Salvador López Arnal / Artículo de opinión.- Reseña de: Dirk Kruijt, Guerrillas. Guerra y paz en Centroamérica. Icaria, Barcelona, 2009, 271 páginas, traducción de Eric Flakoll y Raquel Bruno, prólogo de Edelberto Torres-Rivera. Guerrillas analiza tres procesos de lucha revolucionaria, los tres movimientos guerrilleros más importantes en Centroamérica a lo largo de los años setenta y ochenta: el FMLN, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional de El Salvador, el FSLN, el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, y la URNG, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Su autor es profesor de estudios sobre desarrollo en la facultad de ciencias sociales de la Universidad de Utrecht y durante muchos años ha sido diplomático para el desarrollo y asesor político en Centroamérica.
La estructura del libro está explicitada en la Introducción del volumen, páginas 27-30: prólogo, introducción, seis capítulos (entre ellos, “Negociaciones paz y reintegración posguerra” y “Legados y ambivalencias”), tres apéndices y una extensa bibliografía.
Aunque no son la finalidad central de esta aproximación, me permito señalar dos notas críticas. La primera: el autor señala en la introducción la importancia que para su estudio ha tenido el acceso al archivo privado de Rubén Zamora, al igual que a los archivos de Rodrigo Asturias y Julio Balconi en Guatemala o a la documentación del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (pág. 12) pero, tal como señala el mismo prologuista de Guerrillas, el procedimiento esencial del estudio del doctor Dirk Kruijt (DK) es el método de las entrevistas directas “reiteradas, en profundidad, con los actores más destacados de los procesos políticos” (p. 17), que Torres-Rivera considera una técnica sustantiva “para penetrar en la textura histórica de un fenómeno social”. No negaré la potencial sustantividad de este método pero, en mi opinión, éste hubiera estado más controlado si el autor hubiese complementado, y contrastado, las tesis e informaciones que de ellas infiere con el uso de una documentación no oral anexa que, en mi opinión, no brilla en su estudio por una presencia notable y reiterada.
El segundo comentario tiene que ver con las conclusiones extraídas. Con estas palabras finaliza DK su estudio. “Nicaragua, Guatemala y El Salvador soportaron décadas de guerra para acabar con la dictadura. Estos países han disfrutado menos éxito (sic) que sus vecinos más grandes del norte y del sur en cuanto al éxito electoral de los partidos de izquierda. Conste, si se pretende lograr acabar con una pobreza masiva y otorgarle una voz a las grades masas anteriormente marginadas, es probable que sea el resultado de los éxitos electorales de la generaciones de moderados y reformistas que suceden a los comandantes guerrilleros quienes tomaron las armas para lograr los mismos fines” (p. 228). Dejo aparte su afirmación sobre el mayor éxito electoral de los partidos de izquierda de los vecinos del norte (¿México?), no pierdo de vista la estudiada ambigüedad de la formulación (o de su traducción castellana), pero sí que vale la pena apuntar, y no creo inconsistente esta lectura, que puestos en una balanza los movimientos guerrilleros y las organizaciones dirigidas por “moderados y reformistas”, ambas orientaciones, tesis sin duda discutible, con las mismas finalidades, que el balance se decante hacia los éxitos electorales de las segundas, no es conclusión que se extraiga de la investigación realizada. Será opinión respetabilísima del autor pero no una inferencia forzosa por todo lo apuntado a lo largo de su estudio. ¿Es tan difícil aceptar que los movimientos y políticos reformistas basen en ocasiones, no digo siempre, su éxito electoral en la lucha guerrillera de generaciones anteriores?
Empero, en mi opinión, lo más destacable críticamente de este informativo estudio es la escasa empatía del autor respecto a los movimientos y dirigentes que analiza, así como su probable animadversión hacia el marxismo revolucionario. Daré algunos ejemplos de ello, sin olvidar potenciales problemas de traducción:
Al analizar el papel del marxismo-leninismo en el segundo capítulo del estudio, DK señala que no deberían existir ilusiones “en cuanto a la profundidad del conocimiento del marxismo o convicciones por parte de la mayoría de los revolucionarios centroamericanos”. Dejemos aparte el asunto de la escasa profundidad de convicciones, que incluso podría considerarse un insulto gratuito, en nota a pie de página añade el autor (p. 84, nota 28):
La mayoría de las entrevistas con los comandantes (del FSLN) fueron hechas en sus casas u oficinas. Con la excepción de Dora María Téllez, nadie tenía un libo de Marx o de marxistas destacados en sus estantes. Sé que Rodrigo Asturias y Luis Santiago Santa Cruz habían leído a Marx:; en genera la ORPA hacía mucho énfasis en educar a todos sus miembros guerrilleros.
