficos de los años de la guerra e inmediata posguerra), siguen teniendo su momento de gloria de rato en rato, y se encuentran con tal o cual conocido en tal o cual estrado, que les hace un guiño picarón de complicidad, y salen airosos y sonrientes, impunes de lo que sea. Ante todo eso, el mejor antídoto, nuestra tenacidad, la mejor herencia para las generaciones que vendrán.
Alicia Mújica Dorta
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