Salvador López Arnal / Artículo de opinión.- Capturado y apresado por la Guardia Civil franquista una vez concluida la primera fase de la resistencia republicana contra el levantamiento militar fascista, alzamiento nacional dijeron machaconamente durante más de cuarenta años de nacional-catolicismo zafio, el autor de las “Nanas de la cebolla” fue encarcelado. Enfermo de tifus estuvo en varias prisiones franquistas. La última: el Reformatorio de Adultos de Alicante, donde fue trasladado en 1941, un año antes de su muerte, enfermo de tuberculosis, el 28 de marzo de 1942. El poeta comunista fue enterrado dos días más tarde, el 30 de marzo, en un cementerio de Alicante cuyo nombre no está a su altura.
Treinta y cuatro años después, en 1976, apenas medio año después de la muerte del general golpista asesino, un grupo de profesores y estudiantes antifranquistas prepararon un homenaje en honor y recuerdo del poeta alicantino en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona. Manuel Sacristán fue convidado al acto pero no pudo asistir finalmente. Mario Gas, si no ando errado, leyó el texto que Sacristán escribió para la ocasión. Era el 20 de mayo de 1976.
“Tiene que haber varias razones de la respuesta excepcional, en intensidad y en extensión, que está recibiendo la iniciativa de la conmemoración de Miguel Hernández. Algunas de esas razones serán compartidas por todo el mundo, y del mismo modo, más o menos; por ejemplo, la autenticidad de la poesía de Hernández, en la que, si se prescinde de algunos ejercicios de adolescencia, no se encuentra una palabra de más. Otras motivaciones serán menos generales. La mía es la verdad popular de Hernández: no sólo de su poesía, en el sentido de los escritos suyos que están impresos, sino de él mismo y entero, de los actos y de las situaciones de los que nació su poesía, o en los que se acalló.
Al decir eso pienso, por ejemplo -pero no solamente- en aquella fatal indefensión de Hernández en su cautiverio. Hernández fue un preso del todo impotente, sin enchufes, sin alivios, sin más salida que la destrucción psíquica y la muerte, como sólo lo son (con la excepción de dirigentes revolucionarios muy conocidos por el poder) los oprimidos que no someten el alma, los hombres del pueblo que no llegan a asimilarse a los valores de los poderosos, aunque sea por simple incapacidad de hacerlo y no por ninguna voluntad histórica. O por ella, naturalmente.
Las últimas notas de Hernández que ha publicado hace poco la revista Posible [1] documentan muy bien el aplastamiento moral que acompaña a la destrucción física del hombre del pueblo sin cómplices y, por lo tanto, sin valedores en la clase propietaria del estado, de las fábricas y de las cárceles.
La autenticidad popular de la poesía madura de Hernández es tan consistente porque se basa en esta segunda, en la autenticidad popular del hombre muerto, como el Otro, entre dos o más chorizos, y como ellos”.
Un escrito a la altura de Hernández y de sus circunstancias. Un sentido texto de un filósofo marxista-comunista, cuyo fallecimiento recordamos también este 2010, que muy probablemente no hubiera disgustado al poeta comunista. Ambos, como tantos otros y otras, abonaron la misma tradición de rebeldía, fraternidad y lucha contra la injusticia, el fascismo, la opresión y la explotación capitalista.
Para la libertad tuvieron más corazones que arenas en su pecho. Por el socialismo veraz lucharon, sangraron y pervivieron.
Notas:
[1] Una revista político-cultural de centro izquierda que se publicó durante la transición y dejó de editarse algún tiempo después.
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Salvador López Arnal
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