La afirmación “nadie tenía un libro de Marx o de marxistas destacados” en sus bibliotecas, como es evidente, es netamente especulativa y de contrastación inexistente. En todo caso, el autor habla de las bibliotecas actuales de los comandantes al mismo tiempo que señala que Asturias y Santa Cruz eran lectores de Marx y que la ORPA ponía énfasis en la formación de los guerrilleros. ¿Permite todo ello concluir, como concluye el autor, que era escaso o poco profundo el conocimiento del marxismo por parte de los revolucionarios centroamericanos?
DJ sostiene también, y no sé si de forma consistente, que el marxismo fue parte integral de la teoría revolucionaria de los movimientos y de los programas de estudio, “a veces voluntario, a veces prescrito” que “incluía lecturas obligadas como los escritos del mismo Marx” (p. 83). Después de Marx, apunta, Lenin fue el marxista más leído. Gramsci, en cambio, recibió menos atención y Trotsky, el primer revolucionario triunfante de Rusia (sic) fue prácticamente ignorado, señalando a continuación que “es probable que Gramsci y Trotsky fueran vistos como renegados, una visión compartida por los revolucionarios cubanos que pronto habían caído bajo la influencia de la versión soviética oficial del pensamiento revolucionario” (p. 83). Dejemos aparte lo que los revolucionarios cubanos compartieron o no, pero ¿es posible afirmar al mismo tiempo y sin contradicción que Gramsci recibiera menos atención en la formación de los ciudadanos y ciudadanas guerrilleras y que fuera considerado un renegado como Trotsky, al que autor, por cierto, considera, sin explicar por qué, el primer revolucionario triunfante en Rusia?
Un tercer ejemplo: tomando pie en la categoría “instituciones totales” según la acepción de Goffman –configuraciones sociales en la que todas (sic) esferas de la vida dependen y son controladas por los mandatarios de la institución-, DJ pone como ejemplos de la noción sistemas tan heterogéneos como asilos, prisiones, conventos religiosos, pueblos mineros, ciudades acuarteladas, barracas militares y, finalmente, al lado de estas últimas, “campamentos guerrilleros” (¿Y por qué no grandes corporaciones o núcleos de poder central de partidos reformistas?). El comandante guerrillero, señala DJ, se transforma en un poderoso tomador de decisiones con poder ejecutivo, legislativo y judicial sobre las vidas de aquellas personas que están bajo su mando. Dejemos aparte la referencia a los tres poderes, no puede negarse la existencia de mandatarios de esa orientación ni cegarnos ante desmanes o asesinatos (Roque Dalton por ejemplo, y, por cierto, bajo la responsabilidad política o ejecución directa de personas hoy muy bien instaladas en el establishment), pero ¿es de recibo esa simplificación? ¿Es aceptable esa comparación de instituciones totales? ¿Es justa ese ubicación al lado de barracas militares de los campamentos guerrilleros?
No es necesario insistir pero, en opinión de este lector, el autor ha controlado en exceso su empatía por los movimientos y personas objeto de su estudio, y su escasa afinidad por el marxismo, legítima desde luego, le lleva a afirmaciones que o no están bien documentadas o que no siguen siempre de sus presupuestos e informaciones.
PS: Como contraste: en una entrevista reciente, la “Comandante Lola”, Alba Estela Maldonado, militante de base, comandante guerrillera, fundadora del Ejército Guerrillero de los Pobres, una de las cuatro fuerzas que formaron la URNG de la que fue secretaria general, diputada al Congreso por la propia URNG entre 2004 y 2008, al ser preguntada por la viabilidad de los movimientos armados en la actualidad, respondía: “[…] En América Latina, fuera de los países donde hay procesos en que las democracias actuales permiten ciertos avances a sus pueblos, como por ejemplo Venezuela o Bolivia, en la mayoría de países hay elementos que estarían, por un lado, obstaculizando el desarrollo de una lucha armada popular, pero por otro lado, gestando también condiciones que pueden crear nuevos niveles de conciencia. Esas condiciones serán las que, en un futuro, podrán decidir si la gente se plantee nuevamente la posibilidad de un intento de lucha armada revolucionaria”. ¿No hay acaso mayor ecuanimidad en esta aproximación?
Canarias Insurgente ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Salvador López Arnal
Saludos amigos, aquí retomamos una vieja idea, la cual creo que debería ser considerada. Aquí el link:
http://www.debatecultural.net/Nacionales/OscarFernandez19.htm
Publicado por: Oscar Fernández | 18/04/2010 en 02:25 a.m.