Luis Alberto Henríquez Lorenzo* / Artículo de opinión.- El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el cardenal Antonio Cañizares, acaba de afirmar (lunes, 26 de abril, 2010) durante la inauguración del III Congreso Internacional de Enseñanza y Educación Católica para el siglo XXI de la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” (UCV), que la escuela católica debe ser un eficaz, valiente y transparente instrumento para la evangelización de las sociedades modernas secularizadas; y sin embargo, lamenta el cardenal español que no haya sido así: la escuela católica no ha ejercido bien su función educativa para mejorar la sociedad española, continúa, en su intervención, lamentando el purpurado. Y por tanto, no ha contribuido eficazmente a sembrar en la conciencia colectiva la pasión por la búsqueda del sentido existencial y la verdad, que para un cristiano deben nacer del encuentro personal con Jesucristo: el profesorado de la escuela católica no ha estado a la altura de las circunstancias, de su ministerio docente, cuando lo cierto es que lo siempre deseable para la escuela católica es que el docente que trabaja en ella, por y para ella sea un auténtico enamorado de Cristo Jesús. Palabra de cardenal.
Y la verdad, uno no sabe si echarse a llorar o echarse a reír luego de leídas tales cardenalicias declaraciones. Porque yo mismo, que nunca me he caracterizado por ser especialmente hiriente en mis referencias a asuntos, acciones y doctrinas de la Iglesia católica sino más bien todo lo contrario, lo menos que puedo exclamar ante afirmaciones y lamentos como los emitidos por el cardenal español es un, con todos mis respetos, "ya se cagó en el perro en las papas": expresión muy típica canaria, casi en exclusiva empleada aún por algunas personas mayores atesoradoras de ese pozo de sabiduría que es la cultura popular.
Para tratar de manifestar la descorazonadora y enorme sorpresa que me produce leer tales episcopales declaraciones sobre un particular que no ofrece dudas de su circunstancia y situación actuales a casi nadie: la escuela católica, al menos en España, no ha ejercido bien su función educativa para mejorar la sociedad española. Por múltiples razones y enquistadas tendencias emanadas “desde arriba”, de las cúpulas dirigentes; razones por lo demás, no raramente, ni que aclarar esto habría casi, tópicamente archisabidas.
Entre ellas, sin que importe el orden mismo en su citación o listado, la forma de contratación del personal docente para esos centros: estos se costean con fondos públicos si en ellos la enseñanza es concertada, pero su organización y gestión son asunto privado: se contrata casi siempre, salvo honrosas y muy loables excepciones, a dedo, por enchufe, por nepotismo, y no por sistema alguno de oposición o concurso de méritos legalmente establecido y concursado.
Y para más inri, conozco por experiencia propia que las convicciones católicas del profesional interesado en poder prestar sus servicios profesionales en esos centros, desde la fidelidad a la Iglesia y al Magisterio, tienen a la hora de la verdad una importancia relativa, secundaria, diríase que mediatizada. Porque hay mucho de espíritu capitalista de empresa en la escuela católica. Mucho espíritu mercantilista, corporativista y mucho menos espíritu auténticamente evangélico. Con todas las excepciones admirables que se quieran, cierto, pero a nuestro juicio la realidad palmaria es que es así. De modo que, como muy a las claras cabe apreciar, todo nítida y adecuadamente católico, apostólico, romano y refulgentemente evangélico.
De manera que con una sobreabundancia de profesionales docentes contratados en la escuela católica reacios, por circunstancias personales que ahora no es posible explicar aquí, a exhibir simpatías o sintonías hacia la doctrina de la Iglesia católica, ya me dirán ustedes qué testimonio de apuesta por el sentido y por la verdad inspirados en el Evangelio y el sentir de la Iglesia universal se puede mostrar en los centros católicos, como pretende que sea el cardenal español responsable del dicasterio romano para el culto divino y la disciplina de los sacramentos.
Asimismo, cabe añadir que, como usted conoce perfectamente, señor cardenal, la escuela católica, dentro de lo que es el ámbito de la escuela concertada o privada, es decir, no pública o estatal, casi siempre goza de más y mejor prestigio que la segunda, la escuela pública, cada día que pasa al parecer más problemática; de suerte que muchos padres y madres, y claro que no siempre por deseos de conceder educación estrictamente católica a sus hijos, los acaban matriculando en la escuela católica, si pueden, obvio, en lo económico y acaban consiguiendo plaza en algún centro que, insisto, por lo general sigue gozando del prestigio del que se han ido despojando los centros de la enseñanza pública. Pero me extraña enormemente, ya le digo, que usted hable de la escuela católica de la forma en que habla, cuando lo archisabido es que si ésta no ha cumplido con su deber de educar y evangelizar, ha sido principalmente por culpa de sus responsables directos, que son eclesiásticos; esto es, principalmente religiosos dedicados a la enseñanza primaria y secundaria que no han puesto de relieve o muy en primer lugar los contenidos y aspectos puramente evangélicos y evangelizadores, ni siquiera a la hora de la gestión-administración de los centros educativos a ellos encomendados. Y esto es tan así y me consta que en efecto es y ha sido así, que a mucha gente le va a parecer que sus quejas no van a servir para nada o casi nada, puesto que todo, en el ámbito de la escuela católica, excepciones de rigor aparte, va a seguir prácticamente como hasta ahora ha venido siendo.
En fin. Lo peor de esta situación, como siempre en estos casos y para no variar, además de su condición de situación injustísima que perjudica a tanta gente, es que la gente misma, el común de los mortales, se percata perfectamente de lo que hay, con el resultado de que en general se sigue viendo a la Iglesia católica como una realidad poco entusiasmante, poco coherente por acomodada, aburguesada, timorata y sujeta a múltiples intereses mundanos, especialmente los relacionados con el mercantilismo puro y duro. Poco entusiasmante, atractiva y coherente a juzgar por lo que predica y hace; todo ello a pesar, reconozcámoslo, de que en la Iglesia siempre ha habido, hay y habrá por siempre espléndidos testimonios de vida cristiana.
* Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Enseñanzas Medias. Poeta y escritor. Gran Canaria, Islas Canarias, 20 de abril de 2010.
Comentarios